Capítulo 1
- Ada... ¿sigues enojado conmigo?- preguntó por décima vez en aquella mañana el pequeño elfing de cabellos rubios a su padre.
Thranduil bajó el libro que estaba leyendo para observar detenidamente el rostro de su hijo, los dulces ojos celestes brillaban con infinita tristeza, en una dulce mueca de arrepentimiento. El Rey de Mirkwood negó con la cabeza, se prometió no caer más en los dulces encantos de su hijo.
- Lo que has hecho no tiene justificación, Legolas- dijo Thranduil posando su mirada en el libro- ha sido una completa temeridad subirte a la alacena de las cocinas ionneg... una travesura como esa es algo imperdonable, por suerte los únicos perjudicados han sido los platos.
- Yo solo quería unas galletas de miel, adar- dijo el pequeño Legolas subiéndose al regazo de su padre que lo miraba impasible ante las carantoñas de su vástago- ¡ada, por favor!
- Legolas...- el tono severo del imponente Rey hizo callar en seco al elfing.
- ¿Qué?
- No hagas ruido que intento leer- se limitó a decir Thranduil sin despegar la vista del libro que tenía en la mano.
- Estoy aburrido- masculló el elfing apartando de un manotazo sus cabellos rubios.
El gran Rey de Mirkwood levantó elegantemente una ceja pero ignoró a su hijo dispuesto a seguir leyendo, Legolas comenzó hacer pucheros al ver que sus sutiles encantos no funcionaban con su padre. Thranduil suspiró casi imperceptible, si su travieso hijo seguía así no podría aguantar mucho tiempo con la misma postura. Su pequeño niño había aprendido a salir airoso tan solo con su bella mirada, después de todo había heredado su belleza y la inocencia de su madre. Unos golpes en la puerta llamó la atención del monarca.
- ¡Adelante!- exclamó Thranduil con presteza mientras dejaba el libro en una mesa cercana a él, Legolas dejó de hacer lo que hacía para observar con atención a la bella doncella que entró a los aposentos reales.
- Mi Señor, los consejeros le están esperando en la sala del trono- dijo la doncella después de realizar una delicada reverencia.
Thranduil asintió sopesando que hacer en ese momento, por un momento se había olvidado de que tenía mucho trabajo que hacer. Miró de reojo a Legolas que seguía jugando con el cinturón de su túnica, sabía muy bien que su hijo era un tornado apunto de arrasar con todo. Su mente siempre estaba metido en travesuras que pocos habitantes de Mirkwood podían seguirle el ritmo, temía que al dejarlo al cuidado de cualquier vasallo del palacio este escapara a hacer de las suyas. Legolas era un elfing incorregible, pero debía ir a una importante reunión con el consejo para resolver ciertos problemas en las fronteras de su vasto reino.
Cansado, suspiró al darse cuenta de que tenía que confiar en que esta vez su inquieto hijo no se metiera en problemas, lo cual no servía de mucho para tranquilizarlo. Sin embargo, solo demoraría unas tres horas como máximo.
- Tú eres Miriel, ¿verdad?- inquirió Thranduil a la vez que dejaba al elfing de cabellos dorados en el cómodo sillón, la doncella asintió con una sutil sonrisa en los labios- bien, Miriel... supongo que sabes del castigo de mi revoltoso hijo.
- Así es, mi Señor... Todos en el palacio saben de la reciente travesura del pequeño príncipe- contestó la doncella educadamente, aunque con una ligera sospecha en su cabeza.
Thranduil enarcó las cejas sin llegar a sorprenderse. No dudaba de que los sirvientes encargados de la cocina habían esparcido la nueva noticia. El era un reconocido elfo conocido por ser orgulloso, frío y distante; sin embargo su pequeña hojita verde poseía la habilidad de sacarle de quicio o causar sustos tremendos. Pero su orgullo era muy grande así que decidió dejar pasar el comentario.
- Perfecto, porque mi hijo no le esta permitido salir a jugar hasta que terminé el ciclo lunar- El Rey Thranduil se adentró a su recámara para buscar una de sus lujosas capas, volvió a la alcoba con una de color azul oscuro que acentuaba su bella figura- espero que con este castigo, al menos se detenga a pensar un poco antes de subirse a trepar...
- Pero Ada...
- Silencio, ionneg, sabes muy bien que no me gusta que me interrumpan- el pequeño elfing agachó la mirada un poco dolido, Thranduil suspiró para sí y le dirigió una seria mirada a la doncella que aguardaba sus órdenes, volvió a suspirar- quiero que vos cuidéis de mi hijo hasta que regrese.
La doncella miró con los ojos abiertos a su rey, a pesar de que prefería huir de ahí no podía desobedecer a su Señor, era conocimiento de todos de lo difícil que era cuidar al pequeño príncipe. Solo pudo atinar a asentir y dio una ligera reverencia cuando el orgulloso rey del Bosque Negro pasó a su lado.
Legolas vio como su padre se iba a grandes zancadas, dejándolo con la bella doncella de cabellos castaños. En ese instante supo que tenía una oportunidad para estirar las piernas, había pasado casi toda la mañana y buena parte de la tarde encerrado. Y estar bajo la vigilancia de su padre no había sido para nada divertido. ¡Él quería jugar! Con cuidado bajó del lujoso sillón sin hacer ruido y se acercó a la doncella que estaba a cargo de cuidarle... Le preguntaría a ella, tal vez le diría que no pero insistiría.
Miriel estaba tan sumergida en sus pensamientos que se olvidó por unos segundos a quién debía cuidar, o mejor dicho, a quien debía vigilar. Jamás se le había cruzado por la cabeza que sería la encargada de cuidar al pequeño y revoltoso elfito. Ya estaba a punto de llevarse las manos a la cabeza hasta que una infantil voz, y un suave tirón de su vestido, la hicieron regresar de vuelta. Bajando la mirada se topó con unos ojitos celestes que brillaban con un candor casi irresistible.
- Estoy un poco aburrido, ¿podremos jugar un ratito en el jardín? - preguntó Legolas con una mirada llena de ternura y la voz teñida de súplica.
La doncella negó con la cabeza, ese día la tendría pero que muy difícil.
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