Capítulo 1
La tarde era preciosa, la vista del bosque verde era espectacular a la luz del sol, una belleza difícil de describir con simples palabras. El viento arrastraba incansable las hojas de los árboles al azul del cielo, y en lo alto del flet estaban descansando el Rey Thranduil y su hermosa esposa Lissiel, ambos aguardaban la caída del sol, admirando la lenta aparición de las estrellas en el infinito firmamento. Como siempre, los atardeceres en Mirkwood eran magníficas para los elfos que ahí vivían desde hace centurias. Y sentados en el cómodo flet, la pareja real de Mirkwood compartían un día juntos.
Lissiel acariciaba con mucha ternura su bien abultado vientre con las manos, mientras que Thranduil cantaba dulces nanas a su hijo no nacido. Y es que su corazón rebosaba del más puro amor, por la pequeña familia a la que daba todo lo que era, toda su alma y atención. Aún se sentía ansioso por el inminente nacimiento del bebé, los últimos meses habían sido complicados para ambos y sobre todo para Lissiel. Los repentinos mareos y su estado de ánimo tenían al pueblo en vilo... y a él. Pero eso no le quitaban la tonta sonrisa de su perfecto rostro, cuidaba bastante de su esposa y del hijo que esperaban, Lissiel estaba en la última etapa de su embarazo.
— Deberíamos volver ya a las Estancias, vanimelda— susurró en su oreja Thranduil, en un coqueto gesto a la agraciada elfa de cabellos rubios intensos, muy diferentes a las de su esposo.
— Estoy bien, mel nîn...aunque no negaré que deseo poder volver para descansar— dijo Lissiel aceptando la mano que le tendía su esposo— ¿crees que Nólaquen este vigilando?
— Es muy probable, o puede que haya cambiado de turno... ¿Por qué lo preguntas, mi reina?— inquirió Thranduil preocupado por la salud de ella— ¿te sientes incómoda?
Lissiel negó rápida con la cabeza antes de que su atento esposo prosiguiera con una ristra de preguntas, y es que cada día su amado rey le dispensaba cada día sus atenciones cuando lo normal es que estuviera demasiado ocupado atendiendo asuntos del reino a esas horas. Thranduil sonrió solo para ella y la sujetó de la cintura con delicadeza, eran escasas ocasiones como esas en que disfrutaba de estas en compañía de su único amor. Sabía de antemano de lo descuidada que debía sentirse por su falta de atenciones, sobre todo si estaban esperando a su primer bebé, no tenían la menor idea si iba ser niña o niño. Ese paseo por el bosque era una manera de resarcir su ausencia.
Con esto en mente, Thranduil pasó los brazos por debajo de las esbeltas piernas de ella y la cargó, todo en cuestión de segundos y sin que ella pudiera reaccionar ante lo imprevisto de su actuar.
— Descuida, mel nîn... de mí no te escapas— le susurró al oído, a lo que Lissiel se sonrojó al tenerlo tan cerca y pegado a ella.
— ¡Thranduil, para!— exclamó Lissiel sonrojada a más no poder.
Riendo, el gran rey del bosque verde se aferró con una mano a la cuerda delgada atada al árbol, con sumo cuidado la cargó en un fuerte abrazo y sin previo aviso bajaron juntos por la resistente corteza, ella en silencio por la abrumadora sensación de tenerle a él tan cerca. Sonrojada y sonriente, ella se dejó llevar por los sentimientos que la embargaban sin piedad hasta que los dos llegaron y al sentir el contacto del mullido suelo bajo las plantas de los pies, ella soltó la risa.
— ¿De qué te ríes, vanimelda? ¿De mí?— preguntó Thranduil que besó en un elegante gesto la mano de su dulce esposa, de ojos verdes como hojas y brillantes como luceros.
— No puedo reírme de ti, alma mía. Aunque hace años cuando nos conocimos, te caíste de tu imponente caballo que me provocó un poco de gracia— confesó Lissiel, a lo que él respondió con una risa.
— Debo admitir que no fue mi mejor momento, quise impresionarte y terminé cayendo— dijo Thranduil rojo de vergüenza, pero ella negó con la cabeza y besó sus labios.
— Pero lo lograste— susurró Lissiel en su oreja, y él se estremeció desde la cabeza hasta los pies. Por Eru, la amaba tanto.
Se besaron otra vez, Thranduil silbó y el viento llevó el sonido hasta Onduen y Nilme, sus caballos que raudos galoparon hasta posicionarse frente a ellos. Thranduil ayudó a su esposa a montar en su yegua de patas blancas. Un hermoso presente de los hombres mercaderes de la Ciudad de Valle, desde el día en que los reinos humanos circundantes al reino de los elfos se enteraron de su embarazo, le enviaron regalos que la dejaron maravillada. Sin más, los dos cabalgaron hasta el oculto palacio de los elfos en las entrañas de una colina de árboles verdes y viejos. Los caballos conocedores de la ruta a seguir, se dejaron guiar por sus instintos y esquivaron con soltura los obstáculos del bosque.
A varios metros de recorrer el camino de vuelta, Nólaquen y tres centinelas más los alcanzaron en plena carrera pero manteniendo una cierta distancia de sus reyes para darles la debida privacidad. Lissiel rió feliz de sentir las cosquillas del viento en pleno rostro, y al pensar en las tardes que pasaría con su bebé las cosquillas en su estómago se intensificaban.
— Mi lady, debéis bajar la velocidad, cabalgar a este ritmo es malo para vuestra salud— exclamó Nólaquen, su guardián personal que se encargaba todos los días y noches de protegerla de cualquier mal.
— Hannon le, Nólaquen— dijo Lissiel haciendo cabalgar a su yegua a un ritmo lento y soportable.
— Melleth nîn, ¿te sientes bien?— preguntó Thranduil preocupado por ella. Lissiel le dirigió una sonrisa que quería transmitir tranquilidad.
— No te preocupes, en ocasiones olvido de que no solo debo cuidarme a mí— respondió a lo que Thranduil respiró más tranquilo y prosiguió con la marcha lenta y pausada. No quería cansar a su esposa.
Y mientras los demás continuaban con el viaje de vuelta, Lissiel no paraba de observar a su alrededor con los ojos abiertos de curiosidad. A la vez que se preguntaba como te sería su niño. ¿Tendría los ojos de su adar o las de ella? Sus cabellos serían rubios como las de ambos, pero ¿como sería su carácter? ¿Serio y frío como la de su amado o alegre y curiosa como ella? ¿destacaría como un excelente arquero o manejaría mejor la espada como Thranduil? Eran tantas preguntas y faltaba poco tiempo para su inminente parto, y todavía no pensaba en un nombre adecuado para su pequeño.
— Melleth nîn, si estas cansada solo tienes que avisarnos y nos detendremos— dijo Thranduil cabalgando a la par de su esposa.
— ¡Ai, Thranduil!— exclamó Lissiel soltando una risita— estoy bien, sigamos...
Su amado rey sonrió de la única forma sensual de la cual era capaz, y así siguieron montando en silencio. Mientras tanto, Lissiel seguía pensando en un detalle muy importante para ella... El nombre de su hijo o hija, las demás damas le seguían rogando por querer saber el futuro nombre de su princesa para algunas, príncipe para otras. Pero ella aún no se había decidido por ningún nombre, no les parecían adecuados para su bebé.
Y de repente, escuchó el llanto de un niño que la hizo detener en seco. Thranduil, se detuvo extrañado por la extraña reacción de su esposa
— ¿Vanimelda, qué sucede?
Ella le miró con los ojos anegados en una profunda preocupación.
— ¡Thranduil, escucho a una criatura llorar!
— ¿Qué?— preguntó Thranduil desconcertado, él no escuchaba nada en medio del silencio— ¿dónde, mel nîn?
— No hay tiempo, iré a buscarlo— y diciendo esto le ordenó a su yegua que corriera veloz, perdiéndose en medio de la floresta.
Apenas le dio tiempo a Thranduil para gritar su nombre, pero ella lo ignoró aterrada de que algo le sucediera al pequeño en su retraso. Así que cabalgó rápida hasta el lugar del que provenía el llanto. Llegó hasta un claro, y bajando de su fiel yegua pudo deslumbrar los cabellos rubios de un elfling que trataba de no llorar. Su delicado rostro redondo se escondía en sus manos blancas, Lissiel se acercó al niño y le tocó dedicada como el roce de una hoja sus hombros. El niño empezó a gimotear más.
— No temas, mi niño— le susurró ella acariciando su cabeza.
— ¿Nana?— preguntó el niño secándose los ojos con su túnica verde, Lissiel se quedo enternecida al ser llamada mamá, no tuvo corazón de sacarle de su error.
— ¡Oh, mi pequeño! No temas— le dijo Lissiel con una voz suave, y al decirlo le limpió ella misma las lágrima silentes— a ver, mi niño... Mírame a los ojos.
El elfling sonrió y esa sonrisa se le hizo muy conocida a Lissiel, como la sonrisa que le dedicaba Thranduil a ella y solo a ella; cuando el niño bajó las manos... Ojos celestes como el cielo y inocentes, perpetuos y profundos, con un candor y una extrema sensualidad inmadura que veía pocas veces. Sintió un nudo crecer en su garganta, a la vez que sus hojas picaban por las lágrimas que luchaban por venir.
— ¿Qué haces aquí... mi niño?
— Estaba jugando con las hojas verdes recién caídos de los árboles, nana— luego su rostro se ensombreció— pero no se lo digas a adar o se molestará mucho.
— No es bueno guardarle secretos a tu adar, pero te guardaré este secreto— dijo Lissiel seria y el niño asintió con la misma expresión en su rostro....
Sin embargo no pudieron conservar su seriedad y ambos se abrazaron soltando al fin, una risa cantarina.
— Nana, te he extrañado mucho...
Lissiel apartó al niño de cabellos rubios para verle a los ojos y en ellos vio pena y sufrimiento. Supo algunas cosas que sucederían en su pequeña familia, y eso la llenó de congoja y miedo.
— Yo siempre estaré contigo contigo... Olass. En las buenas y en las malas, cuando el viento susurren y las hojas de los árboles se agiten. Cada día y cada noche.
El niño sonrió mientras hipaba con el llanto contenido. Fue entonces que Lissiel escuchó los gritos de los centinelas y de su esposo. Giró para ver si estaban en el sendero de helechos que ella había tomado, y al no verlos giró de nuevo hacía el pequeño niño.
Pero él ya no estaba.
— ¡Mel nîn!— gritó una voz conocida a lo lejos.
Lissiel estaba a punto de gritar pero un dolor en su bajo vientre la hizo caerse de rodillas. Aquello había dolido, estaba a punto de alzar la voz cuando sintió algo húmedo empapar su vestido de verde azul. Lissiel se recostó sobre la hierba e intento respirar mientras intentaba soportar las leves contracciones. No debía asustarse, mantener la calma era lo primordial.
¡Aún así no esperaba el parto tan pronto!
— ¡Mi lady!— gritó una voz por encima de ella, Lissiel levantó la cabeza con la respiración acelerado. Era Nólaquen, la había encontrado— por Eru... Respire mi señora, la llevaré con el resto.
Lissiel sonrió al ver que más agitado estaba su guardián al verla en tal apuros que ella misma. Nólaquen la cargó hasta su caballo y ahí la puso de lado, él sentándose detrás de su señora. A paso lento atravesaron el sendero de helechos, el guardia sindar silbó para llamar a los demás. Lissiel vio como su rey se acercaba con el semblante abatido a ella, pero ahora no podía perder el tiempo en detalles pequeños. Intentando controlar su ansiedad, alzó una mano que fue acogida de inmediato por su esposo.
— Vanimelda, resiste por favor— le dijo Thranduil angustiado y cambió de posición a su esposa, él se encargaría de llevarla a las Estancias.
Los demás centinelas los miraron aprehensivos, no sabiendo como actuar con su reina parturienta.
— Thranduil, llevame de una vez y no desesperes. Aún hay tiempo para que nazca.
El rey de Mirkwood suspiró y guardando las formas ante sus soldados se irguió en su caballo, con su esposa adelante. De esta forma, la pareja real se encaminó hasta el palacio real. La reina de los elfos silvanos se recostó sobre el pecho de su amor y durmió incómoda por el ligero dolor.
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