Capítulo 9


Si mi madre se entera de que Leo me ha dejado sola en su segundo día de trabajo, le caerá una bronca de primera. Pero eso no ocurrirá porque ninguno de nosotros se irá de la lengua. En su defensa diré que su ausencia está justificada, sin embargo, hemos decidido de mutuo acuerdo no decirle nada y evitar así que pase las ocho horas de trabajo el doble de preocupada. Al fin y al cabo yo ya no soy una cría y además, ¿qué me puede pasar entre estas cuatro paredes?

Miro cómo la pizza se hace en el horno y espero con toda la paciencia del mundo a que esté lista. Con un vaso de refresco en una mano y un plato que quema en la otra, regreso a mi habitación, dispuesta a una larga sesión de anime tirada en mi cama. ¿Acaso puede haber un plan mejor?

Diez minutos después, cuando estoy sopesando si ir a por otro par de porciones mi móvil suena. Resoplo mientras echo un vistazo a la pantalla: un nuevo mensaje de "mi acompañante el metepatas". En lo que llevo de tarde he recibido cinco llamadas y está claro que al ver que no estaba dispuesta a contestar, ha optado por pasar a los mensajes. No he abierto ninguno por supuesto pero eso no quita para que la pantalla me deje ver parte del contenido: "Si no me contestas tendré que...". No puedo leer más y me niego a abrirlo y que él lo sepa. Quiero que se empape de mi indiferencia y más si el último mensaje parece el principio de una amenaza. Lo que me faltaba, después de hacerme sentir como el culo y darme lecciones que nadie le pidió, ¿ahora se va a poner en plan sargento? No sabe que así no me va a convencer...

Dejo el teléfono a un lado y regreso a la cocina. Cuando estoy de mal genio aumenta mi apetito. No tardo en regresar con una nueva porción y en cuanto me siento en la cama, escucho un ruido en la terraza. De primeras pienso que se trata de las hojas movidas por el viento, pero de golpe, alguien aterriza en ella.

Suelto un grito que hubiera despertado al mismísimo satanás en las profundidades del infierno y la figura al otro lado del cristal se sobresalta. Ver que se trata de Alec no me tranquiliza, sino todo lo contrario. Avanzo los cuatro pasos que me separan de la terraza y abro las puertas con más brío del que debería teniendo en cuenta lo enclenques que son.

—¿Pero qué coño haces, Alec?

—Ese vocabulario, señorita —contesta con tono socarrón.

Me cruzo de brazos aún más molesta.

—Ahora dirás que no conoces a ninguna chica malhablada... ¿Qué pasa, que solo los tíos podéis decir tacos? Además, eso no importa. ¿Se puede saber de qué vas? ¿Crees que vas a poder entrar en mi habitación así cuando te dé la gana? Quizás deberías probar a llamar a la puerta principal.

Se acerca hasta quedar a unos pocos centímetros de mí y escruta mis ojos como si buscara la respuesta antes de hacer la pregunta.

—¿Me hubieras abierto?

Ahí le ha dado.

—Pues no. Esperaba que fuese suficiente con no contestar a tus mensajes y llamadas.

—Por eso estoy aquí. Esto es una medida desesperada.

—Y una invasión de mi espacio privado.

Da un paso atrás y se rasca la nuca, confuso. Es como si no hubiera pensado en eso.

—Lo siento, tienes razón. No lo había visto así. He entrado aquí tantas veces...

Lo dice como si ese fuera el único problema y no, esa costumbre que tiene de acortar siempre la distancia entre los dos.

—Ya, pero no es tu casa, es la mía. Y que hasta ahora vinieras cuando te daba la gana, no significa que puedas seguir haciéndolo. Por cierto, ¿por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué entrabas en esta casa?

—Ya te lo dije, me encantan las vistas —responde encogiéndose los hombros, como si fuera la respuesta más lógica del mundo.

—Sabes que es un poco raro...

—¿Tú no haces nada raro?

Demasiadas cosas, pero no se las pienso contar a él.

—No te desvíes. Te has colado en mi cuarto y no sé con qué fin porque creo que quedó claro el otro día que no quiero hablar contigo.

—Lo sé. Pero es la única forma que se me ha ocurrido para que al menos me escuches.

—¡Estás loco! ¿Y si llega a estar mi madre? ¿O mi hermano?

—Sé que estás sola.

Mierda.

—¿Cómo...?

Ante mi balbuceo, Alec se echa a reír y se tapa la cara con las manos.

—Joder, lo siento acabo de sonar como un acosador. No pretendía darte mal rollo. A ver, he coincidido con tu hermano en el restaurante y me ha contado que estaba preocupado, que si tu madre se enteraba de que él estaba allí en vez de aquí contigo, tendría un problema de los gordos.

Leo... cuando el encargado le pidió que se pasara un par de horas en el turno de noche, no fue capaz de decir que no. Quería causar una buena impresión.

—Ya... y tú has pensado, ¡qué buen momento para entrar a hurtadillas y obligarla a escuchar lo que tengo que decir!

—Vale. Así, suena fatal.

—¿Hay forma de que parezca otra cosa?

—Yo... mira... Sé que el otro día no hice las cosas bien y quería disculparme. Tenías razón, no soy nadie para darte lecciones, sobre todo porque te puedo asegurar que soy un desastre. Sé que te hice daño al juzgar tu actitud sin conocerte de nada y te prometo que no volverá a suceder. Lo siento. De verdad.

Me pone unos ojitos que he de hacerme la dura para no lanzarme a sus brazos.

—Acepto tus disculpas —respondo a regañadientes. No soy tan mala como para no perdonarle.

Su expresión cambia y la sonrisa que se dibuja en su cara lo llena todo. Es la sonrisa más auténtica que he visto en mi vida. Estoy tan fascinada, que no soy consciente de sus intenciones hasta que es demasiado tarde y mis pies ya no tocan suelo.

—Gracias, de verdad que no pienso defraudarte. Seré el acompañante perfecto, no te arrepentirás.

El momento no dura pero notar sus brazos alrededor de mi cintura y su respiración contra mi cuello, hace que quiera más. Más de esa cercanía. Y algo me dice que él también. Sin embargo, cuando se da cuenta de lo que está haciendo, me suelta con lentitud, como si estuviera dudando entre lo que debe y lo que quiere hacer. De nuevo da un paso atrás para dejarme cierta distancia y se disculpa:

—Lo siento, me he dejado llevar. Lo cierto es que no las tenía todas conmigo y pensaba que me lo pondrías más difícil.

—No pasa nada —intento restarle importancia aunque el corazón me va a cien por hora. Por suerte, eso él no lo sabe.

—Vale. Creo que va siendo hora de que me marche. Ya he abusado de tu paciencia y no quiero que te canses de mí antes de tiempo.

Y por algún motivo, no quiero que se vaya. Así que haciendo caso omiso a lo que acaba de decir, suelto lo primero que se me ocurre:

—¿Te apetece pizza?

¡Ay Alec! De verdad que este chico me parece de lo más divertido porque es un poco desastre y no sabe muy bien cómo hacer las cosas. En fin, que aunque parezca un poco acosador, os aseguro que no lo hace con mala intención... ¿Y ese abrazo? Imaginad el momento, ese quiero pero no debo...

Por cierto ¡hola gente maravillosa! Que casi me olvido de saludar.

Lo dicho, que en el fondo Alec es un cielo y por eso Tali no puede seguir enfadada con él. Pero algo me dice que estos dos van a ir contra marea porque desde el minuto uno sienten una atracción irremediable y os aseguro que no va a desaparece.

¿Podrá cumplir Alec con el papel que se ha impuesto? Bueno, para empezar, van a cenar pizza. A ver qué pasa en el próximo capítulo...

Dejadme comentarios, quiero saber qué opináis de lo que está ocurriendo.

No tardaré mucho en subir otro capítulo. Lo prometo. 

¡Os adorooooo! Besitossss

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