Capítulo 34
Si lo del sábado me hizo sentir fatal, no saber nada de Alec desde aquel momento me hace sentir aún peor. Vale que fui yo la que me marché enfadada, ofendida y frustrada pero esperaba que al menos hubiera dado señales de vida desde entonces y no encontrarme con el mayor de los silencios.
Miriam se asustó cuando vio el estado en el que volvía, sin embargo no me quedaban fuerzas para contarle lo ocurrido.
Y lo peor es que no me puedo quitar de la cabeza ese maldito beso. Siento un escalofrío al recordar cómo sus manos me acercaron a su cuerpo y su boca demandante, sobre la mía. Había algo desesperado en ese beso que me hizo pensar que él sabía que era la única vez que se iba a permitir cruzar esa línea.
"Necesito dejar de pensar en Alec". Recuerdo la tarea de Elia, comenzar a escribir para ver si ello me lleva a descubrir más de mí misma. Ni siquiera lo he intentado y va siendo hora de que acepte el reto.
Me levanto de la cama y comienzo a buscar una libreta que pueda usar para ello. Sé que lo fácil sería utilizar el ordenador pero por algún motivo, quiero usar papel. Después de revolver los cajones del escritorio, recuerdo que tengo algunas libretas guardadas en una de las cajas que todavía no he desembalado y que permanecen en un rincón de la habitación desde el primer día.
—¿Qué haces? —pregunta Leo desde la puerta. Como siempre, entra sin ser invitado y se tira sobre la cama.
—Busco una libreta o cuaderno para escribir... —Cierro de nuevo una de las cajas y abro la siguiente —. Es una tarea de Elia.
—¡Ah, vale! Pensaba que igual ibas a escribir una novela. A ti eso siempre se te ha dado bien.
Acerco la caja a la cama para tener donde poner lo que voy sacando. Tomo varias libretas y las apilo sobre la colcha, dispuesta a echarles un vistazo. Entonces, al fondo, veo algo que había olvidado por completo. Tomo el cuaderno y lo saco con cuidado como si fuera una bomba a punto de estallar.
—¿Qué es eso? —pregunta Leo. Estoy segura de que ha notado mi cambio de expresión. De pronto me he quedado fría.
—Era de Lili.
—¿Un diario?
—No.
Leo se sienta, intrigado.
—Pero ella sí escribía un diario... —afirma.
—Lo sé. Sin embargo, no era real.
—¿Qué quieres decir?
—Lili escribía un diario que dejaba a la vista y en él hablaba de una vida perfecta que no existía. Era una más de sus mentiras.
Leo se revuelve el pelo y frunce el ceño como si le costara entender lo que le estoy diciendo. "¡Ay, Leo! Ni siquiera tú conocías a la verdadera Lili".
—Eso es muy retorcido para ella. ¿Y entonces qué es?
—La verdad —digo con un hilo de voz—. Lo descubrí cuando guardé sus cosas. ¿Recuerdas? Mamá se encontraba tan mal que era incapaz de hacerlo y yo me ofrecí a revisar y organizar todo.
—Nunca debiste encargarte de algo así. Eras una cría.
Me encojo de hombros.
—Sí, pero en aquel momento era la única capaz de hacerlo. Papá ya andaba con otras cosas en la cabeza y tú... tú bastante tenías con echarla de menos. Lo encontré escondido detrás del cajón del escritorio ¿sabes? Ahí era imposible que nadie lo encontrara y si a mí no se me llega a caer su estuche de pinturas, nunca lo hubiera descubierto.
—¿Lo has leído?
—Solo lo he hojeado. Está lleno de pensamientos, frases de odio a sí misma, textos tachados y dibujos. Creo que ahí volcaba todo lo que le pasaba y cómo se sentía. No he tenido valor para leerlo.
Se lo tiendo, pero él lo rechaza como si pudiera explotar en sus manos.
—Ni hablar. No quiero saberlo, no me gustaría que cambiara el recuerdo que tengo de ella. La quiero, la querré siempre pero puede que lo que encuentre ahí, me haga verla con otros ojos.
Elijo una libreta y la guardo junto al cuaderno en uno de los cajones. Algo me dice que yo sí querré descubrir lo que se esconde en esas hojas. Cuando vuelvo junto a Leo, este se levanta y me abraza.
—Nunca hagas lo mismo que Lili, ¿de acuerdo? Me tienes para lo que necesites, si algo va mal, me lo cuentas.
—Sabes que tú también me tienes.
Deposita un beso en mi frente y me suelta.
—Tengo que ir a currar. Luego nos vemos.
Nada más salir de la habitación, mi móvil suena y al mirar la pantalla veo que se trata de mi psicóloga.
—Hola Elia.
—Hola Tali. ¿Te pillo bien? ¿Puedes hablar un momento?
No puedo evitar ponerme en tensión, su tono me hace pensar que he hecho algo malo aunque no sé por qué.
—Sí, claro. ¿Qué ocurre?
—Quería saber si puedes pasarte mañana por la consulta. No sé si Alec ha hablado contigo pero me ha pedido dejar de ser tu acompañante. Quiero que charlemos y asignarte a una nueva persona para esa función.
Por un momento siento que me falta el aire.
—No... no me ha dicho nada. Pero ¿no dijiste que si surgen problemas lo primero era hablar los tres e intentar solucionarlo? —pregunto desesperada. No quiero que Alec se aleje de mí.
—Cierto, pero en este caso la decisión que ha tomado es definitiva. Por eso voy a buscarte a alguien para que le supla. Lo hablamos mañana, ¿vale? ¿Te vendría bien a las cinco?
—Sí... claro —respondo con un hilo de voz.
—Hasta mañana entonces.
Me siento en el borde de la cama, derrotada. No entiendo lo que está pasando y mi desolación se vuelve rabia en apenas unos segundos. Antes de decidir si es una buena idea o no, me pongo a teclear un mensaje de Whatsapp.
¡Ay, Lili! ¿Cuántos secretos escondías? A Tali le queda mucho por saber de su hermana y puede que escribir sea justo lo que necesita para pasar página. Y lo diré una vez más, me encanta la relación que tienen Tali y Leo. Se llevan genial.
Y ahora... a lo importante. Me da que Tali no se ha tomado muy bien lo de que Alec haya dejado de ser su acompañante. ¿Qué pensáis que dirá ese mensaje? ¡Madre mía! El último capítulo es lo más. Espero que os guste.
Venga, solo queda uno (nos lo cuenta Alec) y un epílogo cortito...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top