Capítulo 3

Volver a ver a la tía Berta y a mi primo hizo que el sábado comenzara muy bien, con un desayuno en familia que me hizo añorar otros tiempos y otros lugares.

Sin embargo, cuatro horas después, la alegría de verles se ha volatilizado y estoy harta de esta casa. De la casa, de la moqueta y del polvo que me hace estornudar una y otra vez.

—Igual deberías tomar algo —propone mi tía.

Le lanzo una mirada asesina, que la hace callar de inmediato.

—Ya lo he hecho —le informo, mientras me sueno la nariz con el décimo pañuelo—. Pero esta moqueta tiene el polvo acumulado de años y años. Creo que en los tiempos de Matusalen ya estaba aquí, mira lo que te digo.

Todos se ríen de mi ocurrencia y me alegra que al menos, alguien se divierta. Aunque sea a mi costa.

—Nosotros sacaremos esto fuera —se ofrece Jorge y le da un codazo a mi hermano para que cargue con una de las secciones.

Berta se acerca a su hermana y le rodea los hombros con el brazo atrayéndola hacia ella.

—¿Qué me dices? ¿Llevamos a estos chicos a comer? Creo que se lo han ganado. Hay un lugar de costillas junto al paseo en el que se come de fábula...

—¿Quién ha dicho costillas?

Pregunta Leo antes de que mi madre tenga opción de opinar.

—¡Buf! No hay nada como hablar de comida para despertar a la bestia —suelto señalando a mi hermano.

Este frunce el ceño malhumorado y levanta las manos hacia mí.

—¿Has dicho bestia? Espera a que mis garras te atrapen.

Comienza a perseguirme por el salón y por un momento hemos vuelto atrás, a cuando solo éramos unos críos y nos divertían estas cosas. Le esquivo con destreza, pues siempre he sido más ágil que él y al final es mi madre la que le pone fin al juego.

—Bueno, ya vale. El que no se comporte, se queda en casa fregando el suelo mientras los demás comemos. Id a cambiaros.

Ambos nos detenemos de golpe.

—Yo voy así. No me voy a poner ahora a buscar entre el montón de cajas que tengo en el cuarto —aclara.

—Yo estoy con él —afirmo.

—Nosotros tampoco hemos traído otra ropa —añade Berta—. Además, luego habrá que seguir trabajando...

Mi madre resopla y sé que no le gusta dar el brazo a torcer con estas cosas.

—Está bien. pero al menos sacudíos el polvo y peinaos un poco. No quiero que se piensen que somos unos vagabundos.

La miro sorprendida de que haya claudicado. Mi madre es incapaz de ir a hacer unos simples recados en chándal y ahora... ¿está dispuesta a ir a comer con una camiseta raída y unas mallas? Ver para creer.

Corro al baño para lavarme la cara y veo en el espejo mi nariz enrojecida y los ojos irritados de tanto estornudar. Vaya mierda y encima no puedo tomar otro antihistamínico hasta la noche. Al menos sé que en cuanto salga de esta casa y me aleje del polvo en suspensión se me pasará un poco el malestar. Me tomo un paracetamol para aliviar el dolor de cabeza y mis tripas rugen de hambre, dejando claro que una pastilla y un trago de agua no son suficientes.

Mi tía se ofrece a conducir, así que montamos en su todoterreno y nos dirigimos a la zona del paseo marítimo. No hago caso de las conversaciones, me entretengo en mirar por la ventana con la curiosidad de quien es nuevo en un lugar y desea conocer más.

El trayecto es corto aunque Berta tarda un buen rato en encontrar un lugar para aparcar. Nos apeamos del vehículo y el olor a sal se me cuela en la nariz. Es increíble que con la alergia y todo, sea capaz de notarlo. Miro hacia el paseo y la playa, a estas horas atestada de gente que aprovecha cada rayo de sol y se me hace raro pensar que ahora vivo tan cerca del mar. A Lili le hubiera gustado este lugar. Quizás, de haber sabido que acabaríamos viniendo aquí... Esa idea se me atraganta, pues sé que nada le hubiera hecho cambiar de opinión. Me siento una estúpida por dejar que ese pensamiento surja dentro de mi cabeza, como si pudiera tener esperanza por algo que no hay forma de que suceda. Lili no está y nada va a hacer que regrese. Noto cómo la ansiedad se instala en mi garganta y así, por las buenas, respirar se hace un poco más difícil. Levanto la vista e intento centrar mi atención en lo que mi tía va contando de camino al local, pero sus palabras son como un ruido sordo y lejano.

—¿Estás bien? —me susurra Leo.

Nos hemos quedado rezagados y él me tiene sujeta por los hombros como si estuviera a punto de hacerme una trastada típica de hermanos. Sin embargo, sé que se ha dado cuenta de lo que me ocurre.

—Intento... —comienzo, pero las palabras se me traban—. Intento... respirar. No quiero que... se den cuenta.

—Vale... —Se lo piensa un segundo—. Cuando te presione el hombro, coge aire. Cuando afloje, suéltalo.

Hago lo que me dice. Seguimos caminando varios pasos por detrás y yo me concentro solo en respirar. Al ritmo que él marca sobre mi hombro. Poco a poco la tensión afloja y cuando le miro de reojo, me regala una genuina sonrisa.

—Bien hecho hermanita.

Me dan ganas de abrazarle, pues aunque hay veces que es un capullo, sé que puedo contar con él. En cualquier momento y circunstancia.

—Gracias Leo —musito.

—¡Y pensar que cuando se murió Chispas creímos que nada sería peor que eso!

Me sorprende que se haya acordado de nuestro perro ahora. Sobre todo porque ya tenía catorce años y aunque nos dolió perderle, estábamos hechos a la idea. En cambio lo de Lili...

—Nunca sabremos lo que nos depara el mañana, Leo.

—¡Vaya! De pronto te has puesto filosófica... —me da un suave codazo mientras esboza una sonrisa torcida.

Me la creería si no fuera porque aún su ceño permanece fruncido. Leo siempre parece estar bien, no tiene bajones como yo y mucho menos, ataques de ansiedad. Sin embargo sé que es todo fachada y su ceño fruncido le delata.

—¡Venga! ¡Vosotros dos! Dejaos de confidencias. Si no nos damos prisa, será imposible pillar sitio —protesta Jorge.

No tardamos en llegar. El local es un restaurante de madera de grandes ventanales y decoración marinera. Fuera tiene una enorme terraza en la que ya mucha gente da buena cuenta de su comida. Un camarero nos lleva hasta una mesa desde la que vemos el mar y una suave brisa llega hasta nosotros. Tomo la carta y echo un vistazo sin mucho entusiasmo. En otras circunstancias estaría encantada de disfrutar de una comida así. Sin embargo, después del mal momento que he pasado, tengo el estómago cerrado. En cambio, sé de otros que si pudieran se comerían una vaca entera. Sigo enfrascada en la carta y cuando escucho la voz del camarero, de pronto creo estar de nuevo a oscuras, con ese intruso al que no pongo cara.

—Buenos días. ¿Ya sabéis lo que vais a tomar?

¡Holaaaa! ¿Veis qué poco he tardado en subir un nuevo capítulo? 

Damos introducción a nuevos personajes y conocemos un poco más de la historia de la familia protagonista. Después de haber estado inmersos en el dolor más profundo, están intentando salir adelante y recuperar el control de sus vidas. ¿Lo conseguirán?

Me gusta mucho la relación que Tali tiene con su hermano Leo, siempre están fastidiándose pero saben que pueden contar el uno con el otro. Y eso me parece lo más bonito entre hermanos.

¡Ey! ¿Y qué me decís del final? Creo que el misterioso asalta casas ha tardado menos de lo esperado en aparecer. ¿Qué hará Tali ahora? ¿Tenéis ganas de conocer a Alec?

Eso lo dejamos para el próximo capítulo.

Decidme que opináis y charlamos un poco. ¡Mil gracias por leer! Besitossss

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