Reunión de Generales
Cassian casi se atragantó con su bebida cuando Feyre salió corriendo de la habitación que compartía con Rhysand. Estaba vestida, pero apenas lograba mantener las telas pegadas a su cuerpo, anudándolas a toda velocidad.
—¿Tan malo es mi hermano que sales corriendo? —preguntó, sabiendo de sobra que no era el mejor momento para hacer un chiste.
—Elain necesita ayuda —dijo mientras sus dedos ataban los lazos de las botas con facilidad. Cassian intentó recordarla; si no se equivocaba era la que parecía un rayo de sol todo el tiempo, amorosa sin lugar a dudas. Dio un sorbo a su bebida, dejando la taza a un lado. Azriel lo miró desde la otra punta del salón, apenas levantando la mirada de los informes que estaba leyendo.
—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó, ya poniéndose de pie.
Feyre levantó la mirada, sorprendida momentáneamente, antes de seguir con sus preparativos. En cuanto la vieron asentir con la cabeza, ambos dejaron todo lo que estaban haciendo, justo a tiempo para ver a Rhysand, quien bajaba con la camisa apenas abotonada. En otras circunstancias, Cassian habría hecho algún comentario específicamente para él, pero la expresión de Feyre no indicaba que fuera realmente un buen momento.
—Tengo que ir, Rhys —le dijo ella, dando un último tirón a sus ropas. Ambos quedaron en una conversación silenciosa de miradas. Con un suspiro resignado, Rhysand se acercó hasta ella, dejando un beso en su frente.
—Vuelve rápido —escuchó que le decía, a lo que Feyre asintió con las mejillas ya coloradas—. Protejan a su Señora.
Los hombros de Cassian se tensaron ante la orden y trató por todos los medios de no mostrar que sus ojos se abrían como platos. Su cuerpo reaccionó como lo hacía en el ejército: enderezó la espalda cuanto pudo, haciendo una reverencia corta, pero contundente. Azriel debió hacer algo similar, pues los hombros de Rhysand se relajaron y los dejó salir.
Ni bien estuvieron en la calle, los tres despegaron, directos hacia las fronteras que daban al océano. Con suerte, tardarían menos si daban aquel rodeo.
Dejó las alas de metal a un costado, con tanto cuidado como podía tenerlo en esa situación. Emerie las tomó y se marchó rauda a su taller, sin nada más que gritarle que tuviera cuidado. Gwyneth apenas había llegado, pero la seguía mientras se terminaba de acomodar el cabello en una apretada trenza. Vestían uniformes de cuero, no eran los más seguros en caso de que surgieran problemas, pero tenían que servir de algo; Ataraxia se ajustaba a su cinturón al tiempo que las dagas tintineaban contra la pelirroja.
Entraron a los establos casi trotando, dirigiéndose cada una a su bestia, ensillándolas casi en tiempo récord. Se subieron de un salto, saliendo disparadas en dirección a las Cortes del Verano y del Otoño. Con suerte, lograrían localizar al grupo a medio camino.
El viento aullaba en sus oídos, más traicionero en el Medio, mezclándose con los relinchos de los pegasos. Acomodó las gafas sobre sus ojos, al igual que Gwyneth. Se miraron a la distancia, como si así pudieran decirse algo, decidiendo que se separarían. Nesta iría al este y Gwyneth al oeste. En cuanto se detuviera para un descanso, se trazaría la runa de ella en su brazo. Con suerte, lograrían encontrarse en algún punto medio antes de que fuera demasiado tarde.
Su pegaso protestó un poco cuando entraron a la Corte del Invierno, descendiendo cuando el frío pareció penetrar sus alas y parte del cuerpo. Cabalgaron hasta que el sol empezó a ponerse al otro lado de las nubes, convirtiendo el mundo en una especie de manto blanco gigantesco, no tan enceguecedor como antes. Avanzaron hasta detenerse cerca de una cueva con un río que fluía a pocos pasos de donde estaban. Con unos cuantos relinchos de protesta, el pegaso bajó la cabeza, tomando un poco del agua fría que pasaba frente a sus narices.
Un suspiro nervioso se escapó de las narices de Nesta, intentando no preocuparse por algo que definitivamente no podía controlar. Miró hacia el cielo con nubes llenas de nieve, mordiéndose el labio inconscientemente.
Llevaban dos días en las tierras del Otoño. Elain miraba con ojos preocupados a Norrine, dándole una mezcla de hierbas que Lucien encontraba con asombrosa facilidad. Poco hacían para hacer retroceder a la faebana, pero al menos la palidez de la Señora de la Primavera no aumentaba tan rápido como lo haría en otras circunstancias.
—Tu piel —le señaló Lucien en un momento, tomando sus manos con tal cuidado que Elain estuvo a punto de dejarse vencer por el repentino cansancio que la invadió. Contempló cómo él pasaba las yemas sobre las cada vez más evidentes cicatrices por el constante uso de la piel en la que estaba prácticamente todo el día. Podía empezar a sentir cierta pesadez y el conocido deseo insaciable de sangre, de magia.
—Es normal —dijo, apenas con un hilo de voz.
—Elain —la llamó, haciendo que levantara la mirada, encontrándose con aquellos ojos dispares ya fijos en ella—, quítate el collar.
—No...
—Te está obstruyendo la capacidad de canalizar bien la magia a tu alrededor —la cortó, mirándola fijamente a los ojos cuando siguió—. Y no creas que no sé, o no tengo una idea, mejor dicho, cuál es el objetivo de esos adornos.
Elain se mordió el labio inferior, sintiéndose como un ratón atrapado entre las garras de un gato.
—Tienes razón —suspiró, llevando ambas manos hacia la cadena, quitándola casi con reverencia. Tomó el collar, ya sintiendo cómo el mundo empezaba a darle vueltas, y lo dejó a un costado, respirando hondo mientras se concentraba en el flujo que entraba en ella, en el calor que empezaba a crecer desde sus entrañas. A su lado, Lucien se tensó, aunque no dijo nada por un buen rato, haciendo que Elain lo mirara—. Sé que debería haberte dicho, pero con todo el tema de Norrine, Ianthe y...
Lucien negó con la cabeza, diciendo que estaba bien. Había estado suficiente tiempo con Feyre como para comprender que lo último que podían permitirse eran lujos de aquel calibre. Elain no sabía si alegrarse o llorar.
Aguardaron unas horas más antes de que Elain volviese a colocarse la capa, sacudiéndose como si fuera realmente la bestia que había desollado. Lucien se subió a su lomo, sosteniendo a Norrine, y empezó a correr. No iba tan rápido como cuando comenzó su viaje, pero empezaba a sentir el lejano olor del aire invernal que se colaba entre los árboles. Estaba cada vez más cerca.
—¡Cuidado Elain! —gritó Lucien, poco antes de que una flecha rozara el pelaje de su pata trasera. Una mirada rápida hacia atrás le mostró a tres jinetes que iban acercándose a toda velocidad. Resoplando, aceleró el paso, decidida a, por lo menos, pasar la frontera, como diera lugar.
Sintió el calor del fuego antes de que una bola apareciera a la altura de su costado. Gruñó, saltando un tronco y rogando a la Madre que no fuera a pasar lo peor a quienes tenía en su espalda.
A lo lejos empezó a divisar un manto blanco. Su nariz empezó a congelarse. Ya casi había llegado. Un aullido salió de su pecho, cruzando los dedos para que alguna de sus hermanas estuvieran cerca.
Pasar del suelo lleno de hojarasca al manto helado fue horrible. Apenas notó el cambio en un primer momento, cuando las estaciones estaban demasiado cerca como para que el verdadero clima se hiciera notar, pero quiso chillar cuando sus patas empezaron a patinar sobre un enorme lago.
—¡Deténganse ahí!
Elain hizo lo posible para dejar de patinar, sintiendo que el corazón le latía con fuerza contra las costillas, los brazos y piernas temblando ante el freno repentino y la superficie traicionera.
—¿Qué mierda quieres, Eris? —gritó Lucien.
—¿Acaso no puedo saludar a mi hermanito pequeño? —replicó. Recién entonces Elain pudo fijarse mejor en ellos. Eris era un macho de gran estatura, casi como Tamlin, de cabello igual de intenso que el de Lucien, pero el suyo se acababa poco más arriba de los hombros. Aunque podía ver varios rasgos parecidos, donde Lucien tenía rasgos elegantes, Eris los tenía más afilados, crueles. Los otros dos igual. En cierto modo, era como si en los seis hijos mayores se hubiera concentrado todo el enojo de la Corte del Otoño y no hubiera quedado nada para Lucien—. Aparte, creo que padre fue claro al decir que no pusieras de nuevo un pie en la Corte.
—Técnicamente, no lo hice —dijo él. Elain jadeaba, sin saber para dónde salir corriendo. El frío empezaba a hacerse notar.
—Sabes muy bien que aquí no funcionan los tecnicismos —terció, al tiempo que los otros dos hermanos soltaban una risa por lo bajo y hacían que de sus manos salieran fuego. Avanzaban hacia ellos con pasos lentos, y Elain estaba segura de que no era por la confianza que simulaban tener. Miró hacia el cielo y los costados, aullando una vez más.
—¿Esa no es la humana con la que duerme el señorito de la primavera? —preguntó uno de los hermanos. Elain empezó a caminar más hacia el centro del lago, intentando mantener cierta distancia entre ellos.
—¿Puedes transformarte en búho gigante?
—Se van a caer de mi espalda si hago eso —respondió en un susurro, retrocediendo dos pasos más. El hielo bajo sus patas empezó a emitir un crujido que le encogió las entrañas.
Los otros tres parecieron notarlo también, pero mantuvieron las expresiones de seguridad, pese a que Elain pudo ver cierta tensión en los hombros y cómo las llamas disminuían ligeramente. Gruñó, enseñando los colmillos, por más de que no fuera una verdadera amenaza. Volvió a mirar hacia el cielo.
—No te tenía por un enamorado sin causa —gritó el otro hermano, riéndose de su propio chiste.
—Piensa lo que quieras, Dulos —masculló Lucien.
Con el corazón en un puño, Elain miró una última vez hacia los hermanos antes de decirle a Lucien que se bajaran.
—Necesito mis manos para poder hacer algo —explicó. Él no parecía muy contento, pero bajó a Norrine en sus brazos. Ni bien estuvo libre de cualquier peso sobre su espalda, se empujó con los brazos hasta quedar erguida, dejando caer la capucha de la capa hacia atrás. Le llevó un momento, lo que tardaron los hermanos de Lucien en dejar de estar sorprendidos, dibujar una runa en el aire, lanzando una corriente de aire que los hizo retroceder un par de pasos—. ¡Vamos! —dijo, justo cuando la tormenta parecía estar desatándose. Lucien acomodó a Norrine en brazos, retrocediendo mientras Elain observaba con cierta aprehensión sobre su hombro.
Justo cuando empezaban a alejarse, vio cómo los tres hermanos unían su magia en una enorme bola que cortaba el viento que en breve dejaría de soplar. Maldijo para sus adentros empezando a trazar una nueva runa, pese a que no sería capaz de completarla; con suerte, protegería a Lucien y Norrine.
Había trazado la mitad, casi sintiendo el calor que se iba acercando peligrosamente a su cara, y se preparaba para buscar la forma de que no le afectara tanto el golpe, cuando una nueva ráfaga de viento desarmó la bola. Esquirlas de hielo se clavaron sobre la superficie del lago, extendiéndose como una telaraña, uniéndose entre los pilares que crecían con cada segundo que pasaba.
De haber sido ingenua, habría mirado sobre su hombro, como si quisiera confirmar de que había sido Nesta quien los había salvado. Un portal apareció a su lado, apenas una alteración en el aire que escupió a Gwyneth con una efímera ráfaga de aire caliente, arrancando un relincho de protesta del pegaso en el que montaba.
—Parece que llegamos a tiempo —dijo ella, moviendo el pegaso hasta quedar cerca de Lucien—. Dámela, la llevaré a donde pueda tratarla mejor —escuchó que le decía. El resto se perdió en un nuevo ataque de los tres hermanos, quienes desenfundaron sus espadas. Oyó que Gwyneth la llamaba desde atrás, girando lo suficiente como para encontrarse con una espada corta que apenas se ajustaba a su agarre. No se permitió ni un instante para pensar en lo que implicaba tener un arma en sus manos, simplemente paró la hoja más cercana.
Sus oídos protestaron ante el sonido de metal contra metal.
Empujó a Eris hacia atrás, trastabillando ella misma hasta caer de espaldas contra el hielo. Antes de que el tercero de los hermanos pudiera hacer algo, Lucien se interpuso, fenándolo con tal fuerza que Elain se puso de pie de inmediato para no entorpecer su agarre. Una mirada rápida a sus alrededores le confirmó que Gwyneth se había marchado.
Para el momento que volvió al frente, una nueva ola de aire helado se abrió paso desde los pies de Lucien, a la vez que Nesta pasaba como una exhalación a su lado y tres figuras negras caían del cielo.
—¿Qué mierda significa todo esto? —preguntó Eris, rugiendo.
—Asuntos familiares —respondió Nesta, la única que estaba en su elemento. Elain se habría reído de no ser porque apenas tenía energía para pensar en algo más que en el cansancio que empezaba a consumirla. Lucien la atrapó entre sus brazos, abrazándola con fuerza. Se sorprendió de sentir su piel ardiendo, prueba del fuego que corría por sus venas—. ¿Y tú, Eris Vanserra?
No escuchó la respuesta, pero sí supo que los tres herederos de Beron Vanserra se marchaban, unos puntos rojos que se iban perdiendo en la distancia de aquel mundo blanco. Como si la Madre hubiera estado presenciando aquella riña, la tormenta aminoró, dejando que la vista fuera más clara.
—¿Irán al Cuartel? —preguntó Feyre, mirándolos a ambos. Elain necesitó un momento para poder comprender del todo cómo habían llegado a ese punto. Miró a Lucien, quien mordía su labio inferior disimuladamente, la preocupación llenando sus rasgos, y luego hacia sus hermanas, asintiendo.
Feyre y los otros dos intercambiaron una mirada antes de que ella dijera que iban a volver a la Corte de la Noche. No se le pasó por alto cómo el más alto de los dos machos lanzaba una mirada en dirección a Nesta, quien se encontraba caminando un par de pasos lejos de ellos, silbando para llamar al pegaso en el que probablemente había llegado. El otro parecía aburrido. Ambos siguieron a Feyre antes de que Nesta los detuviera.
—Vengan. Gwyneth puede transportarlos luego —dijo, mientras ofrecía una mano a Lucien para subirse a la grupa detrás de ella.
—¿No va a estar ocupada con Norrine como para llevarnos?
—Tienes más magia que ella —dijo Nesta, como si eso lo explicara todo. Elain sacudió la cabeza al ver que Feyre se mordía el labio inferior, dudando por un momento—. Aprende a manejarla.
Las manos de Gwyneth no paraban de moverse de un lado a otro, buscando las plantas que había pedido casi a los gritos que le acercaran a la sala de enfermería. Se había quitado la parte superior del uniforme, sintiendo que las runas emitían un calor abrasador sobre su piel. Así como sus manos no estaban quietas, sus ojos no paraban de recorrer el cuerpo de la hembra frente a ella.
Una parte de sí, la que mantenía a un lado hasta que tuviera tiempo para poder dejarla salir, estaba al borde de un ataque de pánico, pensando en todas las consecuencias que podrían haber si no se apresuraba. «Cuerpo adulto. Sobrecarga de magia», una a una iba recitando los hechos que se repetían a lo largo de todo el caso, como si fuera un mantra. Ya había expulsado cuanta faebana había dentro de aquel cuerpo, pero si estaba en lo correcto, no iba a ser como curar a Feyre —quien parecía desayunar dicho veneno— o alguien como Nesta, o ella misma incluso.
Machacó unas hojas de glicina antes de tirarlas en el pequeño caldero con otras hojas que había molido en tiempo récord. Estaba dando otra revisión, únicamente para calmar sus nervios, cuando escuchó que la puerta se abría. Ni se molestó en dar una mirada en aquella dirección.
—¿Cómo está?
—Heridas internas. Su cuerpo no estaba del todo adaptado a la magia, por lo que el daño es mayor al que esperaría —informó, volviendo hacia el pequeño caldero para verter unas gotas del río que corría cerca del Sangravah—. Dudo que lo mejor sea utilizar magia sanadora —advirtió, viendo de reojo que el macho de pelo parecido al suyo empezaba a estirar las manos hacia la hembra que parecía estar durmiendo.
Eso detuvo el movimiento y el macho se mostró alicaído ante aquello. Gwyneth le dio una sonrisa simpática, como si con eso pudiera aliviar la carga de alguna manera.
—Necesito que mantengas esto caliente por cinco minutos; en cuanto veas que cambia de color, se lo das por vía oral —dijo, entregándole el pequeño frasco en el que había vertido la mezcla. Él la miró con una ceja arqueada, antes de hacer lo que decía. Gwyneth giró hacia la puerta, sintiendo que el corazón se le olvidaba cómo latir de manera regular al caer en la cuenta de las dos presencias que había allí. Hasta ese momento, apenas había visto más allá de la convaleciente y el macho que mantenía sus ojos heterocromáticos en el frasco; la Capitán Ala de Búho le dedicó uno de sus saludos silenciosos, con esa sonrisa que Gwyneth no tenía dificultades en devolverle. Era el otro sujeto el que le había hecho perder el control momentáneo.
Parpadeó una vez, recobrando inmediatamente la compostura, sabiendo que nadie más que ella había notado el desliz.
—Elain, es bueno verla de nuevo.
—Siempre es un placer, Gwyneth —saludó ella, con aquel aspecto tan cuidadoso que Gwyneth encontraba encantador de una manera sofisticada, nada que ver con las otras dos hermanas—. ¿Cuánto tiempo crees que necesite?
Gwyneth volvió la mirada hacia el cuerpo, más para no seguir echando miradas curiosas hacia el macho illyriano que se mantenía parcialmente oculto entre las sombras; ni siquiera los Sifones que llevaba sobre él parecían querer un tenue resplandor. Se mordió el interior de la mejilla antes de decir que podían ser unas horas o un par de días. Elain asintió, poniendo una expresión que le recordó a Feyre cuando tenía que prepararse para entrar en un personaje, o a Nesta cuando debía empezar a buscar los puntos débiles de un enemigo.
—Habrá reunión en breve —dijo, casi en un susurro que la castaña captó de inmediato.
—Nesta mencionó algo. Me pidió que te avise que Crole desea hablar contigo ni bien tengas un momento.
Gwyneth contuvo la sensación de inquietud que empezaba a subir por su garganta, asintiendo con la cabeza con toda la seguridad que era capaz. Sin nada más que decir, Elain se marchó, dejando a la Sacerdotisa con los dos machos, quienes habían contemplado todo el intercambio en silencio.
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