Lobos y perros rabiosos
Feyre se encontró recordando todas las veces que había terminado con un precio sobre su cabeza, todas en Hybern y eso debía ser peor que aquello, pero lo cierto era que no: al menos entonces había podido escaparse antes de que la encerraran. Se removió, agradecida por que Lucien se hubiera tomado la molestia de haber ido a curarle las alas y algunas heridas, porque no había forma de que hubieran salido ilesas de aquella golpiza. Agradecía por dentro que no hubiera nadie de su División cerca como para ver cuán bajo había caído, y no quería ni empezar a pensar en lo que harían o dirían sus hermanas de enterarse. Estaba segura de que Nesta habría saltado a cortar cabezas sin pensar mucho y Elain... ella habría tenido material de sobra para hacerse varias capas nuevas durante años. Siglos. Y quizás no habrían terminado como las simples sirvientas de una humana, por muy importante que fuera para salvar a Prythian.
Se acomodó boca abajo en el suelo, moviendo un poco sus alas hasta que estuvo tan cómoda como podía estarlo, intentando conciliar un poco de sueño, porque nada interesante iba a pasar hasta que le trajeran la comida. O quizás sí, pero no haría ningún daño el dormir un poco. Estaba por sumirse en lo más profundo de su mente, quizás caer momentáneamente en un dulce olvido, cuando lo sintió: una presencia que intentaba meterse en sus pensamientos con garras. Abrió un ojo encontrándose con Rhysand materializándose de una nube de ceniza en el sitio más oscuro de la celda. Vestía una camiseta y pantalones elegantes, pero ni siquiera así dejaba de parecer un guerrero. Feyre recogió sus alas, poniéndose sobre sus rodillas y bajando la cabeza respetuosamente. Rhysand no estaba contento.
—¿Qué te traes entre manos? —Su voz estaba tensa, pese a que mantenía una postura y expresión relajada.
—Nada que te... le perjudique, mi Señor —dijo, intentando mantener la formalidad, un poco de distancia. Hubo una nueva oleada de molestia por parte de Rhysand antes de dar unos pasos hasta detenerse frente a ella, poniéndose de cuclillas para quedar a su altura, levantando su barbilla con delicadeza, obligándola a verlo a los ojos. Casi se perdió en ellos, en sus vetas azules que se mezclaban con en el violeta y el rosado rojizo que brillaba en aquel momento—. Hago lo que considero mejor para la causa.
—Me parece bien, pero esto se está saliendo de tu control. —Feyre se mordió disimuladamente el labio inferior para no darle la razón.
—Lo tengo todo bajo control, descuida —replicó, manteniendo las alas lo más quietas que podía y tratando de sonar más convincente. Rhysand la contempló largo y tendido, de nuevo intentando entrar en su mente sin éxito—. Me aseguraré de que Tamlin sea liberado por Norrine. Y ahí podremos hacer el resto.
Él soltó un suspiro, apartando la mirada. Sus hombros seguían ligeramente tensos y sus alas parecían estar temblando.
—Preferiría tenerte recogiendo información de Amarantha. No tengo muchas ganas de perder a una buena espía —confesó. El pecho de Feyre se ablandó ante aquellas palabras, casi haciendo que se dibujara una sonrisa en sus labios ante la preocupación y lo que suponía que debía ser natural. No por primera vez, odió mantenerse callada, no poder decirle qué podrían ser en un futuro. Amarantha era el principio y en el principio no había que perder el norte.
—Confíe en mí, no es fácil deshacerse de esta hembra —murmuró, haciendo que él la mirara con ojos atentos antes de esbozar esa sonrisa que podía significar tantas cosas. Feyre se encontró preguntándose cuáles serían, incluso si sus irises cambiarían a tonos más raros con emociones que no había visto. Apenas podía resistir el impulso de juntar su frente con la de él.
—Que sepas que no me gusta perder en las apuestas —dijo, todavía con esa sonrisa torcida, antes de ponerse de pie, retrocediendo un poco antes de esfumarse en un montón de ceniza, siendo sus ojos, de un violeta parecido a las lavandas, lo último en desaparecer. Feyre soltó un suspiro al cabo de un rato, permitiéndose sonreír, antes de volver a acostarse en el suelo. Maldiciendo por lo bajo y rogando que todo terminara cuanto antes
Amarantha llamó a Norrine y su "sirvienta" al Salón del Trono varias comidas más tarde (tampoco era que ella había contado cuántas habían sido). La sacaron dos seres que medían más o menos su estatura, un poco más de metro y medio, aquellos que había visto con las narices y orejas exageradamente grandes. Faye, quien caminaba un paso por detrás de ella, le murmuró que eran goblins, añadiendo que no se fiara mucho de la apariencia débil. Una mirada rápida a los garrotes que llevaban en las manos, grandes y macizos como las armas que algunos de los guardias de las familias más ricas de Archeron tenían. Eso bastó para que siguiera adelante sin rechistar tanto.
Las llevaron por pasillos que se veían abandonados o hechos cueva de algún otro ser, con algunos huesos que se apilaban a un costado o incluso animalillos que desaparecían entre las sombras con un ligero chillido al verlos pasar. Se inclinó hacia Faye, como si la vista le resultara repugnante.
—¿Es normal que haya tanta suciedad en zonas así?
—En madrigueras y cuevas, a veces —respondió, mirando de reojo a los guardias que las iban llevando. Como si aquel gesto hubiera significado algo, los goblins empezaron a reír, un sonido escalofriante, parecido al chillido de un cerdo al que estaban carneando—. Al menos ves lo menos perturbador —murmuró, más para sí que para ella. Norrine frunció el ceño y se volvió hacia Faye.
—¿Qué más hay? ¿Es por el moco de troll que me has pasado por todos lados?
La elfa sonrió inocentemente antes de decirle que era la solución más rápida para el problema que tenían, que no pretendía dejarla ciega para las pruebas, especialmente si había objetos o seres que tenían demasiada magia como para que pudiera captarlos. Aunque, añadió, no captaba a algunos, consideraba que podía percibir los necesarios. Los goblins lanzaron más de aquellas risas inquietantes, empujándolas hacia unas puertas dobles que dos faes abrieron.
—Se supone que el brazalete que te di iba a hacer todo el trabajo, pero me parece que no fue suficiente —masculló mientras avanzaban. Norrine se encontró incapaz de decir algo sobre andar metiéndole cosas en el cuerpo, pero una mirada de Faye bastó para que muriera cualquier réplica, por lo que volvió a mirar al frente.
Así como la primera vez, su cabeza dejó de funcionar momentáneamente al ver a Tamlin, sintiendo que su corazón se empezaba a resquebrajar al ver una indiferencia infinita en sus ojos. Quería gritarle, exigirle, explicaciones. ¿Qué mierda había sido todo eso en Calanmai? ¿Qué había sido de lo anterior, el poema y las caminatas? ¿En serio estaba jugando con ella, por ser una humana? Intentó no seguir con esos pensamientos, segura de que iba a ganarse algún codazo de Faye o una sonrisa divertida por parte de la arrogante que estaba a su lado. Centró su atención en la Reina, tratando de parecer lo más seria que podía, como cuando su madre la había acusado de cosas que claramente no había hecho. Solo que aquí, no había acusaciones, sino humillación pura.
—Bueno, gusano, creo que podemos dejar en claro que tu nombre no es Clare Beddor —empezó, luego dirigió sus ojos hacia Faye—. Elfa, tu nombre.
—Faye, Alteza —respondió sin vacilar. Amarantha sonrió, complacida. Sus ojos emitieron un brillo plateado que le dio escalofríos.
—Ahora sí cooperas, ¿verdad? Un fae atendiendo a una humana... —hizo una mueca de asco al dejar la última palabra flotando en el aire, aunque seguía disfrutando de la situación—. La Madre los hizo para que nos sirvieran hasta en la otra vida, y aquí está la prueba de lo que en mi hogar consideramos una aberración al verdadero orden de las cosas. ¿Esto quieren, faes de Prythian? ¿Ser cómo la elfa Faye, quien se rinde ante un ser inferior a ella, en todos los sentidos?
Unos murmullos empezaron a recorrer el salón, así como varias miradas se posaban sobre ella. Había varias que eran hostiles, como si realmente les molestara el hecho de que Faye se hubiera metido con ella en el lío. Norrine sintió que sus mejillas empezaban a arder y la mano de Faye se posó sobre su hombro derecho, haciendo un poco de presión. Si era para darle apoyo o contenerla, era difícil de saber. Amarantha dejó que los murmullos siguieran por un rato antes de volver su atención hacia ellas, acallando todo con un gesto de su mano.
—Ya viste lo fácil que es responder la pregunta, así que, respóndela. —Su expresión era feroz, no de la manera en que la había visto en Faye, sino más salvaje. Si tenía que comparar, la elfa parecía un lobo, mientras que la mujer frente a ella era uno de esos perros con rabia.
—¿Y no puedes deducirlo por tu cuenta, oh, gran Reina de Prythian? —replicó, haciendo que la furia estallara en los ojos negros de la fae. Su amiga aumentó ligeramente el apretón sobre su hombro, tirando ligeramente hacia atrás. Norrine levantó la barbilla, manteniendo la mirada pese a que quería salir corriendo.
—No tientes a la suerte, mortal. —La vio reclinarse hacia el frente, como si quisiera asegurarse de que las palabras le llegaban con total claridad—. Te estoy permitiendo respirar en estos momentos, por si no eres consciente de ello.
—Como la hagas enfadar más, te juro, Norrine, que yo misma me hago cargo de estrangularte —le susurró Faye con la voz tensa. Le preguntó de qué lado estaba, a lo que ella respondió que el de ella—. Pero no puedo protegerte si decide usar su magia.
Fue difícil, pero logró quedarse quieta en el lugar.
—Escucha a tu sirvienta, humana —dijo Amarantha, de nuevo sonriendo como el perro rabioso que era—. Parece que tendré que tomar medidas más drásticas —suspiró con exagerado dramatismo—. Rhysand. —No levantó la voz, ni siquiera perdió la elegancia al pronunciar ese nombre con una nota melosa. El corazón de Norrine empezó a latir con fuerza contra su pecho al escuchar los pasos que anunciaban al Señor de la Noche, una marcha fúnebre. La misma cadencia que recordaba de hacía tres meses, antes de que todo se fuera al demonio. Lo vio detenerse a su lado, con una expresión relajada, y una especie de sombra que lo seguía como una capa, entrecerró los ojos, creyendo ver unas falanges en medio de aquello, como si fueran enormes manos que iban capturando la luz del aire—. ¿Esta es la humana que viste en la Corte de Tamlin?
Sin perder ni un ápice de la serenidad con la que se veía, eliminó una inexistente arruga de su elegante ropa, tan oscura como lo que sea que tuviera detrás de él. Notó cómo también llevaba parte de la espalda descubierta, pero tuvo que detener su inspección cuando se percató de que la observaba con una expresión parecida a la de Faye. Él era un lobo feroz, de eso no quedaban dudas. Rhysand se encogió de hombros al terminar su inspección, volviendo la cabeza hacia Amarantha.
—No podría afirmar tal cosa, todos los humanos se ven iguales para mí.
Norrine no sabía si agradecerle u ofenderse, pero dejó de lado aquello ante el bufido molesto de la Reina. «Solo porque no me has delatado, ya me caes un poco mejor», pensó y casi pudo sentir que la presencia helada que había sentido en la Mansión de Tamlin empezaba a rondar por su cabeza. Su cuerpo entero se tensó antes de escuchar un susurro etéreo que le decía que se relaje, que deje que la elfa y él llevaran las riendas del asunto. Amarantha chasqueó la lengua y, con un movimiento de su mano, Faye fue arrastrada al frente removiéndose como si la estuviera sujetando por el cuello.
—Tu nombre, humana. —Faye se retorció en el suelo, arañando algo cerca de su garganta, donde no había más que aire. Norrine dio un paso hacia adelante, sintiendo que el corazón se le encogía al ver cómo la elfa empezaba a boquear y a arañar el suelo con su mano libre. Estaba segura de que había visto un ligero movimiento a su izquierda, donde estaba parado el Señor de la Noche.
Dudó, hasta que la voz le pidió (ordenó) que dijera un nombre, verdadero o falso, no importaba.
—Lydia —dijo, dirigiendo la mirada hacia Amarantha.
—¿Segura? —preguntó Amarantha, con una sonrisa que duró un instante antes de que su cara se convirtiera en la furia que debía de tener dentro—. Si estás mintiendo solo para salirte con la tuya, así como algunos de los aquí presentes, va a terminar peor para esta deshonra —advirtió, haciendo que Faye se retorciera más con un movimiento de un dedo.
El pánico se apoderó de ella.
—¡Norrine! Mi nombre es Norrine —chilló sin poder pensar en algo más que en la cada vez más desesperada Faye que seguía removiéndose, arrodillándose junto a su amiga, quien tosía a la vez que trataba de enderezarse. Tuvo la sensación de que algo la golpeó en un momento, pero no sabía si era algún truco del hombre detrás de ella o algo que no podía ver. De todas formas, no importaba, había logrado que dejara de atormentar a su amiga.
—Qué fácil es cuando los humanos cooperan —ronroneó la fae desde su trono, disfrutando del espectáculo que había frente a sus pies. Norrine apretó los dientes, tratando concentrarse en ayudar a Faye y no tanto en la voz de la Reina—. Ahora que todo está claro, Norrine, vamos con mi parte del trato.
Así como en el primero encuentras a muchos,
en el segundo encuentras a varios.
Bello y feroz es uno,
misterioso y paciente el otro.
Una danza entre bestias que la cola se buscan morder,
siempre al final, siempre al principio.
»Como dije, soy una Reina bondadosa: responde bien al acertijo y obtienes lo que quieres, de lo contrario... —De nuevo estaba la sonrisa de perro rabioso—. Quizás pueda pedirle a la Tejedora dos nuevas muñecas para mi estantería. —Un baño de agua helada bajó por todo el cuerpo de Norrine al escuchar aquellas palabras—. Llévenselas.
Rhysand abandonó el Salón del Trono ni bien tuvo la oportunidad. Se encerró en la habitación, ordenándole a las gemelas que lo dejaran solo hasta que las llamara. Necesitaba pensar, necesitaba poder volver a acomodar las piezas en su cabeza, recuperar su rumbo. Estaba tan fascinado como aterrado por lo que se desarrollaba frente a sus ojos, un juego que disfrutaba de jugar, pero con un adversario como Amarantha... Tener a la elfa con la humana era cierta garantía de que todo saliera a su favor, eso lo podía entender e incluso valorar, lo que no era negociable, ni racional, era el terror helado que lo había sacudido durante un momento, mordiéndole las entrañas desde que las había visto llegar, agarrada como si fuera un simple animal callejero.
Sí, tenía a una informante y posible emisaria que podría ayudarlo a poder entablar relaciones con la Corte Primavera en un futuro. ¿Era la mejor? No tenía idea, pero la necesitaba de todas formas, y si diciendo aquellas palabras que había dicho en la celda lograba que ella siguiera adelante, pues las diría cuantas veces hiciera falta. Sin embargo, eso no explicaba lo que había pasado en la Sala del Trono. Había una posibilidad, pero era tan absurda que no podía siquiera serlo. ¿O tal vez sí? Después de todo, su madre le había contado cómo había sido el conocer a su padre, el saber que estaban destinados a encontrarse y ser un apoyo mutuo. Desconocía si había una forma de que una Unión Divina fuera algo que quisiera atesorar, y si así podía ignorar la parte del legado de su padre que más aborrecía, mejor.
—Tu mundo se vuelve más brillante, hijo. Es como si todo lo bello se amplificara.
Un nudo se formó en su garganta al recordarla, primero sonriendo como lo hacía cada vez que volvía a la casa lleno de barro por estar peleando con Cassian y Azriel sobre alguna tontería y se quejaba de ellos. Luego recordó el olor de las galletas que solía prepararle y cómo no temía hacerle frente a su padre cuando creía que era necesario. Y también recordó aquella puta caja con sus ojos castaños abiertos y viéndolo sin ver.
Apretó los puños, maldiciendo por lo bajo mientras se obligaba a no enojarse con Tamlin. Ya había cobrado su venganza, había tenido siglos para dejar ir todo aquello. Como siempre, era más fácil decirlo que hacerlo.
Dejó salir un suspiro antes de acostarse y cerrar los ojos, contemplando el techo, como si así pudiera volver a tener los sueños antes de que Amarantha lo atrapara. Intentó imaginarse uno de los campos que había visto una vez, lleno de lavandas y piedras preciosas que brillaban como estrellas. Relajó su cuerpo, su mente, obligándose recordar el prado y pronto se encontró en medio de un campo verde, cerca de las Estepas Illyrianas. Esperaba encontrarse solo, más cuando empujó la puerta que salió de la tierra misma, dando paso a una enorme galería que le recordaba vagamente a los interiores de su Casa de Pueblo. A sus costados, formando un sendero, había unos jarrones llenos de margaritas blancas y rosadas que florecían a medida que iba avanzando. Frente a uno de los ventanales, de espaldas a él, había una hembra, tenía un par de alas membranosas, que reconoció como illyrianas, rojizas por la luz que se colaba a través de las ventanas. Estaba vestida con los colores del escudo de su familia: plateado y violeta, con su espalda descubierta. Ella se volvió hacia él, causando que el vestido susurrara contra el suelo, pero antes de que pudiera ver los ojos que acompañaban a la cálida sonrisa que le ofrecía, despertó con un llamado a la puerta.
—¿Alguna idea de cuál podría ser la respuesta al acertijo? —preguntó Norrine en cuanto estuvieron solas. Faye lo pensó un momento antes de hablar.
—Mira... ¿Puedo ser franca, Norrine?
—Por supuesto.
—Soy pésima para las adivinanzas.
—Jodeme.
—Te juro, por todo lo que existe y existirá, que debo de haber hecho algo atroz en una vida pasada como para no ser capaz de resolver adivinanzas que conozco desde que tengo cincuenta años —respondió Faye, riéndose de sus propias palabras. Norrine seguía sin saber si le estaba tomando o no el pelo. La elfa siguió con su discurso—. Si alguna vez se presenta la oportunidad, le puedes preguntar a mis hermanas cuándo fue la última vez que logré responder bien una adivinanza sin mirar la respuesta antes, y varias veces. Así que, cualquier cosa que yo te diga, tómalo como una muy posible respuesta incorrecta. Hasta ahí te puedo asegurar.
Norrine casi estaba preguntándose para qué demonios se había sentido alegre de tener a Faye a su lado en todo ese lío. El camino más corto se había vuelto un "no" rotundo, a menos que ella lograra deducirlo por puro azar. Ni siquiera se molestó en intentar resolverla, a pesar de que una y otra vez volvía a su cabeza el dibujo de las Uniones Divinas, dos bestias que se comían entre ellas, pero no era eso ¿no? Sacudió la cabeza, decidida a contemplar el techo de piedra, preguntándose qué clase de tareas, o torturas de cualquier índole, podría pensar Amarantha para ver si era capaz de liberar a Tamlin y probar que lo amaba.
Siete comidas después, unos troles las sacaron de la celda, llevándolas a ambas a rastras por unos pasillos cada vez más oscuros, de suelo más áspero y casi podía sentir un hedor que empeoraba con cada paso que daban. A diferencia de los goblins, estos tenían la apariencia de romperla físicamente con un poco de presión de sus dedos, y dudaba qué tan inteligentes podrían ser en comparación, pero no pensaba ponerlos a prueba. No llegó a preguntarle a Faye, pues pronto aparecieron en lo que parecía un palco, cerca de un montón de túneles donde apenas llegaba la luz que entraba por una lejana entrada. Ni siquiera mirando fijamente podía terminar de deducir qué había al fondo de todo aquello.
—Me han dicho que eras cazadora en tu hogar, Norrine. —Su nombre sonaba casi como un insulto por la forma en la que lo pronunciaba. Se giró hacia donde provenía la voz de Amarantha—. Se me ocurrió que podría ser una buena forma de empezar: ¿por qué no deleitarnos con tus habilidades mundanas? —Algunas risas que parecían sonidos animales se hicieron oír ante las palabras de la fae, como si hubiera contado alguna clase de chiste privado—. Sin embargo —cortó, levantando una mano y el silencio se hizo oír una vez más—, primero hay que ver si tu sirvienta es capaz de mostrar un poco de su valía, ¿no crees?
Antes de que pudiera comprender qué quería decir, escuchó a Faye soltar un grito de sorpresa seguido de un golpe seco. Se asomó por el borde, apenas distinguiendo la máscara blanca que se giraba hacia arriba. Tenía la garganta cerrada por el miedo, especialmente cuando los faes empezaron a hacer tal alboroto que el suelo de piedra parecía estar sacudiéndose bajo sus pies, como si algo enorme estuviera avanzando por él. Vio que Faye estaba sacudiéndose las ropas, como si esperara a que la tiren a ella también, pero los gritos alocados de los faes a su alrededor le daban una mala espina.
—¡A tu izquierda! —gritó Lucien entre la multitud y los ojos de Norrine se dirigieron hacia allí. Dirigió su mirada hacia un lado, donde una nube de sombras y fuego verde se movía hasta llegar al pasillo donde estaba Faye.
Estuvo a punto de gritarle todos los insultos que conocía, en los tres idiomas que mínimamente sabía hablar, a Amarantha. Le había costado no caer de espaldas, y apenas había logrado estirar las alas lo suficiente para que el golpe no le quebrara las rodillas. Si planeaban tirar a Norrine de esa altura, la iban a matar, sin lugar a dudas. Bufó por lo bajo mientras se quitaba la poca tierra que le había quedado en los pantalones.
Estaba dispuesta a ponerse cómoda, ver cómo haría para atajarla sin que ello implicara terminar las dos lesionadas, cuando todo su cuerpo se puso en alerta por el grito de Lucien que de alguna manera había logrado captar. No oía del todo el probable bochinche que debían estar causando arriba. Olía a podredumbre, como cuando un cadáver pasaba demasiado tiempo encerrado en un cuarto y uno abría la puerta de repente para ver cómo estaba. Afinó el oído, escuchando un gruñido sordo que empezaba a acercarse por su izquierda. Empezó a girar la cabeza, justo a tiempo para ver a un lobo, tan grande como un oso, con llamas verdes saliendo por sus ojos y boca, detenerse en un recodo del laberinto y fijar la vista en ella. «Mierda, oh, mierda». Se sintió palidecer antes de empezar a correr en sentido contrario, casi deseando poder sumergirse en las sombras pese a que varios ojos estaban sobre su persona.
Oyó un ladrido y no quiso mirar sobre su hombro, temiendo encontrarse con el skoll a punto de alcanzarla. Maldijo por lo bajo al notar que estaba en una parte bastante estrecha, imposibilitando el que pudiera extender sus alas como para sobrevolar un poco. Corrió tan rápido como podía, agradecida por poder ver perfectamente en la oscuridad pese a que este era diferente a la que conocía, patinando al girar en las esquinas hasta que dejó de escuchar los ladridos y gruñidos a sus espaldas. Jadeando, miró sobre su hombro, sin ver a nada ni nadie tras ella, así como tampoco podía distinguir con total precisión sus alrededores. «Mierda», pensó de nuevo mientras seguía avanzando, rozando las paredes con una mano hasta que sintió algo viscoso entre sus dedos y decidió apartarla antes de pensar más en lo que podría haber causado aquello. O qué era.
Tenía que volver a por Norrine, pero algo le decía que dar media vuelta y regresar sobre sus propios pasos no era la mejor de las decisiones. El sitio entero apestaba a muerte, solo los tres siglos de entrenamiento le permitieron mantener la compostura y no vomitar. Sintió que, en aquel momento, de haber sido como Nesta, o Elain, habría resultado mejor que una illyriana; confiaba en que ellas habrían encontrado la forma de salir de allí sin mucho problema (o directamente habrían evitado entrar en todo el circo y estarían encontrando una forma más sutil de torcer las reglas). Extendió ligeramente las alas, concentrándose en los sutiles cambios que había en el aire, así como en los roces que daba contra las rocas. Al cabo de un rato, como si parte de ella estuviera absorbiendo la magia que había en la piedra que colgaba de su cuello, empezó a ver más de lo que estaba acostumbrada.
Huesos rotos, esqueletos completos, cadáveres en distintos estados de ser devorados y putrefacción. Oyó un sonido parecido al de un grillo seguido de pasos pesados, haciendo que sus uñas se transformaran en garras de manera instintiva. Se quedó quieta, atenta a los susurros antes de abrir en canal a lo que parecía ser una criatura que apenas tenía algo más que piel y huesos. No se molestó en averiguar qué era, simplemente se limpió las manos contra el pantalón y siguió avanzando, dejando atrás al cuerpo, volviendo a concentrarse en sus alas.
Un eco la detuvo en medio de la oscuridad, sonaba lejano, pero no tardó en saber de dónde provenía. Su corazón tembló ante la posibilidad que fuera Norrine, porque estaba segura de que Amarantha no le habría dado ni siquiera un arco y flechas, y si lo había hecho, estas habrían sido malditas para siempre fallar, o algo por el estilo. Volvió a escuchar algo y avanzó con los pasos más seguros. Le pareció ver algo de luz a lo lejos, blanca y fría. «Norrine», se repetía una y otra vez mientras aceleraba el paso hasta casi correr, sintiendo que se le cerraba la garganta a medida que empezaba a reconocer una reja que le impedía el paso a una arena.
Dentro, en medio de una especie de baile sin gracia, estaba la humana que esquivaba a un goblin que revoleaba una espada como si fuera un mazo. La escena habría sido graciosa si no fuera porque no parecía ningún chiste ni algo que no fuera a terminar en un desastre. Miró a los alrededores, buscando alguna forma de levantar las rejas, pero todo lo que podía ver eran paredes de piedra y huesos desperdigados por doquier.
—Parece que podemos pasar a la atracción principal. —Escuchó que decía Amarantha, divertida ante lo que estaba pasando—. ¡Que entren la elfa y el dragón de Middengard!
Feyre se sintió palidecer al escuchar la palabra "dragón", y volvió a mirar al túnel sobre su hombro, sintiendo que el miedo empezaba a invadirla y estaba segura de que había visto un destello o algo moverse entre las sombras. Miró a la reja, luego a Norrine, quién ya había recibido su primer corte en el brazo y se maldijo por dentro mientras se metía en una sombra de la reja, saliendo justo debajo de una puerta que estaba a los pies de Amarantha. No perdió ni un segundo de la sorpresa del goblin, al cual arrebató la espada de un movimiento limpio y cortó ambos brazos antes de atravesarle el corazón. Limpió la hoja con un golpe de muñeca, preparándose para la bestia que seguramente saldría de la puerta que ya se había abierto a medias. Ignoró el silencio que pareció extenderse alrededor de ellas y, sin mirar a una atónita Norrine, le habló.
—Enfócate. No te distraigas. —Notó, demasiado tarde, que estaba hablando como lo haría con sus subordinadas en medio de una misión—. Si es la bestia que creo que es, va a seguirme a mí. Aunque... no importa —sacudió la cabeza, cruzando los dedos para que la bestia prefiriera seguir a la magia que a la sangre.
—¿Cómo estás tan segura?
—Ahora mismo estoy zumbando de magia y tú apenas tienes lo mismo que un insecto, no va a prestarle atención a una presa pequeña —dijo, afianzando el agarre sobre el mango gastado. Con suerte, el filo sería suficiente como para que funcione. O lo haría funcionar de alguna manera. Por las dudas, empezó a trazar runas en la punta de sus dedos, concentrándose en poner las que creía que serían indispensables.
Filo. Resistencia. Canalizar...
—¿Podrás matarlo? —preguntó Norrine con un hilo de voz.
Distinguió el ligero temblor en la tierra, un murmullo en las rocas que probablemente se iban abriendo paso para que el ser pasara.
—La otra opción no es de mi agrado —respondió, levantando la vista y relajando sus hombros, rogando no estar tan fuera de forma con el combate con una espada de aquel tamaño—. Es ciego, pero escucha y huele bien, no tengo idea qué tan dura o blanda será su piel por fuera, pero eso ya te lo dejo a ti. Y por dentro... siempre son blandos.
—¿Qué tan grande...? —Justo en ese momento, rompiendo la verja que separaba a la arena del laberinto, entró una bestia que debía de ser el triple de grande que un trol, con escamas rosáceas cubriendo su cuerpo y dientes listos para destrozarlo todo—. ¿... es? Puta madre.
Feyre dejó de prestarle atención a Norrine empujándola con todas sus fuerzas hacia un costado de la arena antes de lanzar un tajo cerca de las encías de la bestia y apartarse. El dragón, una especie de serpiente enorme, lanzó un rugido espeluznante, retrocediendo por un momento. Feyre sonrió pese a estar sudando frío y afianzando el agarre del mango.
«A ver si me puedo desquitar un poco contigo.»
Rhysand se arrepentía profundamente por haber apostado unas setecientas monedas de oro. Debía de haber ido a por una bolsa de mil, pero no podía cambiar lo hecho ni llorar sobre las decisiones tomadas, tampoco cantar victoria antes de tiempo. Estaba luchando contra las ganas de inclinarse sobre sus rodillas, de acercarse cuanto pudiera para ver mejor los movimientos que realizaba la elfa. Se movía con la misma gracia con la que había visto a Azriel y a Cassian luchar cuando ameritaba, lanzando tajos que en cualquier otra criatura habrían sido letales. Peleaba como un guerrero illyriano, y eso hacía que sonriera hasta mostrar los colmillos. Además, estaban los extraños grabados que había hecho sobre la hoja, un ligero destello ambarino que parecía envolver al arma como si esta fuera el esqueleto.
No tenía idea si entre los elfos del bosque estaba la capacidad de aparecer y desaparecer en un punto u otro, quizás había sido producto de la desesperación, pero no iba a averiguarlo mientras la elfa siguiera en la arena. De todas formas, tendría que hablar con ella más tarde. Y apostar toda su fortuna la próxima vez que se diera la ocasión.
—Estás disfrutando bastante del espectáculo, Rhysand. —El Señor del Día lo miraba con una ceja alzada. Llevaba una túnica blanca y su cabello negro parecía casi castaño sin la corona dorada que solía llevar.
—¿Qué decirte, Helion? A mi gente le gustan las hembras tanto como las peleas, y aquí estoy viendo a ambas cosas juntas —dijo, encogiéndose de hombros. Estuvo a punto de unirse a él al escuchar la carcajada que soltó de sus labios, una bastante contagiosa y ruidosa.
—Sí, bastante bonitas, ambas hembras, pero creo que prefiero quedarme con tus machos, nada supera a un buen cuerpo, especialmente los de tus secuaces más cercanos, y estas están bastante delgadas para mi gusto.
Rhysand se sorprendió de estar a punto de bufar. Como si tuviera razones para decirle a Helion que estaba siendo injusto con "Faye". Decidió ignorar el comentario y se volvió a concentrar en la pelea. Abajo, la humana había conseguido un hueso casi tan grande como la espada de la elfa y se sumaba al ataque, justo cuando la segunda era lanzada por los aires, chocando contra los hierros que impedían el escape de los que estaban dentro. Su corazón se encogió en un puño al verla aferrándose con dificultad antes de trepar hasta alcanzar un pequeño punto de equilibrio. La vio balancearse, acomodándose un poco mejor antes de dejarse caer y desaparecer momentáneamente de su vista.
—¿Considerándola como futura consorte? Si tiene esa energía en la cama...
—Ese será problema mío, Helion —lo cortó, manteniendo una voz tranquila, una advertencia que el Señor del Día captó sin problemas. Podría hacerla una de las hembras para su disfrute personal, pero eso era un tema para cuando las aguas estuvieran calmas, no revueltas por un dragón que ya empezaba a soltar alaridos de dolor. Tampoco podía pensarlo incluso entonces. «Cuando Amarantha muera», se prometió.
Un estallido de fuego negro apareció allí donde la elfa había hecho algunos cortes. El dragón se retorció lanzándose contra la humana en un último y desesperado ataque y luego se quedó quieto. Las fauces se veían cerradas y la sangre empezaba a colarse entre los dientes.
—¡Norrine! —chilló la elfa, corriendo hasta la cabeza, cortando y soltando un estallido de magia, hasta sacar a la dichosa humana de las fauces de la bestia casi a rastras. Ambas se veían bien, dentro de todo lo posible, llenas de tierra y algún que otro corte, pero no podía saberlo con seguridad a la distancia y tampoco creía que pudiera llegar antes de que Amarantha le diera un castigo a Lucien por ayudar a la elfa al comienzo. Un segundo de tenso silencio se apoderó del lugar antes de que la humana soltara un quejido de dolor y Amarantha pusiera una cara de malhumor.
Rhysand se carcajeó con fuerza mientras un trasgo le acercaba varias bolsas con las monedas de las apuestas. El alivio y la sensación de victoria eran tales que, por un momento, olvidó que estaba Bajo la Montaña.
—Desgraciado, me voy a preocupar por el día en el que tengas descendencia si salen con la mitad de tu suerte —murmuró Helion mientras lo veía enviar las bolsas a su habitación. Rhysand sonrió peligrosamente.
—Preocúpate cuando anuncie quién va a ser la hembra que los parirá, de ella depende la mitad de mi legado —dijo mientras ambas salían de la arena, escoltadas por goblins.
—Por cómo estás mirando a esas dos, ya me voy preocupando.
No iba a decirle lo contrario.
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