Lágrimas contenidas
Feyre llamó a la puerta pese a que sabía que Tamlin no iba a responderle. Aguardó unos segundos antes de considerar que ya había sido prudente y entró a la habitación que había pertenecido a Norrine desde el primer momento. Tamlin estaba sentado en una silla próxima a la cama con dosel, pálido, los ojos fijos sobre el cuerpo de ella como si fuera a desaparecer en un parpadeo, sombras violetas se podían apreciar bajo sus ojos, cada vez más pronunciadas. Verlo era una forma de resumir la sensación de estar al borde de que el mundo colapsara, que la victoria era un tanto amarga. Pese a que con Lucien le insistían que fuera a dormir, ella tampoco podía conciliar el sueño cuando le tocaba hacer guardia.
—¿Por qué no despierta?
El dolor en aquellas palabras casi le estrujó el corazón.
—Ya lo hará, Tamlin —dijo, dándole un ligero apretón en el hombro, obligándose a sonar convencida—. La magia debe estar terminando de asentarse en ella. —Fue la mejor respuesta que se le ocurrió, haciendo que él soltara un largo suspiro antes de acariciar el rostro de Norrine con el dorso de la mano con reverencia. Apartó el ligero pinchazo que le invadió—. Ve a descansar, yo la cuido.
Tamlin se mostró reticente al principio, incapaz de moverse del lugar en el que estaba hasta que dejó salir un suspiro, obligándose a ponerse de pie, no sin dejar un beso en los labios de Norrine antes de marcharse. Feyre se dejó caer en un diván que había cerca, soltando un largo suspiro mientras mantenía la mirada en el cuerpo que parecía estar durmiendo plácidamente, con un aire que parecía más al de un fae que el humano. Sus orejas habían empezado a afilarse en las puntas, no de la manera en la que lo hacían los elfos, que eran más redondas, sino como flechas, y las cicatrices se veían menos duras, parecidas a las ramas de las vides que se extendían sobre los postes. Dejó caer la cabeza, volviendo a ver el cuerpo tirado frente a ella, a Tamlin destrozado mientras le pedía que no lo abandonara, que siguiera con él. Le debía la vida, y nunca creyó que el miedo a la muerte, una que podía decirse que conocía bastante bien, fuera a ser tan... aterrador. Había olvidado lo que era sentir que las entrañas estuvieran encogidas, que el aire se volviera pesado y pareciera que incluso la pradera se volviera un lugar sin salida. Nesta casi la había acogotado en cuanto estuvieron a solas, gritándole donde había cometido tantas meteduras de pata que era un milagro el que no se hubiera destrozado antes. De no conocerla, no habría notado el dolor y el terror que tenía en los ojos, creyendo que estaba más molesta por la cantidad de veces en las que todo podría haber terminado mal.
Gwyneth no la había soltado por un muy buen rato, abrazándola para asegurarse de que estaba en una pieza, murmurando que se alegraba de que todo hubiera terminado bien. Elain probablemente la habría examinado de la misma forma que lo haría su madre: de pies a cabeza y luego la obligaría a verla a los ojos, como si así pudiera ver sus pensamientos.
—¿Tienes un momento?
La repentina voz a su lado hizo que el corazón estuviera a punto de salir por su boca.
No sabía en qué momento se había dormido o perdido toda noción de los alrededores, lo cual hizo que sus ojos recorrieran el resto de la habitación antes de volver hacia la ventana que permanecía abierta. Rhysand estaba allí, parado en el borde de la misma, mirándola con una ceja arqueada y una sonrisa de medio lado que terminó alterando todo su cuerpo; al momento de levantarse del diván, no apoyó bien la mano para impulsarse hacia arriba y terminó cayendo con un buen golpe en la mandíbula. Gruñó, sintiendo que le ardían las mejillas mientras se levantaba con ayuda de Rhysand, quien de milagro no había pisado sus alas todavía ocultas por el glamour. Debajo del vestido, la máscara se sintió como un arma en medio de una reunión de amigos. Había querido ir al taller de Emerie durante aquellos días y pedirle que cambiara la gema de adorno, la situación simplemente no se había dado y en ese momento le servía un poco.
—Creo que has decidido que sí —respondió ella, intentando no mostrar cuánto deseaba echar a correr o simplemente ponerse la máscara para tapar parte del rubor. Se limpió las manos disimuladamente en la falda cuando las sintió sudorosas. Él rio entre dientes antes de verla a los ojos, desarmándola por completo con sus palabras.
—¿Vengo a buscarte en una semana?
Feyre tuvo que morderse la mejilla y contar hasta cien para no perder la compostura. La respuesta honesta estaba a punto de salir disparada, un "voy corriendo a por mis cosas" que sonaba desesperado, incluso en su propia cabeza. Esbozó una sonrisa, inclinando la cabeza hacia un lado, mirándolo con detenimiento. Habían algunas marcas de cansancio y cierto brillo en sus ojos que le daba más ganas de acercarse a él e inhalar su aroma.
—¿Seguro que no quieres descansar de mi presencia por más tiempo? —preguntó, haciendo que una sonrisa de autosuficiencia apareciera en el rostro de Rhysand, quien se inclinó como si fuera un lobo y ella un cervatillo.
—Me parece que es al revés...
—Faye.
—Ajá y mi nombre es Calvin, un silfo de la Corte del Día.
Feyre negó con la cabeza, riendo por lo bajo. Decir que le encantaba aquello era quedarse corto.
—Te lo diré cuando vaya a la Corte —prometió, sintiendo que una marca aparecía en el lado contrario a la que habían hecho antes. Rhysand hizo una mueca decepcionada, aunque había una chispa de picardía en sus ojos que se dirigieron momentáneamente al lugar donde había aparecido la marca. Costó no perderse en ellos, no querer contemplarlos para ver si eran realmente violetas o una amalgama de colores—. Hasta entonces, Calvin.
Él negó con la cabeza, riendo entre dientes, antes de desaparecer en su usual nube de cenizas, prometiendo que volvería en algún momento. Esperó un momento, asegurándose de que volvía a estar a solas antes de permitirse volver a respirar con tranquilidad. «Y yo pensando que podría confesarme hace casi dos meses», pensó mientras volvía a sentarse, mirando hacia el techo con una sonrisa amarga. Movió la mano, invocando un trozo de madera que había dejado en la habitación junto con el cuchillo que usaba para tallar, continuando con la figura de una mujer dormida dentro del tronco.
Rhysand dejó de transportarse con magia poco después de pasar la barrera de la Corte del Día. Sus ojos se adaptaron con facilidad a la eterna noche que reinaba frente a sí, admirando el paisaje que se desplegaba ante sí: Illyria en medio de las montañas del norte, algunos pequeños brillos que señalaban el lugar donde estaban algunas aldeas de la Corte, la fría Ciudad Tallada. La emoción burbujeaba en su interior, haciendo que sus alas se inclinaran, llevándolo hacia el oeste.
Ciertamente, se sentía bien el volver a la Corte. A Velaris. «A casa», suspiró por dentro, como si por fin pudiera quitarse la armadura que tenía en la piel, demasiado sudorosa y abollada para seguir usándola por un instante más. ¡Por la Madre y el Caldero benditos! Cómo había extrañado el cielo eternamente estrellado, la fría luz de las estrellas y el silencio acogedor de la noche. Podía sentir los restos de la Caída de las Estrellas, esa magia que hacía que las estrellas emitieran una melodía especial que nadie comprendía del todo, pero se podía sentir en los huesos. Sobrevolaba por las praderas, siempre hacia el oeste, disfrutando del aire helado que le acariciaba el rostro y las alas, como si le diera la bienvenida con los brazos abiertos.
Le habría encantado llevar a la elfa consigo, mostrarle lo que bien podía ser una parte de él. Casi había dejado escapar su amor por Velaris cuando ella mencionó que tenía una fascinación por la Ciudad Tallada, de decirle que la belleza de la Ciudad de las Estrellas era el verdadero arte de su gente. Antes de que las cosas se hubieran puesto incómodas tras lo que había sido un plan improvisado que le había revuelto de la peor manera posible, cuando no sabían cómo sería la tercera prueba.
—Es casi imposible no estar fascinada; tiene los tallados más complejos que he visto en mi vida —había mencionado, sus ojos habían dado un ligero brillo al mencionar aquel detalle, uno que había iluminado aquellas pupilas como si fueran las estrellas en el firmamento. «Espera para ver a Velaris», había querido decir, sintiendo que su pecho se ensanchaba ligeramente. De no ser por la mirada de Amarantha sobre sus movimientos, lo que era claramente una falta de magia que rápidamente estaba siendo reemplazada por nueva, volviendo a sentirse como el Señor de la Noche que era, le habría dicho, la habría llevado a un sitio aparte para contarle.
Parte de él todavía quería volver, ir y tomarla en brazos, simplemente para tenerla cerca, presentarla a su Círculo, que ellos supieran que había encontrado ayuda, un apoyo en medio de aquella pesadilla. Sacudió la cabeza, apartando la idea hasta lo más profundo de su mente; luego se ocuparía de ella, de momento, lo único que quería era volver a la Casa del Viento, escuchar por fin voces que le fueran familiares y poder bajar la guardia del todo.
Aceleró, convirtiendo el mundo en un borrón bajo su paso, atravesando la barrera de la ciudad sin dificultad. Una sonrisa amplia se extendió en sus labios al ver las conocidas calles que iban de un lado a otro, los edificios que estaban adaptados para los habitantes alados, así como los caminos para los que no poseían dicha capacidad.
La Casa del Viento se alzaba sobre el resto de la ciudad, como si la observara desde la montaña. Algunas luces estaban prendidas, y su corazón latió con más fuerza ante la idea de que lo estuvieran esperando o simplemente aguardando a que entrara. Una lágrima amenazaba con escaparse de sus ojos ante la necesidad que tiraba, casi de manera dolorosa, por lanzarse como un torbellino al interior. Apenas había apoyado los pies frente a la puerta, plegando las alas, cuando esta se abrió, no de golpe, sino como si hubieran estado pegados a la ventana más próxima y hubieran corrido para abrir, listos para empezar a compensar por el tiempo perdido. Amren era quien estaba en primera línea, lo miraba con aquellos ojos de plata fundida al borde de las lágrimas a pesar de que sus rasgos eran tan serios e inexpresivos como siempre. No duró mucho tiempo en el umbral, apartándose justo a tiempo para que Cassian lo rodeara en un abrazo asfixiante. Hubo un instante de malestar, uno donde sonaba una y otra vez un «es Cassian, es Cassian», hasta que se encontró devolviendo el gesto.
—Imbécil —lo escuchó decir por lo bajo, haciendo que una sonrisa tironeara de sus labios.
—Yo también te extrañé, hermano —respondió, lágrimas cayendo por sus mejillas mientras un nudo que había estado formándose en su pecho estallaba.
Se apartaron e inmediatamente Azriel ocupó su lugar, sus sombras también rodeándolo en un cálido abrazo a pesar del frío contacto que producían. Ninguno dijo nada, simplemente dejaron que el agarre fuera suficiente, tal como había sido desde su infancia. Amren, para su sorpresa, fue la siguiente. A diferencia de los otros, apenas si podía notar su toque, el frío que siempre parecía emanar de ella.
—No lo vuelvas a hacer, nunca más, niño.
Rhysand no llegó a devolverle el gesto antes de que se apartara y Morrigan también lo abrazara, murmurando un "te extrañé, primo" que no dudó en devolver. Las piernas amenazaban con fallarle, con dejar caer por completo todo el cansancio que había estado cargando hasta entonces. Estaba en casa, estaba donde debía y lamentaba no poder presentar a la elfa, aún. «Un paso a la vez, Rhysand», se dijo, limpiando las lágrimas con la manga mientras dejaba que el calor del interior se colara en él.
No quería irse a dormir tan pronto, probablemente ninguno del Círculo quería dejarlo solo, pero notaba el cansancio en sus alas, en su cabeza pesada y los pies que apenas podía levantar. Debía ser más que obvio todo aquello en su expresión, pero ellos simplemente le sonrieron diciendo que hablarían mejor después de que tuviera un descanso. Arrastró los pies hasta el cuarto que le pertenecía, cayendo rendido en la cama, apenas capaz de quitarse la camisa y los pantalones antes de que la estructura crujiera ligeramente ante el repentino peso, sus alas cayeron por los bordes.
Sus ojos se cerraron de inmediato, y el sueño llegó al instante. Volvió a soñar con ella, esta vez, cerca de un río, con tulipanes rojos esparcidos entre el verde pasto. Sus alas estaban adornadas con oro, el vestido era dorado y lo llamaba con una voz delicada. Olía a jazmín y rosas, parecía que hubiera llovido hacía poco y todos los olores se hubieran intensificado con la humedad. Sus pies se movieron de inmediato. Estaba por alcanzarla, por estrecharla entre sus brazos, cuando la escuchó gritar, doblándose sobre sí misma al tiempo que todos los alrededores se convirtieron en un mundo muerto, estéril. «El Medio», pensó, sintiendo el terror que empezaba a trepar por su garganta mientras la risa de Amarantha resonaba por detrás de él. Sus manos afiladas cerrándose sobre su boca y garganta.
—Eres mío, de nadie más, Rhysand —susurró en su oído, congelando todo su cuerpo cuando sus manos, con uñas que parecían garras, se clavaron sobre él, arañándolo como tantas noches lo había hecho.
Lo siguiente que supo es que estaba siendo sacudido por alguien del Círculo y que no estaba allí. No estaba Bajo la Montaña.
La muerte era extraña, como si estuviera esperando algo. Costaba creer que de la muerte pudiera aparecer vida, pero eso era lo que veía; si le preguntaban a Norrine cómo podía estar convencida, no sabría qué responder. Todo se había vuelto frío, helado, había creído ver unas garras blancas a punto de cerrarse a su alrededor, pero se apartaron de repente, como si las estuviera quemando.
Una pequeña chispa empezó a brillar en su pecho en algún momento, apenas una lucecita que le recordaba a las luciérnagas que revoloteaban en medio de la noche. Eso era algo que aprendió al instante: el tiempo no era algo que se moviera, pese a que entendía de un antes y un después, pero no cuándo era ese antes o después, simplemente eran. Ahuecó sus manos, como si así pusiera ocultarla del frío que la envolvía como una capa, y conseguir algo de calor. Sabía que esa pequeña flama se había extinguido, así como sabía que antes había brillado de un tono más opaco, casi como el bronce, cuando ahora parecía estar tornándose de otro color más vivaz. Siguió observándola hasta que otra luz empezó a brillar en la lejanía, como llamándola por su nombre.
Se puso de pie, abandonando aquel pequeño espacio donde había sombras que gruñían de hambre, corriendo hacia la llama que parecía estar acercándose a ella. En cuanto estuvo cerca, esta empezó a danzar a su alrededor, envolviéndola de tal forma que el frío la abandonó por completo, trayendo cierta sensación que iba avivando a la flama de su pecho. Dejó que danzara, que siguiera protegiéndola de las bestias que se movían a lo lejos, siseando en derrota a la vez que el hambre de sus ojos aumentaba.
Una voz la llamaban a lo lejos. Hubo un ligero tirón en su pecho, luego fue una necesidad de moverse, de ir hacia aquel calor agradable, a la caricia que le pedía que volviera. ¿A dónde? No importaba, siempre y cuando fuera lejos de aquellos seres que merodeaban en las sombras, iría.
Sus ojos empezaron a pesarle, sus oídos a captar demasiados sonidos en comparación al silencio absoluto de aquel sitio. Si es que existía tal lugar.
—Norrine —la llamó aquella voz de antes, sonaba al borde romperse—, vamos, no me dejes. Vuelve, vuelve, por favor.
Hubo un nuevo chispazo en su pecho ante aquello, un pequeño tirón en su corazón que le permitió acallar un poco los alrededores. Con cada respiración, tenía la impresión de que iba avivando aquella llama que ardía en su interior, ahuyentando el frío que quedaba en sus huesos. Pese a lo agradable, también le daba una sensación de que estaba encerrada, con los brazos y las piernas pegadas a su pecho, incapaz de recordar cómo se hacía para respirar correctamente.
Hubo un lejano estallido, como si sus oídos se hubieran despejado.
Abrió los ojos, encegueciéndose y sintiendo que le palpitaba la cabeza. Un estruendo hizo que se encogiera en el lugar, queriendo taparse las orejas.
—Norrine, mi amor —dijo alguien, una voz que conocía más que bien. Volvió a abrir los ojos, volviendo a quedar enceguecida por el entorno. Parpadeó hasta que pudo reconocer unas sábanas a sus costados, los doseles, las paredes con los decorados que se movían como si hubiera un viento invisible—. Ya estoy aquí, tranquila...
Como si hubiera abierto una puerta que alguien más había cerrado, todas las emociones fluyeron de golpe ante el tono tranquilizador de Tamlin. El miedo, la angustia, la soledad, todo lo que probablemente la había invadido cuando Amarantha la mató. Porque la había matado, ¿verdad? Y si ella estaba muerta... Un sollozo se escapó de sus labios al mismo tiempo que se aferraba a las sábanas, agradecida de sentir la textura suave de las telas, el aire cálido de la eterna primavera y, sobre todo, el tacto de la mano callosa de Tamlin contra su mejilla.
—¿Tamlin? —preguntó con una voz que sonaba más como un chillido de cuervo, girando para poder verlo, inclinando la cabeza hacia el contacto cálido. Sus ojos parecieron brillar por un momento, verde con motas doradas, llenos de alivio y lo que sabía que debía ser el amor que ella le había profesado, ese calor que ahora ardía en su pecho, latiendo con más fuerza de la que recordaba. Estiró una mano, imitando el gesto de él, sintiendo que una parte de sí se calmaba al sentir la sombra de la barba bajo sus dedos, la calidez de su piel. No sabía si era un efecto secundario de lo que sea que hubiera pasado o si el tiempo Bajo la Montaña le había hecho olvidar lo bello que era, pero tenía la impresión de que había aumentado esa belleza. Era la hermosa criatura de pelaje dorado que había ido a buscarla casi un año atrás, y era un hombre tan bello como el bosque que rodeaba a la Mansión, flores empezaron a brotar a su alrededor, un arcoiris que parecía ir acorde a lo que pasaba en su pecho.
—Aquí estoy, Norrine —susurró él, tomando su mano y cerrando sus ojos ante el contacto. Estaba sentado a la altura de su cadera, vestido con ropas sencillas y el pelo suelto. Había algo encantador en verlo de aquella forma, una que le hacía querer saltar sobre él enredando las piernas y brazos mientras lo besaba como lo había hecho Bajo la Montaña. Estaban ellos solos en el mundo, no había nada ni nadie más—. No me iré de tu lado —murmuró, inclinándose hasta dejar un beso en su frente, haciendo que fuera su turno para cerrar los ojos.
Como si el mundo se negara a ser dejado de lado, escuchó otro estruendo a lo lejos, sobresaltándola.
—A un lado Lucien, no me arriesgué el pellejo para que te me adelantaras.
—Feyre, deja que tengan su momento a solas.
—Tienen toda la eternidad para tener sus momentos, yo exijo verla antes de que las cosas se caldeen. Tú quédate a ver cómo se siguen desnudando con los ojos si quieres —dijo Faye.
Norrine se apartó de Tamlin, con las mejillas coloradas y confundida, segura de que había escuchado mal a Lucien. Con un poco de ayuda, logró sentarse en la cama, sintiendo que ese movimiento le consumió gran parte de sus energías. En cuanto estuvo acomodada, giró para ver a la elfa, sin embargo, no había tal cosa como una elfa de cabellos marrón claro con piel casi tan blanca como la nieve, sino una mujer de piel dorada, enormes alas negras de murciélago a su espalda; solo sus ojos seguían siendo de ese azul pálido. En su cuello, totalmente expuesto, líneas tan oscuras como sus alas y cabello subían y bajaban, formando hipnotizantes rizos que le daban cierto aire que imponía respeto. Por algún motivo, verla así, con un cuerpo más musculoso y con las alas, era más... adecuado, pese a que no era capaz de apartar la mirada.
—Agradecería un poco de privacidad —dijo Tamlin en una especie de gruñido que no sacó nada más que una expresión entre exasperada y divertida de Faye. En lugar de dar media vuelta y hacer lo que le había dicho el hombre, se sentó en un diván a unos cuantos pasos de donde estaban, cruzando las piernas y apoyando el codo sobre el cabezal, mirándolos con la cabeza ligeramente inclinada.
—Primero deja que la ponga al corriente con mi apariencia y luego puedes andar babeando por ella todo lo que quieras, gracias —replicó, sonriendo y mostrando unos colmillos tan afilados como los de Rhysand. Norrine seguía mirándola sin parpadear. No había ningún rastro de diversión, sino alivio cuando Faye se volteó hacia ella—. Me alegro de verte viva.
—Eres... —empezó. Faye la miró, esbozando una sonrisa alentadora, como si ya supiera lo que iba a decir, pero quería escucharla decirlo—, eres de la misma especie que Rhysand.
—Casi, pero sí, soy una illyriana —asintió. Norrine la miró, tomando un momento más para terminar de comprender—. Me parece que la rompí —dijo ella, riendo entre dientes. Todo en ella le recordaba a Rhysand, solo que... menos opaca, como si fuera una versión ligeramente más clara de él, más luminosa.
Habían ciertas ventajas en conocer a alguien desde hacía tiempo, y en ese momento, Cassian no podía evitar apretar los labios, intercambiando una mirada con Azriel, quien lo miró con su usual expresión neutral. Lo habían notado a lo largo de la semana, por más que Rhysand hubiera hecho un enorme esfuerzo por ocultarlo. Las ojeras que se formaban bajo sus ojos eran notorias, la poca claridad que había en su mirada y la constante tensión en sus hombros, como si no pudiera terminar de relajarse.
Aunque habían intentado sentarse con él, especialmente después de la primera noche, donde el cuarto donde dormía él había terminado con varios muebles destrozados y las sábanas rasgadas, todo lo que tenían era una sonrisa que no alcanzaba sus ojos y una puerta cerrada a cal y canto. Ni siquiera Amren o Morrigan parecían capaces de ver qué era exactamente lo que había hecho Amarantha, pese a que los rumores les daban una ligera idea de qué podía ser. Por lo menos, habían logrado convencerlo de tomarse un par de días para descansar antes de retomar todos los planes que ellos habían llevado adelante durante su ausencia.
Como era el único que no tenía nada que hacer de momento, dado que las visitas a los Campos de Entrenamiento eran recién al día siguiente, se limitaba a ayudar a Rhysand en lo que podía en el estudio, leyendo los informes sobre las tropas y uno que otro sobre lo que recolectaban los espías de Azriel. Y mantener un ojo sobre su hermano menor, por supuesto.
—Té de manzanilla, Alteza —dijo la nueva sirvienta que había aceptado Morrigan, una que Cassian jamás podía saber dónde estaba, por mucho que agudizara sus sentidos. Era menuda, cabello castaño y ojos inocentes que parecían no conocer el término maldad, ni la habían visto nunca; también era tan silenciosa como el vuelo de un búho. La vio dejar una taza humeante en la pequeña mesa que había a un costado del estudio, manteniendo una distancia prudente y sin dejar de esbozar esa sonrisa amable que siempre tenía. Vio la desconfianza brillar por un momento en los ojos de su hermano antes de agarrar la taza y darle un sorbo, murmurando un gracias.
—¿Cuál es tu nombre?
—Eliza, su Alteza —respondió con voz suave—. ¿Necesita revisar mi mente, Alteza?
Un escalofrío recorrió la espalda de Cassian con esas palabras, y Rhysand pareció algo alterado por aquello, frunciendo el ceño.
—¿No tendrás una hermana, por casualidad?
—Tengo dos hermanas y un hermano, su Alteza —respondió, sin alterar sus gestos.
—No, gracias. Puede retirarse —respondió, esbozando una sonrisa diplomática que se borró en el instante que la sirvienta dio media vuelta y se marchó. Sus ojos seguían sobre aquel punto cuando le dirigió la palabra—. ¿Hace cuánto que está aquí?
—Si no me equivoco...
—Dos meses de sirvienta, cinco años como empleada de la casa —informó Azriel antes de que Cassian pudiera hacer la cuenta en su propia cabeza, apareciendo desde las sombras de una esquina que lo habría sobresaltado de no ser porque ya tenía los nervios destrozados tras tantos siglos de verlo hacer eso mismo. Había un tono de peligro en su voz, desconocía la razón, pero bien podía ser porque estaba preocupado por cómo parecía saber qué necesitaba de cada uno de ellos, porque tenía esa sonrisa que en cualquier otro momento no habría dedicado más que un instante de su tiempo. También podía ser su propia paranoia, pero estaba seguro de que Azriel tenía un malestar respecto a ella.
—Curioso —murmuró Rhysand, tomando otro cuidadoso sorbo antes de volver a dejar la taza en su lugar—. Azriel, llama a Amren y Mor, tengo que ponerlos al día con una cosa.
Ambos habían mirado a su hermano con una ceja alzada antes de quedar a solas. Estaría mintiéndose a sí mismo si no admitía que tenía demasiadas preguntas zumbando por su cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿Cómo había logrado salir? ¿Qué cosas había tenido que sacrificar por el bien de la Corte durante esos años? ¿Qué podía hacer para ayudarlo a dormir de nuevo? Se reacomodó en el lugar, relajándose en el sillón donde estaba, tratando de ignorar cómo las palabras estaban a un instante de salir disparadas de su lengua. Rhysand se mantuvo en silencio, revisando la pila interminable de papeles que le habían traído casi al instante.
—¿Qué te tiene tan jodido?
—Podrías ser más específico, Cas.
No se molestó en disimular la exasperación que lo invadió ante aquellas palabras.
—Empezando que te ves como la mierda y que pareces estar peor que nuestros años en el Campo de Devlon, ¿así o más específico?
Una sonrisa hizo un amague de aparecer en el rostro de su hermano por un instante. lo vio dejar caer los hombros y soltó un suspiro cansado, por primera vez, había cierto brillo alegre en su expresión.
—Sueño con ella —confesó. Por la calidez que había en la forma de pronunciar aquel "ella", supuso que eran esos sueños que algunos aseguraban tener. Se inclinó un poco en su dirección, queriendo captar cada detalle—, siempre estoy a punto de descifrar quién es, de poder saber... y aparece Amarantha. —Cassian sintió una furia absoluta hervir bajo su piel, despertando una sed de sangre que hacía siglos que no sentía. Un odio absoluto amenazaba con consumirlo al escuchar el nombre de aquella arpía en los labios de su hermano. Qué no habría dado para ser él quien acabara con su vida. Su reacción no pasó desapercibida para Rhysand—. Relájate, ya está muerta.
—Da igual, sigues viéndola, así sea un recuerdo —Rhysand lo miró con sus ojos violetas opacados, idos. Le llevó un momento respirar, dejar de ver en rojo, de querer saltar a la yugular de un muerto—. Ahora, ¿cómo es el tema del sueño previo? ¿Hay algo que podamos hacer respecto a ello?
Una mirada rápida de su hermano le indicó que agradecía el cambio de tema.
—Es una illyriana, pero por alguna razón nunca le puedo ver los ojos. Y tiene marcas, pero no son como las nuestras, aunque se parecen.
Aquello hizo que Cassian frunciera el ceño, olvidando por completo la mención de Amarantha. En los años que llevaba vigilando la Corte, incluso en la Guerra, no había escuchado de ninguna hembra que tuviera tatuajes, mucho menos que hubiera participado en el Rito de Sangre como para ganar las marcas de Arktosian. Dejó salir un largo suspiro.
—Cualquier cosa, cuando la encontremos, probablemente quiera ver qué tan buena es con las armas —sentenció con una sonrisa. Rhysand lo miró confundido antes de negar con la cabeza, divertido, justo cuando se abrió la puerta, dejando entrar a los otros tres miembros del Círculo.
—Es... extraño.
—Te acostumbrarás —aseguró Faye con una sonrisa, sin dejar de leer el libro que tenía frente a ella.. «No, Feyre», se corrigió Norrine mientras intentaba copiar el nuevo conjunto de letras o lo que sea que fueran. La escritura era distinta, con letras individuales que no tenían ningún parecido al ogam, el cual volvía a leer con dificultad. Le había pedido que la ayudara a entender toda la locura que tenía a su alrededor, a adaptarse mejor a la repentina sensibilidad que hacía que todos sus alrededores se convirtieran en una distracción constante. Sin embargo, lo extraño era el sentir que no tenía uno, sino dos corazones latiendo en su pecho.
Había muerto. Amarantha le había dado un subidón de magia que terminó por acabar con ella en el instante que resolvió el acertijo. «Fae cobarde de la gran puta que era», pensó cuando le dijeron. Tamlin la había matado a Amarantha casi en ese instante, y él la había traído de regreso. ¿Cómo? Eso estaba intentando averiguar Feyre con sus contactos, leyendo textos con sistemas de escritura que ni siquiera sabía si eran palabras o dibujos, algunos incluso eran puntos esparcidos por doquier de las páginas.
—¿Cómo describirías a la Unión Divina? —Feyre quedó congelada, ojos fijos en la página antes de cerrar el libro despacio y mirarla. Se suponía que ella ya conocía a su pareja, ¿no? Ella era quien podía explicarle mejor sobre esa cosa. Los ojos de su amiga, tan claros que hacían que la piel se viera más oscura, lentamente se volvieron hacia ella, preguntándole a qué se refería exactamente. Norrine se removió, sus mejillas adquiriendo color ante el escrutinio—. Vi... creo que vi algo como una llama y sentí que algo me envolvía y hacía que ardiera más. Pero yo soy humana, no tengo magia.
—Eras humana, Norrine —corrigió, saliendo por fin de aquel estado que le ponía los pelos de punta, esbozando una sonrisa amable—. Suena a la Unión, y si eso es lo que te mantuvo viva... Bueno, has bajado considerablemente la cantidad de búsqueda que tengo que hacer. —Dejó el libro frente a ella y estiró los brazos sobre su cabeza, las alas parecieron imitar a los brazos—. En un par de días empezaré a enseñarte a canalizar la magia. En cualquier momento vas a empezar a tener accidentes si no vemos una forma de que sea... adecuado para tu cuerpo.
Norrine asintió, trenzando y destranzando su pelo, pese a que todo sonaba raro. Era una humana, mas las humanas no tenían orejas puntiagudas ni cicatrices que parecían ligeras marcas sobre la piel. Feyre la miró, como si supiera que había algo más pasando por su cabeza.
—Quisiera aprender a usar una espada —susurró, sintiendo que las mejillas le ardían.
—Como queiras, pero primero, ayúdame a convencer a tu Señor para que te deje —bufó, no sin cierto tono divertido en sus palabras.
—¿Por qué?
—No sé, pero algo me dice que no tiene ganas de verte con moretones —respondió Feyre, encogiéndose de hombros.
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