Encantador de Sombras

—¿Cuánto tiempo crees que necesitas para encontrar el Veritas? —preguntó Rhysand cuando estuvieron los cuatro solos en los aposentos. Tenía los hombros ligeramente tensos y sus ojos de un violeta cada vez más y más rojizos.

Azriel inclinó ligeramente la cabeza hacia un costado.

—Si empiezo ya... una hora.

Rhysand asintió, dejando salir un largo suspiro antes de que Azriel y Cassian le dijeran que iban a ir a sus propios cuartos hasta que fuera el momento de robar el artefacto. Feyre aguardó un momento antes de dirigirse a Rhysand, quien ya tenía la mirada fija en ella. Podía sentir cómo su cuerpo ardía ligeramente, podía incluso notar una ligera presión en su cabeza. Sin saber qué hacer, y consciente de que debajo de la capa tenía algo demasiado parecido a lo que había usado Bajo la Montaña, pasó su peso de un lado a otro.

—¿En qué piensas?

Rhyasnd se quedó un momento más en silencio.

—¿Exactamente cómo piensas distraer a los nobles vistiéndote así? —preguntó él, acercándose hasta quedar a una respiración de distancia. Feyre apenas pudo evitar inhalar su aroma, tentándola a recostarse contra él. Enderezó la espalda y lo miró a los ojos.

—Aunque no lo creas, puedo sacar mucho de un macho o hembra que reacciona frente a ciertos atuendos —dijo sonriendo de oreja a oreja, toda su piel ardiendo lentamente por debajo de la capa. No ayudaba que Rhysand estuviera viéndola con los ojos entrecerrados, una sonrisa tironeando de sus labios con cada segundo que pasaba. Estaba segura que, de poder entrar a su mente, habría visto todas las posibles prendas pasaban por su mente—. No tengo problema de actuar como la puta interesada que ellos probablemente creen que soy.

Hubo una mueca que eliminó la diversión de sus facciones. Sabía que eran palabras fuertes, insultantes incluso, pero era la verdad, o eso iba a ser en breve. La Corte en Ciudad Tallada solo veía en ella lo que querían ver, y eso les daría. Más tarde quizás vería cómo mejoraba su imagen, si es que era posible dejar de ser una cosa inferior a los ojos de ellos. Sacudió las alas, como si así pudiera eliminar parte de los nervios que la carcomían por dentro.

—¿Cómo has hecho para no enloquecer todos estos años? —preguntó él de repente. Feyre lo miró. «¿No enloquecer?» Casi le dio un ataque de risa al pensar en todas las veces en las que sus hermanas la habían encerrado en una mazmorra, las veces en las que Gwyneth le había tenido que inducir al sueño, todo para que no actuara bajo impulsos. Rhysand la seguía mirando en silencio, esperando. Con un suspiro y viendo que no iba a librarse de aquello, llevó una mano a la bolsa que tenía atada a su cadera, sacándola de la capa y dejándola entre ellos. Rhysand pasó la mirada del saco a ella repetidas veces, antes de sacar una semilla y sostenerla entre sus dedos.

—Con esto y la gema que tenía, es casi como ser invisibles en la magia —dijo, conteniendo momentáneamente la respiración—. Las semillas bloquean parte de mi propia esencia, o algo así.

Lo vio asentir mientras mantenía sus ojos fijos en el pequeño objeto.

—¿Sabes si funciona en machos?

—Depende, ¿tienes sangrados al menos dos veces al año? —Rhysand exhaló con fuerza, como si estuviera conteniendo una risa ante la pregunta, ligeramente incómodo, si se guiaba por el sutil movimiento de las alas—. Si te soy sincera, no tengo idea, todo lo que conozco es en hembras, por... bueno, eso.

Él asintió, mirando a la nada de nuevo. Satisfecho con lo que sea que hubiera encontrado en su ligera contemplación, le devolvió la semilla y volvió a colocar la bolsa en el cinturón. Sin saber qué más hacer, mordió el interior de su mejilla y paseó la mirada por la habitación, intentando deleitarse con las paredes llenas de grabados que parecían constelaciones.

—Puedes quitarte la capa y ponerte cómoda, Feyre —le dijo Rhysand de repente. Sintió que sus mejillas se calentaban y supo que estaba cada vez más y más consciente de que estaban solos, en un mismo cuarto y las semillas no estaban actuando como lo habían hecho días antes. Hizo un esfuerzo inmenso para no echar una mirada rápida hacia la puerta que sin duda daba a donde estaba la cama donde él dormiría. Respiró hondo, obligándose a no dejar que los latidos de su corazón se dispararan y el calor de su cuerpo se mantuviera igual. Por el ligero temblor en los labios de Rhysand, sospechó que no lo estaba logrando—. Si quieres, puedo ayudarte con eso.

«Que la Madre me ayude», suspiró, incapaz de reír entre dientes como cuando había sido una jovencita enamoradiza. Negó con la cabeza, pese a que podía sentir cierta satisfacción proveniente de Rhysand ante su actitud. Había un brillo travieso en sus rasgos, llamando a que lo mirara. Sintiendo la garganta seca momentáneamente, empezó a caminar hacia uno de los sillones. En cuanto se acomodó, él empezó a avanzar hacia ella. Sus alas estaban ligeramente abiertas, capturando su atención. Recorrió sus bordes, con marcas de cicatrices más o menos nuevas, capaces de volar por vendavales con facilidad. Una ola de orgullo la sacudió, regresándola al presente.

—Rhys... no creo que sea buena idea —dijo, aunque su voz y palabras sonaban débiles incluso para sus propios oídos. ¿Realmente lo sería? ¿No sería mejor terminar por entregarse a la unión?

—Depende cómo lo pongas —murmuró él, apoyando sus manos sobre los apoyabrazos del sillón, dejando su rostro a un suspiro de distancia. Era consciente de que los espolones de sus alas estaban rozando los de ella, enviándole escalofríos y amenazando con hacerle cerrar los ojos de placer. «Estamos en una guerra...», intentaba repetirse, pero cualquier pensamiento coherente estaba huyendo de su cabeza. «Mío. Mío. Solo mío, nadie más», se sentía a punto de gruñir, de anclar sus garras en sus brazos e inclinarse hacia adelante. . Tuvo que golpearse mentalmente, pensar el peor de los escenarios, para no ceder.

—No..., pero tenemos asuntos que atender.

—Este es un asunto que atender, querida —dijo él, con la voz más grave de lo normal, tomando su mentón entre los dedos, acariciando su labio con el pulgar. Feyre volvió a quedarse con la mente en blanco, sintiendo que no importaba cuántas semillas de amarra fuera a consumir, era en vano. Estaba al borde de dejarse llevar cuando Rhysand retrocedió—. Como sea, tienes razón y hay que enfocarse en lo que viene después.

Lo dijo tan repentinamente que el gruñido que salió de su garganta fue incontrolado:

—Si serás...

—¿Encantador? ¿Atractivo? ¿El que te hace tener que apretar las piernas para que no te conviertas en un charco?

Tenía las mejillas ardiendo bajo su mirada que brillaba de pura diversión y lo que estuviera pasando por detrás de sus ojos. Quería gritar de frustración y soltar un suspiro de alivio a la vez. Deseaba poder ir hasta él y abrazarlo, al mismo tiempo que quería aferrarse al colchón con uñas y dientes para no perder por completo la compostura. Respiró hondo, inhalando su esencia cítrica y salada, más intensa de lo que solía estar. «Madre y Caldero benditos», pensó, decidida a no seguir mirándolo por un momento. Volvió a repasar las veces en las que había tenido las horas de meditación, aquellas donde había estado al borde de dejarse llevar por la somnolencia, pero aplacaban todos los sentidos. Casi lo había logrado, dejando al mundo de lado, hasta que la mano de Rhysand volvió a llamarla con una caricia en la mejilla, pidiéndole suavemente que abriera los ojos.

Y pobre de ella que fue incapaz de desobedecerle.

Estaban cerca, ya sin ese fuego que prometía pasión, sino con un brillo más tranquilo, uno que probablemente iba a tener que mantener vivo. Estaba perdida en su mirada a tal punto que casi salió volando hacia el techo cuando escuchó que llamaban a la puerta.

El gruñido de Rhysand calló su propio jadeo sobresaltado y luego de dolor cuando sus alas chocaron contra varios muebles. Con una mirada que parecía estar a punto de reclamar sangre, Rhysand se dirigió a la puerta, dejándola lidiar con sus pálpitos sobresaltados antes de escabullirse en lo que suponía que sería su cuarto.

Caminó hacia la cama con doseles, sintiendo que por fin podía empezar a procesar algo por fuera de la nube que había estado ocupando su razón hasta entonces. Norrine seguía en Hybern, la guerra seguía en marcha, y todavía tenían que conseguir el Veritas. «Las emociones y sentimientos pueden esperar», sentenció.

Azriel conocía a sus hermanos, y había conocido de primera mano a Marcus Rionnag, así como su manera de gobernar. Rhysand no era ni siquiera una sombra de lo que su padre había sido, pero en ese momento, parecía serlo. Podía verle la ligera tensión en sus hombros relajados, con la mirada demandando sangre como lo habían hecho durante la Guerra Negra. Y tanto él como Cassian tenían que jugar a ser los otros dos brutos sedientos de sangre que lo seguían día y noche. No que fuera algo difícil, al menos no para Azriel.

La única que parecía desentonar por completo era Feyre. Iba con un vestido que apenas cubría lo mínimo y necesario como para no decir que estaba desnuda. Normalmente la veía caminar con la espalda recta y las alas ligeramente extendidas, de la misma forma en la que se movían sus hermanos, solo que ella le daba un ligero movimiento de caderas. Ahora, ese movimiento era más prominente y sus hombros estaban ligeramente caídos, así como las alas firmemente plegadas a su espalda y la cabeza gacha.

Una representación perfecta de la hembra de Illyria ideal. El pensamiento le hizo querer gruñir del asco.

—Terminemos con esta mierda —lo escuchó murmurar a Rhysand antes de rotar ligeramente el cuello y entrar a la sala del trono. Los siguió a ambos con la expresión más vacía que poseía, entonando una ligera melodía que envió a sus sombras a recorrer el sitio en un vistazo rápido. Todos los miraban avanzar por el corto pasillo que iba perpendicular al trono. Ni siquiera habían dado más de cinco pasos cuando los cuchicheos empezaron a esparcirse como la peor de las pestes. Todos los nobles de la Corte inclinaban sus cabezas para murmurar, la palabra "puta" no era poco frecuente, pese a que la dijeran de manera más refinada.

«Orejaslargas de alta cuna», pensó con el mismo tono venenoso con el que lo miraban.

Sabía muy bien que su hermano estaba escuchando todo, sino más. Y había algo que estuviera deteniéndolo de perder la compostura como nunca lo había hecho, probablemente era obra de Feyre. Sin apresurarse en ningún momento, Rhysand ocupó su lugar en el trono y la hembra se acomodó a sus pies, apoyando la cabeza sobre su regazo, alas caídas hasta el piso. La mano libre de Rhysand se apoyó sobre su cabello, un ligero gesto de posesión. De no conocer a su hermano, siquiera saber qué se proponían, Azriel habría creído que esa era la realidad.

Y siguiendo con esa realidad orquestada, ocupó su lugar a la izquierda, casi oculto por las sombras del trono. De la misma forma en la que Cassian vigilaba desde la derecha.

Rhysand no necesitó más que una ligera onda de poder para que se hiciera el silencio, ordenando con la voz perezosa de su padre que los nobles lo pusieran al tanto de sus andanzas durante su ausencia. Si no hubiera sido quién era, se habría reído a carcajadas cuando una de las condesas empezó a hablar sobre revueltas y caos en la Corte. Ni qué decir del regordete que hablaba con voz nasal sobre los draws y furias que no pagaban sus impuestos. Solamente los avisos de que empezaban a haber más criaturas extrañas en el norte del territorio illyrio parecieron ser totalmente honestos.

«Averigua todo lo que se pueda en cuanto termines con el Veritas», le dijo Rhysand. Azriel no se molestó en dar una respuesta que era más que obvia.

Entonó una nota baja y sus sombras lo envolvieron hasta dejarlo en el pasillo que daba a los aposentos de Kier Faesgar. Miró hacia los costados, enviando una que otra sombra para vigilar antes de enfocarse en lo que tenía enfrente. Concentró la magia que tenía almacenada en el Sifón de su mano, forzando a los mecanismos de la puerta a ceder.

Un suave, casi imperceptible clic, fue todo lo que le hizo saber que podía entrar a aquel lugar.Cuadros y libros que acumulaban polvo decoraban la sala de estar, una chimenea se imponía sobre la mesa para apoyar la taza de té y la tetera, así como los dos sillones que probablemente no eran tan cómodos como parecían serlo. Sus ojos recorrieron cada detalle, sin mucho interés, mientras avanzaba hacia donde sus sombras le decían que había otra puerta.

No hay nadie cerca.

Tiene un encantamiento.

Chasqueó la lengua, soltando un suspiro mientras se agachaba, mirando detenidamente la cerradura, intentando ver la magia aunque sea por un instante. Si antes había sido simple, en ese instante sentía que empezaba a detestar la paranoia de alguien como Kier y Marcus. «Parece que a mayor tiranía, más miedo al cuchillo por la espalda», pensó mientras empezaba a murmurar un encantamiento. Contuvo la respiración cuando escuchó un suave chasquido, mirando en todas las direcciones antes de estirar los dedos hacia el picaporte.

Abrió la puerta con cuidado, afinando el oído cuanto podía para captar incluso el más mínimo de los sonidos. Un pasillo alumbrado tenuemente, como estaba gran parte del Palacio Piedraluna, creando sombras por doquier. Avanzó con cuidado, cerrando la puerta a sus espaldas. Sus pasos resonaron en las paredes del lugar, marcando en un susurro la cadencia de sus pasos a medida que subía las escaleras hacia la alcoba donde se guardaban los artefactos que la casa real había coleccionado por generaciones.

Subió los escalones casi de dos en dos, sus alas ligeramente extendidas para captar incluso el movimiento de un ratón escabulléndose. Al final de la escalera, había una puerta que debía ser casi tan alta como él y tan angosta que era prácticamente imposible entrar cómodamente. Respiró hondo al mover la placa de madera con cuidado, mascullando todos los insultos que se le ocurrieron hacia los Alto Fae por ser definitivamente unos palos andantes. Consideró el transportarse al interior, pero la magia que zumbaba en aquel cuarto se sentía antigua, lista para reaccionar ante la más mínima alteración. Bufó y plegó sus alas hasta casi sentir que iba a tener un calambre a lo largo de toda la espalda y se metió por la puerta de costado. Ni bien estuvo del otro lado, relajó ligeramente los músculos a la vez que estudiaba los alrededores.

Estanterías con tapices, dagas, cuadros y espejos, todos con historias tan viejas que probablemente estaban perdidas en libros polvorientos de la Biblioteca o completamente olvidadas. Avanzó con cuidado hasta el Veritas, el cual descansaba sobre un almohadón viejo de color dorado y plateado, los colores de aquella familia. Tomó el orbe con cuidado, notando un ligero remolino turquesa y rojo con motas doradas en el interior. Sacudió la cabeza, convencido de que estaba empezando a notar la falta de sueño, y emprendió el camino de regreso justo cuando escuchó un lejano clic. La mitad de sus sombras salieron disparadas como serpientes, reptando por las paredes y el suelo, al tiempo que Azriel cerraba la puerta trampa y las sombras que no se habían marchado lo cubrían a él.

Criado.

Se dirige hacia aquí.

Tiene órdenes del señor Kier.

Azriel maldijo en su interior mientras se traslada hasta una esquina y echaba miradas hacia el sitio donde había estado el Veritas antes. No era algo que se notara a primera vista, pero seguramente era imposible no ver el almohadón vacío. Mordió el interior de su mejilla, enviando a dos sombras más a que buscaran otras salidas. Con suerte, no tendría que huir como una rata.

Luchar contra el sopor y el desgaste que tenía dentro era una batalla complicada. Intentaba que su contacto calmara a Rhysand en algún punto, mantenerlo calmo mientras las palabras despectivas hacia ella iban pasando cada vez con más frecuencia entre los nobles. ¿Acaso no tenían idea de que estaban jugándose la cabeza? Tenía la sospecha de que Rhysand no los aniquilaba porque no contaba con reemplazos. Aparte de las bestias que parecían estar caminando libremente por las tierras del norte de la Corte, la insistencia en subir los impuestos y revisar la inscripción al Ejército Nocturno, así como los entrenamientos con el Ejército Illyrio.

Feyre empezaba a cerrar los ojos del sueño cuando una pregunta se abrió paso por el sopor de su cabeza:

—¿No debería estar pensando en contraer matrimonio, Señor?

Abrió los ojos por completo, mirando disimuladamente al macho de cabello y barba rubia, la cabeza de los Faesgar hizo que su sangre se congelara, pese a que seguía a los pies de Rhysand con una mano que de vez en cuando acariciaba su cabello. Fue sutil la forma en que sus dados parecieron querer aferrarse a las hebras, como si estuviera queriendo agarrar el cráneo. Escuchó la ligera exhalación que él dejó salir a la vez que su corazón luchaba por no empezar a latir con más fuerza. Cerró los ojos, concentrándose en ese torrente que iba y venía de uno al otro, que pasaba la magia sin dificultad últimamente. «Inhala, exhala», se repetía mientras ella misma hacía el ejercicio, dejando que Rhysand volviera a entrar en su mente, esperando poder calmar la furia que amenazaba con consumirlo.

Podía sentir las palabras de él a punto de salir de su boca, de mandar a volar por los aires la pequeña farsa que había montado, con tal de... ¿De qué? Conocía algunos rumores de la Corte que vivía en la Ciudad Tallada; incluso si se hubiera presentado vestida con sus galas más finas, hubiera declarado abiertamente que era una de las hijas del Príncipe Mercader, la habrían considerado lo que ella fingía ser en ese momento. Todo se reducía a una hembra Alto Fae o una puta que Rhysand había sacado de un burdel por "caridad".

—¿Y por qué debería preocuparme por ello ahora mismo, Keir?

El noble echó una mirada rápida a Feyre que le hizo tironear de los labios, amenazando con enseñarle los colmillos. Se concentró en mantener sus alas relajadas, los espolones tocando el suelo. Sumisa.

—Sabe que debemos mantener a la raza de los Altos Fae pura, Señor —dijo, sus ojos ahora fijos en los de Rhysand, quien parecía estar apenas controlando su magia. Un ligero temblor empezaba a sacudir el trono donde estaban—. Comprendo que tenga cierto... cariño por la raza de nuestra anterior dama consorte, pero las putas deben estar en donde corresponden.

Ni siquiera llegó a parpadear antes de que la magia de Rhysand estallara, envolviendo el salón entero en una oscuridad tan absoluta que Feyre apenas era capaz de ver algo más que su nariz. Todavía sentía la mano de él sobre su cabeza.

—De pie.

Las palabras habían sonado claras, ordenando que no solo se pusiera de pie.

Levantó la cabeza, encontrándose con dos estrellas de un color violeta rojizo, alumbrando las facciones de Rhysand de tal forma que parecía estar a punto de convertirse en una pesadilla viviente. Resistió el impulso de bajar la mirada ante su escrutinio, como si estuviera queriendo asegurarse de que no era afectada por lo que estaba pasando.

Despacio, como la marea, la oscuridad fue cediendo, dejando sus manos entrelazadas al descubierto, así como a Kier y unos cuantos nobles más siendo sostenidos por raíces de la oscuridad más absoluta. La voz de Rhysand sonó helada cuando empezó a hablar.

—Aprecio que hayas tenido en cuenta el bienestar de la Corte, tío —dijo, soltando su mano después de un ligero apretón, caminando con pasos lentos, calculados, produciendo un eco más fuerte que nunca. Feyre ni siquiera se atrevió a pensar que estaba siendo dramático—, pero sobre quién va a gobernar a mi lado, lo decide la Corte. Y la Corte está bajo mi cuidado.

Todos contuvieron la respiración cuando Rhysand llegó hasta Kier, sus manos entrelazadas por detrás de su espalda, las alas ligeramente abiertas y casi como si fueran hechas de la misma oscuridad que mantenía al noble suspendido. Era fácil olvidar quién había sido Rhysand cuando se lo veía Bajo la Montaña, cuando tenía una sonrisa agradable en sus facciones. Pero allí mismo, pese a que estaba de espaldas a ella, Feyre no tenía dudas de que no había ni un ápice de sonrisa.

Había una buena razón por la que la Corte de la Noche era temida. Y no había existido ni un solo Señor que no hubiera llegado al trono sin que la Corte se posara sobre sus hombros como un manto. Era un Señor, pese a que quedaba poco del diplomático en sus hombros relajados, por más que seguía teniendo su cabello pulcramente arreglado y una prenda que no quedaba corta en la finura y la riqueza. En ese momento, Feyre era capaz de ver al soldado, al que había luchado en la Guerra Negra, el Señor más poderoso, para su edad, en la historia de Prythian.

El último de los Rionnag.

Nadie hizo ni siquiera un amago para acercarse, pedir clemencia o lo que sea. Todos contenían incluso la respiración mientras Rhysand parecía considerar qué hacer con su repentino prisionero. Keir lo miraba con sus ojos oscuros ardiendo como leños, su cabello rubio teñido de negro por la magia que lo mantenía inmovilizado, haciéndolo parecer más pálido de lo que ya era.

—Mi error, Alteza —farfulló y eso bastó para que la magia se disipara, como si nunca hubiera estado.

—No olvides tu lugar, Kier. Ninguno de ustedes —añadió en una voz que sonó tan fuerte como los truenos, mirando al resto. En cuanto estuvo satisfecho con la recepción de su mensaje, ordenó a ella y Cassian que lo siguieran. Feyre volvió a agachar la mirada, plegando sus alas cuanto podía, intentando hacerse más pequeña de lo que ya era entre los dos illyrianos que iban a su lado.

Aún así, una sonrisa se dibujó en sus labios, tapada por su negra cabellera.

Iba a matar a quien hubiera diseñado aquel sitio tan claustrofóbico. Sus alas no paraban de rozar contra cualquier cosa y el criado no parecía estar dispuesto a irse por lo pronto. El Veritas parecía emitir cada vez más aquel brillo turquesa y rojo bajo su mano, cada vez más y más tapada por las sombras.

Por la Madre bendita, si el sujeto no se marchaba pronto...

Está marchándose.

Habría suspirado de alivio de no ser porque todavía tenía que salir de ese cuarto, y de la alcoba de Kier, sin ser detectado. Sospechaba que en cualquier momento se acabaría el teatro y toda la distracción que había armado Rhysand empezaría a dejar en claro que había sido un truco de manos, y él no pensaba estar en una escena de crimen cuando eso pasara. Avanzó despacio hacia la puerta, manteniendo su peso cuidadosamente distribuido en sus pies mientras sus sombras seguían diciéndole que podía salir por la única abertura que había en todo aquel sitio.

Tiró de la argolla que permitía abrir la puerta y se asomó con cuidado por ella, maldiciendo por lo bajo al sentir un leve chirrido. Contuvo la respiración mientras contemplaba el pasillo. Plegó las alas, saliendo despacio por el hueco, maniobrando para que la bola de cristal no se cayera ni resquebrajara.

Estaba vacío, libre de ojos chismosos. Con sus sombras todavía cubriéndolo, empezó a bajar con cuidado ahogando un gruñido de dolor ante el calambre en las alas y tratando de concentrarse en la nota para transportarse lejos de allí cuanto antes. «Me sorprendería que Keir siquiera suba aquí», pensó, intentando relajarse un poco antes de empezar a llamar a todas sus sombras.

Estaba a nada de dejarse llevar hacia los aposentos de Rhysand cuando escuchó un ligero murmullo. Las sombras se acallaron de inmediato, yendo solas a escabullirse por debajo de la puerta, volviendo para repetir palabra por palabra lo que escuchaban.

—No puedes seguir provocándolo, Keir —decía una hembra de pelo blanco y piel del mismo color que la luna, manteniendo la compostura pese a que Azriel podía escuchar el miedo oculto bajo la bravada en el temblor de su voz.

—Es un mocoso, no sabe nada del mundo —gruñó el macho mientras se sentaba en el sillón cercano. Tiene las mejillas coloradas y está sirviéndose un vaso de vino, le dijeron las sombras antes de volver a desaparecer.

—Ese "mocoso" ha participado de la Guerra y ha estado cincuenta años bajo las órdenes de Amarantha, has visto lo que puede llegar a hacer si es provocado —dijo, casi siseando, la noble, también sentándose en uno de los sillones y sirviéndose vino—. Y no olvides quién fue su padre. Ya sabes lo que dicen los dichos: de tal palo, tal astilla.

Azriel se pegó más a la pared, sus sombras ligeramente alteradas. Keir soltó un bufido antes de asentir, murmurando algo que solo podía ser descrito como ignorancia absoluta de lo cruel que había llegado a ser Marcus. Antes de que pudiera sacar algo más, entró un criado con un carrito con lo que parecían ser unas tazas de té y bocadillos. Soltó un suspiro y se escabulló de allí, dejando a una sombra para que lo mantuviera informado de cualquier posible complot que podrían estar tejiendo aquellos dos.

Aunque... ¿cuándo no había un posible complot cuando se trataba de los Faesgar?

Ni bien puso un pie en la habitación, notó que Rhysand estaba al borde de su autocontrol, pese a que Feyre parecía estar haciendo todo lo posible para calmarlo. Cassian observaba todo en silencio desde una esquina.

En el instante que se apartó un paso de las sombras, los tres pares de ojos se volvieron hacia él y les mostró el Veritas sin decir una palabra. Solo Feyre y Cassian parecían de alguna forma aliviados por verlo de regreso. Rhysand seguía con la mandíbula tensa, asintió y el gesto le recordó demasiado a Marcus. Igual de duro en los rasgos y actos, misma apariencia tenebrosa cuando estaba de malhumor, amenazando con convertir incluso la noche en una nada absoluta. Por un momento quedó extrañado de ver a Feyre en lugar de a Connie a su lado, apoyando cariñosamente la mano sobre su hombro. «Deja de ser paranoico, Azriel», se dijo mientras le entregaba el Veritas a Rhysand.

—¿Hay algo que tenga que saber? —Demasiado parecido a su predecesor. Los mismos ojos violetas, pese a que estos eran más cálidos en general. Pese a que en ellos podía ver el brillo de las estrellas la mayor parte del tiempo.

—Keir y una noble más parecen tener cercanía —informó, con la voz más serena que pudo, ahogando el ligero temblor que amenazaba con trepar por su garganta. Rhysand asintió, el cansancio haciéndose presente en sus rasgos, ahuyentando al fantasma. Volvía a tener a su hermano frente a sus ojos, no al anterior gobernante—. ¿Envío a uno de mis espías en cuanto partamos?

—Sería ideal —asintió él, los ojos volviendo a ser cálidos—. Vamos, no quiero estar ni un minuto más aquí.

Feyre abrió la boca por un momento, pero al final terminó callando mientras se acomodaba de nuevo la capa sobre sus hombros.



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