➳ Epílogo ♡

Érase una vez en un mundo donde el mayor problema era el amor y la corrupción, un líder estaba naciendo.

De cabellos rojo brillante, ojos marrones y piel pálida, el cupido caminaba con la frente en alto, erguido y valiente por la calles de Tormenta Fría, el lugar que sería su nuevo hogar.

En su mano sintió la calidez del toque de su amada y al bajar la vista admiró el contraste de piel blanca y piel marrón. Sonrió y aunque ella no dijo nada, él pudo escuchar en un eco de su mente el «Te amo, Jacobo» que le repitió varias veces antes de llegar a ese lugar.

El cupido de cabello rojo no tenía idea de cómo saldrían las cosas de ahora en adelante, pero eso no menguaba su deseo de actuar, de guiar y conquistar.

Varios cupidos entre más jóvenes y más viejos, veían a ese singular cupido y a su pareja a su lado caminando con orgullo por las calles oscuras, frías y para muchos, prohibidas. Los admiraban porque no temían y la admiración inspira imitación, así que a medida que caminaban, muchos salieron de sus casas y se unieron a su marcha, reconociendo con su instinto que ese joven era su líder.

Del otro lado de la calle venía otra pareja; una mujer joven de cabellos oscuros y su compañero colgado a su brazo. Les sonrieron a los que llegaban y por un segundo el cupido más joven soltó a su compañera para abrazar a la de cabellos oscuros.

—Regresaste —le susurró—. Estás acá.

—Estoy acá —confirmó. Soltó a la joven y regresó con su amada, aferrándose de nuevo a su mano de piel oscura. Miró a su alrededor; una pequeña multitud se había formado con ellos cuatro en el centro. Alzó la voz tanto como el mentón—: ¡Acá estamos! ¡Y estamos juntos!

Un asentimiento comunal fue la respuesta. La situación no era apropiada para soltar vítores de alegría porque la derrota no es una celebración, pero aún así en la unión de miradas y de ademanes se veía la firmeza del lazo invisible que los unía a todos.

El cupido pelirrojo detalló a sus nuevos compañeros y vio lo mismo que sabía estaba en sus propios ojos: rencor, perseverancia, odio y valentía. Recordó las miradas de sus compañeros cuando cerraron las puertas de Skydalle: llenas de miedo, incertidumbre, duda.

Todo eso había desaparecido.

El temor había sido reemplazado con la mejor de las armas: la fuerza de la unión.

Jacobo, con su mano libre, tomó la de Marissa y los cuatro, junto a Melody y Sandro, encararon a la multitud.

—¡Apagaron nuestras voces, pero no nuestros corazones! —bramó Sandro.

Hubo otro asentimiento general, esta vez acompañado de varios «sí» susurrados.

—¡Somos los ecos de los gritos que quisieron acallar! —siguió Marissa—. ¡Y convertiremos los ecos en susurros y los susurros en alaridos de odio contra el poder!

—¡Somos la oposición y no nos rendiremos hasta conseguir justicia! —gritó Jacobo—. ¡Por nosotros! —Miró a Melody—. ¡Por nuestras familias!

Melody lo observó con la mandíbula tensa, pensando a su vez en Lilith y también añadió:

—¡Y por nuestros humanos!

Esta vez sí hubo una voz comunal al unísono que resonó en la neblinosa y lluviosa Tormenta fría:

—¡Por nuestros humanos!

Los cuatro nuevos líderes se soltaron de las manos y cada uno levantó un puño, jurando en silencio lealtad y lucha sin condición. Cada uno de los que los rodeaban levantaron a la vez su puño, prometiendo lo mismo a la causa.

Skydalle era el mundo desde el que el amor era enviado a la tierra, era el mundo en apariencia perfecto e ideal, pero solo se necesitaba hurgar un poco en sus leyes, en sus calles, en sus cupidos manipulados para saber el tenebroso lugar que en realidad era.

Pero eso iba a cambiar y no importaba si era necesario encender el fuego mil y una veces.

Melody, Marissa y Sandro eran cenizas a punto de resurgir como llamas, pero Jacobo era más que eso.

Jacobo era la semilla del cambio, la semilla que siembra al peor enemigo de la injusticia: la esperanza. Jacobo no iba a renacer, iba a florecer como el líder que los llevaría a un mundo mejor.

En el mundo de cupidos, Jacobo era la flecha que atravesaría a Skydalle en dos. 

FIN

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