60. ➳ Los traumas no me definen ♡
"Sigue a tu corazón pero lleva contigo a tu cerebro".
-Alfred Adler
***
Hubo muchas cosas que, a diferencia de la mayoría, Samantha no experimentó de niña: las piñatas a los diez años, la etapa de ponerse brillito labial con sus amigas a los doce o las clásicas pijamadas en casas ajenas. Así que, aunque externamente no demostraba que fuera la gran cosa, por dentro estaba contenta de poder pasar la noche con Alice.
La relación de Sam con su madre seguía entre tensa y mala, sin embargo Sam le pidió el permiso de estar con su amiga con el respeto de siempre y su madre, desesperada de verla tan mal últimamente, no pudo sino aceptar; además, saber que su hija estaba literalmente a unos metros de ella en el apartamento de al lado le daba tranquilidad.
La cama de Alice era igual de pequeña a la de Samantha pero por esa noche pareció que sus cuerpos volvían a la delgadez y tamaño de los doce porque ambas cupieron sin problemas y sin sentirse apretujadas.
—Es la primera vez que paso la noche en casa de una amiga —confesó Sam en voz baja. Eran cerca de las once y en el apartamento de Alice su hermana y sus padres ya estaban dormidos así que debían moderar el tono—. Bueno, una vez tuve que quedarme en casa de Mario con Elliot pero eso no cuenta porque solo fue para que la madre de Mario fuera nuestra niñera.
Alice rió por lo bajo.
—Aunque te sorprenda, yo tampoco hice nunca pijamadas. Nos mudamos tantas veces que no lograba hacer amigos íntimos a los cuales invitar a mi habitación.
—Has estado acá solo unos cuantos meses y acá estoy yo.
—Sí, pero ya te conocía de niña. Eso es como una amistad de toda mi vida.
Sam sonrió mirando al techo en casi total oscuridad. Habían dejado la cortina abierta para que al menos entrase un poco de luz del exterior y aunque no las regañarían si decidían encender la luz, el estar a oscuras era más emocionante.
—Alice, ¿puedo preguntarte algo? Sobre... sobre Román.
El ambiente permitió que Sam no se sintiera mal con el sonrojo que acudió a su rostro, aunque sospechaba que de un u otro modo, su amiga notaría los nervios y le sonreiría con picardía.
—Claro.
—¿Cómo es él en el colegio? —Sam aclaró la garganta—. Me refiero a... ¿es de los sociables o de los que solo anda con un grupito de amigos... o amigas?
—Lo veo casi siempre con Drew pero parece que conoce y se lleva bien con todos. Drew me ha dicho que en gimnasia solo le gusta correr; no le va ni el fútbol ni el baloncesto ni el voleibol. Siempre se ofrece a hacer cosas cuando hay eventos y Drew dice que es para tener de amigos a los maestros por si alguna vez necesita alguna décima en una nota. Muy astuto, si me lo preguntas.
Samantha rió.
—Es cierto que te ayudan a veces con notas si eres colaborador. A mí me funciona aunque Dios sabe que esa no es mi intención.
Rieron de nuevo por lo bajo.
—Y, además, como sé que lo preguntas con cierta intención oculta —insinuó Alice—, te respondo que no, no es coqueto con ninguna chica por ahí. Hay personas que incluso si no se interesan por otras, coquetean... Drew por ejemplo —añadió con amargura—, pero Román no es así. Hay un par de las de mi curso que están flechaditas por él.
—¿En serio?
Samantha pensaba en una vida compartiendo clases con Román y su carisma y se preguntó cómo era posible que solo fueran "un par" las que estaban flechadas por él.
—Te lo juro. Hubo una que incluso se atrevió a invitarlo a salir. Muy amable ella, la verdad y Román fue muy diplomático diciéndole que estaría encantado de tomar un helado con ella pero que debía saber que no estaba disponible. Román es de ese tipo de hombres que no puedes odiar o ignorar, es decir, me imagino que incluso si alguien llega a ser su novia y terminan terriblemente mal, ese alguien querría ser amiga de Román.
—Sí, creo que así es.
—Román es como el tesorito de último año —soltó Alice, burlona, en un tono que dejaba claro que solo lo decía por estar hablando con su mejor amiga pero que no sería capaz de decirlo en la cara de Román—. Es como que hay un grupito de chicos guapos, ¿sabes?
—Sí, en mi colegio también hay varios.
—Exacto y apuesto a que ese selecto grupo tiene alguna historia de amor en algún momento. Es decir, todos han tenido alguna novia o algún ligue o algún algo con alguien, ¿no?
Sam pensó en el "selecto grupo de chicos guapos" de Winston y asintió para sí misma. Era verdad que ser apuesto y popular implicaba haber tenido algún amor conocido.
—Sí, entiendo.
—Bueno, pues Román es el único de nuestro grupito de guapos que no ha tenido nada con alguien en el colegio. Mira que llevo poco allí pero me encanta hablar y escuchar historias.
—¿"Hablar y escuchar historias"? ¿Así se le dice ahora a ser chismosa?
—Buscar información no es delito —se defendió, luego rió—. Pero sí. Es divertido escuchar los culebrones de la gente nueva que conozco. Ya sé quién salió con quién, quién terminó con quién por culpa de quién... es divertido juzgar en silencio mientras me cuentan.
Samantha sintió de nuevo que compartía con Alice un momento adolescente único; ella comprendía todo tal cuál su amiga lo decía. Sam siempre sabía los chismes de todos y se enteraba de uno u otro modo de los culebrones pero también juzgaba solo en silencio. No era chismosa de hablar todo, era chismosa de escucharlo todo y guardarlo.
—¿Y qué te han dicho de Román?
—Tiene un expediente tan impecable que es casi aburrido. Es el chico bueno y si no lo conociera de forma cercana, diría que es muy soso.
—No es soso.
—Si no lo conociera —enfatizó Alice—. Pero lo conozco y no es soso. Aunque sigo prefiriendo a Drew.
—Y eso me alegra.
—¿Y qué has pensado respecto a él?
Samantha suspiró diciendo mucho sin pronunciar palabra. Evadía tanto para sí misma y para los demás lo que sentía por Román que las sensaciones empezaban a ahogarla.
—Aquel día cuando tuve mi... crisis —susurró Sam, casi atragantándose con las palabras. No le había dado explicaciones a nadie más que a su familia (y eso porque no tuvo opción) y consideró oportuno contarle un poco a su mejor amiga dado que tenía la certeza de poder confiar en ella—, fue porque me quedé dormida y soñé algo terrible. No soné; recordé. Recordé algo que me partió la vida en dos y que yo creía que ya estaba superado. —En la oscuridad, Alice sacó la mano de bajo las mantas y a tientas buscó la de Sam; al dar con ella la tomó con cariño—. Sentí literalmente que me enloquecía. Las personas no sabemos lo que es en sí la locura; es decir, sabes que tienes fiebre porque tu cuerpo se calienta, sabes que tienes gripe porque toses y te duele la garganta, pero no sabemos cómo se siente la locura. Esa tarde yo la sentí. Sentí cómo se metía a mi cabeza, cómo me atacaba y se enredaba en cada uno de mis nervios, de mis neuronas, de mis poros. Fue horrible.
»Cuando volví a ser dueña de mí me sentí muy avergonzada y dolida. No sabía con quién tenía vergüenza, si con el mundo o conmigo misma. El punto es que entre la vergüenza hubo rabia, hubo dolor, hubo tristeza y finalmente hubo miedo. Me daba mucho miedo todo. Todo, Alice, me daba miedo respirar porque sentía que en cualquier momento la locura se metería de nuevo por mi nariz. Me daba miedo comer porque creía que me iba a poner más enferma. Me daba miedo estar en mi cama porque no quería morir allí sin que nadie me escuchara. Me daba miedo dormir y ver de nuevo mis recuerdos, despertar a mitad de la noche y tener que gritar.
—Lamento no haber estado más ahí contigo.
—No estuviste porque no te dejé. No quise. Solo dejaba a Elliot y a Mario conmigo porque en ese momento solo ellos dos eran mi puerto seguro. Todo el resto me daba miedo. Cuando pensaba en ustedes: en ti, en Román, en Drew, en mis profesores, en mis compañeros... no imaginaba apoyo. Ahora sé que era mi propia mente jugando en mi contra pero en ese momento lo sentía real; los visualizaba a todos llamándome loca, señalándome, luego dándome la espalda... y eso me aterraba más que nada así que me alejé.
Alice estaba llorando en silencio y apretó más la mano de Samantha.
—Te entiendo, Sam. No te culpo.
—Lo sé. Te confieso que esos días luego de mi crisis fueron mi infierno personal por mil motivos diferentes. Luego cuando me remitieron con el psicólogo y luego con el psiquiatra, todo empezó a tomar forma de nuevo. A paso muy lento, lo admito, pero es una sensación agradable saber que un especialista puede tomar uno de los pedazos rotos de mí y decirme que está bien, que puedo repararlo, que no está perdido, que me ayudará a soldar todo.
»La semana pasada me sentía miserable de pensar que debía tomar medicamentos y creo que lloré más por eso que por el resto de mis problemas. Pero entonces empecé a ver de nuevo forma en mi vida. No son medicamentos mágicos pero me ayudan a que mi mente trabaje con más orden y por primera vez siento que me muevo hacia el bienestar, ¿sabes? Ya no me siento estancada en el lodo; aún sigo en el lodo pero me arrastro hacia adelante.
»Cada vez que dormía despertaba pronto porque tenía una sensación de terror inmensa. A veces creía ver de nuevo ese mal recuerdo pero no sé si en realidad lo soñaba o si simplemente no lo puedo sacar de mi mente despierta. Entonces cuando volví a estudiar me di cuenta de algo: yo soy mucho más que ese recuerdo por más que me he convencido en estas semanas de que ese trauma me define.
—Los traumas no nos definen, Sam.
Sam no pudo evitar que sus ojos se aguaran.
—Ahora lo sé. Y fue porque vi quién soy en ojos ajenos. Mi hermano dice que soy luz porque he iluminado su vida. Mi amiga Lisa dice que soy lluvia porque cuando me ausento por un tiempo, me extrañan. El director de Winston dice que soy una líder porque quiero hacer algo con mi voz, porque no quiero quedarme callada. Mis compañeros de fútbol y Mario dicen que soy la mejor jugadora y contrincante. Me llamaron del Orfanato donde hago voluntariados y me dijeron que soy alegría y que me echaban de menos. Tú me dices que aún cuando nos reencontramos hace unos meses, soy tu amiga de toda la vida. Todo eso es quien soy visto desde otros ojos y cuando empecé a darme cuenta, mi mente empezó a aclararse un poco.
A Sam se le dibujó una sonrisa en el rostro.
»Entonces empecé a soñar con Román. Es un único sueño, todas las noches el mismo y una vez más, no es un sueño en sí, sino un recuerdo. Me invitó a hacer pasteles a su casa y casi boto la mezcla para hornear cuando me besó por primera vez. Es ese beso, Alice, ese momento, el que ahora me acompaña cada noche. Y me hace sentir bien. Román es... no sé cómo explicártelo. Él simplemente es grandioso y cada mañana me despierto pensando en él y no se siente incorrecto como hace unas semanas. Sé en qué posición estoy, sé que mi trayecto es largo hasta el día en que pueda acostarme a dormir sin preocupaciones y sin medicamentos, sé que no es fácil, porque aunque sí he hallado orden en mi caos, el desastre sigue ahí y aparece de forma intermitente.
—Es un proceso, Sam, y te acompañaremos en él. Siempre.
—Y te quiero mucho por eso, Alice. A veces creo que mis malos recuerdos no hubieran llegado del todo a traumas si hubiera tenido o aceptado más apoyo. Siempre quise creer que mi mejor amiga era la soledad y ahora veo que esa soledad auto impuesta es lo que más me ha afectado.
—No te atormentes por el pasado.
Sam sonrió.
—No, quiero superarlo, y creo que saber eso ha permitido que me pueda definir a mí misma desde mis propios ojos.
—¿Y quién eres? —preguntó Alice, con una sonrisa en su rostro que incluso en la oscuridad se podía sentir.
—Soy Samantha White y soy buena con las manualidades. Me gusta leer terror y ver películas animadas. Soy alguien que merece vivir y que va a trabajar para estar bien, para ser merecedora. Soy mejor amiga, soy hermana, soy voluntaria, soy buena estudiante, soy buena futbolista y me encanta hornear. No soy una mala hija. No soy mediocre ni inferior a nadie. Y más importante, debo aún cada día convencerme de todo esto porque por momentos no me lo creo.
»Y quiero a Román, lo quiero conmigo. Soy lo suficientemente inteligente para admitir que no soy lo ideal para él, pero también para saber que él me quiere así como soy, incluso si no lo comprendo.
—Estás enamorada de Román —musitó Alice, en algo que se balanceaba entre el llanto y una risa.
Sam no negó ni admitió nada.
—Quiero pedirle tiempo. He considerado injusto pedirle que me espere pero ahora quiero hacerlo, quiero rogarle que me tenga paciencia, prometerle que tarde o temprano estaré bien y que seré una buena novia si aún está dispuesto, pero que necesito trabajar en amarme a mí antes de pretender amarlo a él de manera formal.
Sam llevaba pensando esas palabras y muchas otras por un par de días pero decirlas en voz alta, incluso a su amiga, le quitaba un enorme peso de encima. Se había planteado a sí misma un desafío y una penitencia: si decía todo eso y en su corazón sonaba la alarma de la amargura y de sentir que estaba mal, se retractaría y dejaría las cosas con Román en la amistad de siempre; pero si cuando lo soltara sentía dicha en el pecho y la sensación de estar haciendo las cosas de forma correcta, era la señal de su corazón de que no podía dejar ir a Román.
Y no había amargura, solo mucha expectativa y emoción.
—Estoy muy orgullosa de ti, Sam. Te admiro muchísimo, eres muy valiente.
—En realidad tengo el corazón en la mano y me tiembla hasta el alma, no soy muy valiente —bromeó—. ¿Qué piensas? Sinceramente. Dime si estoy muy loca o muy optimista o si eso es lo correcto.
—¿Es en serio? Claro que debes hablar con Román, debes decirle todo eso y él te aceptará sin reparos. Él te ama, Samantha, creo que solamente él mismo y tú no se han dado cuenta, de resto hasta los vecinos lo notan.
—Un paso a la vez, por favor —Sam rió—; por ahora solo el tiempo, de enamoramientos hablamos después.
Compartieron una risa que sonó suavecito en la pequeña habitación.
—Pasado mañana se va a su competencia de baile.
—¿Competencia de baile?
—Sí, ¿no lo sabías?
Samantha se sintió culpable por no saberlo.
—No. Creo que no ha salido el tema.
—Bueno, no importa. El caso es que su grupo de baile y él irán a la competencia nacional, ¡será incluso transmitida por televisión! Es la primera vez que nuestro barrio llega tan lejos en lo que sea.
—Es increíble. Dios mío, es grandioso, debo felicitarlo. —Sam tuvo el impulso de levantarse pero recordó que era medianoche y desistió—. Mañana, mañana sin falta. ¿Por cuánto tiempo se irá?
—La competencia dura tres semanas pero la estancia de ellos depende de cómo va en sí la puntuación. Si los eliminan en la primera ronda pues volverán en unos días, pero si avanzan y avanzan... máximo tres semanas.
Se irá en dos días, pensó Samantha.
El corazón le palpitaba con fuerza dentro del pecho porque con esa nueva información su mente tomó una decisión sin consultarle y era tan fuerte que no podía solo ignorarla; la pronta partida era como una señal más de que confesar sus sentimientos y pedirle tiempo a Román era el siguiente paso a dar, así que en definitiva se lo diría antes de que se fuera.
Estaba más que segura de ello.
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