55. ➳ Ya no pueden romperse más ♡
"Roto no es lo mismo que irreparable"
-Marissa Meyer
***
Los pasos eran tantos que se alcanzaba a escuchar el retumbar de una marcha, las calles siempre pacíficas de Skydalle parecían temblar bajo los pies de cientos de cupidos que con ceños fruncidos y pisadas firmes se dirigían a Corazonia. El corazón de Jacobo no hallaba la forma de calmarse y más fue su angustia cuando se confirmó que entre las filas de la oposición no estaba Ambrosio; era algo que esperaba muy dentro de sí pero mantuvo la esperanza de que todo fuera un malentendido hasta el último segundo.
Varios pasos después, se percató de otra ausencia que lo angustiaba.
—¿Dónde está Marissa? —preguntó a Robbie, que iba a su lado izquierdo.
El maestro iba con su gesto impasible y tranquilo, quizás el más sosegado que Jacobo le había visto desde que lo conoció; se preguntó si esa era su expresión en el exterior de su oficina o si el hecho de al fin estar llevando a cabo los planes lo ponía de buen humor.
—No vendrá, le he pedido que se vaya.
Jacobo sintió que el suelo bajo sus pies tembló más ante la declaración. Sus pilares de fortaleza eran su maestro, Melody y Marissa, en ese orden y ahora ninguno estaba con él; se encontraba tan solo como nunca esperó. Jacobo quiso preguntar el motivo de pedirle que no estuviera pero las palabras se le quedaron pegadas en la lengua sin intención de salir; si Robbie le había pedido no estar era por su bien, de eso sí estaba seguro.
El paso de la procesión de cupidos llamaba la atención de los habitantes cercanos que ajenos a todo, se extrañaban de tan peculiar reunión; varios se unieron porque sabían de qué iba todo pero la gran mayoría se limitaban a observar de lejos y con un deje de preocupación y curiosidad en el rostro.
Jacobo no sabía exactamente qué esperar y se preguntó si los maestros mayores en sus reuniones ya habían trazado los pasos a seguir y sabían qué iban a decir y hacer o si al igual que él estaban improvisando por el corto tiempo que se les dio de subir y cerrar las puertas de Skydalle.
Aún con el miedo, Jacobo se sentía fuerte porque tenía tras de sí filas y filas de compañeros que, con o sin conocerlo, lo acompañaban en su causa, en la causa de Lilith, de Robbie, de Marissa, de Sandro, de todos aquellos cuyos corazones se tambaleaban gracias al gobierno de Benjamín.
La multitud cruzó por un camino que se fue haciendo ancho y que anunciaba la llegada a Corazonia y su parque principal que precedía el edificio de los altos mandos. En cada pecho caminando los latidos se multiplicaron, llenando de temor, adrenalina y poder cada cuerpo.
A lo lejos se vio la terraza del edificio Cristal cortando el cielo con su silueta grisácea. Pero eso no era todo lo que el horizonte les mostraba y el resto del panorama no era alentador.
El edificio y toda la calle alrededor estaba cubierta y resguardada por guardias de Benjamín, más de los que ningún maestro había visto antes en un solo lugar.
Junto a Robbie por el otro costado caminaba Lilith con la frente el alto, la espalda recta y los hombros cuadrados. Una media sonrisa cínica adornó sus labios a la vez que sin mirar al maestro de Marissa, le dijo:
—Tenías razón, Robbie.
El aludido barrió con la mirada todo el ejército que los esperaba y un pesado suspiro se escapó de su pecho.
—Nos están esperando.
El aire en la marcha se tensó pero nadie tuvo intención alguna de detenerse.
Al lado derecho de Jacobo avanzaba Emera que chasqueó la lengua al escuchar a Robbie. Su mentón bajó, usando ese nuevo ángulo de visión para lanzar tanto odio como una mirada podía. Unos pasos más adelante, faltando pocos metros para la meta, Emera profirió un gruñido en medio de una risa llena de ira.
—Y miren nada más quién acompaña a Benjamín.
La visión se hizo más cercana, más clara y ya era posible distinguir algunas caras en medio de la multitud en la entrada del edificio Cristal.
Benjamín estaba ahí, rodeado por la protección de guardias, sonriendo altivo. A su alrededor se esparcían todos los miembros del consejo, también fuertemente protegidos... pero Jacobo no pudo mirarlos a todos porque su vista quedó helada en la figura justo a la derecha de Benjamín.
Ambrosio, su maestro, con las manos entrelazadas frente a su cuerpo, formaba parte de ese grupo.
Las piernas de Jacobo quisieron detenerse y dar media vuelta, regresar junto a Melody y olvidar como pudiera que aquel que consideraba padre estaba en la línea enemiga. Sin embargo su corazón usó ese nuevo dolor para transformarlo en ira y alimentar más su deseo de justicia. Avanzó mientras sentía cómo la sangre le hervía.
No era momento de flaquear.
♡♡♡♡♡
Lo primero que Samantha percibió fue el sonido: voces dispersas, quejidos lejanos, pitidos de máquinas y un zumbido que no supo distinguir si solo estaba en su cabeza o si algo externo lo producía. Luego abrió los ojos. Vio borroso porque sus gafas no estaban sobre su nariz, parpadeó varias veces para poder separar los distintos tonos de blanco y manchas de color que la rodeaban.
Entreabrió los labios y se percató de que su garganta estaba seca y adolorida. Temió moverse en el mar de su confusión y al intentar mover el brazo izquierdo sintió una ligera punzada de dolor; notó que tenía un moretón aún claro en su blanquísima piel.
—Mantha... —escuchó una voz a su lado derecho. Era Elliot que al verla moviendo se acercó desde la pared donde reposaba su espalda—. ¿Cómo estás?
Esa simple pregunta pareció traerle en cuestión de un parpadeo el motivo de estar en esa sala de urgencias, el dolor, la rabia, la impotencia, la vergüenza y todos los gritos que había soltado en casa de Alice. ¿Algo fue imaginado o realmente todo eso pasó? Las lágrimas se agolparon en sus ojos, lo que le acentuó el dolor de cabeza y la debilidad.
En acto automático Elliot tocó lentamente la mano de Sam y aunque al principio ella pareció sorprendida, a los pocos segundos respondió el agarre, aferrando con fuerza mientras su pecho empezaba a temblar.
—Mal —respondió finalmente y descubrió cuánto dolor y alivio una palabra podía tener—. Estoy mal, Elliot.
—¿Qué pasó? Alice y Román dijeron que te dormiste y que luego gritaste mucho, ninguno lo entiende y...
—Soñé con él. Soñé vívidamente con él y yo...
—¿Con quién?
Las palabras ahogaron a Sam por un segundo pero siendo Elliot con quien hablaba, se dijo que no podía callarlo... en realidad se lo hubiera dicho a quien fuera porque para ese momento se sentía loca, rota y desesperada; hablaría con quien fuera. Su respuesta salió en un susurro delgado que su hermano apenas y logró oír.
—Con el señor Federico.
Elliot apretó la mandíbula sintiendo de repente el peso de la impotencia que lo rompió años atrás. Apretó más la mano de Samantha y por un segundo miró alrededor con miedo y rabia, como si esperase ver a Federico en algún lugar esperando a que su hermana estuviera sola, acechándola como cuando era niña.
Sam rompió a llorar de nuevo, incapaz de detenerse. Ya no tenía el impulso de gritar y patalear porque sabía dónde estaba, con quién estaba y que no era la niña sola en casa ajena muriendo por dentro. No. Ahora tenía diecisiete años, estaba en un hospital y era su hermano quien la acompañaba.
Pero ni aunque tuviera a todos sus seres amados en ese lugar el dolor sería menos. Era un dolor brusco, salvaje y ácido que no tenía la compasión de recorrer su cuerpo e irse sino que se instalaba en cada una de sus célula para empezar a reproducir cada pizca de ira y tristeza. Sam se sentía débil física y mentalmente, se sentía tan indefensa como una hoja de papel a merced del viento y a la vez tan pesada como una montaña, incapaz de moverse hacia ningún lado.
Elliot la miró y notó que su imagen estaba borrosa por las lágrimas propias que se acumulaban tras sus párpados. La amarga sensación de pesar fue volviéndose ira en cada suspiro, trayendo de vuelta todo el resentimiento que le agrió el alma en el pasado. Quiso salir corriendo de esa sala ahora que ya no era un niño y golpear hasta matar a Federico, quiso ir a gritarle en la cara a su padre lo que su amigo había hecho y quiso llegar a donde su madre y reclamar a grito herido el que no le creyera a Sam cuando se lo contó.
No hizo nada de eso, sin embargo, porque la visión de su hermana era más demoledora que el quiebre de su propio pecho. Aclaró la garganta esperando que con un poco de fuerza en la voz Sam se sintiera más tranquila.
—Te han dado unos calmantes —murmuró—, te noquearon por unas horas. Mamá está afuera con Ian.
—¿Qué le dijiste a mamá?
—No mucho, porque yo no sabía mucho. Román tuvo un inconveniente pero vino con su madre hace un rato, le pareció correcto hablar con nosotros porque yo le dije a mamá que él estaba contigo y él quería contar lo que pasó. El doctor que te revisó dijo que estabas bien, solo atravesaste un... —Elliot tragó saliva, odiando la forma mecánica en que debía decir todo para no ponerse a llorar— un ataque de histeria. Ordenó que cuando despertaras te valore un psicólogo y ahí en más que sea lo que él diga.
Sam bajó la mirada sin fuerza suficiente para contradecir o comentar algo más al respecto. Muy dentro de sí agradeció estar ahí en ese momento porque era imposible seguirse negando a sí misma que necesitaba ayuda. Sentía los pedazos de su corazón desperdigados dentro de ella sin orden ni lógica y no podía seguir fingiendo que lo tenía todo bajo control.
—¿Y papá?
—En casa. Dijo que era innecesario que todos estuviéramos acá pero que estaba pendiente por si lo necesitábamos. ¿Quieres que le diga a mamá que venga? No ha entrado porque ya sabes... tiene a Ian.
—No.
Samantha estaba más que asustada de que el momento hubiera llegado. Sus miedos le habían oscurecido la vida por años, le habían llenado de nubarrones grises los días y finalmente estaban soltando su tormenta intentando ahogarla a como diera lugar.
Sus sombras la alcanzaron finalmente.
Se sentía avergonzada de lo que le había sucedido porque por muchos años se culpó a sí misma, estaba furiosa porque su madre la llamó mentirosa al punto de que Sam se preguntó si realmente eso había pasado y finalmente se sintió dolida porque se dio cuenta con el tiempo de que su mente infantil nunca sería capaz de inventar algo así.
Ahora estaba rota en el exterior donde ya no podía solo sonreír y los demás creerían que estaba bien, debía enfrentarse a su pasado, a su trauma, pero más que nada, debía enfrentarse a sí misma y aunque su madre, su hermano, Román, Alice y todos necesitaban respuestas, de momento solo podía lidiar con intentar dárselas a su propia mente.
—Le avisaré a... no sé, a cualquier enfermera que ya despertaste.
Sam asintió, ausente. Estaba perdida dentro del mar turbulento de su cabeza y el antiséptico entorno que la rodeaba pero tenía clara una cosa: no podía esconderse más tras sus barreras.
Ya no podía dar media vuelta y regresar a donde fingir felicidad era la mejor solución.
♡♡♡♡♡
Los contornos de la visión de Jacobo parecieron ponerse rojos y estrechos. Solo podía mirar a Ambrosio y odiar la manera en que él no era capaz de sostenerle la mirada, se preguntó si era por vergüenza, por arrepentimiento o si simplemente su maestro nunca lo quiso tanto como decía.
Tan absorto estaba que el resto del mundo a su alrededor se desvanecía; no veía con claridad a los maestros opositores rodeándolo, ni a los rebeldes rescatados cargados con armas de aspecto similar a las humanas, ni a la gran cantidad de cupidos de su edad que él mismo había reclutado a su cometido con la ayuda de Marissa. Ni siquiera era consciente de que el ejército de Benjamín no estaba libre de armas como él suponía; eran distintas a las de los rebeldes pero nadie dudaba de que no fueran inofensivas.
Jacobo no supo en qué momento se detuvieron pero notó que ya estaban a solo media calle de la multitud de los altos mandos, y fue la voz del líder la que lo devolvió a la realidad:
—Vaya descaro el tuyo en aparecerte por acá —exclamó Benjamín, con un tono cantarín de fingida sorpresa e indignación. Jacobo tardó dos segundos en ver que se dirigía directamente a Aaron—. Luego de abandonar el barco, se te considera traidor al volver.
—¿Traidor? Aquí nadie me recuerda —le dijo Aaron—. Y eso es tu culpa.
Media sonrisa ladeada y cruel se instaló en los labios arrugados de Benjamín.
—Te admiro la osadía de estar escondido cuatro años, amigo. Todos te dábamos por muerto.
—Le has robado el puesto a Aaron —gruñó Emera, llamando su atención— pero nunca serás ni la mitad de líder que él es.
Benjamín desvaneció la sonrisa pero solo por un par de segundos y luego regresó a su postura de calma. El líder actual de los Altos Mandos le sostuvo la mirada a Emera por unos instantes y luego pasó a mirar a la multitud que se congregaba detrás de la primera fila. Muchísimos eran cupidos jóvenes como Jacobo, activos o a punto de activar misión o recién salidos de misión. En sus rostros había confianza sembrada de estar en medio de tantos iguales, pero Jacobo estaba seguro de que ninguno sería capaz de dar un paso al frente y dar la cara a Benjamín.
No los culpaba; el miedo era a veces más grande que la sed de justicia.
Pero no para Jacobo. No para él que acababa de ver a Sam tan rota que alimentó su odio por Benjamín y sus reglas.
—¡Cupidos! —gritó Benjamín, dirigiéndose a todos—. ¡No se dejen engañar de estos grupos de rebeldía! ¡Solo los quieren como carnada para hacerse con el poder, sin importarles si hay o no bajas entre los suyos! ¡Ríndanse ahora y no habrá represalias! Estos opositores deben ser castigados para...
—¡No! —gritó Jacobo, dando un paso al frente y callando a Benjamín—. ¡Nadie está aquí bajo engaños o falsas promesas! ¡El reglamento que rige Skydalle no es beneficioso para nadie y eso debe cambiar, por los humanos y por nosotros!
—Las reglas están hechas para mantener el orden —intervino uno de los compañeros de Benjamín, mirando con desdén al cupido pelirrojo—. No son adornos que un grupo de chiquillos pueden cambiar como si nada.
—¿El orden? —espetó Jacobo—. ¿El orden de qué? Los humanos no necesitan amor en la adolescencia, necesitan más que eso.
—¡Tonterías! —explotó otro miembro del consejo—. ¡Durante siglos nos hemos acoplado a este reglamento y hemos llevado el amor a la humanidad cuando más lo necesitan!
—Los tiempos han cambiado —espetó Lilith, hablando por primera vez—. Les hemos solicitado muchas veces una actualización del reglamento y en cada ocasión se han negado. Las puertas de Skydalle no se abrirán hasta que eso cambie.
—No vamos a modificar nuestro modo de vida porque a un grupito de cupidos les parece incorrecto —siseó Benjamín, cambiando su máscara de amabilidad por una fiera crudeza, luego gritó para que todos sin excepción lo oyeran—. ¡Todo aquel que se muestre en contra de los altos mandos será destituido y desterrado de inmediato! ¡No le hagan eso a sus humanos, a sus maestros, a ustedes mismos!
—¡Estamos aquí por nuestros humanos! —gruñó Jacobo.
—¿Arriesgando la vida? No seas iluso, Jacobo, acá no vas a lograr nada. Una guerra ilógica que tenga bajas no es la solución a tus problemas.
Como si quisiera tener énfasis, una ancha línea de guardias dio un paso al frente, blandiendo con más ahínco sus armas en una clara amenaza. Los murmuros que nacieron de la multitud tras Jacobo eran de miedo y quizás de arrepentimiento. No todos tenían una relación cercana con el movimiento como los maestros o alumnos como Jacobo; algunos solo se habían dejado convencer por la promesa de elementos ilegales para sus humanos pero en sí, se sentían perdidos en aquella oposición.
Jacobo casi pudo ver cómo muchos empezaban a rendirse pero no podía permitir eso, no podía darse ese lujo si ya había llegado hasta allí. Así que contra todo instinto de protección, dio la espalda a sus enemigos para dirigirse a los suyos:
—¡Todos acá bajamos a la tierra esperando encontrar a un adolescente feliz que quiere enamorarse, porque es eso lo que nos han prometido! ¡Nos dicen que debemos darles el amor sin falta y no le vemos nada negativo porque creemos que eso es lo que ellos quieren! ¡Pero no es así! ¡Todos los que están acá tienen problemas y todos hemos estado perdidos con nuestros humanos! ¡Al bajar no hallamos vidas perfectas esperando el amor! ¡Encontramos adolescentes sufriendo, con baja autoestima, con familias disfuncionales, bajas notas, tendencias depresivas, ansiedad, problemas de identidad y el único deseo que tienen es sobrevivir otro día a su entorno! —El tono de Jacobo se volvió golpeado y furioso cuando giró para encarar a Benjamín—. ¡Acabo de ver a mi humana destrozada por los traumas que ha cargado toda la vida y usted aún así me pide que le dé una flecha de amor verdadero o si no seré castigado! ¿Pues sabe qué? ¡NO ME IMPORTA! Samantha no me necesita, no para la misión que ustedes me han dado, no para arruinarle la vida haciéndole creer que se ha enamorado cuando está tan rota por dentro. ¡No me importa si una guerra no es lo que solucionará mis problemas porque de todas maneras ustedes no pueden hacer nada por mi humana ni les interesa hacer nada por ninguno de ellos! No le temo a las consecuencias. Samantha ya está sufriendo y a mí no pueden romperme más. ¡No me quedaré callado!
Hubo un profundo silencio por un par de segundos, Benjamín miró con odio a Jacobo y levantó una mano que, todos notaron tarde, era una señal para abrir fuego.
Un siseo casi imperceptible atravesó el aire desde el edificio Cristal y Jacobo vio una flecha que se incrustaba en su hombro. No era como las flechas de amor que desaparecían en el cuerpo huésped, no era hecha de emociones ni pretendía darlas. Era sólida, negra e increíblemente dolorosa. Jacobo sintió las manos temblorosas y la vista maleable, sus sentidos se embotaron, apenas escuchaba los gritos pero en un lugar dentro de sí era consciente de la mano que le sostenía el antebrazo y gritaba su nombre: Lilith, empeñada en que él no cayera.
Las flechas a montones que salían de lugares indeterminados de las ventanas del edificio Cristal, los cupidos que caían y el fuego rebelde del contraataque, convirtieron la plaza de Corazonia en un caos confuso. Jacobo llegó a cuestionarse si Benjamín había improvisado el levantar fuego o si era algo que, independiente de los resultados, haría para sembrar miedo.
La parte lógica de Jacobo se preguntaba por qué sentía que se desvanecía si le habían dado en el hombro y no en un lugar vital, entonces notó que la sensación no era de abandonar la vida sino solo la consciencia. La flecha lo dormía como un potente calmante, no lo mataba. Cayó de rodillas cuando Lilith tuvo que soltarlo para defenderse por su cuenta y elevó la nublosa mirada a la entrada del edificio, por donde el consejo y su líder, rodeados de guardias de protección, caminaban para ponerse a salvo tras las puertas.
Hubo una pequeña brecha entre el escudo cupido de guardias y Jacobo logró ver a Ambrosio, que por primera vez en la tarde le dirigía una mirada directa. No pudo fruncirle el ceño ni gritarle cuánto lo odiaba, su fuerza no daba para mucho y pronto terminó de caer inmóvil al suelo; fue consciente por unos cuantos minutos de inmovilidad de las pisadas que bullían a su alrededor, de sus compañeros cupidos luchando, cayendo o avanzando.
Finalmente cerró los ojos y no sintió, escuchó, ni vio nada más.
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Ambrosio miró de lejos a su alumno y su garganta se tensó. Estaba inconsciente, igual que muchos otros, pero le alegraba saber que de los guardias de Benjamín también había un buen grupo perdiendo. La mayoría de los caídos de la oposición eran chicos jóvenes como Jacobo que no lograron esquivar el ataque, pero los soldados, los rebeldes de Relámpago y de Tormenta Fría seguían en pie, dando la cara por su gente.
Un grupo de opositores se encargaba de las armas, y otros pocos, en su mayoría mujeres, se encargaban de alejar a los caídos de la línea de adelante para poner sus cuerpos —por fortuna solo dormidos— a salvo lejos de más fuego. Ambrosio dudaba que las armas de la oposición fueran solo sedantes, pero no sintió remordimiento alguno de que los guardias de los Altos Mandos murieran.
Cruzaron todos la puerta de entrada del edificio Cristal, Benjamín llevaba un gesto de satisfacción en su rostro, seguro de que sin mover un dedo ni ponerse en riesgo iba a ganar esa disputa, igual que tantas veces antes había detenido pequeñas protestas antes de que significaran algo.
Antes de seguir adentrándose, Ambrosio miró a través de un espacio en un cristal hacia Jacobo. Su cuerpo seguía inerte y vio con alivio que una de los suyos se acercaba para llevárselo, pero justo cuando lo estaba levantando, una flecha aterrizó en ella, haciéndola tambalear y alejándola de Jacobo.
Dos miembros del ejército de Benjamín se acercaron para llevarse a Jacobo a rastras en la dirección opuesta.
—¡Qué hacen? —gritó Ambrosio a la nada, pero llamando la atención del consejo que ya le sacaba varios metros de ventaja. Ambrosio se volvió, encarando a ese grupo, mirando solo a Benjamín—. ¡Se están llevando a Jacobo!
Benjamín fingió muy mal que estaba sorprendido.
—Oh, sí... bueno, creo que podré necesitarlo más adelante.
—¡Ese no era nuestro trato! —explotó Ambrosio, acercándose a grandes zancadas. A medio camino fue detenido por un guardia que le impidió avanzar más; su corazón latía veloz y su ira bullía—. ¡He cumplido mi parte! ¡Dijiste que lo dejarías en paz!
Ambrosio sintió el pinchazo grave de una punta enterrándose en su nuca y de inmediato sus fuerzas empezaron a flaquear. El guardia lo soltó pues ya no era necesario contenerlo. Ambrosio se acercó a una pared mientras el mundo le daba vueltas y con la espalda pegada al muro fue cayendo hasta terminar sentado. Vio de reojo que Benjamín se acercaba y se agachaba a su altura. Cómo deseaba golpearlo, irse, fingir que nada de eso había pasado.
—Tú y Aaron tienen algo en común, querido Ambrosio —susurró Benjamín. Los ojos del maestro se iban apagando mientras luchaba sin éxito con la niebla que lo envolvía—. Ambos cometieron un gran error al confiar en mí.
Ambrosio no luchó más y quedó inconsciente.
♡♡♡♡♡
¡Gracias por leer!
No hay disculpa que valga para casi dos meses de ausencia, y sé que muchos lectores se fueron por eso :'v así que no pido más disculpas, pero sí agradezco inmensamente a los que siguen acá. Su apoyo es lo más bonito del mundo, los amo ♥
♡Nos leemos, espero que pronto♡
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