46. ➳ Aaron Holly ♡

"Permitidme que diga, aun a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario se guía por grandes sentimientos de amor"
-Ernesto Guevara

***

Samantha tenía diez años y el vestido de baño del color de las cerezas la hacía lucir incluso más infantil, más tierna. El día era tan soleado que la madre de Sam había preferido mantenerse al resguardo del calor bajo una gran sombrilla, pero Sam, Elliot y su padre preferían la refrescante piscina.

—¡Lánzala! —gritó Sam a su hermano, refiriéndose a la pelota de plástico con la que jugaban.

Alfonso les sonrió a sus hijos y vió como el mayor lanzaba la pelota, esta cayó un poco más allá del límite de Sam pero ella, emocionada, saltó a tomarla. El agua pronto la cubrió completamente y ella empezó a patalear, aunque solo por un par de segundos pues su padre estaba a solo un dos metros y fue a socorrerla rápidamente. Sam tosió un par de veces.

—Tragaste agua —le dijo su padre en tono burlón.

—No te rías.

—Debes aprender a nadar pronto... —Su padre le puso ambas manos bajo los brazos y luego la levantó hasta que solo sus rodillas estuvieron bajo el agua. Alfonso reía, Sam tenía una tonalidad de miedo divertido en su mirada—. ¡O no te salvarás cuando te haga así! —Le dio un impulso hacia arriba y la soltó en el aire, Sam profirió un grito alegre y cayó de nuevo al agua. Su padre la sacó una vez más.

—¡Otra vez! —exigió Sam, enrollando sus brazos en el cuello de su padre mientras tomaba todo el aliento.

—¡Yo también! —gritó Elliot, que llegó al lado de ellos.

Alfonso no se hizo del rogar y empezó a lanzarlos uno a uno para que cayeran de sopetón al agua, a solo centímetros de él. Lo hizo por unas cuatro veces a cada uno hasta que sus brazos dijeron basta.

—Me rindo —exclamó—. Ya están muy grandes y pesan un montón.

—¡Alfonso! —llamó Nora desde la sombrilla, a unos metros afuera de la piscina. Los tres giraron a mirar—. Ya llegó el almuerzo, salgan.

Sobre la mesa que rodeaba la sombrilla habían cuatro platos servidos y una Nora muy sonriente mientras sus dos hijos y su esposo salían del agua. Alfonso fue el primero en sentarse, tomó la toalla grande, se secó la cara, luego la abrió para que Samantha se acercara, ella lo hizo y su padre la secó con fervientes movimientos que le hicieron cosquillas. Ambos rieron animados, Sam se quedó con la toalla para que, pese al sol, el viento no le hiciera pasar frío y luego se sentaron a comer.

De la sonrisa de Sam nació una luz rosada, luego se congeló la imagen y volvió a comenzar el recuerdo. Jacobo se alejó de la ventanilla.

El cupido tenía unos puntos brillantes en los ojos por haber presenciado un momento en el que, al parecer, la relación de Sam y su padre no fue mala. Era un paseo, por lo que pudo ver, uno en el que todos se divertían y que Sam guardaba con cariñoso tono. Jacobo lamentó no poder saber con exactitud qué había hecho cambiar esa relación de una niña con su padre a lo que era hoy en día.

Cuando la mente de Sam lo absorbió estuvo confundido por varios segundos hasta que las luces de las celdillas se iluminaron para él, ahí dedujo que las sustancias que había usado en ella seguían vigentes, no sabía si por siempre, pero sí por ahora; se dijo que debía decirle todo a Ambrosio con lujo de detalles para que lo sacara de dudas.

En su piel existía un magnetismo invisible que impulsaba a Jacobo a mirar las celdillas negras del suelo pero sabía que Román estaba con Sam y lo que menos quería era que él presenciara un despertar inquieto como el de la madrugada pasada. No sabía si ver recuerdos felices también se los proyectaba a Sam pero se dijo que de ser así, no habría problema, eran buenos después de todo.

Había una celdilla curiosa que oscilaba en dos tonos: rosa y morado casi negro. No era la única que tenía dos colores combinados pero Jacobo se sintió atraído a esa así que no dudó en asomarse.
Era la sala del apartamento, en una esquina estaba el árbol de navidad encendido y eso, sumado a las elegantes vestimentas de los cuatro habitantes de ese lugar, dejaban claro que o bien era navidad o bien año nuevo. Sam tenía la misma edad que el recuerdo de la piscina, pero ahora llevaba un lindo vestido estampado con sandías, le llegaba más abajo de la rodilla y sus bailarinas eran plateadas, a juego con la diadema sobre su cabeza.

La música decembrina sonaba a volumen moderado en la pequeña sala. Alfonso miraba televisión, Nora estaba en la cocina haciendo una natilla y los dos niños jugaban en el suelo con figuritas de dinosaurios y otros animales.

La canción cambió y sonó una muy movida, con letra navideña y alegre. Alfonso sonrió en reflejo y dijo hacia nadie en particular:

—Esa canción es muy buena.

Sam se levantó del suelo dejando a Elliot solo con sus dinosaurios. Se alisó la falda del vestido y le tendió la mano a su papá.

—Bailemos, pa.

Alfonso no se detuvo a pensarlo sino que se puso de pie y tomó a Sam de ambas manos para empezar a dar vueltas con ella sin ton ni son, solo haciendo que se moviera y se riera. Nora se asomó desde la cocina y sonrió mirándolos. Pese a que Sam ya estaba grande, Alfonso la alzó y la mitad de la canción la bailó con ella en brazos; Sam sonreía.

Cuando acabó, aterrizó en el sofá con expresión de cansancio, fingiendo que Sam pesaba un montón mucho mayor al que él podía tolerar; de ahí salió el resplandor rosado del recuerdo. Pidió otra cerveza —la cuarta o quinta de la noche —y Nora se la pasó sin problema alguno.

El recuerdo se movió rápidamente a un rato más tarde, en la mesa a la hora de comer. Nora repartió pavo y ensalada, Sam metió los dedos en la natilla y Elliot se llenó desde temprano con galletas en forma de arbolito.

—Tráiganme un vaso con agua —pidió Alfonso, mas, sin intención, nadie lo escuchó.

Sam estaba absorta sacándole los trozos de aceituna a su pavo, Elliot comía concentrado y Nora estaba pendiente de los movimientos de ambos hijos.

—Un vaso con agua —repitió Alfonso. Una vez más, no lo escucharon, o bien, lo ignoraron. Se enojó y le dio un golpe a la mesa que los hizo sobresaltar a todos—. ¡Un puto vaso con agua! ¡Es que en esta casa nadie me presta atención? —Gritó. Nora se paró de inmediato a buscar el vaso pero él no se calló—. ¡Yo soy el jefe de esta casa y me tienen que poner atención cuando les hablo!

Los dos niños quedaron congelados en su sitio porque el tono y expresión usados ya los conocían: los que traía el licor y el mal humor a su padre, hacer o decir cualquier cosa solo lo empeoraría. Nora volvió con el vaso.

—Ya, acá está, cálmate.

Alfonso ya no hablaba con la cabeza sino con el alcohol y golpeó la mesa una vez más.

—Y una mierda —gruñó—. ¡Aquí aprenden a respetarme o se joden todos!

Sam se puso a llorar en silencio. Alfonso dio cátedra por otro par de minutos, dando vueltas sobre lo mismo: que debían respetarlo y obedecerlo, todos guardaron silencio porque sabían que era lo mejor hasta que él se cansó y empujando la mesa al levantarse, botando un vaso con soda al suelo, se fue a su habitación. Samantha lloró entonces sin reprimir los sollozos. Nora se acercó a abrazarla, intentando calmarla. Elliot solo apretaba la mandíbula, más que triste, enojado.

—Siempre es lo mismo con él —refunfuñó Elliot—. Siempre daña todo.

—Ya saben que él es así, no se afecten por eso —pidió Nora.

—Todavía no ha llegado la medianoche —se lamentó Sam, llorando—. No me dirá feliz navidad.

El tono morado resplandeció de la lágrima que le resbaló por la mejilla y el recuerdo empezó de nuevo.

La sonrisa con la que Jacobo inició el recuerdo, pasó por la ternura, la alegría y terminó en tristeza, aunque al menos había comprendido algo: la relación de Sam y su padre no había empeorado, era simplemente que Alfonso era así con todos, era amoroso por ratos pero volátil en la mayoría de ellos. Amaba a su familia pero su temperamento se interponía con frecuencia, era estricto, austero, poco demostrativo estando en sano juicio e hiriente, sin embargo Sam lo amaba porque así como tenía mil malos recuerdos —que eran los que más la marcaban—, también tenía mil buenos como el de la piscina o el de él bailando con ella en navidad.

La primera vez que usó en Sam el visualizador de la gráfica de amor, se sorprendió de que ella quisiera tanto a su padre, pero de a poco la entendía, comprendía que pese a todo Alfonso no había sido un padre ausente, puede que ni siquiera malo, solo era un hombre al que criaron con la idea de que él debía tener siempre razón y que quería las cosas de cierta manera sin pensar antes si pasaba por encima de otra persona.

Alfonso era un humano que no supo nunca manejar el amor pero que, visto desde cierto punto de vista, hacía lo mejor que podía con lo que tenía.

Por desgracia estaba comprobado que dar lo mejor no siempre era suficiente, que a veces era mucho menos que eso, que esa insuficiencia dejaba carencias que no se podía pedir que llenara porque simplemente no sabría cómo hacerlo.......

De sopetón Jacobo salió de la mente de Sam cuando esta se despertó por el zarandeo de Elliot que llegaba a casa. Solo Marissa estaba ahí.

—¿Todo bien? —preguntó ella, devolviéndolo a la realidad.

—Sí. ¿Y Román?

—Elliot lo encontró acá durmiendo y lo despertó, le pidió que se fuera porque su padre ya casi llegaba y ahora acaba de despertar a Sam —resumió.

Jacobo los miró. Sam miraba a lado y lado, algo confundida por salir de sopetón de su sueño.

—Si te preguntas por tu amigo, ya se fue —le dijo Elliot. Sam se sonrojó y agachó la mirada—. Agradece que fui yo el que entró y no mi papá; si los hubiera visto dormidotes juntos, habría batalla acá en la casa.

—Yo... nada... lo siento...

—Oye, no te estoy regañando —la tranquilizó—. Ese chico es amable. ¿Eres su novia?

Sam negó efusivamente con la cabeza, como si ese fuera el peor de los disparates.

—No, no, no... solo somos amigos... él estudia con Alice y estábamos todos pero yo no quise salir y me acompañó. Me quedé dormida.

Hasta en los oídos de Sam la innecesaria explicación sonaba a que admitía la culpa que en realidad no tenía. Elliot quiso reírse, pero al contrario, le enternecía la actitud de su hermana.

—Pues será nuestro secreto —le aseguró Elliot—, pero en serio, eso fue arriesgado, Sammy.

—No consideré que él se dormiría.

—De ahora en más considéralo. Cuando necesites que te cubra, acá estoy, pero mi poder es limitado —bromeó. Luego soltó una risita—. Y ese pobre se llevó un susto cuando lo desperté, creo que dio más explicaciones que tú y eso solo me dice que algo se guardan —la miró con intencionada picardía.

—No es así...

—Engaña a mamá, a mí no. —Eliott le guiñó un ojo y le pasó la mano por la cabeza, era un intento de caricia pero pareció más un suave golpe—. Traje donas, ven a comer.

—Sí, voy.

—Las de chocolate son mías —advirtió.

—La verdad hasta Melody y yo nos asustamos al oír la puerta —confesó Marissa, sonriendo—. Menos mal solo era él. Y es cierto lo de Román, casi cae por la ventana por salir corriendo. Pobrecito, ni siquiera dejó que Elliot le dijera que podía salir por la puerta. ¿Cómo te fue adentro?

—Bien, supongo. No busqué nada de lo que debería... no sería justo con Sam presionarla tanto tan pronto.

Marissa asintió de acuerdo y vieron a Sam salir de la habitación en busca de las donas. Jacobo pretendía ir tras su humana, pero Marissa lo tomó de una muñeca para detenerlo.

—Quiero hablarte de algo...

—Si es sobre Melody, ya sé que puede ser descortés, hablaré con ella, pero tú también evita buscarle la lengua porque solo es necesario decirle algo para que ataque, no es posible que no puedan estar juntas un ratito en una habitación y...

—No es sobre ella —lo cortó—. Es sobre el plan.

—¿Cuál plan?

Jacobo pareció momentáneamente desconcertado sin recordar que Marissa no estaba en la tierra por mera visita. Tardó un par de segundos en conectar neuronas pero igual aguardó a que ella misma respondiera:

—Nuestro plan, Jacobo.

—Me dijiste que no teníamos plan aún.

Marissa se mordió el labio inferior.

—Con nuestro no me refiero a tú y yo.

El cupido tragó saliva, poniéndose internamente en alerta.

—¿Tú y quién?

—Ven. —Pidió Marissa, tendiéndole la mano—. Quiero presentarte a alguien.

♡♡♡

Marissa ocultaba cosas, eso era algo inevitable para ella. Sin embargo, nunca lo hizo con mala intención, todo era para proteger a Jacobo. Si bien la versión que le dio sobre su reclusión fue retorcida para ponerla en papel de víctima, no fue por ocultarle por siempre la verdad o para ponerse a sí misma como la blanca paloma que no era, simplemente fue una táctica para ganarse su confianza; le contaría la verdad algún día, pero de momento no se sentía capaz.

Cuando Jacobo la visitó la primera vez, ella no vio más que a un cupido confundido pero amigable, mas cuando Aaron, escuchando todo desde otra habitación, le dijo que él era el elegido para impulsar lo que tantos años habían retenido, Jacobo cambió a ojos de Marissa.

A lo largo de esos cuatro años, varios cupidos habían llegado a la residencia de Marissa enviados por algún aliado secreto de Aaron desde el otro lado de la frontera, llegaban creyendo que hacían un favor pues siempre traían algo para ella, sin embargo y sin que supieran, iban era a visitar a Aaron. Él nunca los recibía pero desde otra habitación escuchaba sus conversaciones con Marissa, vigilaba sus movimientos y cuando finalmente se iban, él le solía decir a Marissa "ese no es el indicado". Nunca le quiso explicar gran cosa cuando ella preguntaba qué tenía de malo cada cupido —pues ella los veía inteligentes, leales, justo con lo necesario para unir fuerzas— y con el tiempo Marissa dejó de insistir.

Hasta que Jacobo llegó. Era el más joven que pasaba por su puerta y no llevaba nada para ella, por ende, no era un enviado por el amigo de Aaron. Lo recibió porque dijo saber de Mario y esperaba no volver a verlo, mas esa noche cuando Aaron le dijo que él sí era el elegido, Marissa experimentó una gran confusión.

—¿Por qué él?

—¿Por qué crees que durante todo este tiempo he descartado a otros, Marissa? —le preguntó a cambio. Aaron siempre tenía en su rostro una expresión de tener todo bajo control, como si incluso lo malo que sucedía fuera planeado por él, era un autocontrol envidiable. Marissa se encogió de hombros—. Yo tengo un don que, de cierta manera, es el que me ha traído tantos aliados y fieles amigos.

—¿Cuál es ese don?

—Puedo ver el corazón de los cupidos —confesó—. Con escucharlos o verlos de lejos puedo saber cómo es su carácter, puedo saber si confiar o no en ellos.

Marissa, sin querer, le objetó:

—Pero usted confiaba en Benjamín.

—No del todo.

—Era su mano derecha —increpó de nuevo.

—Siempre supe que en su corazón la avaricia era mayor que la lealtad.

—¿Por qué lo tuvo a su lado entonces?

—Porque a seres como él es mejor tenerlos cerca que en las sombras, hurgando una manera de lastimar. ¿Por qué crees que nunca le dije los nombres de los maestros? ¿o el avance de los planes? Confiar en él no era prudente, pero teniéndolo cerca podía protegerme más.

Marissa recordó aquella época y todo le encajaba, el fallo de los planes en aquel entonces había sido por su causa porque Aaron en sí nunca confió en Benjamín tanto como ella, tanto como para darle el poder de destruir todo.

—Pero yo dañé todo —musitó.

—Sí, así es, pero ya hablamos de esto, Marissa. Pasado incorregible, nada por lo que lamentarse. ¿Sabes por qué sigo acá? Porque así como siempre supe del corazón podrido de Benjamín, puedo reconocer la bondad del tuyo... y de la misma manera, reconozco la bondad del de ese joven. Todos los que han llegado acá podían ser más aptos físicamente, eran mayores, más sabios, pero la pureza del corazón dejaba mucho que desear.

—Es prácticamente un niño.

—Pero su corazón, Marissa, tiene más fuerza que la de muchos maestros juntos. En su alma está el poder de amar sin límite alguno, de la forma más crudamente literal. Sé que tiene la capacidad de entregar todo por amor, de sacrificar, de no pensar en él con tal de que los que ama estén bien. Sé que todos ustedes como cupidos aman enormemente, pero son contados los que darían la vida entera por su humano, muchos dirían que sí, pero casi ninguno renunciaría a su existencia por un ser que ni siquiera puede verlo. ¿Comprendes?

—Sí, maestro.

—Por eso él es a quien estábamos esperando. Con él saldremos de acá, con él reuniremos más aliados, con él haremos el cambio. Llevas cuatro años esperando que nuestra rebelión se mueva, Marissa, justo con él encendemos motores.

—Pero ya se fue, maestro.

—Volverá —aseguró con firmeza—. Sé que lo hará.

Y sí lo hizo.

Varios días después llegó con la inquietud de que nada de lo que Marissa le había contado existiera en el registro de Skydalle, así que ella tuvo que improvisar y armar una versión de su vida en la que estaba sumamente engañada por los Altos mandos —pese a que conocía cada detalle de la represión—, todo para que Jacobo confiase en ella y la sacara de Tormenta Fría.

Su misión de momento era instalarse en la Tierra, buscar aliados, mantener bajo perfil y cuando tuviera suficientes cupidos de su lado, acudir a Aaron para que diera los pasos a seguir.

Ahora iba con Jacobo a presentarle a Aaron, a revelarle parte importante del plan y a esperar que él reaccionara de la mejor manera.

♡♡♡

Jacobo no pudo ocultar su desconcierto al ver a Aaron. Pensó en la curiosa casualidad que tan solo unas horas antes hubiera visto por accidente una foto suya de la cual reconocerlo, y tenerlo ahora enfrente parecía más un cuadro imaginado por su mente nerviosa que algo real.

Pero lo que sentía no era imaginario.

La energía que Aaron descargaba con su presencia hacía que su interior tuviera la necesidad de respetarlo, de serle leal, le daba la certeza que él era un ser superior y no en un mal sentido, no como si Aaron lo viera por encima del hombro sino como si Jacobo supiera que podía cobijarse en él de buscar consuelo o protección.

—Eres Aaron Holly —susurró a los pocos segundos de verlo.

Tanto Aaron como Marissa se sorprendieron de escucharlo.

—Sabes quien soy —murmuró él.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió Marissa.

Metí la pata, se dijo Jacobo, la metí bien honda.

Marissa no sabía que él ya conocía la historia, no sabía que Ambrosio estaba al tanto de todo o que Lilith junto a Melody le habían mostrado La Fortaleza, lugar donde vio su foto y nombre. No podían saber que él estaba con el otro lado de la revolución. Tragó saliva, sintiéndose tonto y pequeñito. Se ahogó en balbuceos porque decir todo no era una opción, retractarse tampoco y para mentir era malo.

—¿Quién te habló de mí? —preguntó Aaron, no a la defensiva, pero sí con firmeza—. Nadie de tu edad sabe quién soy.

—¿Qué hace usted acá? —preguntó a cambio, pidiendo al cielo que no lo obligaran a decir nada—. Hay muchas personas buscándolo.

—¿Quienes? —matizó Marissa—. Jacobo, ¿cómo sabes de...?

—Marissa, ¿me dejarías un rato a solas con el joven? —le pidió Aaron con gentileza. Ella pulió un gesto sorprendido e indignado—. Por favor.

Una parte de Jacobo quería que ella saliera, pero otra le pedía a gritos que no lo dejara solo con el antiguo máximo líder. Marissa salió sin ocultar su mirada molesta, indignada porque la excluyeran.

Una vez solos, Aaron habló:

—¿Quién es tu maestro?

Jacobo se sonrojó pero no vio manera de evadir esas preguntas ni vio factible el mentir. En su corazón había una lealtad implícita hacia Aaron y no la podía eludir. Agachó la mirada para responder.

—Ambrosio Danlar.

Eso bastó para que Aaron supiera gran parte de todo.

—Estás al tanto de la historia. —No era una pregunta. Jacobo asintió—. Marissa no lo sabe. —Negó con la cabeza—. Lilith te ha pedido que no digas nada. —Asintió de nuevo—. Confías en Marissa pese a todo.

—Claro que sí —murmuró finalmente, dispuesto a hablar con Aaron—. Tengo aún un resentimiento atorado porque me mintió en muchas cosas, pero Marissa ha sido un gran apoyo.

—He supuesto todos estos años que Ambrosio y Lilith no la tienen en buen concepto.

—Ha acertado, maestro. —Jacobo suspiró con una sensación de que había paredes a su alrededor que lo aprisionaban; odió su incapacidad de mantener el secreto un poco más, ahora Marissa se enteraría de mucho—. Admito que cuando supe lo que había pasado, yo odié a Marissa por un momento, pero la Marissa de hoy es la que me importa y a ella la quiero mucho. Mi maestro no sabe lo que ella es para mí, ni Marissa sabe que mi maestro es consciente de su presencia acá. Maestro, yo sé quién es usted y le juro que estoy de su lado, yo... yo no soy un mal cupido, no me gusta mentir pero me descuidé y en un momento ya le guardaba secretos a todos y yo... lo siento mucho.

Aaron vio su evidente malestar e intentó tranquilizarlo; levantó su mano derecha, pidiéndole silencio y el cupido obedeció, mordiendo su labio, muy alterado, quizás creyendo que estaba en problemas.

—Muchacho, no has hecho nada malo. Has hecho el bien en dos bandos diferentes, eso es todo. Yo sé que tengo la lealtad de Ambrosio, de Lilith y de cada uno de los líderes menores, ¿sabes por qué no he acudido en ellos? Porque al igual que tú, estoy apostando todo por Marissa y sus intenciones. He estado a su lado todos estos años porque quiero probarles a los demás que ella vale más que un error que ha cometido, ella nos dañó, sí, pero me salvó también y merece el crédito por eso; con palabras nadie cree aunque aseguren que sí, necesitamos actos y por eso estoy acá con ella.

—Yo también quiero eso, maestro, que no la odien... es que ni siquiera es odio, es una repulsión inmediata. A veces creo que la desprecian más a ella que al mismo Benjamín que es el verdadero villano.

Aaron le sonrió de lado a lado, como si estuviera esperando que Jacobo dijera exactamente eso.

—No me equivoqué contigo. Eres noble, eres puro. Jacobo, tus razones para ocultarle cosas a Marissa son igual de pesadas que las que ella tuvo para ocultarte cosas a ti, por lo tanto espero que ninguno de los dos guarde rencores. Ahora es momento de la verdad, hablarás con ella y serán ambos sinceros. Ya conoces la historia, pero quiero que la escuches de Marissa. No más secretos de parte de ninguno.

—¿Y sobre mi maestro? ¿le debo decir a Ambrosio... todo esto?

—No es necesario. Pronto yo mismo me reuniré con él y con los demás. Hasta entonces, te pediré que no digas nada. No te preocupes, hablo de días, máximo un par de semanas, no de meses ni años.

Jacobo recordó lo que Marissa había mencionado un rato atrás y una inquietud le estremeció el cuerpo.

—Marissa dijo algo de un plan. ¿Cuál es el plan?

Aaron lo miró con detenimiento, seguro por completo de que Jacobo había sido la elección ideal para acompañarlos a él y a Marissa en la revolución.

—Vamos a cambiar a Skydalle, Jacobo, de la misma manera en que yo planeaba hacerlo cuatro años atrás. Todos se unirán, estoy seguro. Los maestros, a su ritmo y manera, y nosotros, al nuestro, nos hemos fortalecido y preparado todos estos años para dar el golpe que marcará la diferencia. Tú eres parte importante de esto. Tanto como Marissa y como yo.

Jacobo recordó la historia contada por Lilith y supo con rapidez el plan de Aaron. Un escalofrío lo atravesó y no dudó en susurrar las palabras, solo para asegurarse de que no se equivocaba:

—Van a cerrar las puertas de Skydalle.

—Vamos —corrigió Aaron—. Vamos a cerrar Skydalle y a exigir un cambio, por las buenas o por las malas. 

♡♡♡

No olvides dejar tu estrellita, y si te ha gustado, una opinión del capítulo ►


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top