44. ➳ Cambios y recuerdos ♡
"La memoria es un monstruo, evoca recuerdos por voluntad propia. Crees que tienes un recuerdo pero es él quien te tiene a ti".
John Irving.
***
El panorama... era inexiste.
Jacobo estaba rodeado de un negro tan absoluto que de no ser porque se sentía firme estando de pie, podría asegurar que flotaba en la nada. No se veía derecha, izquierda, fondo o techo, solo negro. Ambrosio se lo había advertido así que no lo tomó desprevenido, solo aguardó por un par de minutos a que, con la ayuda del aerosol dado a Sam, esta le abriera camino en su propia mente.
De un momento a otro se hizo la luz multicolor, tan cegadora, que Jacobo tuvo que cerrar los ojos dos segundos; la estancia parecía no tener esquinas o lados rectos y uniformes, miles de colores rodeaban a Jacobo que quedó en medio de todo el esplendor, era como estar en el centro de media esfera adornada con luces navideñas muy juntas y que a cada dirección hubiera un destino diferente. El cupido se deslumbró observando, jamás creyó poder ver algo así. Temió dar un paso hacia cualquier dirección y de momento olvidó toda instrucción de Ambrosio, solo estaba maravillado ante la forma en que la mente de Samantha se mostraba a él.
Los cupidos somos seres etéreos en la Tierra, le había dicho su maestro, y lo somos al entrar en la mente humana, de la misma manera, no vemos esa mente como un humano lo haría teóricamente, la sentimos como una locación, una en la que, de tocar algo específico, puede haber desbalance en el dueño, en este caso, Samantha. Mientras estés ahí serás como un segundo subconsciente porque eres parte de ella y gracias a eso puedes estar ahí.
La mirada curiosa de Jacobo recorrió los 360° de la estancia cerrada y luego subió lentamente; en el techo también habían colores aunque sobrios con imágenes difusas, casi transparentes, imposibles de entender a menos que se acercase más.
Dio un paso adelante, atraído al azar por uno de los puntos de color, uno rosado que a medida que se aproximaba, emitía un sonido ambiental y de voces lejano. Al estar a solo un par de pasos, Jacobo notó que la luz era en realidad una especie de celdilla hexagonal y que cada luz alrededor tenía la misma forma independiente, lo que, de verlo todo apagado, sería similar a un panal de abejas.
Jacobo se asomó por la celdilla que era suficientemente grande para contener su cabeza curiosa. Miró con asombro que del otro lado había una estancia: la de la sala de la casa de Sam, en tonos vívidos, como si estuviera allí, de hecho llegó a pensar que se había salido de la mente de su humana por la imagen que tenía enfrente, no obstante, pronto se dio cuenta de que no era así cuando vio a una Samantha de unos siete años pasar corriendo de pared a pared.
Era un recuerdo.
Toda la imagen tenía un resplandor suave pero visible del tono rosado que lo había atraído, lo que le confería ese aire de fantasía y de nostalgia que embarga a alguien al ver un video de su infancia. Sam aún no usaba gafas pero su pelo era igual de rojo que el actual, sonreía ampliamente exhibiendo dos huecos de dientes caídos, llevaba una sudadera oscura y una camiseta con una Minnie estampada. Al llegar al otro lado de la sala, se metió tras el sofá entre risas que no podía contener.
Se oyó una voz:
—9...10... lista o no, ¡acá voy! —era Elliot, que salió del pasillo a buscarla.
La madre de ambos, desde la cocina, sonreía mirándolos de reojo. La risa de Sam era incontenible y Elliot supo de inmediato donde estaba pero fingió no saberlo, revisó las habitaciones, revisó el baño, miró en la cocina, siempre anunciando en voz alta en dónde buscaba y desatando más risas de Sam que se sentía la mejor jugadora triunfante. Samantha dio un brinco fuera de su escondite y gritó a su hermano:
—¡Ja, acá estoy! ¡Te gané!
—¡Eres una gran jugadora! —le dijo Elliot, sonriendo mucho.
Jacobo sonrió con un nudo en la garganta al ver la escena; Elliot era pocos años mayor que ella pero siempre se comportó como un hermano mucho mayor y protector con Sam.
—Acabo de hacer mezcla para helado —anunció su madre, diez años más joven que la actual, asomándose por la cocina—. ¿Algún terremotico de pelo rojo quiere lamer el tazón?
—¡Sí!
Samantha pasó corriendo junto a Elliot, recibió el tazón grande con untadura de helado de vainilla y metió los dedos para limpiarlo. Elliot llegó tras ella y su madre le dio un vasito pequeño con la misma mezcla sin congelar, para que él la probase pero dejándole el tazón a la más pequeña. Los dos niños se quedaron junto a su madre lamiendo dulce y ella en un momento les puso a cada uno la mano sobre las cabezas en una caricia dulce, de ese contacto emanó un tono rosado que invadió más la estancia y entonces la escena se congeló por unos segundos para luego reproducirse de nuevo; el recuerdo había terminado.
Si bien el cupido la había acompañado durante toda su vida, no tenía los mismos recuerdos de Sam, en parte porque mucho tiempo en Skydalle se invertía para aprender y en parte porque nunca pudo entrar a su apartamento hasta cuando su misión empezó así que ver cualquier cosa de su infancia dentro de la intimidad del hogar, era algo nuevo para él.
Jacobo sacó la cabeza de esa ventanilla con una sonrisa muy bien puesta y ahora sabiendo que cada punto de luz de los cientos que había allí era un recuerdo, quiso asomarse en todos pero sabía que no tenía mucho tiempo... no para todos, pero sí para algunos.
Barrió el lugar con la mirada una vez más, emocionado como niño pequeño en una feria, esperando que algún punto llamara su atención más que el resto, y así fue, a unos pasos había una luz rojiza opaca que lo atrajo de inmediato sin aparente razón. Fue hasta ahí y se asomó.
Era de nuevo la sala de su casa pero esta vez estaba ella, a sus ocho o nueve años, con su padre, ambos en el sofá, él con su vista puesta en el televisor y ella mirándolo fijamente mientras le hablaba emocionada:
—¡... y se transforman en mariposas! —exclamó, al parecer ya llevaba buen rato hablando de algo—. ¡Son gusanitos y luego mariposas!
—Ajá —dijo su padre mecánicamente, sin prestarle ni un cuarto de atención, aunque eso no amilanó a Sam, que no notaba (o ignoraba) la gran indiferencia.
—¡Se llama fotosnesis! ¡Es cuando el gusanito se pone una chaqueta y cuando sale tiene alas!
—Ajá.
—La maestra nos mostró una foto y ¡es precioso!
—Ajá.
—También pasa con los recuanajos que se convierten en ranas. ¡Son como pececitos sin aletas y luego son ranas! Es...
—¡Ya cállate, Samantha! —gritó su padre—. ¡¿No puedes darme paz por cinco simples minutos?!
Sam se encogió en su lugar ante el repentino grito, asustada momentáneamente por la sorpresa. Su padre gruñó y sin dedicarle una mirada, siguió inmerso en el televisor, pero ella se quedó callada, encorvada y con un gesto sumamente triste. A Jacobo se le rompió el corazón al verla así; una lágrima bajó por su pálida mejilla y de esa gota nació el resplandor rojizo del recuerdo, luego la escena se congeló para empezar de nuevo.
El cambio radical entre un recuerdo y otro afectó el deseo de Jacobo de seguir mirando hasta que el tiempo se acabara, de repente ya prefirió solo hacer lo que necesitaba e irse, ya en otra ocasión tendría oportunidad de ojear más escenas así —al menos las felices—.
Sacudió la cabeza para sacarse las ansias de turismo y recordó lo que Ambrosio le había explicado, "los temores y recuerdos escondidos están cerca pero puede que tardes en verlos. Sam los guarda con recelo pero nunca se salen de su cabeza". Viéndolo ahora, ya sabiendo lo que eran las luces, Jacobo dedujo que cada miedo estaría en alguna luz, mas era imposible revisarlos todos para saber cuáles eran.
Los colores eran muy variables y al parecer, acorde al recuerdo; rosado para algo bonito, rojo para algo desagradable. Con un tiro a ciegas, descartó los puntos rosados pero no los rojos, aún así, quedaban más de diez colores y tonos, y de cada color, muchas docenas de luces.
Se mordió el labio, frustrado, deseando que Ambrosio fuera más específico con sus explicaciones y recriminando internamente que todo lo escuchado por su maestro fuera "cuando estés ahí lo sabrás".
—Pues ya estoy aquí y no sé un carajo —dijo entre dientes.
Respiró hondo y cerró los ojos un par de segundos, rogando internamente paciencia e inteligencia. Bajo la cabeza en reflejo y cuando abrió los ojos, su mirada enfocó el suelo hasta ahora del mismo tono negro que el que lo recibió nada más llegar. Se quedó ensimismado mirando el suelo sin motivo más que pensar el paso a seguir y entonces lo vio.
Una sombra muy opaca, similar a las de la parte de arriba, pasó bajo el suelo. Jacobo se agachó, se arrodilló para tocar con sus palmas el piso y notó que no era negro del todo, que solo era un cristal oscuro y que igual que las superficies a su alrededor, tenía celdillas hexagonales como de colmena, aunque a diferencia de las de colores, estas estaban cerradas.
Se puso de pie ante la impresión y esta vez miró todo el suelo a su alrededor, estupefacto, se le revelaron más ventanas, todas sin luz, todas formando un panal y si su lógica no se equivocaba, esos eran los recuerdos oscuros y feos que alimentaban sus miedo e inseguridades, por eso estaban sellados y apagados... pero aún así eran demasiados, he hecho, parecían ser más que los colores que lo rodeaban.
El pulso se le aceleró y tuvo que tomarse unos segundos para tomar valor de mirar alguna de esas ventanillas y confirmar su suposición. Inspiró hondo y se agachó de nuevo palpando la superficie; seleccionó un hexágono al azar, se acostó boca abajo en el suelo y acercó la cara lo más que podía, al estar a dos centímetros, la ventanita se abrió sola. Jacobo, con el temor en las venas, metió allí la cabeza.
La imagen era del baño del apartamento de Sam, ella se miraba al espejo a sus siete u ocho años, tenía puesto un adorno grande de flor en el cabello y se sonreía a sí misma, orgullosa de la imagen, feliz de cómo lucía. Esa escena de inmediato fue reemplazada por el patio escolar donde Sam estaba sentada sola, con la cabeza agachada y llorando. Jacobo notó que ya no traía su moño, se puso en alerta, miró alrededor y a solo unos pasos de ella estaba un niño con el moño de flor bajo su zapato, pisoteándolo ante la risa de todos los demás niños que estaban presentes.
—Que flor tan horrible —dijo una niña rubia al lado del destructor—, Samantha parece un adorno feo con eso puesto.
—¿De donde sacas eso tan horrible? —le preguntó otra niña, con tono despectivo—. ¿No te miras al espejo antes de salir?
Los niños rieron y Samantha lloró más aunque en silencio, con lágrimas que no se permitían un sollozo. Respondió tan bajito que nadie la escuchó aunque no era como si alguien quisiera escucharla:
—Me lo dio mi abuelita. Es bonito... era bonito.
Samantha miró su flor, ya desarmada por los pisotones del niño, sucia, con mugre y destruida; lloró más fuerte y esperó a que se cansaran de reírse, cosa que no tomó mucho pues al ver la flor totalmente inutilizable, todos se alejaron para jugar a las escondidas sin invitarla.
Ella se acercó a su flor y recogió los restos en silencio, los puso con pesar en su bolsillo, luego fue al baño y en un cubículo lloró con más libertad por varios minutos hasta que el receso terminó. Cuando salió del baño, se dijo que no lloraría más en frente de nadie así que al llegar al salón, pulió un gesto serio, pétreo y ese cambio de expresión, le dio el tono negruzco al recuerdo para darlo por terminado.
Jacobo sacó la cabeza del agujero, llorando amargamente y odiando a los niños con quienes compartió infancia. El cupido se sentó en el suelo junto a esa ventanilla y se abrazó las rodillas, superado por la escena tan triste; el hexágono no se cerró, al contrario, a los dos segundos de Jacobo alejarse, emitió un rayo blanco de luz que se proyectó en las imágenes marrones del techo pero desapareció de inmediato. Eso lo asustó un poco así que volvió y manualmente cerró el cristal... por si acaso eso era malo.
Vale, lo había confirmado: el área oscura —toda la superficie inferior— era el lugar que había ido a buscar, ahora el problema era que debía encontrar entre todo eso, el recuerdo perdido del abuso de Samantha.
♡♡♡
Marissa había tenido la atención dispersa en sus propios pensamientos cuando escuchó un leve jadeo de Samantha. Jacobo se había ido hacía más de una hora y hasta el momento nada había sucedido, ese ligero movimiento de Sam aún dormida era el primer cambio; dado que ya había pasado muchas noches con ella y no solía tener el sueño inquieto, Marissa solo pudo asumir que algo estaba haciendo el cupido. Sam sufría de ocasional insomnio pero nunca la había visto jadeando dormida.
Sam se giró dos veces en la cama; aún en la inconsciencia se quitó todas las cobijas y al acercarse, Marissa notó que sudaba un poco; su respiración se entrecortaba en cada suspiro hasta que, tras dar un par de vueltas más, despertó de golpe, agitada e inmediatamente, Jacobo se materializó a su lado. El cupido lucía más confuso que asustado, miró alrededor y vio a Samantha sentada en la cama, somnolienta pero agitada.
—¿Qué pasó? —preguntó Marissa.
—Salí de repente... —Jacobo reflexionó unos segundos y solo llegó a una conclusión—: Supongo que solo puedo estar adentro si ella duerme.
—¿Tú la despertaste? —Jacobo se encogió de hombros; no tenía ni idea—. ¿Qué hiciste?
—No lo sé, nada. Estaba mirando recuerdos y ya... —Jacobo pensó un poco y recordó que al acercarse a la celdilla negra, esta estaba cerrada y que al abrirla, un rayo había salido hacia arriba. Se sorprendió de sí mismo de la forma en que le buscaba lógica a las cosas—. Abrí un recuerdo muy triste... lo abrí, estaba cerrado así que creo que...
—Si lo abriste para ti, para ella también —razonó Marissa, mirando a Sam, pensativa—. Puede ser. ¿Tienes ahí lector de mentes? —preguntó, señalando la mochila del cupido. Él asintió—. Dale un poco, lee su mente y confírmalo.
Jacobo le vio sentido así que le roció a Sam el aerosol que le trajo de inmediato la voz mental a sus oídos.
Era mía. Era amarilla y era enorme. Me la dio mi abuelita, la hizo ella misma con los retazos de un vestido que le hizo a mi mamá de cumpleaños. Era mi flor. Se veía hermosa en mi pelo rojo. ¿No? ¿parecía un regalo feo? Brenda dijo que era horrible. Me la dañaron. Mi mamá me regañó, no me creyó que me la habían dañado y me dijo que yo era una desagradecida con mi abuelita por dañarla yo misma. Le conté a mi abuelita llorando, ella sí me creyó. Me dolió mi flor pero ella me dijo que no me preocupara, que me daría más, que eran fáciles de hacer con su máquina de coser. Pero yo quería mi florecita amarilla. ¿Por qué me la dañaron? Yo jamás le haría eso a Brenda así sus adornos me parecieran feos. Nunca entendí por qué no les agradé cuando nos conocimos, nunca los traté mal, mi flor no tenía por qué ser así de destruida... mi abuela me dio más pero nunca me las puse de nuevo para ir a estudiar, tenía miedo de que Brenda me insultara o de que Ethan me las dañara otra vez. Solo me las ponía cuando venía mi abuela para que ella viera que sí las usaba... me encantan, pero tenía miedo de volver a llorar frente a los demás. Las florecitas son bonitas y en mi cabello lucen lindas aunque no haya usado una en años. ¿Mi abuelita aún recordará que me daba flores? Las tengo aún guardadas, ¿Brenda sería capaz de insultarme aún hoy en día si las uso? Yo quiero mis flores, pero me da miedo ponérmelas...
La voz mental bajó su volumen hasta enmudecer y Jacobo, al terminar de escucharla, miró a Marissa con un gesto que lindaba entre la desolación y la resignación.
—Sí, eso pasó —musitó finalmente—. Es decir que cada vez que abra uno de sus recuerdos negativos, le llegarán al presente. Tiene sentido.
Samantha se levantó de la cama y eso hizo que los dos cupidos la mirasen; tenía los ojos húmedos y la frente perlada en sudor, desde esa distancia se podía ver su estado alterado y aún somnoliento. Sam fue al baño, se mojó un poco la cara y al cabo de unos minutos volvió a la cama, no del todo bien pero menos intranquila.
—Se dormirá de nuevo, ¿irás a mirar más?
Jacobo negó con la cabeza.
—No por hoy. Solo mira como se puso por mi culpa...
—Nada de esto va a funcionar si te culpas, Jacobo. Estás para ayudarla, ¿recuerdas? Haces esto por su bien, no la estás hiriendo adrede.
Jacobo apenas escuchó esas palabras, estaba con la mirada fija en Sam que se acomodaba para intentar dormir de nuevo —cosa difícil pues con el mal recuerdo y el agua en su cara se le había ido todo el sueño—. El cupido ahora pensaba con un nuevo mecanismo dentro de sí, ya había dejado de ver a Sam como lo hacía desde siempre, ya no la veía en absoluto alegre, bien, enamoradiza ni normal, se lo había intentando negar, aferrándose a los matices de la personalidad de Sam que a veces iluminaban el espíritu con que él la idealizó desde Skydalle, pero en ese momento ya no rescataba nada de lo que tanto le admiraba.
Era fuerte, sí, pero no por carácter sino por obligación, porque la vida la había orillado a buscar fuerza, no fingía su felicidad a diario para intentar engañarse a sí misma sino para engañar a los demás, nada de la fortaleza de Sam venía por su necesidad de seguir adelante sino de la autoexigencia de no mostrarse débil para que nadie la viera vulnerable. Toda Sam era un nido de miedos tapados con más temores disfrazados de resiliencia.
—Cuando era niña le robaron una flor para el cabello y se la dañaron —dijo ausente—. Una flor. A sus... no sé, siete años. Y eso la ha puesto así. —La señaló—. ¿Cómo se pondrá cuando yo encuentre el recuerdo de su abuso?
Marissa lo vio a punto de llorar y se acercó de inmediato a tomarle la mano intentando darle apoyo.
—Ya sabíamos que no iba a ser fácil.
—Sí. Pero me convencí de que no sería tan terrible. Y la estás viendo ahora. Me... me da miedo, Marissa, me aterra encontrar ese recuerdo y que la rompa tanto que deje de ser Sam para siempre. Y me aterra que me rompa a mí, se supone que debo ser fuerte por ella, pero soy incapaz de no quebrarme al verla así por una flor, ahora imagínate lo... lo...
Su llanto se desató y Marissa se apresuró a abrazarlo, casi llorando también. Samantha ya estaba quieta en su cama aunque sin poder dormir, solo estaba mirando hacia arriba, sin llorar pero claramente afectada por traer ese repentino recuerdo a su sueño.
—No se supone nada, Jacobo. No debes ser fuerte por nada. No te había dicho esto porque pensé que era algo que se suponía por descontado —Jacobo elevó el mentón para darle toda su atención a Marissa—, pero veo que no, así que te lo digo ahora: te vas a romper con ella. Eres parte de ella, metafórica y literalmente, y sientes lo que ella. Cuando el momento llegue y Sam entre en crisis, tú lo harás también. Confío en que Sam tiene a Alice, a Román, a Mario y a Elliot para apoyarla cuando sea necesario y tú debes confiar en que me tienes a mí, sé que también tendrás a Melody y a tu maestro. Es normal que tengas un temor profundo así que no hay que sentirse culpable por eso. Asústate porque esto es grave, el miedo te dice la importancia real de la situación y a su vez te da fuerza para no arrepentirte. Así que seguimos con esto, ¿de acuerdo? Lo hacemos con miedo y lo haremos bien, lo afrontaremos juntos y a largo plazo todo estará mejor, ¿entendido?
El que usara un plural, incluyéndose en lo que sea que el plan los deparase sumado a ese tono maternal, comprensivo y autoritario de Marissa, hizo que Jacobo asintiera con vehemencia, convencido de que iba a poder superar todo.
—Sí. Seguimos con esto.
♡♡♡
Cuando la mano de Lisa se puso sobre el antebrazo de Sam, esta se sobresaltó como si hubiera olvidado que no estaba sola. Lisa retrajo su mano con un tinte divertido en su mirada.
—Wow, ¿qué pasa?
Sam intentó sonreírle.
—Lo siento, me asustaste.
—Voy a tu lado desde hace dos pasillos. —Lisa la observó de reojo, borrando de a poco su media sonrisa para reemplazarla con extrañeza—. ¿Está todo bien?
La pelirroja suspiró hondo e intentó quitarle importancia al asunto.
—Sí. Tengo un poco de sueño, es todo. Anoche me desperté en la madrugada y luego no pude dormir más.
—Odio que eso pase —concedió Lisa—. Es muy incómodo, y justo cuando uno ya quiere volver a dormir, ya es hora de levantarse.
Su amiga asintió, dándole toda la razón aunque en realidad la explicación no le importaba. Había sido tan extraño el sueño que había tenido la noche anterior que seguía pensando en ello, hacía años que no recordaba su infancia y mucho menos un momento tan específico como el robo de su flor para el cabello, era uno de esos recuerdos de los que estaba seguro que ya no tenía y por eso el que le llegara de repente fue muy anormal, incluso fue tan lejano que parecía no ser un recuerdo sino una pesadilla sacada de su imaginación, se sentía ajeno pero por dentro le causó tal intranquilidad que no podía sino ser real.
Cuando ambas amigas giraron por una de las esquinas, se cruzaron con Brenda y sus amigas que venían en sentido contrario. Verle el rostro adolescente a Brenda hizo que Sam trajera a su mente la misma cara pero a los siete años mientras se burlaba de ella en ese recuerdo que creía perdido. Arrugó el ceño, con repentino rencor hacia la rubia.
Para su desgracia, Brenda se detuvo a hablar con ella.
—Hola, Sam. —Samantha ni lo notó, pero no quitó su gesto austero cuando la observó a los ojos. Brenda no recibió respuesta pero ella era una de esas personas a las que poco les importa si les responden o no—. Oye, quería hablar contigo. Se supone que tenemos práctica de porristas el viernes en la tarde pero ese día no podré, necesito que me programes más horas el jueves para poder faltar el viernes.
Brenda era la capitana del equipo de porristas y Samantha era quien organizaba los horarios de tal manera que el campo deportivo pudiera ser usado por todos los equipos de Winston para entrenar sin que se cruzaran para aprovechar bien el espacio.
Samantha solía ser diligente —con absolutamente todos en Winston— y buscar soluciones para problemas leves como ese actual de Brenda. En otra ocasión le habría dicho que no había problema, que cambiaría el horario del equipo de baloncesto del jueves, lo pasaría al viernes para que ella pudiera usar el campo cuando necesitaba y todo estaría arreglado. Pero no ese día. No cuando tenía tan fresca en su memoria la sensación de rencor hacia la maldad que Brenda ostentaba desde pequeña.
Ver a Samantha con el ceño fruncido no era algo de todos los días, y Lisa, Brenda y las demás amigas de ella la miraban con curiosidad pero sin pronunciar nada. Nadie en Winston sabía de la vida personal de Samantha, ella misma había encontrado en el transcurso de sus años escolares el equilibrio entre estar presente en todo y aislarse de los demás, todos la conocían como la organizadora de eventos, todos acudían a ella para solucionar problemas pero un porcentaje demasiado bajo sería capaz al menos de decir su apellido o el barrio en que vivía. Lo que sí todos sabían era que Sam nunca estaba de mal humor, así que ese gesto les chocaba, las intrigaba, incluso las atemorizaba un poco.
—No —dijo en un siseo—. No se puede.
Las presentes no pudieron ocultar su sorpresa ante el tono gélido y la negativa rotunda de Samantha hacia Brenda. Ella jamás decía que no de inmediato ni con tanta firmeza, solía, al contrario, dar explicaciones y buscar soluciones con alegría. Brenda soltó una risita instintiva, pensando quizás que era una broma, pero la expresión de Sam no se suavizó, ni siquiera cuando la rubia entendió que no era un chiste y se enserió.
—¿Qué...? ¿por... por qué no?
—Los horarios ya están establecidos —resolvió Sam en el mismo tono.
—Pero es que el viernes no puedo...
—Eso no me importa. Los equipos están compuestos por más de diez personas cada uno, no puedo mover a tus porristas y a los de basketball solo porque la capitana no puede venir. Si las demás quieren usar el campo sin ti, está libre y sé que todas pueden bailar las rutinas sin necesitarte, pero no moveré mis horarios por un capricho tuyo.
Brenda enrojeció de la rabia y de la sorpresa. No era el primer choque de opiniones que tenía con Samantha —y casi siempre por temas similares—, pero nunca había sido con una Sam enojada, de cejas juntas y expresión de querer incluso golpearla sin aparente motivo, usualmente ella le respondía con una sonrisa irónica, sarcástica, a veces ofensiva pero afable, tal como su personalidad, pero no con rencor. Eso era lo sorprendente.
—Pero...
—Pero nada. Los horarios no se cambian. Si te sirven así, bien, si no, también.
Sam no aguardó más respuestas y rodeó a Brenda para alejarse, Lisa la siguió, estupefacta también por esa actitud de su amiga. No se atrevió a preguntarle nada, sin embargo, porque ese gesto serio y anómalo de Samantha no la invitaba precisamente a cuestionarla así que solo la acompañó hasta la siguiente clase, donde, como era costumbre desde hacía varios días —y para curiosidad de los maestros que la conocían bien—, Samantha estuvo en silencio, privando a todos de su habladuría de siempre.
♡♡♡
Keit junto a Jacobo también observó con extrañeza a Samantha.
—¿Qué le pasa a tu humana? —le preguntó a su cupido—. Es el primer día que la veo malhumorada. ¿Algo pasó en su casa?
Jacobo la miraba con seriedad, demasiada seriedad, analizando la escena reciente. Esa actitud de su humana era lo más anti-Samantha que había visto desde que llegó, ni siquiera en los días en que se levantaba con el pie izquierdo era tan borde con nadie... sin embargo, él sabía por qué.
Sam no había sido grosera con Lisa ni con ninguna de las personas que se había cruzado desde la mañana, sino solo con Brenda, la chica que co-protagonizó la escena cruel que él mismo le había devuelto a Samantha en sus sueños.
Verla actuar de esa manera ya era un cambio drástico y solo ahí Jacobo fue consciente de qué tanto iba a cambiar Samantha cuando lograse su cometido. Ella tenía tan enterrados sus miedos, rabias e inseguridades que ni siquiera las había tocado un poquito durante su vida así que por pequeño que fuera un recuerdo, al traérselo de sopetón le iba a causar contradicción y le iba a aflorar lo que tanto había reprimido y multiplicado por cada año de reserva.
—Solo tuvo una mala noche —respondió Jacobo a Keit, intentando sonreírle con amabilidad.
Una mala noche, sí, y todas las que faltaban.
¡Hola, amores! ♥
Ay, Yisus, llevo muchos días con este capítulo pero me ha gustado mucho como quedó. Tenía tantos nervios de escribir un primer recorrido por la mente de Sam que hice un par de versiones antes de esta pero me dejaron insatisfecha, así que es un logro haber quedado contenta con esta.
¿Qué les ha parecido? ►
Me ha emocionado tanto y de tantas maneras que estoy cada día más y más enamorada de esta novela. Es mi razón de vivir (?) En serio la amo mucho *-*
Mil gracias por seguir acá, nos leemos pronto (espero) ♥
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