43. ➳ Lealtades cruzadas ♡

"Dondequiera que haya un grano de lealtad, hay un atisbo de libertad". 
Algernon Charles Swinburne

***

Jacobo había estado con la cabeza tan hecha un lío entre secretos, información nueva, respuestas y tantas cosas por hacer que creía que le explotaría la paciencia en cualquier momento. Sentía que podía confiar en todos y a la vez, no confiar en nadie y eso lo martirizaba.

Ambrosio le había pedido que mantuviera en secreto lo que le había dicho sobre el método para hacer que los recuerdos de Sam volvieran pero tenía la necesidad de contarle a Melody y a Marissa; a una porque era probable que lo que iba a hacer le causara a Sam problemas con Román y a la otra porque quería su apoyo y compañía. No sabía a quién debía mantenerle la lealtad pero estaba seguro de que a los tres al tiempo, era imposible.

Sumergido en sus pensamientos no se percató de inmediato cuando Marissa entró en la habitación de Sam sino hasta que ella se acercó y se sentó en el suelo a su lado.

—Te ves muy serio cuando piensas —le comentó con cariño—. ¿Cómo está Sam hoy?

—Bien. Ha mantenido la mente ocupada con un examen que tendrá pronto. —Jacobo ladeó la mirada y recorrió los ojos dulces de Marissa; la quería y confiaba en ella, no importaba nada más, así que viéndola de cerca resolvió que si no podía mantener lealtad con ella, con Melody y con Ambrosio al tiempo, pues sería leal únicamente a él mismo y eso incluía hacer lo que considerase bueno solo pensando en él—. Te quiero contar algo.

—¿Algo malo?

—No... no creo.

—Dime entonces.

Marissa tocó suavemente la mano de Jacobo, como si con ese contacto pudiera decirle que hacía bien confiando en ella. El cupido organizó sus ideas buscando la forma de decir todo sin decir nada realmente de modo que Marissa solo supiera lo necesario.

—He hablado con mi maestro sobre Sam. —Marissa se tensó un poco pero lo dejó hablar—: Él la conoce mejor que yo y me ha dicho algo terrible sobre ella. Es un tema que suma mucho a como es mi Sam hoy en día y aún me tiene algo descolocado, no lo esperaba pero de cierto modo me explica mucho.

—¿De qué se trata? —quiso saber.

Jacobo suspiró, mirando de soslayo a Samantha con el mayor de los pesares.

—Al parecer cuando era niña abusaron de ella. —Marissa ahogó una exclamación y apretó más la mano de Jacobo—. Y eso ha influido en su personalidad de una forma importante. Sin embargo Sam procura no pensar en eso y ha logrado bloquear esos recuerdos... pero siguen ahí en algún lado, latiendo. Le conté a mi maestro de la necedad de Sam por conseguir ayuda y me dijo que el camino más efectivo a eso era sacándole esos recuerdos de tal manera que le afecten tanto que deba pedir ayuda sí o sí.

Marissa arrugó la frente, incrédula.

—No comprendo del todo, ¿tu maestro quiere hacerla sufrir para obligarla a buscar ayuda?

—Sí. Tiene sentido, Marissa. Yo ahora estoy acá y puedo ayudar con eso, pero si no hago nada, mi misión terminará eventualmente y ella seguirá como está hasta que algún día explote por su cuenta pero puede que todo sea peor. En este momento tiene a Alice, tiene a Román, tiene a Mario y temo que si no hacemos algo, pueda perderlos por su propia percepción de sí misma. Sam tiende a alejar a las personas por miedo a que se vayan primero por su voluntad, justo en este momento está viviendo lo que es tener una mejor amiga, además se está enamorando y todo ese cóctel de emociones nuevas eso me la está desestabilizando mucho. El momento es ahora o ahora.

Marissa miró a Samantha, casi esperando que ella le hablara y le dijera a Jacobo si tenía razón o no, pero ella solo estaba escribiendo en su cuaderno y moviendo la cabeza al ritmo de la música de sus audífonos.

—No sé qué decirte —admitió Marissa—. ¿Cuál es el plan de tu maestro?

—Primero te aclaro que no es algo legal completamente. Creo que en absoluto.

—Aguarda, ¿tú maestro te va a dar ayuda ilegal así no más?

Jacobo alcanzó a sonrojarse un poco; esa era la parte de la historia que no le podía contar a Marissa: la parte en la que su maestro, líder de una oposición que la despreciaba a ella, ya sabía que él estaba en pasos raros. Inventó algo con prontitud:

—Debió verme desesperado, por eso me ayuda. —No quería más preguntas al respecto porque mentir no era su fuerte, así que prosiguió sin dar tiempo a nada—. Te lo digo porque necesito tu apoyo, por momentos no sé si la cabeza me va a dar para tantas cosas y tenerte acá me ayuda y...

—Te apoyaré —interrumpió—. Sea lo que sea que vayas a hacer, si crees que es bueno para Sam y para ti, tú solo dime en qué quieres mi ayuda.

Jacobo suspiró genuinamente aliviado y recostó la cabeza en el hombro de Marissa, medio sonriendo.

—No me dejes solo, ya eso es todo el apoyo que necesito.

Alice: Estás sola?

Samantha leyó el mensaje sintiendo que le dolían un poco los ojos por llevar tanto rato leyendo los apuntes de su cuaderno para el exámen. Apretó los párpados un par de segundos y se dispuso a responder.

Sam: Sí. Estudio para mi examen. Elliot tardará aún un par de horas en llegar, mínimo. Por?

Alice: Quieres ver una película en tu habitación? O aún estás muy ocupada?

Sam: Pues llevo como dos horas en esto. Puedo darme un descansito.

Alice: Super! Llevo mi computador, sí? Puedes hacer palomitas?

Sam: Sí, puedo

Alice: Entonces en quince minutos paso por tu ventana.

Sam: Vale

Samantha se levantó de la cama para recoger el cuaderno y algunos lápices que tenía regados; se estiró para destensar los músculos, sacudió un poco la cobija sobre la cama y se puso sus pantuflas para ir a hacer las palomitas. Técnicamente sus padres no le dejaban llevar amigas, ni siquiera a Alice, cuando nadie estaba en casa pero dado que entraba por la ventana, Sam lo tomaba en su mente como una no-violación de la norma. Además le gustaba estar con su amiga, no era nada malo así que no sentía que hiciera algo incorrecto.

Preparó con paciencia las palomitas y las puso en un enorme tazón para llevar a su habitación con dos vasos grandes de jugo de uva. Apenas se sentó en su cama, le escribió a Alice:

Sam: Palomitas listas

Alice: Voy

Samantha abrió la ventana para esperarla y se metió dos palomitas en la boca mientras ella llegaba. En unos segundos Alice se asomó y le tendió el computador que Sam recibió, sin embargo, su amiga no entró sino que se quedó asomada mirándola.

—¿Qué?

Alice le hizo un ademán con la mano para que se acercara y Sam lo hizo luego de dejar el computador en la cama. Cuando estuvieron cerca, Alice le habló bajito:

—Sabes que te amo, ¿verdad? —Sam sonrió con extrañeza—. Y que me encanta cómo tú quieres a Román.

—¿Qué? ¿qué tiene que ver Román?

—Lo traje para que mire la película contigo —admitió.

—¿Qué? —Sam siseó bajito, de repente consciente de que Román andaba por ahí. Se sonrojó y se repasó mentalmente para saber si estaba presentable—. ¿Dónde está?

—Se acabó de meter a mi habitación. Yo fui la de la idea y él dijo "ay, pero puede que no me quiera ahí" y yo le dije "no seas idiota, ella te quiere en todo lado". —Sam abrió mucho los ojos—. No de modo perverso. Vamos, es romántico, es como una cita sorpresa.

Sam, pese a todo, no pudo evitar sonreír de saberlo ahí cerquita de ella.

—No estoy arreglada para una cita sorpresa.

Alice le sonrió con ternura y de forma casi inconsciente, le pasó a Sam una mano por el cabello.

—Estás bonita. No te mentiría, ahí estás bien.

Samantha se entusiasmó de repente con el plan, el corazón se le aceleró y mordió su labio.

—¿Segura? —Se pasó ella misma la mano por el cabello y Alice le asintió—. Bien, entonces sí.

—Dejaré mi ventana abierta por si Román debe salir corriendo porque tus padres lleguen o algo. Te cubro.

—Eres lo mejor, gracias.

—Sí soy lo mejor, lo sé. —Alice le tomó una mano y se la apretó fugazmente—. Le diré que venga entonces.

Samantha asintió y los nervios le entraron, lo veía casi a diario y sus coqueteos no se detenían nunca pero aún así sentía nudos en su estómago cada vez que lo tenía cerca, esa sensación le tatuaba siempre una sonrisa imborrable que sin saberlo, enamoraba cada vez más a Román.

A los pocos segundos él llegó y entró con destreza por la ventana. Llevaba una chaqueta gruesa y un jean oscuro, Sam lo vio muy atractivo y le sonrió.

—Hola, Sam.

Se miraron en silencio; ninguno de los dos estaba seguro si un beso era apropiado como saludo así que mantuvieron la distancia; a Sam la reconfortó un poco notar que Román también actuaba cauteloso y nervioso en su presencia.

—Hola... emmm, hice palomitas.

—Sí... Alice dijo que tenía varias películas en su computador.

—De acuerdo. —Sam tomó el computador, lo abrió y se sentó en su cama, contra la pared, palpando el lado junto a ella para que Román la acompañara. Él se quitó la chaqueta antes de sentarse y tomó el tazón de las palomitas—. ¿Qué te gusta?

—Tú.

Sam blanqueó los ojos y señaló la pantalla.

—Algo de acá —matizó—. No hay muchas. Terror, no. Cine latino, no. —Sam no despegaba los ojos de la pantalla y leía fugazmente varios de los títulos de las películas pirateados de Alice—. Bien, entonces reduciendo, queda una comedia, una de acción, un romance y dos infantiles... ah, y un documental sobre cebras.

—Cebras descartadas. Acción, no. ¿Cuál es la de romance?

—A ver... Quiero robarme a la novia. Esa.

—La he visto, no me gusta mucho. ¿Cuáles son las dos infantiles?

Wall-e y Valiente. Me encantan ambas, la que quieras está bien.

—Un robot enamorado que cruza el espacio con una planta o una bonita pelirroja que pelea contra su madre... —tanteó Román, sonriente—. Me gustan las pelirrojas, me quedo con Valiente.

Sam lo empujó suavemente con el hombro y él se rió. Colocó una almohada grande en medio de ambos para apoyar el computador a la altura de sus rodillas y le puso play a la película. Valiente era una película que Sam quería mucho, era de sus favoritas pero en esa ocasión se sentía tensionada al tener a Román al lado, una tensión bonita, tierna, pero tensión al fin y al cabo. Intentaba distraerse comiendo palomitas sin parar y no sabía si era imaginación suya o no, pero sentía la mirada de Román sobre ella.

Quince minutos de película después Sam no soportó más y volteó para saber si de verdad Román la observaba y en efecto, lo hacía, solo que en reflejo desvió la atención sin poder ocultar la sonrisa al verse atrapado.

—No eres muy sutil.

—Lo acepto, no lo soy.

—Te estás perdiendo la película.

—Ya me la sé de memoria —se excusó—. Tu cara también ya me la sé de memoria pero nunca está de más mirarla un poco.

Román volvió su atención a Sam y se miraron en silencio mientras en la pantalla Mérida cometía errores contra su madre. Solo ellos dos serían capaces de describir lo bonito que sentían al mirarse así en silencio y a los ojos, era un placer poco convencional que no se cansarían de disfrutar nunca.

—No va a cambiar de un segundo a otro.

—No, pero cada vez le descubro algo nuevo.

Sam se rió, divertida.

—Yo me veo todos los días y la veo igual.

—¿No has escuchado eso de que somos personas diferentes para cada ser que nos conozca? La Sam que yo veo no es la misma que tú ves ni la misma que Alice o tu familia ve.

—Estoy segura de que todos me ven pelirroja, con gafas, de ojos marrones, piel pálida y todo eso.

Román suspiró y le sonrió.

—Puede que sí pero nadie te quiere de la manera en que yo lo hago. Ahí está la diferencia de perspectiva.

—Bastante presuntuoso de tu parte —bromeó Sam, riendo.

—No digo que te quiera más que nadie en el mundo, digo que como te quiero nadie más lo hará. Cada día te descubro una nueva peca y la quiero tanto como al resto de ellas. Te descubro un nuevo gesto y se vuelve mi favorito. Te veo un nuevo tono de rojo en las mejillas y ya quiero hacer que te sonrojes de nuevo. Apuesto a que Alice no piensa eso —concluyó con una sonrisa.

Samantha desvió la mirada sonriendo porque lo entendía, ella misma se sentía así con él, tenía la sensación de que cada día había un algo diferente que sumaba a lo mucho que Román le gustaba y era muy curioso escuchar sus propios pensamientos en boca de él. Se preguntó si todas las parejas del mundo lo sentían así y por eso era fácil mencionarlo o si ellos eran especiales. Supo que era la primera opción pero eso no hizo que le gustara menos.

La intimidad inocente que compartían en su habitación hacía sentir segura a Sam, estar con Román a solas le daba tranquilidad y seguridad de que él no la dejaría. Los pensamientos negativos llegaban al tenerlo lejos o al estar en público pues sentía que el resto del mundo podía tragársela u ofrecerle a alguien mejor a Román en su presencia... pero ahí no, en su habitación no había nadie más, ni miedos, ni negatividad.

Esas cuatro paredes con Román incluido la hacían feliz.

Se envalentonó con esa seguridad repentina y giró a mirarlo de nuevo.

—Tienes una forma muy dulce de acelerarme el corazón con un par de palabras, ¿lo sabías? Claro que lo sabes y lo haces a propósito.

—Culpable —confesó. Ambos rieron por lo bajo—. Yo sé que ya sabes la forma en la que te veo, pero... ay, Sam, no me canso de decírtelo.

—Tú no me ves, Román —susurró Sam, intentando que la vergüenza se quedara un poco de lado y la dejara hablarle sin temor a sonar tonta—. No como las personas ven a otras personas. Hay un algo en tus ojos que no solo me miran, es... como si se maravillaran conmigo y te juro que no pretendo sonar presumida, es solo que no lo entiendo. A veces en tus ojos hay el brillo de quien se encuentra un billete en la calle o algo así, como si viera un tesoro, es muy raro.

—¿Raro por qué?

—Porque no lo entiendo. Digo, si me dices que te gusta mi cabello porque es rojo, lo entiendo porque yo también lo veo rojo y sé que es una verdad irrefutable. Pero esa mirada fascinada que me das no logro entenderla.

—Yo logro ver lo bueno en ti y... siento que a veces tú no lo haces. Tú no eres consciente de tu propio brillo, de lo que puedes hacer con un gesto, de lo que me haces sentir cuando me besas, de lo que me maravillo al oírte hablar a mil palabras por minuto.

—Estás loco —replicó Sam, riendo, porque le sonaba extraño pero le creía firmemente cada palabra pese a ser inentendible, era como cuando leía noticias sobre el espacio exterior y nuevos descubrimientos: no entendía nada pero creía todo—. Muy loco, Román. Pero eres maravilloso.

—Creo que es el primer piropo que escucho de tu parte —bromeó—. Se siente bonito.

—No te los digo con frecuencia porque me da vergüenza que pienses que soy ridícula, no porque no los piense.

Samantha estaba tan roja como se podía pero ya se había lanzado a hablar sin atragantarse con su propia saliva así que ya no se iba a detener. Su lugar seguro era ese y no lo iba a desperdiciar.

—Si te digo que no pensaré que eres ridícula, ¿me los dirás?

Samantha lo miró a los ojos, encantada.

—Promételo.

—Prometo que no pensaré que eres ridícula.

Samantha buscó la mano de Román y puso la suya encima sin más, solo para tocarlo y tomó aire, sintiendo el pulso alocado y el bochorno en cada poro.

—Me encanta tu sonrisa, tus ojos. El tono de tu voz se ha hecho un lugar dentro de mí y cuando te escucho, la reacción inmediata es sonreír. Cuando me besaste en tu cocina la primera vez me asusté de que no volviera a pasar porque me gustó mucho, así que me puse nerviosa y dije... lo que dije. —Román recordó vagamente su dato curioso sobre osos polares y esbozó media sonrisa burlona—. Cada vez que hablo mucho creo que me vas a mandar a callar y cuando no lo haces y a cambio me dices que siga hablando, me gustas más y más. No has intentando cambiarme de ninguna manera y siendo una persona a la que toda la vida le han dicho que debe actuar o sentir o ser diferente, lo aprecio mucho. La cajita feliz que me diste en mi cumpleaños fue mi regalo favorito porque me hizo sentir importante. Cuando te vi en smoking aquella noche de la fiesta de tu prima, me gustaste tanto que me frustró cuando por culpa de Amy no me besaste. Salgo cada mañana con tiempo de sobra esperando verte y hablarte un rato porque esos segundos me alegran toda la mañana. —Sam manipuló la mano de Román hasta ponerla con la palma hacia arriba y una vez así, cruzó los dedos con él. Ambos apretaron ese agarre y se quedaron mirándose las manos en silencio—. ¿Ves cómo se ve de contrastado? Son dos colores opuestos de piel, como tú y yo que somos tan diferentes pero de cierta manera siento que encajamos... y me gusta cómo se ve. Tu mano junto a la mía es una combinación que me encanta. Somos como una oreo y me encantan las oreos.

Román tenía una sonrisa ancha en el rostro sin dejar de mirar el agarre de sus manos. El contraste era muy definido pero era la primera vez que entrelazaban sus dedos y eso le removió más cosquillas en el corazón de las normales. Ambos a su manera sentían el pulso a mil al tomarse las manos, pero en especial Sam que bullía de nervios por el silencio que procedió a su discurso. En la pantalla la película no se detenía pero ya ninguno le prestaba ni un poco de atención. Román envolvió con su otra mano el agarre que ya tenían y giró la cara a Sam.

—No puedes decirme todo eso y luego no besarme.

Sam rió, soltando así un poco de la tensión y no se hizo del rogar; se inclinó hacia él y sin soltarle la mano lo besó, cerrando los ojos, suspirando al tocar sus labios y sonriendo con el corazón. Ambos ejercieron más presión en la mano entrelazada, como diciéndose con el tacto que se querían en igual cantidad, que se disfrutaban a igual medida. Cuando se soltaron los labios, se tocaron una nariz con la otra y sonrieron, luego Sam recostó su mejilla en el hombro de Román y fingieron mirar la película por un buen rato aunque en sus cabezas solo estaba presente la compañía del otro y cómo les encantaba estar así.

Melody y Jacobo estaban separados, él junto a la puerta y ella junto a la ventana, obligados por la corriente a mantener distancia. Pero la habitación era pequeña y aún lograban verse los gestos enternecidos por sus humanos; cuando el beso de Román y Sam terminó, se acercaron cautelosamente para saber si era seguro y al no sentir dolor, se sentaron en el suelo uno junto al otro.

—A este paso te vas a quedar sin valentía para darle —murmuró Melody—. Pero está bien, de otra manera Sam no habría dicho todo eso.

—¿No te parece bonito cuando lo que ellos sienten nos invade? Tengo la misma satisfacción que Sam en el corazón.

—Sí. Es una de las cosas más satisfactorias de ser cupidos.

—¿Te sientes feliz como Román?

—Obvio, sus sentimientos son míos.

—Así me siento yo por ti, esté o no Sam a mi lado.

Melody pensó que al igual que Sam, necesitaría cápsulas de valentía para confesarle a Jacobo lo que sentía por él, pero como no había nadie para dárselas, no pudo decir nada al respecto.

—Me voy en tres semanas —comentó Melody—. Lo dejo enamorado y feliz, me voy bien... me voy a esperarte en Skydalle hasta que tu misión termine.

—Iré cada día solo a saludarte. —Ambos se sonrieron pero Jacobo se enserió pronto—. Quiero hablarte de algo.

—De acuerdo.

—Es sobre Sam... he hablado con Ambrosio y bueno, los problemas que tengo con Sam son mayores de lo que pensé. Tenemos un plan, sin embargo, para que las cosas mejoren... —Jacobo titubeó. Melody era muy ajena a todo lo que pasaba con Samantha y no quería tampoco contarle todo con lujo de detalles pero debía rodear los temas por los lados—. Samantha sufre mucho a nivel psicológico pero está cerrada a buscar ayuda.

—¿No quiere buscar terapia? ¿Por qué? —Melody arrugó la frente, mirando a Román—. La terapia es buena.

—Le avergüenza, o no se siente cómoda, qué sé yo. El punto es que necesito hacer que Sam quiera ayudarse a sí misma y con ese fin mi maestro y yo vamos a... bueno, vamos a hacer que su sufrimiento se agrave. ¿Comprendes?

Jacobo guardó silencio, esperando que mágicamente Melody entendiera sin más explicación porque estaba cansado de repetir todo el sufrimiento de Sam, algo que lo afectaba mucho personalmente. Por fortuna, parece que mágicamente sí entendió.

—Que tenga una crisis que la obligue a avanzar —aventuró. Jacobo casi la besa de la alegría de que sí entendiera—. De acuerdo, suena bien. ¿Cómo lo harán?

—Eso aún no lo puedo explicar bien, el punto es que... bueno, si Sam se agrava puede que cambie, que se bajonee, que no quiera nada con nadie. Es decir, del día de hoy al día en que esté totalmente bien hay un salto muy grande y puede que en medio de ese salto tenga problemas con Román, que sienta que él no debe estar con ella, que lo mande a volar, que se encierre en ella misma por necedad, por orgullo o por su mente que le juega en contra. ¿Me sigues la idea? —Jacobo los señaló sobre la cama—. Esto es algo muy bonito pero para Sam no es lo que se dice "permanente" como para Román. Ella vive el momento pero puede que dentro de tres horas cuando él ya no esté, se ponga a llorar pensando que no lo merece.

Melody pensó en la conversación que Alice había tenido con Román en la que básicamente le hablaba de eso, de que con ella la inestabilidad estaba a flor de piel porque tenía mil inseguridades y algunos presuntos traumas por falta de afecto; no se lo había contado a Jacobo, ni planeaba hacerlo pues supuso que si él mismo no le había hablado de los problemas de Sam era porque lo consideraba un tema delicado que a ella no le incumbía. No le molestaba eso, Melody más que nadie era consciente de cómo podía llegar a ser de receloso un cupido con los secretos de su humano.

También recordó la serenidad con que Román escuchaba lo que Alice le decía, la seriedad con que lo tomó y más especialmente, la certeza con la que aseguró que no la dejaría a pesar de todo ello, que al contrario, haría lo que estuviera en su mano para hacerla sentir segura y feliz a corto o largo plazo.

—Román no la dejará —manifestó Melody.

—Es fácil decirlo, pero si sucede algo que lo sobrepase...

—No pasará.

—Pero si pasa —insistió Jacobo— quiero pedirte un favor un tanto egoísta. Mientras sigas con él, dale valentía, dale paciencia, ayúdalo para que no se rinda con Sam. Creo que puede llegar a necesitar más fuerza que cualquier otro a su edad para lidiar con ella. Llegará el día en que ambos se merezcan completamente y que puedan dar cincuenta y cincuenta por ciento en una buena relación, pero por ahora creo que Román deberá dar mucho más de la mitad porque Sam no tiene casi nada que aportar.

Melody observó a la pareja sobre la cama, estaban charlando en voz baja señalando la pantalla así que probablemente hablaban de la película y reían, sus manos seguían juntas y Sam le ponía en ocasiones las palomitas en la boca a Román. Eran el cuadro perfecto representativo del amor joven y real, era muy triste pensar que en el fondo no era tan bello como lo hacían lucir.

—Él no la dejará —repitió con aplomo—. Es imposible que la deje.

—Eso era lo que necesitaba escuchar.

Samantha dormía y Jacobo a su lado sentía que temblaba.

Intentaba recordar completamente todo lo que Ambrosio le había dicho pero además de la idea de que todo sonaba a absurda fantasía, solo podía traer retazos a su cabeza, como si no hubiera prestado atención a esa lección.

Cuando Marissa puso la mano en el hombro, lo sobresaltó.

—¿Y si no puedo?

—Tonterías. Podrás. Eres más listo que muchos que he conocido.

—Pero esto es cruzar límites, es riesgoso. Temo meter la pata.

Marissa se le atravesó en el campo de visión —pues estaba ensimismado mirando a Sam—, y lo tomó por ambos hombros para reclamar su total atención.

—Tu mente también es capaz de jugarte en contra; no te subestimes. Tienes toda la información en tu cabeza, sabes qué hacer, no dejes que los nervios se sobrepongan a la seguridad.

Jacobo asintió con una genuina tranquilidad ante las palabras de su amiga; agradeció tenerla, de lo contrario no podría hacer nada. Se preguntó qué pensaría Ambrosio si supiera en qué medida Marissa era importante para él, pero despejó esa inquietud de inmediato porque necesitaba la mente en paz.

—Sí, tienes razón. —Sacudió su cabeza, convenciéndose—. Yo puedo. Yo lo haré bien porque amo a Sam.

—Y yo estaré acá para cuando vuelvas. Todo estará bien.

—De acuerdo.

Jacobo tomó aire varias veces hasta que su pulso se acompasó a la normalidad. En la oscuridad apenas veía una silueta emborronada de Sam bajo las cobijas pero acercándose pudo verla con más claridad. Volteó a mirar a Marissa una vez más y ella levantó sus dos pulgares a modo de apoyo y aliento.

Jacobo sacó de su mochila el aerosol blanco que Ambrosio le había dado y roció toda la cabeza de Sam, esta refulgió unos segundos con brillo blancuzco y luego oscureció de nuevo. El cupido sacó también un frasquito de píldoras negras y diminutas, tomó dos en sus dedos y se las tragó sin darse tiempo a reconsiderarlo.

Se inclinó y miró el rostro de Sam, apacible y dulce.

—Lo hago por ti, porque te amo.

Puso su palma sobre la cabeza de Sam y los elementos hicieron efecto, desapareciéndolo de la habitación y dejando a Marissa sola.

—Suerte, Jacobo —murmuró ella a la nada.

No había marcha atrás; Jacobo había entrado en la mente de Sam.  

Hoooola, amores <3

Ay, Diosito, perdón por tardar tanto en actualizar, tengo la mente re dispersa :'v igual les agradezco mucho el no abandonarme aún.

Ahora sí. ¿Qué les pareció el capítulo? ►

Sería bueno que un ente mágico nos diera cápsulas de valentía para decirle cosas bonitas a nuestro crush :'v A mí me encantó esa mini declaración de Sam, me parece lo más tiernis del mundo porque todos sabemos lo mucho que le costó ♥

Ojalá Jacobo no meta la pata en la mente de Sam (?)  La descripción de esa excursión de Jacobo por la cabeza de Sam aún es algo en lo que trabajo, tengo de base varios libros (de fantasía) y películas que he visto/leído donde se muestra una forma de "explorar" personalmente la memoria, cosas como "puertas" o cosas así que lleven a recuerdos/sueños/etc... Me emociona escribir ese capítulo pero me pone nerviosa, veremos que sale, de todas formas adelanto que será interesante (?) ¿Qué creen que Jacobo encontrará por allá? 

♥ ¡Nos leemos pronto! ♥


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