29. ➳ Impulsos del corazón ♡

"Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso".
Gustavo Adolfo Bécquer. 

***

Román estaba sentado en un andén cerca del estadio, estaba con algunos amigos de sus clases de baile, solo charlando de nada mientras las horas pasaban; era sábado y las clases habían terminado un poco temprano, el sol estaba en lo más alto e invitaba a no hacer nada en todo el día por lo que decidieron quedarse juntos otro buen rato.

—¿Se imaginan que podamos clasificar? —dijo uno con emoción.

—No lo imagines, es real, vamos a clasificar —aseguró otro—. Hemos mejorado mucho en estos meses.

—Es cierto. Nuestro video quedó genial, si no clasificamos, hay trampa —apuntó Román en medio de una risa.

Habían grabado una coreografía la semana anterior para enviarla al concurso nacional de baile; en las clases les enseñaban varios ritmos y estilos, sin embargo su maestro era especialista en Salsa por lo que ese fue el género que escogieron para participar. El video, como Román dijo, les quedó pulcro, con unos pasos coordinados entre las cinco parejas que lograron formar, todos menores de veinticinco años aunque Román seguía siendo el menor en general. Realmente se tenían mucha fe en al menos pasar esa primera etapa, de hacerlo, podrían ir a concursar con grupos de todo el país en la capital.

—Yo no conozco la capital —admitió uno de los cuatro que estaban en ese lugar—. Si pasamos, la conoceremos.

—No hay que hacer fiesta antes de tiempo, debemos esperar —objetó de nuevo Román—. Yo tampoco conozco y sería genial ir, pero no nos ilusionemos antes de tiempo.

Los cuatro asintieron en completo acuerdo aunque cada uno en su cabeza ya tenía mil ilusiones formadas que no dirían en voz alta.

Román ladeó la mirada un momento al otro extremo del lugar y vio una cabellera roja cuya dueña iba cargando algo que era evidentemente pesado para ella. Iba casi de espaldas así que no había posibilidad de que lo hubiera visto pero él se levantó de inmediato sin dejar de mirarla; sus compañeros siguieron el camino de su mirada y dos blanquearon los ojos y el otro soltó una corta risa al ver a Samantha.

—Pero miren que sorpresa —dijo aquel que se rió—, el amor de Román siempre aparece cerca de él.

—No es mi amor —objetó, y en voz más baja añadió—, aún.

Los tres rieron fuerte y claro; eran infinitas las ocasiones en que lo molestaban con "la chica pelirroja" y en su reticencia a invitarla a salir aún.

—Qué idiota —dijo uno—, no sé a qué espera para invitarla a salir.

—O para presentárnosla.

—¿Para que la molesten? —increpó Román—. No, gracias.

—Es que Romancito tiene un plan de varios pasos —se burló otro, omitiendo el comentario de Román—, uno de ellos es que toda la ciudad se entere antes que ella de que está enamorado, y ya cuando sea de conocimiento general, le dirá que salgan.

—Ah, pues al menos ese paso ya va viento en popa —secundó otro—, ya todo el barrio lo sabe... menos Sam. —Levantó sus dos pulgares a Román—. ¡Triunfando, campeón!

—Jódanse todos —replicó Román, alejándose de ellos—. Nos vemos luego.

No esperó respuesta aunque sabía que sus amigos hablarían otro poco de ambos en medio de risas. Caminó a paso rápido detrás de Samantha que ya se había perdido detrás del estadio, al girar en esa esquina, la vio a una cuadra de distancia. Iba tan cargada que no caminaba muy deprisa y no fue difícil alcanzarla.

—¡Maldición! —susurró Sam para ella misma aunque Román la escuchó porque ya había llegado a su altura; cuando Sam lo vio intentó sonreírle—. ¡Hola, Ro...!

La caja se deslizó un poco de sus manos y ella en reflejo se giró rápido hacia la pared más cercana para orillarla entre esta y su cuerpo y evitar que cayera. La caja se estrujó un poco pero no cayó; Román vio que Sam pulió un gesto de dolor.

—¿Te lastimaste?

—La punta de la caja se me enterró en una costilla —admitió en un jadeo; su mueca adolorida le duró medio segundo y luego le sonrió a Román—. Hola, ¿cómo estás?

—Te ayudo. —Fue su respuesta y sin esperar un sí, tomó la caja que seguía contra la pared. Sam no objetó y al verse las manos desocupadas las sobó una con la otra—. Realmente pesa.

—¿Pensaste que no pesaba y que yo era una débil quejándome por nada? —inquirió ella, sonriente—. Qué malo.

—No. —Román rió—. ¿Qué es?

—Libros.

Román no tuvo que hacer tanto esfuerzo como Sam para poder sostener la caja pero sí admitió dentro de él que le sorprendía que Sam la hubiera cargado con relativa facilidad, era bastante peso.

—¿Y a dónde vas?

—Por ahora a donde mi mamá, tiene un almacén de disfraces por acá, ¿recuerdas?

—Ah, sí, te ayudo a llevar esto, vamos.

Sam no se negó porque sí agradecía mucho la ayuda. Echaron a caminar, solo estaban a dos cuadras pero con la caja en las manos, a Sam le habría parecido un kilómetro y medio.

—Siempre te encuentro en el lugar adecuado.

—Estaba en el parque con unos amigos y te vi, no es que te esté acosando o algo parecido —bromeó.

—Acoso o no, llegaste en el momento justo, gracias.

Samantha aprovechó que ya no tenía nada en las manos para intentar atar su cabello con una coleta que llevaba en la muñeca, el día era realmente caluroso como para ir con la melena sobre los hombros. Él la miraba de reojo e intentaba no sonreírle.

—¿No tienes calor? —dijo Román porque vio a Sam con la cara y el cuello colorados pero no de sonrojo sino por el sol, sin embargo llevaba un suéter que lucía pesado y caluroso. Sam se encogió de hombros e inconscientemente se abanicó con la mano—. ¿Por qué no te quitas el suéter?

Román llevaba una simple camiseta negra con pequeñas letras blancas en la parte inferior y aún así tenía mucho calor, solo pensar en tener puesto un suéter como el de Sam, lo ahogaba.

—Me gusta traerlo puesto.

Román casi la miró con extrañeza pero ella no lo notó.

—¿Y para qué son los libros?

—Los llevo a... —Sam guardó silencio como si se hubiera atajado a tiempo antes de contar un secreto— donación...

Román no indagó más y llegaron al almacén de disfraces; él entró con ella y dejó la caja sobre el mostrador mientras la mamá de Sam salía del fondo del almacén y les sonreía a ambos.

—Hola, ma. —Señaló a Román—. Él es Román, te hablé de él, ¿recuerdas?

—Sí, claro, el que te llevó al bazar. —Lo miró con amabilidad—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias, señora.

—¿Irás con él a...?

La señora Nora fue interrumpida por la voz de Sam.

—¿Sí me tienes mi bolsa? —Le sonrió tensa, y tanto su madre como Román la miraron con curiosidad—. Por favor.

Era evidente hasta para Ian que tenía cuatro años que Sam ocultaba algo pero fue tan gracioso que no le prestaron atención; además su madre sabía que si la interrumpía era porque el amigo no sabía para dónde iba y por algún motivo no se lo quería decir. Líos adolescentes, pensó Nora. Le tendió a Sam una mochila de tela grande pero no pesada que ella se colgó en sus hombros.

—Que te vaya bien, hija.

—Gracias, ma. —Sam hizo un ademán hacia la caja y miró a Román de nuevo—. ¿Me ayudas a llevarla hasta afuera?

—Sí, claro.

Román alzó de nuevo los supuestos libros y se despidieron amablemente de la señora Nora. Una vez en la calle Sam guardó silencio y Román intentó sacarle conversación:

—¿Crees que tu mamá me dirá flacucho a mis espaldas también?

Sam rió y negó con la cabeza.

—No, ella no dice ese tipo de cosas. De todas maneras le agradas.

—¿Cómo lo sabes? La vi tres minutos.

—Porque le he contado que me llevaste al bazar, que fui a hacer pastelitos a tu casa, que hablo contigo por mensajes, que estudias con Alice y ni una sola vez me ha dicho que no le agradas. Las madres saben cuando alguien no conviene antes de conocerlo completamente. Una vez Elliot le presentó una novia de la que estaba supuestamente enamoradísimo y mi mamá de inmediato esa noche le dijo que ella no le agradaba, que era bonita y todo pero que no le convenía; él tenía dieciséis y obviamente no le prestó atención, solo hubo pelea entre ellos. El caso es que unas semanas después terminaron porque ella lo engañó, o eso nos dijo Elliot y mi mamá le decía "te lo dije, las mamás sabemos" y creo que sí es cierto, es como una cualidad mágica que se adquiere al tener hijos, eso de saber cuando las compañías son buenas o no. O sea, no en todas funciona porque hay madres malvadas que odian a sus nueras o yernos solo porque son sobreprotectoras, pero sí funciona en mamás amables como la mía o la tuya... no es que seas el yerno de mi mamá o algo parecido, pero también funciona con amigos y amigas, ¿la tuya no te lo ha dicho alguna vez? Eso de que alguien no le guste o sí le guste y eventualmente tenga razón. El caso es que mi mamá "te conoce" —Sam hizo comillas con sus dedos— de lo que le he contado y ahorita te sonrió y cuando no viste me asintió, como si te aprobara, no te preocupes, no te dirá flacucho o algo similar. Te apuesto lo que quieras a que esta noche me pregunta por ti o al menos me dice algo como "bueno, el tal Ramón me cayó bien" y yo le diré "Es Román, no Ramón" y ella reirá y dirá "me entendiste de quién hablo y eso es lo que importa" y reiremos ambas.

—Un beso —respondió Román cuando Sam terminó, ella volteó a mirarlo con una ceja elevada, sin comprender—. Dijiste que apostabas lo que fuera a que eso pasaba. Te apuesto un beso.

Sam blanqueó los ojos pero no pudo evitar sonreír ante el gesto juguetón de Román que hacía lo posible para no quejarse por el peso de la caja. Él no sabía hacia dónde iban pero acompañaría a Sam a donde fuera así que solo la seguía por la calle.

—No estarás ahí, puedo mentir y decir lo que sea para ganar la apuesta.

—Entonces deberías darme el beso desde ya, para ahorrarnos tiempo y mentiras —resolvió Román.

—Solo bromeaba —se defendió Sam abochornada.

—Yo no, soy un tipo serio.

Sam no respondió más que desviando la mirada y se detuvo cuando llegaron a una avenida concurrida. Miró a ambos lados y luego miró de nuevo a Román.

—Bueno, yo acá tomaré un taxi. —Eso casi sonó a "ya puedes irte" pero para Sam era muy grosero decir eso—. Muchas gracias por la ayuda.

—¿A dónde vas? —Sam mordió su labio con el gesto de quien no quiere responder. Román le sonrió—. Está bien, guárdate tu secreto.

—No es un secreto porque mi mamá lo sabe —objetó ella—. Te digo pero no te vas a burlar.

—¿Por qué me burlaría? ¿vas a tomar clases de payaso? —bromeó, pero Sam estaba tan seria que él temió haber atinado—. Por Dios, ¿vas a clases de payaso? ¡Te juro que no me estoy burlando! Ser payaso es un arte infravalorado, me encanta.

A Sam le divirtió verlo avergonzado y titubeando, y aunque su suposición no estaba tan lejos de la realidad, lo encontró sumamente gracioso dicho así.

—No necesito clases, yo ya soy payasa —musitó, intentando restarle bochorno a Román—. Y bueno, no, hoy no voy de payasa, pero sí voy a disfrazarme para hablar frente a unos niños, ¿contento? —ironizó.

A Román le enterneció tanto que quiso darle un abrazo pero aún sostenía la caja y tuvo que quedarse en su lugar. Buscó en su mente varias cosas para responder pero parecía que cada palabra en castellano se le había olvidado. Le encantaba ver las mejillas coloradas de Sam, el brillo rosado suave de sus labios y el color chocolate de sus ojos, los puntos de sus pocas pecas y el oscuro tono del marco de sus gafas... todo de ella le encantaba y ocasionalmente se le reiniciaba el habla al detallarla fijamente y por eso se quedaba sin qué decir.

—Oh...

—Prometiste no burlarte —le recordó—. No es que sea un secreto pero tampoco es algo que grito a los cuatro vientos. Te invitaría pero seguro tienes cosas que hacer porque hoy es sábado y...

—¡No! —interrumpió, volviendo en sí—. No tengo nada que hacer, ¿me llevas?

Sam casi palideció; lo había dicho sinceramente pero con la certeza de que la respuesta sería no, igual que la de Alice cuando la invitó en la mañana, o la de Elliot en el pasado o incluso una vez Mario; a nadie le apetecía nunca acompañarla.

—Ummm... puedo tardar y es un poco lejos...

—Llamaré a mi mamá y le avisaré, no habrá problema. —Román puso ojos suplicantes—. Vamos, no me burlaré de nada, lo juro.

Sam llevaba las manos en los dos bolsillos de su suéter enorme y morado y las empuñó y destensó varias veces con nervios camuflados que empezaban a aflorarle.

—Bien —accedió tras una pausa y se apresuró a seguir hablando—: Dentro de las condiciones está: no burlarte, no tomar fotos, videos o evidencia alguna, no juzgarme y si es posible, olvidar todo una vez salgamos de allá.

Román sonrió ampliamente mientras Sam levantaba su mano llamando a un taxi que se acercaba.

—Trato hecho.

Samantha amaba ver las sonrisas de las demás personas, era su pasatiempo favorito. Le gustaba imaginar los motivos de esos gestos en cada persona y le gustaba pensar que aunque a veces ella sentía que se hundía en tristeza, había quienes sonreían y se lo hacían todo más sencillo. Si de una cosa estaba segura era de que sin importar sus propios problemas, la vida era bella y descubría esa belleza en las sonrisas de los demás.

Tenía la certeza de que no había sonrisa más sincera que la de un niño y por eso iba con frecuencia a un orfanato como voluntaria a hacer reír a los niños con sus actos. La gran variedad de disfraces que tenía a su disposición gracias a su madre le hacía todo más fácil y ya que ella jamás le negaba ninguno, iba a Kindly cada que podía.

Ese día, sin embargo, iba nerviosa porque estaba con Román a su lado. Sus nervios no venían por Román en sí sino de pensar que él iba a ver cuando saliera disfrazada a decir cosas graciosas a los niños. Habían llegado hace poco y la señora que los recibió —a quien Sam conocía hace mucho— los condujo a un pequeño cuarto en el que siempre Sam se cambiaba antes de salir; Sam le presentó a Román como "un amigo que había ayudado con la caja pero que no se presentaría con ella" y la señora estuvo bien con eso. Cuando los dejó solos, Sam señaló una silla.

—Puedes dejar ahí la caja, gracias.

Román obedeció y luego se sentó en otra silla junto a esa.

—Creí que hacer esto era un trabajo, no un voluntariado.

Desde que habían entrado al orfanato Román se había puesto serio y miraba todo con curiosidad pero era una curiosidad casi incómoda. Observaba las paredes, las puertas, el trato de las trabajadoras sociales y escuchaba de lejos el bullicio de varios niños hablando, sin embargo, el Román lleno de sonrisas no estaba y Sam se preguntó por qué; no lo dijo en voz alta porque ya tenía suficiente en la cabeza pensando en que estaban juntos de hecho ahí y no quería tener más inquietudes.

—Vengo desde hace mucho —confesó Sam, evasiva—. La primera vez que vine fue gracias a mi preparatoria que tiene convenio acá para los que debemos hacer la labor social antes de graduarnos, pero me quedó gustando así que volví y volví y ahora vengo por mi cuenta, no por cuenta de Winston. —Román se quedó callado con ese aire de recelo aún en la mirada; al ver que no iba a contestar, Sam se adelantó—: Iré acá al baño a cambiarme, no tardo.

Frente al espejo del pequeño baño Sam agradeció que al menos no había optado por el disfraz de payasa, eso ya sería otro nivel de locura que mostrarle a Román y no estaba preparada para eso. Había tomado el disfraz de abejita porque pensó que tenía una metáfora linda que incluía los libros que había traído y las abejas; al mirar hacia abajo y notarse ya vestida solo pudo pensar en la reacción de Román y se preparaba mentalmente para la carcajada. No volvió de inmediato al pequeño cuarto sino que asomó solo la cabeza; Román estaba con la mirada en la ventana que daba al jardín interior, donde los niños estaban y tenía la cortina solo un poco corrida para ver sin ser visto.

—Ptssss —siseó Sam hasta que Román la miró, al notar que ella tenía una diadema con bolitas negras y amarillas en las puntas que se mecían al estar sujetas por un resorte, dejó la seriedad y le sonrió. Sam ya tenía el rostro sonrojado—. No te vas a reír en mi presencia; si te quieres burlar, espera a que yo no esté, ¿de acuerdo?

—Promesa.

Sam se tomó dos segundos más para enfrentarse a su imaginada vergüenza y terminó de atravesar la puerta. Ella nunca usaba en su diario vivir algo que dejara ver sus brazos, su cuello y sus hombros al tiempo, ni siquiera salía cerca de su casa sin suéteres que le taparan absolutamente todo y aunque ya había usado varios disfraces similares en Kindly, jamás pensó que alguien conocido la fuera a ver con uno; ni siquiera Elliot la había visto disfrazada antes. Era un disfraz para presentarse a niños así que obviamente no era revelador pero para Sam estar con un corsé sin mangas ni espalda y con la mitad de las piernas descubiertas por una falda era un acontecimiento raro y de cierta manera era también un temor al que se estaba enfrentando con su amigo.

Román hizo lo posible por no ser grosero y mirarla de arriba a abajo así que apenas y la ojeó sin detenerse mucho en ningún sitio; sintió él mismo un fuego en su cara y reprimió mucho la enorme sonrisa que aunque era porque le encantaba Sam, ella la hubiese tomado como una burla. Eso sí, tuvo que juntar sus dos manos a su espalda y entrelazarlas para no lanzarse a abrazar a Sam... o a besarla.

—Se ve lindo —se limitó a decir.

Sam pasó sus manos con incomodidad sobre el tutú amarillo y largo de su disfraz, agradeció internamente que Román desviara la mirada a otro lado, estaba segura que lo hacía para no reírse en su cara como ella le pidió. Se había soltado el cabello y también pasó sus manos por algunos mechones distrayendo su vergüenza.

—Sí, una abeja de pelo rojo y con gafas, nada más lindo —ironizó ella.

—Nada más hermoso —respondió Román con sinceridad aunque a Sam le llegó a los oídos como un buen chiste del que no se quiso ni reír.

—Claro... bueno, voy a salir. ¿Qué posibilidades hay de que no observes mientras estoy con los niños?

—De pocas a ninguna, veré todo.

Samantha suspiró dramáticamente y evitó mirar a los ojos a Román; salió del cuarto y se preparó mentalmente para no dejarse consumir por los nuevos nervios.

—¿Hace esto con frecuencia? —preguntó Melody, seria como siempre.

Jacobo se encogió de hombros.

—Desde que bajé ha venido unas dos o tres veces no más, pero sí, no pasa más de un mes o tres semanas sin que ella venga.

—¿Por qué lo hace?

—Le gusta y ya.

Jacobo ladeó la mirada y Melody la tenía fija en Sam que estaba gesticulando exageradamente frente a todos los niños, hablando de la importancia de las abejas en el medio ambiente y de por qué no hay que matarlas. Sam siempre hablaba muchísimo y con rapidez, mas para dirigirse a su pequeña multitud usaba un ritmo lento y completamente entendible. Román no había salido de la estrecha habitación pero desde su lugar a través de la ventana tenía buena visión y audición del espectáculo.

La actitud de Melody era un poco más distante de lo normal pero no con Jacobo en sí, sino que al igual que a su humano, se le había acentuado la seriedad al llegar ahí. El cupido quería preguntar si había motivo para ese cambio de actitud pero si solo era imaginación suya, Melody se molestaría y él no quería eso, por lo que era mejor no sacar el tema.

Una carcajada grupal e infantil sonó desde el patio y Jacobo volvió a mirarlos, todos reían de alguna cosa que Sam había dicho y ella les sonreía de vuelta sin una sola pizca de falsedad. Esa era Sam, auténticamente Sam.

—Los niños la aman —apuntó Melody, sorprendentemente, con dulzura.

—Lo sé, Sam logra llegar muy rápido al corazón de los demás.

Melody por reflejo miró atrás, hacia donde estaba Román que al saber que Sam no lo estaba mirando, le sonreía atontado de sus monerías.

—Dímelo a mí que tengo a Román y sé lo que siente. Hará que me enamore yo también de ella. —Melody se rió.

—¿Está enamorado de ella?

La cupido suspiró y negó con la cabeza aunque siendo franca con sí misma no estaba muy segura.

—Creo que aún no. No tengo cómo explicarte, él tiene una especie de... ¿adoración? por ella. No comprendo, la ve como un tesoro, como si estando a su lado no necesitase nada más. Yo siento igual que él, eso lo sabes, pero no sé cómo definir la manera en que se siente con Samantha, ella... no lo sé. Es confuso.

—¿Cómo sabes en qué punto se divide eso que dices con estar enamorado?

Se habían sentado en el suelo a unos metros de Sam; Jacobo tenía sus piernas estiradas y Melody las tenía cruzadas en canasta. Volteó a mirarlo, sintiéndose fastidiada porque él le daba más puntos a su confusión actual con todo.

—No lo sé, ahí el problema.

—Es un asco ser cupido y no entender el amor, ¿no crees? —dijo con burla, pensando más en sí mismo y en su ignorancia en mil temas—. Sabemos todas las teorías, pero parece que eso no basta para nada.

Antes de que Jacobo llegara a acompañar a Sam, Melody no se había preguntado gran cosa sobre el funcionamiento real del amor; en lo que a ella respectaba todo era un ciclo de Román sintiendo mariposas por Sam, no diciéndoselo y ella no notando nada, esperaba que así fuera por los meses que le faltaban y ya, su desenlace más posible era que su humano se decidiera a confesarle los sentimientos a Sam y dependiendo de cómo saliera eso habría flecha o no de su parte, sin embargo las ideas y tonterías de Jacobo se le habían metido tan fuerte en el pensamiento que la hacían dudar de todo, desde su misión, pasando por la bondad de Sam —que ella antes creía que no tenía—, la importancia de flechar o no a Román y el altruismo que podía llegar a tener un cupido.

Aún con todo eso, lo que más la estaba inquietando últimamente era el descubrimiento de sus propios sentimientos, que antes no creyó poder desarrollar en Tierra por alguien más que por Román.

Melody se mordió el labio, analizando tan fijamente a Jacobo que parecía que esperaba hallar respuestas en sus ojos marrones o en sus mejillas pálidas o en sus pestañas largas o en su cabello rojo. Las palabras se abrieron paso por sus labios sin pasar antes por su mente:

—Jacobo, ¿crees que los cupidos se enamoran en Tierra?

La seriedad de su tono dejó helado a Jacobo cuando le dio toda su atención. ¿Los cupidos se enamoraban? Él apenas sabía de los humanos, ¿qué iba a saber de los cupidos...? ¿o de él mismo? Había una norma que decía que mientras estuvieran activos no podían relacionarse con otro cupido de manera romántica, pero ¿se enamoraban? ¿conocía él a algún cupido en Skydalle que estuviera enamorado o que se hubiera enamorado al llegar a la Tierra? De repente todas las caras de sus conocidos se le borraron y no estuvo seguro de nada.

Esperó a que Melody desviara sus ojos y le dijera que era un chiste o cambiara el tema de manera inteligente pero eso no pasó y el tiempo pareció estancarse en ese espacio entre sus dos miradas.

—Pues... nunca lo había pensado. ¿Tú qué crees?

—Apenas y entiendo a Román —respondió, intentando diluir lo incómodo en una sonrisa—, pero quería saber tu opinión.

Tristemente, en ese momento Jacobo descubrió que si algo tenía en común con su humana era la tendencia a decir cosas inapropiadas guiado por nervios en el peor momento:

—No sé, le preguntaré a Marissa.

Melody se levantó abruptamente del suelo y solo ahí Jacobo fue consciente de lo cerca que estaban uno del otro. Se odió tanto como Sam lo había hecho con sí misma luego de hablar de osos polares con Román, era una sensación demasiado agria como para al menos reír incómodamente. Melody se encaminó hacia donde estaba su humano pero antes de alejarse lo suficiente dio media vuelta y con tono duro, espetó:

—Solo para tu información, no me interesa la opinión de ella.

Sam buscó con la mirada la ventana desde la que suponía Román la estaba mirando y al hallarla, le hizo una seña para que saliera del cuarto y le llevara la caja que habían traído. Agradeció mentalmente que él se hubiera quedado lo suficientemente escondido para poder fingir que no estaba, así que su interacción con los niños había salido sin trabas.

Román tomó la caja y rodeó el pasillo para salir al jardín interno, mientras tanto, Sam seguía hablando con su tono alto y animado de una buena cuentera, gesticulando con sus manos y moviendo su tutú con los dedos. Era como ver a otra Sam, a una experta animando, a una encantada de exagerar el tono y hacer reír a los demás, una extrovertida y perfecta, era como si esa Sam teatral luciera la verdadera alma que tenía y que se escondía en el día a día para dar prioridad a la Sam más "normal" que le mostraba a los demás.

—¡¿Les ha gustado aprender sobre las abejas?! —Se oyó un "sííí" prolongado y animado en coro—. Pues esta abejita les ha traído unos libros para que lean de ellas y de otras criaturas. Los libros son viajes de ida a mundos maravillosos y cada uno de estos cuentos tienen animalitos como las abejas de protagonistas.

—¿Hay de leones? —preguntó un niño de cinco o seis años en voz alta.

—Hay uno o dos sobre leones —admitió Sam, luego señaló a Román—. Mi amigo me ha ayudado a traerlos y ustedes los deben cuidar muchísimo porque los libros son...

Sam dejó la frase en vilo y los niños le respondieron con docilidad:

—¡Tesoros!

—Así es, son tesoros. —Sam miró a la trabajadora social de turno, que le estaba sonriendo con afecto—. Jenny me ayudará a repartirlos mientras voy a quitarme esta abejita para ser de nuevo Sammy, ¿de acuerdo?

La mayoría trasladaron la atención totalmente a la caja de tesoros que Jenny sostenía y fueron hacia allí. Solo un niño, de unos seis años y algo bajito para su edad se acercó a Samantha. Ella se agachó para quedar a su altura, el niño le sonreía y se tomaron de las manos por reflejo.

—Yo no sé leer bien.

—¿Ya estás aprendiendo?

—Sí, en el colegio nos enseñan pero es difícil.

—¿Sabes cómo aprendí yo a leer? —dijo Sam. Román los observaba sin decir ni intervenir nada, estaba serio, concentrado—. Con libros, aún si no sabes al comienzo, mirar libros sirve. Hagamos una cosa, voy a cambiarme y luego saldré y leemos un libro juntos, ¿está bien?

—Sí, Sammy.

—Entonces ve y escoge el que más te guste.

El niño asintió y fue a unirse a la pequeña multitud alrededor de los libros. Sam se levantó y caminó con Román hasta el cuarto —que era un espacio usado para que las trabajadoras almorzaran y dejaran sus bolsos—. Cuando cerró la puerta a sus espaldas, resopló animada en medio de una sonrisa.

—¡Qué calor hace! Al menos no traje uno de los disfraces de cuerpo entero, o si no estaría muerta. —Sam se rió—. Y me gustan estas cositas —Sacudió la cabeza haciendo que los pompones de colores de su diadema se movieran—, no están mal para usarlas cualquier día, podría buscarlas en negro o en azul... me gusta el azul.

Samantha se abanicó con la mano y luego de un largo rato volteó a mirar a Román que permanecía en su silencio inicial. Sam apretó los labios esperando que él hiciera un comentario sobre el clima o sobre que tenía sed o sobre que tenía que irse, algo, pero no dijo nada.

—¿Qué? —inquirió ella y al no recibir respuesta, dijo en tono jocoso—: Te doy permiso de reírte en mi presencia solo por esta ocasión.

—No tengo ganas de reírme —dijo él con cariño.

—¿Entonces por qué tan callado? Eres raro si te callas por tanto tiempo y mira que si lo digo yo que hablo hasta por los codos, es porque sí es raro.

Román se lo pensó, intimidando involuntariamente a Sam con su intensa mirada pero finalmente fue sincero:

—Tengo unas ganas grandísimas de que me des un abrazo.

A Sam le extrañó la petición pero no se negó ni lo vio con dobles intenciones; siempre estaba tan animada cuando visitaba Kindly que le habría dado abrazos incluso a los arbustos.

—Pues ven acá.

Extendió sus brazos y caminó los dos pasos que la separaban de Román sin ni siquiera preguntar por qué quería un abrazo; ella solía desearlos con frecuencia, usualmente en circunstancias tristes y nunca había nadie para dárselo, pero sí sabía que no le podía negar uno a alguien si lo pedía tan concretamente.

Sam subió los brazos al cuello de Román y este se inclinó un poco para poder rodearle la cintura y entrelazar sus manos en la espalda baja de ella —porque más arriba estaban sus alas de abejita—. Cuando no quedó espacio entre ellos sincronizaron un suspiro y Sam tuvo la sensación de que Román no solo quería un abrazo, sino que lo necesitaba. Pretendió separarse luego de los protocolarios tres segundos pero sintió que Román la aferraba con más fuerza así que se quedó en su lugar.

Sam tuvo el impulso de consentirlo; había algo en la firmeza del agarre de Román que le decía que pedía consuelo y aunque no sabía por qué y se le hacía sorpresivo, ella estaba dispuesta a dárselo. Román encajó su cara en el espacio entre la clavícula y la nuca de Sam, algunos de sus cabellos rojos le cosquilleaban la mejilla pero no se quejó, suspiró profundo y aunque Sam estaba un poco en puntas para alcanzarlo, sintió que abrazaba a alguien pequeñito. Ninguno supo qué tanto tiempo estuvieron así pero a ninguno le importó porque ese lugar en que compartían aire era un lugar cómodo y feliz.

—Gracias —susurró Román.

—¿Estás bien? —No pudo evitar preguntarlo. Román se separó un poco y al mirarla, Sam notó que tenía los ojos un poco húmedos. Ella le tomó la mejilla en reflejo, le dolía ver tristeza en otros ojos y su primer instinto siempre era consolar—. Hey, ¿qué pasa?

Él negó con la cabeza, sonriendo para no darle importancia.

—Nada, Sam. Gracias.

—Siempre he pensado que un saludo, un vaso con agua y un abrazo no se le pueden negar a nadie.

—No por el abrazo solamente —corrigió—. Gracias por ser tú, eres maravillosa.

Por primera vez y para sorpresa incluso de Sam, creyó cada una de esas palabras y una por una se metieron en su corazón para empezar a dejar raíz y crecer.

No se dijeron más porque ambos a su manera tenían un nudo en las cuerdas vocales que no querían destensar en llanto, solo se juntaron de nuevo, se abrazaron y por esos minutos, fueron la definición gráfica de un tipo de amor muy especial que no muchos logran conocer.

Jacobo no comprendía gran cosa de lo que sucedía pero como podía sentir las emociones de Sam, tenía ese cóctel de sentimientos en su interior haciendo que tuviera deseos de llorar pero esta vez con el agradable dulzor que da el llanto por felicidad. Qué hacía tan feliz a Sam en ese instante era un misterio para él, no era una felicidad típica de un abrazo o ni siquiera de un flechazo amoroso, era algo más profundo que él no discernía y aunque en su mochila tenía las herramientas para escuchar su mente y saberlo, prefirió no usar nada, prefirió solo disfrutar de la sensación en silencio.

Melody estaba molesta desde su charla hacía un rato y se había quedado al otro lado de la habitación; Jacobo en pro de no fastidiarla más había evitado mirarla directamente aunque era plenamente consciente de su presencia en ese reducido espacio, mas en ese momento de silencio de sus humanos decidió buscarla con la mirada y al hallarla, vio con sorpresa que una lágrima sí estaba resbalando de su mejilla.

Jacobo se preocupó de inmediato, verla así era como un milagro pero no de los que causan dicha; si alguien como ella soltaba una lágrima en público era señal de que algo iba mal. Ignorando su buen juicio de mantenerse al margen, caminó rápidamente hasta ella.

—¿Qué pasa?

Melody estaba ausente y tan metida en su propio interior que al notar que Jacobo estaba ahí cerca viéndola, se quitó la lágrima con rencor y lo fulminó con la mirada. Jacobo esta vez no dio un paso atrás, ni se inmutó ante su actitud.

—Nada.

Jacobo estiró la mano para tocarla pero ella le rehuyó de inmediato.

—Estás llorando.

—Eso a ti no te interesa.

—¿Por qué Román se puso así?

—Eso a ti no te interesa.

Jacobo blanqueó los ojos y empuñó inconscientemente las manos.

—¿En serio, Melody? ¿vamos a volver a la etapa de "no me interesa, no te interesa"?

—Nunca hemos pasado de esa etapa —farfulló.

—Yo creo que sí habíamos pasado de esa etapa.

—No me interesa lo que creas.

Jacobo se exasperó y sus propias emociones frustradas sobrepasaron las bonitas que Sam le daba. No era un buen momento para explotar, pero siendo presa de su rabia, no lo pudo evitar, era como si cada actitud odiosa de Melody se le hubiera ido acumulando y en ese segundo se le rebosó todo.

—¡Eres increíble! ¡Yo hago todo lo posible por estar contigo, Melody! ¡He sido gentil y paciente porque me agradas mucho pero sigues actuando como si yo fuera una nada que te estorba! ¿Por qué eres así conmigo? ¡Yo no tengo la culpa de que entre Román y Sam las cosas no se den tan rápido!

Melody, haciendo gala de su buen temperamento, también decidió que quería explotar.

—¡Ellos no tienen nada que ver en nada, Jacobo!

—¡¿Entonces de qué se trata?! —Para ese punto ya estaban gritando, con la fortuna de que en Kindly no había ni un solo cupido aparte de ellos para escuchar—. ¡Yo lo intento! ¡Te veo llorando y pregunto porque SÍ ME INTERESA aunque no lo creas! ¡Me importas, tonta cupido, no estoy siendo solo cortés o falso! ¡Es que de verdad me importa!

—¡No debe importarte!

—¡A ti no te debe importar lo que yo crea que me debe importar a mí! ¡Quiero saber qué le pasa a Román, quiero saber qué te pasa a ti!

—¿Sabes qué? —Melody moduló su tono un poco—. Cambio de opinión, sí te odio.

Jacobo resopló luchando con unas ganas profundas de gritar por la frustración que tenía, no lo hizo porque en su mente eso lucía como una rabieta de niño, pero sí quería hacer pataleta. A cambio solo replicó en un murmullo contenido:

—Dame un motivo, no te he hecho nada malo.

Melody se acercó con la furia reflejándose en sus ojos negros, Jacobo esta vez sí retrocedió hasta que atravesaron la pared y salieron al jardín, allí se detuvo porque ella lo hizo también. Melody inclinó solo su rostro al de Jacobo, ambos con el corazón acelerado y con las cejas juntas para mirar al otro con la ira de la discusión.

—Te odio porque lo jodes todo, Jacobo —siseó—. Yo no planeaba hacer amistades estúpidas con nadie, no me interesaba y no me interesa aún, pero llegas tú con tu estúpida energía y me... me... —titubeó furiosa al no hallar las palabras— ¡me desordenas todo! Me confundes y eso me frustra, me fastidia. Por eso te odio.

Jacobo tenía las venas hirviendo con mil sensaciones diferentes, en su mayoría ligadas a la rabia, pero unas cuantas ligadas a su corazón y al hilo que sentía que tenía el nombre de Melody. Que le dijera que lo odiaba no le dolía porque tenía la absurda convicción de que eso no era cierto, de que le mentía y de que solo era su orgullo hablando.

Melody no se alejó cuando terminó de decir todo eso y quedaron tan cerca que podían sentir la respiración del otro. Jacobo siempre fue inteligente pero también muy imprudente y esa imprudencia pudo más que la cordura en ese instante y se acercó velozmente para tomar por las mejillas y besar a Melody pues por encima de todos los pensamientos estaba el deseo de hacerlo y ya, sin pensar en consecuencias.

Cuando fue consciente de lo que hacía, solo medio segundo después, la adrenalina empezó a recorrerle las venas como un energizante poderoso, se le combinaba el deseo de seguirla besando y el reflejo de alejarse y pedir disculpas.

Por un instante esperó que Melody se alejara y lo agrediera de todas las maneras posibles pero no pasó, al contrario, se quedó allí estática recibiendo sus labios, ambos con los ojos cerrados y puede que igual de sorprendidos; Jacobo consideró que ella estaba en shock y que cuando se sobrepusiera, él lo iba a lamentar por el resto de su existencia. ¿Los cupidos pueden entrar en shock...? ¿o pueden asesinar a otro cupido?

No hubo tiempo ni para reprimendas, ni para disfrutar más del beso porque la sensación placentera que sentían en las venas se volvió tan real y externa que les dolió físicamente y se separaron de un brinco al ambos ser conscientes de que ese corrientazo que ya habían sentido una vez cuando sus humanos se besaron, los envolvía de nuevo pero con el doble de intensidad.

Sus ojos conectaron ahora con varios metros entre ellos, ambos agazapados en dos extremos opuestos del jardín y solo hallaron confusión y preguntas en ese cruce de miradas. Tenían mucho en qué pensar, uno en el motivo de hacer esa estupidez al besarla y la otra en el motivo de no haberlo golpeado a tiempo, pero de momento solo podían cuestionarse la razón de esas corrientes que los obligaban a repelerse contra su voluntad. 

Si no quedaron así, he perdido mi tiempo ▼

Jajsjajaja, ok no. 

¡Hooooola, amores Mazorcos! 

¿Cómo andan hoy? Yo les cuento que estoy contenta porque ayer gané un Watty con otra de mis novelas y pues... me alegra mucho eso xd

¿QUÉ LES PARECIÓ EL CAPÍTULO? A MÍ ME HA EMOCIONADO MUCHO.

A veces siento que cuando escribo como que lo hago en modo automático así que luego al releerlo con calma me siento como una lectora y me sorprendo de lo que pasa v: y tuve muchos sentimientos encontrados con este. POR DIOS, SE BESARON, SE BESAAAAAAAAAARON. 

Ay, no sé, yo los amo a todos y fangirleo mucho con esta historia, amén para que esa sensación no se me vaya nunca, que me goce siempre así de mucho mis historias. <3

Gracias por su mega paciencia y amorsh con esta historia, por su voto (que si no lo han puesto, este es el momento, no teman, voten :'v), sus comentarios y su apoyo. 

Hice un dibujo que me demostró que dibujar no es lo mío, pero lo dejaré acá porque le di media hora de mi vida que no pienso echar a la basura (?). Ni lo opinen porque está feísimo xD 

Esta nota me quedó larguísima, sorry. Bye, nos leemos pronto ♥

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