16. ➳ La fiebre y el amor ♡

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Normativa de los Cupidos: «Skydalle es un sitio de amor y armonía, regido por las leyes del corazón y las enseñanzas de los mayores. Se debe mantener el ambiente de paz constantemente, velar por la vida en comunidad y evitar discusiones. Todos somos iguales en Skydalle y merecemos el mismo respeto y consideración».
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Melody estaba sentada en el extremo de la cama, cerca de los pies de Román, solo mirándolo e intranquila como rara vez le sucedía. Cerca de las nueve de ese sábado, lo vio moviéndose lentamente hasta que se despertó.

Samantha se había ido casi a las siete; Román le había dejado su cama para que durmiera un par de horas y él fue al sillón de la sala, y cuando ella salió y le agradeció la hospitalidad, Román volvió a su habitación, se quitó la camisa, el pantalón formal y se acostó en el lugar que Sam había dejado.

Melody no lo había dejado ni un segundo solo y cuando se levantó y salió de su habitación, fue tras él. Llegó al comedor, sintiendo la casa en silencio; sus padres había llegado de la fiesta casi a las cinco de la mañana, apenas habían cruzado palabras con él y ahora estaban durmiendo. Fue a la cocina y encendió la cafetera para poder ofrecerle un café a su madre cuando se levantara.

La que apareció primero, unos veinte minutos después, fue Amy que traía su cabello hecho un lío, su maquillaje corrido y seguía con el vestido rojo y elegante de la noche anterior, pero mucho más arrugado y desacomodado.

—Hola.

—Hola. —El saludo de Román salió un poco más fuerte de lo que él mismo esperó—. ¿Cómo amaneces?

—Me duele hasta la última célula del cuerpo. Soñé que llegamos anoche con otra chica...

—No fue un sueño, era Sam. Se quedó acá y se fue hace unas horas.

Amy lo miró con picardía, pero Román estaba enojado; tanto, que Amy se acercó a él con un poco más de cautela, quizás pensando que las cosas habían salido mal.

—¿Ya la invitaste a salir? ¿pasó algo anoche?

—Estuve a punto de decirle que me gustaba pero...

—No me digas que te acobardaste a último minuto —reprendió ella.

Román arrugó más la frente y de mala gana, le sirvió un café a su hermana. Se lo puso sobre la encimera y ella tomó la taza.

—No, verás, lo que sucede es que tengo una hermana que no se controla cuando bebe, y justo cuando iba a decirle algo a Sam, esa borracha se cayó de culo en el pasillo y salí a ayudarla a levantar. Injusto, ¿no te parece?

Amy pareció rebobinar las últimas horas en unos segundos y se sonrojó, no de vergüenza por caerse, sino de vergüenza por arruinar el momento de su hermano.

—Lo siento mucho, Román.

Para román era imposible resistirse a las disculpas de su hermana; la amaba tanto que sentía a veces que le perdonaría cualquier cosa o idiotez que le hiciera.

—Ya qué, no importa.

Pero Melody sabía que sí importaba e importaba mucho. Había quebrantado la peor de las normas, la de no negarle el amor a su humano. En ese momento se preguntaba por qué lo había hecho pero no podía responderse algo que tuviera sentido y fuera correcto.

Cuando fueron expulsados de la habitación, su única reacción fue tener pánico, como si en lugar de declararse, Román se estuviera lanzando de un octavo piso, como si dejarlo allí significase que él iba a morir o algo peor, así que su cuerpo actuó solo y aprovechó que vio a su hermana saliendo para hacerla tropezar y hacer escándalo.

No bastó sino medio segundo para que se arrepintiera pero ya era tarde; no solo había afectado a Román, también se había expuesto con Jacobo. Nadie debía saber que ella usaba trucos para materializarse en fragmentos en la tierra, cosa que se considera falta gravísima en Skydalle, además fue peor porque lo hizo frente al fastidioso de cabellos rojos y aunque dudaba que él fuera a delatarla de alguna manera, sí era seguro que tenía mil preguntas y que no descansaría hasta responderlas todas... cuando le hablase de nuevo porque por ahora estaba furioso con ella.

Román se duchó y se arregló; tenía clase de baile a las once y sus padres ya se habían levantado aunque no tenían muchos planes de salir a ningún lado. Como de costumbre, antes de salir de la habitación se asomó por la ventana y miró hacia arriba; las cortinas de Sam estaban cerradas, pero aún así sacó su teléfono y le mandó un mensaje.
Melody desde atrás, lo leyó:

Román: Cómo te acabó de ir?

La respuesta tardó dos minutos en llegar.

Blanca: Bien. Elliot ya estaba aquí, aunque llegó un poco más descompuesto que yo.

Román: No creo que tan descompuesto como Amy.

Blanca: Jaja, es cierto, eso ya es otro nivel. Pero bien, mi padre ya se había ido, así que no hubo problemas ni preguntas. Sigo acostada, me está doliendo la cabeza terriblemente

Román: Ya comiste? Puede ser hambre

Blanca: Sí, ya desayuné. No sé. Cuando salí esta mañana de tu casa estaba lloviznando, te diste cuenta? Y pues soy un poco sensible al frío, mis defensas son malas.

Román: Crees que para más tarde estés mejor?

Blanca: Hay planes? Yo saldré a eso de las cuatro a un compromiso, pero antes estoy libre

Román: Pues no planes enormes ni geniales, pero podemos vernos y charlar un rato. Voy saliendo a clase de baile, pero más tarde estaré libre

Blanca: Cuando llegues me avisas y nos vemos

Román: Vale. Y si tienes, tómate una pastilla para el dolor

Blanca: No debe ser nada grave, estaré bien.

Román suspiró frente a la pantalla hasta que esta se apagó sola; estaba entre frustrado y decepcionado de sí mismo de no haberle podido decir nada a Sam en la madrugada pese a que no había sido su culpa. Cuando se decidió que Sam iría a su casa, Román pensó dentro de sí que esa era una oportunidad que la vida le daba y que no podía desperdiciar, peor al final... la había desperdiciado.

Aún así, seguía sintiendo ese buen optimismo de que era bueno decirle que le gustaba e invitarla a salir en una cita real; cuando estaban sentados en su cama, pudo ver cómo Sam se sonrojaba y lo había tomado como nervios de estar con alguien que le gusta, así que tenía la convicción de que ella no rechazaría su invitación. Decidió que esa tarde cuando se vieran, iba a sacar el tema nuevamente, antes de que sus nervios lo hicieran retractarse una vez más.

Mientras Sam intentaba dormir, Jacobo le había vuelto a poner polvo verde en el cuerpo. La gráfica volvió a aparecer completamente nítida y su nivel de amor propio seguía oscilando en lo más bajo. Jacobo dedujo que ya que había subido tanto cuando Román le dijo cosas bonitas, era él lo que Sam necesitaba, un chico tierno que le hiciera ver lo mucho que valía, así que se dijo que debía ser Román el blanco de su misión, la casi declaración de hace unas horas lo confirmaba.

Luego pensó en Melody y se tensó. Jacobo era orgulloso y no quería hablarle porque estaba molesto, pero en realidad, muy dentro de sí, se moría por ir y atosigarla con preguntas que debía contestar sí o sí porque no era normal que la Cupido pudiera interactuar con el mundo humano.

La respuesta superficial y obvia era que su capacidad venía de algún truco que consiguió en el almacén clandestino de Skydalle, no había otra respuesta, pero Jacobo quería explicaciones más que de el método, del motivo de haber interrumpido a Román cuando parecía que todo iba bien. ¿No se suponía que estaba de buen humor? Jacobo hasta había apostado que Sam empezaba a agradarle a Melody. Iluso.

Tenía mil cosas en la cabeza, pero en el momento solo quería quedarse con Sam y acompañarla. Recién llegó a casa con Elliot, se puso su pijama y se acostó bien pero no durmió mucho, solo en fragmentos cortos que terminaron en insomnio intermitente, lucía más cansada que antes; tuvo un ataque de estornudos que le dejó los ojos llorosos y la nariz colorada, además de que la escuchaba aclarar la garganta con frecuencia, como si le doliera.

Su estado anímico no estaba mejor; apenas y se había movido de la cama; solo se levantó a ducharse porque odiaba llegar a mediodía sin hacerlo, pero de inmediato volvió a la cama. Su madre le llevó cereal a la habitación y la miró con una mezcla de cariño y preocupación. Le palpó la frente y aunque dijo que estaba caliente, no llegaba a fiebre. Incluso le preguntó si había consumido algo extraño en la fiesta que la pudiera dejar enferma, a lo que claramente negó.

La señora Nora se había ido con Ian a trabajar y Elliot planeaba dormir toda la tarde luego de su alocada noche. Samantha puso música tranquila en su celular y lo dejó junto a su almohada; Jacobo la observaba tener lapsos de sueño y lapsos de quejas internas interpretadas casi en jadeos; recordó que en la cama de Román tampoco había logrado conciliar mucho el sueño y aunque en ese momento pensó que era por incomodidad del momento romántico frustrado, ahora pensaba que estaba enferma realmente.

Cerca de la una de la tarde, recibió un mensaje a su celular.

Mamá: Hola. Qué haces?

Sam: Nada, ma. No me siento muy bien

Mamá: Qué te duele?

Sam: La cabeza, me pesa moverme. Me duele mucho la garganta, estoy segura de que me dará gripe

Mamá: No puedes salir así, hija. Sé que tenías que ir al partido de Mario, pero no puedes salir a empeorar.

Sam quiso protestar, pero luego una punzada en su cabeza le dijo que no era buena idea. No podía realmente salir así. Sam odiaba su cualidad de incubar un virus en menos de diez horas; siempre era lo mismo, enfermaba en cuestión de medio día.

Sam: Lo sé. No tengo ganas de moverme.

Mamá: Cariño, Mario está acá. Está sentado con Ian en el suelo, vino y preguntó por ti.

Eso casi le da a Sam un corrientazo de ánimos. Abrió mucho los ojos y se sentó de sopetón en su cama, quizás pensando a toda velocidad y decidiendo salir después de todo. Se arrepintió de inmediato, cuando el sentarse así le trajo un mareo doloroso y punzante.

Sam: No me ha escrito

Mamá: Sí, dijo que aún estaba temprano, que solo había pasado por acá y vino a saludar. Sacó el tema de su partido, así que te escribí. Cariño, le diré que vaya y te lleve algún remedio, vale?

Sam no encontraba muy atractivo que el chico que le gustaba la viera en cama y enferma, pero ni era la primera vez ni le molestaba que él fuera a su casa. Entre ambos ya se habían visto en las peores situaciones, así que no sería extraño.

Sam: Vale

Mamá: Te escribo más tarde.

Sam apagó la pantalla y ya que estaba sentada, fue sencillo levantarse e ir al baño para adecentarse un poco. Bien, estaba enferma, pero no podía dejar que Mario la viera cual zombie agonizante. Se arregló un poco el cabello y puso un moño en su cabeza; se quitó la camiseta rota que tenía a modo de pijama y se puso una azul sin florituras pero sin agujeros, más un suéter ancho porque tenía escalofríos.

Arregló un poco su cama pese a sentirse cansada, para que no pareciera que llevaba una vida entera acostada y una media hora después, sonó el timbre. El corazón de Sam sintió su presencia y quiso saltar aunque su cuerpo no se lo permitió, solo caminó lentamente hasta la puerta y la abrió.

Mario le sonrió ampliamente, con esa manera que lograba hacer que Sam se encandilara. Venía con un jean oscuro y un suéter rojo con capota, ya que afuera lloviznaba un poco. Se sacudió un poco las gotas y entró sin ser invitado para envolver a Sam en un abrazo fuerte. La frente de ella se anidó en su clavícula y luego respiró hondo, sintiéndose feliz y enamorada.

Jacobo soltó un gruñido al ver la barra de Mario en 97%; era evidente, incluso sin artilugios mágicos, el amor que Sam le tenía a Mario, se notaba en su mirada brillante, en su sonrisa sincera, en el palpitar de su corazón que la hacía enredar un poco la lengua y titubear y todo sin necesidad de que él pronunciara una sola palabra. Jacobo no podía estar enojado porque ver a Sam cómoda le encantaba, pero tampoco podía estar feliz porque Mario seguía inspirándole desconfianza.

—¿Cómo te sientes, Sammy?

—Como me veo. Me duele todo, odio mis defensas. Solo estuve bajo la lluvia tres minutos.

—Traje un remedio soluble; ve a la cama mientras caliento un poco de agua y te lo preparo.

Sam no quería moverse porque aún tenía el brazo de Mario alrededor de su espalda, pero lo hizo cuando él dio un paso a la cocina. Llevaba tantos años viniendo, que ya no tenía reparo alguno en sentirse en su propia casa, así que sin complicaciones puso el agua en la estufa y mientras Sam se iba a su habitación, este esperó a que hirviera.

Jacobo se quedó con Sam, viéndola sonreír y suspirar mientras esperaba a Mario y se metía a la cama; se notaba lo mucho que le pesaban sus ojos pero se recompensaba con el buen humor de sus pupilas. Lo escuchaba trajinar en la cocina y se sentía tan querida, que su barrita de amor propio estaba en 38%.

A los cinco minutos, Mario entró en la conocida habitación y Sam se sentó para recibir la humeante taza que le ofrecía. Antes de que la tomara, Mario preguntó:

—¿Hay espacio para mí? —Señaló con su otra mano la cama y Sam se movió hacia el lado de la pared, gustosa. Mario se sentó en ese espacio y le dió la taza—. Cuidado te quemas la lengua; está hirviendo.

—Gracias.

Sam sopló el líquido y aunque fue precavida, logró quemarse un poquito; no lo mencionó sin embargo. Mario la miraba con ternura mientras ella bebía el medicamento y Jacobo iba destensando a la vez el ceño; Mario realmente la quería... lo que quedaba en duda era hasta qué punto.

Mario, de la nada, estiró una mano que aterrizó en la mejilla de Samantha. Esta se sorprendió pero no hizo más que mirarlo con devoción, casi llorando por ese amor que le tenía... o por la fiebre, siendo más realistas.

—Estás muy caliente.

—No creo —dijo ella, medio ausente—. Umm... ahí tengo un termómetro.

Mario lo tomó de uno de sus estantes de libros y le pidió a Sam que se lo pusiera bajo el brazo. Esperó unos segundos mientras Sam terminó su bebida y luego tomó el termómetro en sus manos. Marcaba 39°.

—Tienes fiebre, Sammy. —Mario miró que Sam estaba cubierta con tres cobijas y con un suéter ancho y morado. Le quitó las cobijas lentamente y luego pidió—: Quítate ese suéter, no necesitas más calor.

Sam obedeció mecánicamente, quedando solo con su camiseta azul y su pantalón de sudadera. Estaba medio acostada, siendo sostenida por varias almohadas en su espalda y Mario se recostó a su lado, dejando sus pies fuera de la cama.

—¿A qué hora es tu partido?

—En un par de horas —respondió él—. Pero puedo faltar. Me quedaré acá contigo.

—No, no, no —dijo ella presurosa—. No vas a faltar al partido por mí.

—Me quedaré mientras llega tu mamá o alguien. Estás enferma, y si te soy sincero, no luces como que vas a mejorar en media hora.

—Pero tú no estás mal. Tienes que ir.

—Tú no vas a estar allí, Sammy, no es tan importante.

La barra de amor propio subió de sopetón a 85% y se mantuvo los segundos que Sam usó para asimilar y abrazar esas palabras. Luego empezó a descender muy lentamente pero sin llegar a lo más bajo. Había que admitir que ni siquiera Román había logrado eso.

Sam guardó silencio por varios segundos porque sintió mareo, y no era gracias a la presencia de Mario o a maripositas adolescentes, era porque realmente se sentía mal. Sentía como si tuviera un bulto de cemento sobre la frente y solo pensar le dolía. Se puso de lado en la cama, acurrucándose en posición fetal, sintiendo cansancio, sudor en su frente, frío al mismo tiempo y ganas de dormir... o de morir, la calentura la atacaba.

En la línea brumosa entre estar despierta y estar dormida y con fiebre, empezó a hablar:

—Gracias por estar acá.

—Si me hubieras escrito más temprano, habría llegado antes —contestó Mario en un susurro. Sam soltó una risita—. ¿Qué?

—Eres tan dulce.

Sam levantó la mirada y Mario le sonrió de lado, un gesto tierno y liviano, con un cariño compartido que posiblemente nadie más entendería en el mundo aparte de ellos dos. No podía negarse la conexión que tenían. Mario se reacomodó e invitó con un ademán a Sam para que se dejara abrazar por él. Ella no dudó y se movió para quedar cobijada por su brazo y por la calidez de su cuerpo; aprovechó y también estiró su brazo, agarrando a Mario por su abdomen; tuvo ganas de apretarlo, pero no tenía muchas fuerzas para eso, además le daba vergüenza.

—Haría lo que fuera por ti, Sammy.

—No me digas Sammy —musitó ella, con los ojos cerrados y a punto de dormirse—. Suena a un diminutivo que usarías con una hermanita.

—Lo siento...

Sam lo interrumpió, antes de que le dijera que la veía como tal, lo que ella suponía que iba a decir.

—No quiero que me veas como una hermanita. Yo te quiero muchísimo y no como un hermano.

Jacobo se tensó. En medio de su estado, Sam le iba a decir que le gustaba y eso no era bueno. Temió por Sam, temió por sí mismo, incluso temió por Román. Rogó a Sam en voz alta que no le dijera nada, que no era algo conveniente, pero obvio, no fue escuchado por nadie.

—¿Ah, no? —Sam negó con la cabeza que estaba pegada a su pecho. Empezó a dormirse lentamente, siendo arrullada por el palpitar de Mario a unos centímetros de su oído—. Siempre pensé que sí.

—Eres tonto... —susurró Sam con la voz enredada—. Nunca te he visto como un hermano ni lo haré, ni siquiera como un amigo... eres mucho más que eso.

Fueron sus últimas palabras y con un suspiro, quedó profundamente dormida, aferrada a Mario. Sabiéndola dormida y que no iba a escuchar lo que dijera, Mario le acarició el cabello mientras le decía en voz alta:

—Si tan solo supieras lo mucho que te quiero.

Por respeto siempre a Elliot y a la señora Nora, Mario nunca se permitió ningún sentimiento por Samantha, pero la verdad era que a veces no lo podía evitar. Ninguna otra chica tenía el carisma de Sam, ni la facilidad de hacerlo sonreír con una mirada, ni la alegría de su espíritu pese a conocer lo peor que tenía en su vida; verla jugar en la cancha era un deleite porque le metía siempre todo el corazón, amaba su forma de apasionarse, de sonreír aún en la adversidad, de hacerse feliz a sí misma y de serlo con ella mientras un balón estaba entre ambos.

Dentro de sí, siempre procuraba tratarla con cariño pero no el suficiente como para que se notara lo mucho que le gustaba desde hacía mucho tiempo, y de hecho lo disimulaba muy bien; ya se había hecho a la idea de que Sam era una buena amiga y de que así sería porque ella nunca dio señas de quererlo como algo diferente, pero en ese momento le había insinuado un gusto por él y ahora no sabía cómo reaccionar.

No estaba completamente seguro de que su madre o su hermano tomaran bien un posible y tentativo algo entre ellos dos y odiaba decepcionar a la gente. Samantha era muy especial para él; pensaba en ella antes de dormir y al despertar, si de él dependiera, la llevaría de la mano a todas partes y la acompañaría a donde ella quisiera, pero mantenía siempre su distancia por el temor a desarrollar más cariño por ella.

Ahora la tenía abrazada y durmiendo en su pecho, lo que lo hizo sonreír y decirse con convicción que estar a su lado era su lugar feliz, ese que evocaba cuando tenía un mal día. No planeaba ser imprudente, sin embargo. No iba a tomar un par de palabras influenciadas por la fiebre como pie para pretenderla nada más ella despertase de su sueño; la situación seguía siendo la misma y de cualquier modo, no tenía planes de arriesgar su amistad con Sam prematuramente.

Eso sí, las cosas cambiaban, porque él ya podía dejar de fingir que no se quería enamorar al verla jugar o hablar e iba a comenzar a buscar en sus ojos achocolatados señales de que le correspondiera.

Se dijo que el tiempo le daría respuestas, y que por el momento, solo le daría la dicha de abrazarla por un par de horas.

Jacobo casi explota de frustración y alivio a la vez cuando Sam se durmió. No podía creer que le hubiera dicho eso a Mario y peor aún, no podía creer la satisfacción de él al escucharla; la sonrisa le duró a él en el rostro unos diez minutos luego de que el silencio los envolvió. Jacobo casi pudo escuchar cómo los engranajes de la cabeza de Mario se movían y se alegraban de la confesión de Sam, se preguntó si estaba tramando algo, si iba a conquistarla, si realmente le gustaba como amiga o como algo más o si iba a jugar con ella. ¿Por qué jugaría con ella?

Parecía que cuando empezaba a responder preguntas sobre Sam, empezaban a surgir otras sobre Melody, sobre Mario, sobre todo.

El Cupido no había intuido antes ni por un segundo que Mario tuviera un interés amoroso en Sam, al menos no en la magnitud en que ella lo sentía por él, pero ahora empezaba a dudarlo. Mario no era más que amoroso con ella —y aunque Jacobo supuso que era así con todo el mundo, no tenía manera de saberlo—, en ese momento la cuidaba sin dobles intenciones, le acariciaba la espalda con devoción, se notaba la paz en su rostro de tenerla tan cerca; le daba suaves y ocasionales besos en la corona de su cabeza y aspiraba el aroma de su cabello; cosas que un humano promedio no hace sino con la persona que se roba sus suspiros y navega en sus pensamientos la mayor parte del día.

Cualquier humano que los viera allí en esa cama, acurrucados, pensaría que eran un noviazgo de muchos meses, un amor en esa etapa que ya no necesita citas elegantes y formales, sino solo el calor del otro y la piel suave acariciándose con inocencia.

Jacobo concluyó que Sam iba a estar enferma lo que quedaba del día, así que no iba a necesitarlo. Subió a Skydalle casi con urgencia; debía mirar los expedientes de Mario ya o enloquecería.

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Prohibiciones de los Cupido: «Se prohíbe rotundamente que los Cupidos desarrollen un apego con su encargado fuera del establecido cupido-humano. El amor siempre será un tema a disposición de todos, pero se deben respetar los límites entre Skydalle y la tierra. Si un Cupido tiene sentimientos inapropiados con un humano, es su deber informar para ser reemplazado por otro funcionario, todo se puede solucionar, pero tomando medidas cuando corresponda».
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¡Hola, amores! ♥ 

Acaba usted de fumarse 4044 palabras, se le agradecería un votico a modo de ofrenda si le ha gustado ☺

Yo amo a Mario, ya lo dije. O sea, yo amo a todos, pero a Mario también jaja ♥. 

♡ Muchísimas gracias por haber esperado y leído el capítulo, se merecen todo mi amorsh ♡

♡ N o s  ♡  l e e m o s ♡

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