11. ➳ Pizza sin piña y primero el cereal ♡

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Normativa de los Cupidos: «La mejor manera de buscar el amor correcto para el humano, es que el Cupido lo ame también y busque lo mejor para él o ella. Si el humano no les inspira cariño o amor sincero, pidan baja o presenten renuncia (hacerlo a voluntad y sin imcumplir reglas no trae consecuencias para el Cupido), pero no fuercen un amor para ellos si ni siquiera ustedes pueden darlo».
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Nora Ladino era una mujer infeliz; no todo el tiempo, pero sí la mayoría.

Mínimo cuatro noches por semana se preguntaba en qué momento llevar la vida que llevaba era algo que había deseado, intentaba recordar el convencimiento con el que había dicho "sí acepto" en el altar hace más de veinticinco años al que ahora era su esposo o se cuestionaba los motivos para seguir como estaba; casi nunca hallaba la respuesta que esperaba.

Si en algún momento de esa relación había existido la magia del amor, se había extinguido hacía mucho y las chispitas que podían quedar solo eran las luces que sus hijos le daban al sonreírle; pensándolo bien, ellos eran el único motivo de seguir con un hombre tan miserable.

Estaba en ese momento en su negocio, un alquiler de disfraces bien acreditado gracias a los muchos años que había estado en funcionamiento y que ahora era su refugio. Su esposo casi nunca pasaba por allí, lo que hacía del local un lugar seguro.

Ian, el menor de sus hijos estaba jugando con algunos cubos de armar que Elliot le había regalado en la última navidad, ella estaba doblando un disfraz de payaso luego de lavarlo cuando Sam se lo devolvió un día antes. Pensar en su niña, la hizo sonreír. Ella la adoraba y le agradecía internamente el tener tanta paciencia y entusiasmo; mientras que Elliot le había reclamado en varias ocasiones por seguir al lado de su padre, Sam nunca le reclamaba, ni siquiera cuando llegaban esas noches malas en que el hombre llegaba borracho y con ganas de armar guerra. Sam era su fortaleza y por eso intentaba complacerla en lo que podía y ella pedía poco, era una chica sencilla y juiciosa, con mucho que dar a los demás.

Nora le prestaba con frecuencia disfraces para que ella fuera a un Orfanato a alegrar a los niños, un par de veces había estado de voluntaria en un hospital y en un evento del gobierno. Amaba la capacidad de amar y esparcir felicidad de su hija; se decía siempre que de no ser por ella, estaría hundida en la tristeza.

La vio entrar y escuchó la campanilla cuando atravesó la puerta, esto la distrajo de sus pensamientos. Sam traía su mochila del colegio en su hombro derecho y llegó directamente al suelo, a darle un beso en la frente a Ian. Luego fue hasta su madre y poniéndose un poco en puntas por encima del mostrador que las separaba, le dejó un beso en la mejilla.

—¿Cómo te fue, hija?

—Super, ma. ¿Ya almorzaste?

—Sí. Allá te dejé en la cocina para que comas también.

—¿Mi papá está en casa? —preguntó. Su madre asintió levemente—. Bueno, me quedaré entonces un rato acá.

—Sigue. De paso me ayudas a guardar unas coronas que recibí esta mañana.

—Sí, de acuerdo.

Samantha rodeó el mostrador y vio la caja que su madre le enseñó. Estaba llena de tiaras grandes y pequeñas, doradas y plateadas, coronas de rey y de reina. Fue sacando una a una y pasándoles un paño a cada una para poder colocarlas en el estante de accesorios.

—Hoy vino Mario —comentó su madre sin mucho interés. Sam, por su parte, se alegró solo de oír el nombre—. Te dejó saludos.

—¿A qué vino?

—A saludar. Y nos trajo torta de tres leches. Dijo que en el bazar habías comido con él y que te había gustado. Te guardé un poco, está allí sobre la mesa de atrás.

Sam, de espaldas a su madre, sonrió ampliamente por el detalle de haber recordado que le gustaba esa torta. Su suspiro se vio interrumpido cuando su madre habló de nuevo.

—Me dijo que el sábado irían al estadio.

—Ah, sí, él va a jugar y yo voy solo de espectadora.

La señora Nora tuvo una expresión contrariada, mas no dijo nada, aunque de haberlo hecho, era seguro que no sería algo positivo.

—También dijo que si te podía dejar salir un rato antes de eso, que irían varios a comer helado y que te había invitado.

Sam enrojeció. Dentro de sí había supuesto que pasados unos días, Mario no recordaría la invitación, y aunque la desanimaba un poco eso de "irían varios" y no ellos solos como pensó, se sintió halagada. No habían arreglado formalmente una salida y por eso el que Mario le hubiera hablado directamente a su madre, la tomó por sorpresa.

—Sí, lo mencionó —dijo—. De todas maneras le dije que debía pedir el permiso.

—Sabes que por mí no hay problema siempre y cuando hagas tus tareas y me cumplas con la hora que te demos de llegada. —La señora se mordió el labio inferior. No se miraban la una a la otra, estaban en distintos lugares y en diferentes tareas, y ella lo aprovechó para abordar el tema que la ponía incómoda—. ¿Él y tú planean salir como más que amigos, Sam?

Sam se envaró y sintió todo el cuerpo acalorado. Dedicó más esfuerzo a la limpieza de los accesorios para distraer lo raro de la pregunta.

—¿Por qué lo dices?

—Mario es buen chico, hija, ha sido amigo de tu hermano por más de lo que recuerdo así que prácticamente lo he visto crecer con ustedes. Pero sigue siendo un chico mayor y no me gustaría que salieras con él.

Sam quiso responderle varias cosas, entre ellas "solo son cuatro años, papá te lleva catorce a ti", "me ha gustado desde hace mucho tiempo", "no es asunto tuyo" o "já, él nunca me invitará a salir", pero en cambio, solo dijo:

—¿Qué tendría de malo?

—O sea que sí planean salir... o ¿ya están saliendo?

—No estamos saliendo, ma. Somos amigos. —Esas dos palabras le supieron a azufre, mas continuó, pero cambiando el tema—. Ma, una amiga me invitó a su cumpleaños.

—¿Cuál amiga?

La señora Nora no le conocía lo que se dice "amigas" a su hija. Conocía a Mario y a una tal Lisa que fue una vez a pedir un cuaderno prestado, pero de resto, o Sam era muy poco social o simplemente no hablaba mucho de sus amigos. Cuando era niña tuvo una buena amiga, pero ahora de grande era más bien solitaria.

—Se llama Brenda. Hará una noche de juegos el viernes. —Sam se apartó de la estantería y buscó en su maleta la tarjeta negra que le habían dado—. Es para pasar allí la noche, me dijo que sería hasta el sábado temprano. —Le tendió a su madre la tarjeta—. Esta es la invitación. Allí está el nombre de sus padres, dijo que puedes llamarlos para confirmar. No habrá licor o cosas locas.

—Es un poco lejos —dijo ella, leyendo la dirección—. Aunque es un buen sector... un sector adinerado.

—Sí, Brenda vive en camita de oro.

—Voy a llamar a ese número —informó— y luego veremos. Y debemos hablar con tu padre, porque es mucho tiempo pasar allá la noche y sigues siendo una niña.

Sam sabía que eso era lo máximo a lo que podía aspirar: a un tal vez.

—Bueno, ma. —Miró el reloj de la pared—. Mi papá ya debió de haberse ido, así que voy a almorzar.

—Dale, hija. Te veo en la noche.

Sam tomó de la mesa de atrás la torta de tres leches y sonriendo al pensar en Mario, salió.

Sam iba camino a su casa, que solo quedaba a unas calles del negocio de su madre, cuando se encontró a Román saliendo de una tienda con una bolsa en la mano. Se sonrieron a modo de saludo. Melody, junto a él, estaba inexpresiva.

—¿Cómo estás? —dijo Sam.

—Bien. Estaba comprando lo de la cena.

—Y yo apenas que voy a almorzar.

—Son casi las cuatro. —Sam se encogió de hombros—. Comes muy tarde.

—No tanto. En mi preparatoria tenemos una hora de almuerzo y siempre como algo pequeño, así que no me da hambre hasta tarde.

—Yo no podría quedarme hasta las cuatro sin almuerzo.

—Porque no lo has intentado —Sam rió—. O sea, no lo intentes, se supone que la hora del almuerzo es desde mediodía hasta la una y es algo desequilibrado que yo lo haga tan tarde. Los expertos dicen que hay que comer cinco veces al día, pero sé que no se refieren a que podemos almorzar o desayunar a cualquier hora para tener un metabolismo saludable. Pero bueno, así me ha tocado la rutina y supongo que el cuerpo se acostumbra, es decir, no hay un reloj interno que diga que cuando pasa la una de la tarde ya no se puede almorzar, entonces si mi cuerpo sabe que de tres a cuatro almuerzo, no le hace falta hacerlo a la una. De todas formas en las noches no como tanto, luego de las seis rara vez ceno algo pesado, a veces mi mamá hace chocolate caliente, pero es para el frío porque hay noches luego de llover que se me entumen los pies y las manos, pero el chocolate de mamá es un buen remedio; de todas maneras no soy buena para tomar caliente, siempre me termino quemando la lengua aún cuando sé que está recién bajado del fogón. ¿Por qué crees que pase? Eso de saber que me voy a quemar y aún así tener el impulso de hacerlo. A mi hermano también le pasa, pero a mi mamá no. Ella toma su chocolate igual de caliente pero jamás se quema, o quizás se ha quemado tantas veces antes que su lengua ya perdió sensibilidad, o es algo que se adquiere al ser mayor, no lo sé, pero nunca se queja de la temperatura. Quizás por eso nunca me detengo de beber caliente: como la veo a ella hacerlo sin problema, mi mente se confía y me traiciona, luego paso dos días con esa molestia de la quemazón y cuando me curo, otra vez la burra al trigo y me quemo con un café.

Melody no entendía mucho a Samantha. Con frecuencia le costaba llevar el hilo de todo lo que hablaba, en especial porque sacaba y sacaba hilos cada dos frases. Siempre se quedaba mirándola fijamente luego de que salía con un discurso así, mitad por la impresión de que un humano pudiera decir tanto en tan poco tiempo y mitad por desconcierto de que a Román le gustara eso. Cada vez que Samantha soltaba la lengua sobre cualquier cosa, a su humano le brillaban los ojos y le prestaba suma atención; nunca podía saber si él le entendía, pero que la escuchaba, la escuchaba.

Una flecha en su mochila empezó a vibrar, deseosa de salir y punzar a Román aún más con Sam. Melody la ignoró. Todo el cariño y gusto que él había desarrollado por la pelirroja loca, lo había obtenido por sí mismo, sin ayuda de sus flechas, y no quería sumarle a esos sentimientos reales una presión mágica o eso sería peor. Si lo hacía, sentía que solo necesitaría tres y luego debería usar por fuerza mayor la del amor verdadero y la tonta de Sam aún no le prestaba atención.

Le quedaban solo tres meses de plazo. Tres cortos y fugaces meses y aunque durante el tiempo que llevaba con Román había estado buscando alguna candidata para canalizar su amor, no la había encontrado. Parecía que a Román ninguna chica le llamaba tanto la atención y las chicas que se fijaban en él, tenían Cupidos irresponsables que hacían que se fijaran en todos. Melody no quería eso, no quería un romance pasajero para su Román, no quería flecharlo con cualquier chica que al otro día estuviera flechada por otro y aunque se sintiera arrogante al pensarlo, sabía que ningún Cupido era suficiente maduro con sus humanas, así que no se iba a arriesgar con nadie.

Y eso de "ningún Cupido" incluía a Jacobo, que estando junto a Sam, también le sonreía atontado.

—También me pasa —respondió Román casi de inmediato—. Lo de quemarme la lengua con el chocolate. Prefiero las bebidas frías.

—En general yo también, pero para las noches heladas o para los desayunos es mejor algo caliente.

—En las noches heladas solo tengo como mil cobijas en mi cama y tres pares de calcetines puestos —admitió riendo—. Y en los desayunos prefiero el jugo de naranja o el cereal con leche fría.

—¿Primero la leche o el cereal? —preguntó Sam de repente.

Román arrugó la frente, pero igual respondió:

—El cereal. ¿Por?

—Hay gente extraña que pone la leche primero. —Su tono era de fingido desconcierto y burla—. Gente demente, gente rara a la que no hay que acercarse.

—¿Piña en la pizza? —aventuró él.

—Eso está del mismo lado de los que ponen la leche primero. No te acerques a esas personas.

—Tú y yo estamos del mismo lado entonces —presumió, puliendo una blanca sonrisa que Sam le correspondió. Llegaron al portal del edificio de Román y se detuvieron—. Te escribo más tarde si tienes tiempo.

—Nunca tengo tiempo, me mantengo completamente ocupada, no creas que mirar televisión no es trabajo arduo. —Bromeó. Sam ojeó la bolsa que Román cargaba—. ¿Qué harán de cena?

—Haré —corrigió—. Mi mamá llega más tarde, mi papá llega con ella y mi hermana quema el agua hervida. —Román blanqueó los ojos—. Traje queso y papas y ahí tengo condimentos, tal vez papas horneadas con jamón o algo. Debo ver qué más tengo en la nevera.

—No sabía que te gustaba cocinar.

—Pues no es que me apasione, pero me sale bien y lo hago porque tengo tiempo. Sería injusto que mi mamá llegara cansada a cocinar mientras yo he estado rascándome el ombligo toda la tarde.

Melody sonrió enternecida igual que siempre cuando veía cómo era de amoroso Román con sus padres. No tenía ni idea de si Sam era así en su casa pero no quería saberlo tampoco, temía que no fuera así y que eso le sumara más peso a su desprecio por ella y le fastidiaba porque no podía hacer nada, no había manera de desenamorarlo así no más, así que prefería saber lo menos posible de Sam, le daba igual.

—A mí solo se me dan bien los postres. Hace poco intenté usar el horno para una cena con carne y un montón de cosas que vi en internet y algo salió terriblemente mal porque puse todo como en el video pero unas cosas se cocinaron y otras no. Por fuera se veía delicioso pero por dentro estaba crudo, no como el del tutorial que estaba precioso. O sea, en general no supo mal, tenía buen sabor, quizás un poquito salado pero nada dramático, pero quedó feísimo estéticamente; le terminé de sellar la parte cruda en una sartén y mejoró, pero cuando lo serví en la cena, mi papá dijo que eso parecía comida de gato, no se lo quiso comer, ni lo probó y de paso me dijo que no tocara el horno nuevamente porque yo no servía para la cocina. Luego dijo algo de que así no iba a poder conseguir marido cuando fuera adulta, pero ese es otro cuento. Pero bueno, fue más carne para nosotros que sí lo disfrutamos, mi hermano salió ganando. —Sam se rió al recordarlo, pero Melody se espantó de escuchar la reacción de su padre. A Román tampoco es que le diera mucha risa que digamos—. Pero los postres sí. A esos sí puedo medirles bien los ingredientes y la mayoría me quedan deliciosos. Eso dice Elliot y se los come con gusto; mi hermanito suele lamer los cuencos con mezcla luego de que pongo todo en el horno y mi mamá se lleva los postres para comer en el trabajo con café en las tardes o a veces les da a sus vecinas.

—Tu padre es un poco grosero —matizó Román, siguiendo el hilo de sus pensamientos—. Por otro lado, debes darme algún postre alguna vez.

—Lo haré si me das alguna papa horneada alguna vez. Ahora que lo pienso, hace más de dos meses que horneo nada. Luego de lo que pasó con la carne no volví a tener ganas de hacer nada de eso.

—¿Porque tu papá te dijo que no servías para la cocina? —Sam se encogió de hombros. Melody por primera vez sintió un poquito de lástima por ella y compartió con Jacobo una mirada, la inquietó esa tristeza que había en sus ojos oscuros, y en pro de no involucrarse más, se fue a esperar a Román en el apartamento—. No le hagas caso. Yo nunca he podido hacer un pastel y creeme que lo intenté, otro día te cuento lo que pasó, pero no quiere decir que no me salga el resto.

—Aún así... no quisiera molestar a mi papá por si me encuentra horneando. Además, los postres refrigerados también me salen deliciosos. Suelo hacer algunos cuando hay ferias en el colegio y siempre resulto halagada.

—Tendré que comprobarlo algún día.

Se sonrieron y Sam, por primera vez en un contexto así, se sonrojó un poco. Era el momento de sacar la flecha para Jacobo, una de las temporales pero aún le quedaban dos días para poder usar la primera.

—Entonces hablamos más tarde. Te he entretenido mucho y la cena espera.

—Y tu almuerzo. Hasta luego, Sam.

Jacobo siguió a Samantha escaleras arriba. Al llegar, no había nadie, lo que hizo a Sam suspirar, le gustaba ese silencio y lucía tranquila.

Almorzó sin prisas mientras miraba su celular y luego arregló la cocina para irse a su habitación. Al encender la luz se recostó y buscó en su mochila el cuaderno de inglés para hacer su tarea; eran cerca de las ocho. A los pocos minutos recibió un mensaje.

Negro: Ya almorzaste?

Sam: Sí. Qué tal la cena?

Negro: Sabrosa como siempre

Sam: La modestia hace al hombre

Negro: La modestia no me impide resaltar que algo me sale bien xD. Oye, olvidé preguntarte algo

Sam: Qué?

Negro: A un par de calles vive una tía con sus hijas y una cumple años el viernes, quieres ir a la fiesta?

Sam: No se supone que los cumpleaños son para estar con familia y amigos?

Negro: Yo soy familia y tú mi amiga, eso cuenta.

Sam: Dudo que cuente jaja. Donde es?

Negro: En el salón comunal del barrio, como a dos calles. Detrás del estadio

Sam: Sí, sé dónde es. Pues es que una compañera me invitó a su cumpleaños también el viernes

Negro: Mmmm... debí pedir turno antes

Sam: Como puedes ver, mi agenda social está super llena

Negro: Perdone, señora Kardashian por ofenderla con mi humilde invitacion

Sam: Señorita*

Negro: Jaja

Sam: De todas maneras aún no me han dado permiso de nada, así que tengo la posibilidad de quedarme en casa haciendo mucho de nada. Ser Kardashian no hace que mi mamá me dé permiso, ella no entiende la importancia de la popularidad.

La conversación se desvió hacia las rutinas de cada uno un fin de semana en el que no salían y Jacobo ya no prestó más atención, frustrado porque el intento de cita no se iba a dar.

El teclear sobre la pantalla duró una media hora en la que observó a Sam desde la esquina de la habitación, solo pensando y buscando alguna manera de meterse en su mente. Había deducido algo hacía unos minutos: al hablar de su padre había pulido su sonrisa plástica, por lo que sabía que no le causaba gracia real su anécdota, así que por el momento, solo podía pensar que parte del desánimo interno de Sam se debía a las conversaciones con él y a sus palabras rudas.

Recordó que cuando él vio a Mario, este le preguntó "cómo iban las cosas en casa", lo que decía que él estaba al tanto de lo que sea que afligía a Samantha; pero Mario no tenía Cupido para poder preguntarle si sabía algo y a la que le podía preguntar apenas y le prestaba atención. Para rematar, Ambrosio salía con sus cosas de "descúbrelo tú mismo" y eso lo dejaba sin opciones. Jacobo era un poco impaciente y aunque solo llevaba cinco días con ella, quería saber todo ya y solucionarlo. No solo saberlo y dejarlo así.

Esa noche no pudo dormir —no es que lo necesitara realmente—, se limitó a mirar a Sam a ratos y en otros momentos a mirar su habitación, intentando leer en el aire y sin éxito, las respuestas.

En algún punto de la madrugada, Melody se materializó en la habitación de Sam frente a él.

—Te veo en las puertas de Skydalle en una hora.

Su tono firme era uno que no aceptaba un no, y del mismo modo veloz en que llegó se fue sin esperar reacción de Jacobo. De todas maneras, él no se iba a negar por nada del mundo, por el momento era ella la única posible ayuda a sus dudas y no la iba a desperdiciar.

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Prohibiciones de los Cupido: «Los métodos que cada maestro enseña a sus Cupidos, están diseñados para cada humano así que no todas las lecciones les servirán a todos los Cupidos. Está prohibido usar estrategias que el maestro, o bien desconozca, o no apruebe o no se le informe. Los Maestros son los guías y los Cupidos están en obligación de seguirlos».
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¡Hola!

¿VIERON QUE CAMBIAMOS DE PORTADA? 

La amo con locura, es preciosa, bella, cosa bien hecha y fue realizada por Davoad, (deberían ir a mirar sus portafolios, son arte). Quedé tan feliz con la portada, que quise actualizar pronto (?) ♥ *incluso hice cambios en las imágenes del capítulo más lindis*

¿Qué les parece? (la portada y el capítulo jaja)

La Melody se está ablandando como masita para hacer pan 7u7

♡ B y e  ♡


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