Capítulo 29: Fragmentos de Memoria ~ Inicio
Una melodía nostálgica,
fragmentos de memoria;
una niña nace con llanto suave, acogida en brazos ajenos.
Dos miradas se posan en su delicado rostro;
una de inmensa alegría,
otra de inminente orgullo.
La mujer rubia que la carga, agradece a quien le ha dado esta dicha para despedirse definitivamente de la misma.
El hombre ni se inmuta en saludar, ya que el dinero ha dejado con anticipación sin conocimiento de la esposa.
Ella, soñadora persona de humilde proceder y duro pasado.
Él, de impronta arrogante y linaje fino, deseando únicamente la aprobación de su viuda madre.
Le dan un nombre conjunto, luego de la aceptación de la señora de la casa:
Ortiz de Velázquez, Aracné Lilith.
Por una sutil muestra de aprecio hacia su mujer, el marido permite acaecer el apellido natal: Sarai.
Quiso la vida regalar gracia e inteligencia a la criatura, llegando incluso a ser autosuficiente en la tierna edad de 2 años.
Hablar casi a la perfección,
la condenaría a un oscuro destino.
El peliverde que observaba imágenes cual película contempló, escena tras escena, una ruptura demasiado profunda.
Una tarde, el hombre llegaba a una casa junto a otras personas que supone le decían horribles insultos a la señalada mujer,
y un brazo extendido tomaba a la criatura la cual observaba tristemente cómo su madre desesperaba en vano,
ya que por más ruego le hiciera a aquél quien la dejaba, se llevaría a la niña alegando el encaje perfecto que tendría en su familia.
La pequeña dejó escapar varias lágrimas, sintiendo que no volvería.
En brazos de un extraño, veía por última vez la mano extendida de su mamá.
En medio de una opaca escena, una voz infantil resonaba:
"Mamita, te voy a extrañar mucho. No me olvides por favor.
Te quiero"
~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~
Deambulaba por unos vistosos pasillos, de adornos brillantes y finos cuadros, una pequeña de semblante pálido y silencioso andar.
En esa que ahora su papá, quien se hacía tratar de "usted", le había aclarado que era su propiedad;
ella la sentía en su piel como una fría y sólida prisión.
Cada día en esa casa era presentada ante personas distintas; unos eran doctores, otros profesores,
algunos distinguían por tener un porte similar al de su señor, arrogante y despreciativo.
Todos la evaluaban,
nadie la conocía.
Tenía dos tíos, quienes la observaban con envidia y rechazo.
Tenía una abuela, quien la medía cada vez que se encontraban en la sala principal.
-Debo suponer que éste descubrimiento ha sido enteramente fruto de la casualidad ¿No es así?-
Su mirada lejana y aguda hacía tensar el cuerpo de la niña.
-Madre, los mejores diamantes son hallados en los rincones más inhóspitos y carenciados-
Él refregaba sus manos, esperando con ansias la evaluación.
La señora pasaba sus largos dedos por su barbilla, calculando fríamente.
Ella, con la cabeza baja y las manos juntas en su vientre, contenía incluso la respiración.
La abuela entonces llamaba a otra, de vestir algo anticuado y prolijo, quien la revisaba y tenía la opinión de mayor peso.
Daba vueltas a su alrededor, medía sus extremidades, miraba detalladamente su rostro, tocaba su cabello. . .
-Muy flacucha, tiene un semblante infantil correcto; callada, silenciosa y de tez limpia. Señora, va por buen camino-
-Retírate, Adela- la anciana de manos enjoyadas entonces daba dos palmas que requerían saludo por parte de la menor
-Buenas noches, señora Ortiz de Velázquez. ¿Cómo se encuen-?-
-¡Una niña bien portada termina con el apellido!- interrumpida de manera brusca, la criatura bajó nerviosa la mirada. La mujer tomó con fuerza su mandíbula para verla a los ojos: observó temor en cada facción de su rostro, y no hizo más que enfadarla -¡Guillermo, esto es inaceptable! Quedará sin comer repasando su lección de ética-
-Madre, apenas cumple 4 años de edad. . . -
-Idiota tenía que ser mi hijo menor, tiene una joya en bruto pero no la forma como tal ¡Estúpido, todo debo dirigirlo yo!-
Retirándose molesta, el hombre se encogió de hombros para encerrarse en su oficina.
La niña quedó sola, en medio de tanto esplendor, tan inmersa en aquella cárcel que era ése lugar.
Se dirigió a su habitación, un cuarto con espacios vacíos y una única escapatoria: un gran y hermoso ventanal. Sólo veía árboles, pero para la criatura eran un bello espectáculo irreal.
Las hojas mecerse en fuertes vientos, el sonido del follaje tan vasto, el tono gris del cielo y lo que más esperaba: la lluvia.
Sólo podía permitirse una pequeña rendija de su cristal, para dar paso al aroma de césped húmedo y fresco ambiente.
Le regalaba algo único:
la idea de otros lugares, muy lejanos a ella, que debían existir.
Recordaba que el mundo era inmenso,
una pequeñez que la hacía sonreír.
~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~
Menos de un mes para el 4 de Julio. El señor le había manifestado la satisfacción por ése día, ya que sus amigos simpatizan de una manera importante con la misma.
No obstante; dotes en lingüística, ciencias, música y demás estudios la convertían en objeto de constante admiración y envidia.
Esos claros sentimientos se repetían día tras día, lección tras lección, castigo tras castigo. . .
Aunque no pidiera mucho, para el señor Velázquez era de total falta de respeto recordar, a su tierna edad, la mujer que ella considera su madre.
-Pronto tendrás una nueva madre. No quiero volver a oír sobre el tema-
Sólo con 3 años,
todo un prodigio el cual era aprisionado cruelmente.
Entre mucamas y profesores, su existencia se limitaba a estudiar y ensayar,
dedicaría su vida para ser la heredera de la familia Velázquez.
Eso dijo su abuela.
La niña no entendía su significado, pero ambos tíos se levantaron visiblemente furiosos de la sala aquél día.
¿Ella era la causa de su enojo? ¿Por qué?
Entendió, sin embargo, que nada podía permitírsele. Ni siquiera el anhelar algo tan natural como ver a su madre.
Una noche, ella aparecía en la puerta principal. Pedía a los guardias hablar con Guillermo.
La pequeña había concluido su lección de literatura cuando oyó el alboroto. Desobedeciendo la orden de alejarse de la entrada, se acercó temerosa, aferrándose a su gran libro de texto.
La mujer contempló así, a lo lejos y con el rostro bañado en lágrimas, a su bebé.
La miró; estaba tan flaquita, la piel se veía pálida y fría, y sobre todo,
sus pequeños ojitos colmados de tristeza y desamparo.
-¿Mami?-
Al oírla, unas mucamas se apresuraron en llevársela, ya que si no serían castigadas por su patrona.
Aunque les rompiera el corazón impedir a la niña quedarse la alzaron, y mientras lloraba en silencio entre sus brazos, dejaron que su última vista fuera la de su mamá luchando desesperadamente por alcanzarla.
Con todo el pesar que era capaz de sentir, la criatura se resignó a la idea de vivir encerrada en aquél lugar.
Que nadie sería capaz de alejar esa oscuridad que la rodeaba,
nunca conocería otra cosa que el temor.
No importa cuánto lo intentara,
su papá, su abuela, sus tíos. . .
nadie la quería.
¿Por qué?
Su inocente pensar la hacía creer que ella era el problema. Que hacía algo mal, o que decía las cosas mal.
Mal, mal, mal. . .
Quizás, simplemente ella estaba mal: por eso pasaba todo aquello.
No la querían, sólo la usaban.
Qué cruel sentirse tan desechable; al más mínimo error, pagarlo con creces. Porque no era una niña, era una marioneta.
Una que era admirada, envidiada y utilizada a conveniencia.
Una a la que sólo le quedaba el remedio de obedecer. . .
No merecía nada, no importaba en absoluto. . .
Sola, en aquella silenciosa y fría habitación, veía desde su cama un cielo llamativamente gris.
Mañana, sería un lluvioso día Jueves. . .
Los cristalinos e inocentes ojos, espejos empañados de dolor, causaban una triste ternura que lastimaba en lo más profundo a los invisibles espectadores.
Sólo deseaban ver una luz de esperanza, un gesto de cariño para ella.
Midoriya vio entonces, de manera borrosa y fugaz, que la pequeña buscaría una llave;
junto a una sombra imposible de distinguir.
Por ahora. ~
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