XXXVII. Nube de Oort

Desperté sacudiéndome como si acabara de tener una pesadilla. Estaba en un lugar conocido, pero no lograba concretar exactamente dónde. Me llevé la mano derecha a una de mis sienes; la cabeza me dolía por alguna razón, y en cuanto toqué mi piel, descubrí que estaba sudando a chorros. ¿Me habían golpeado de nuevo? No recordaba nada más que la palabra que describía la última noche que había vivido: extraña.

Me encontraba en un sofá de tela lisa azul cielo, en el que recordaba que me había sentado muchas veces, pero seguía sin saber dónde estaba, y aún menos, por qué estaba ahí. En cuanto vi la mochila junto a la mesa de centro lo supe. Estaba en casa de Alex, reconocería su mochila en cualquier sitio.

Tenía una cobija de lana blanca encima, no traía camisa y tenía los lentes, los zapatos y el pantalón puestos. Miré la hora en mi celular, que sorprendentemente tenía aún un quinto de su batería: 10:17 de la mañana. Me levanté, pero apenas estuve de pie, un terrible dolor de cabeza me invadió, haciendo que golpeara sin querer la mesa de centro y tirara un vaso de cristal con agua. La puerta del cuarto junto a la sala se abrió inmediatamente y mi mejor amigo salió de ella con pantuflas, un short playero y una camisa blanca de tirantes. Me quedé mirándolo, sin comprender absolutamente nada.

—Ah, sólo fue el vaso.— murmuró para sí mismo mientras se tallaba los ojos. Se dirigió a mí, molesto. —Me debes una, una buena, cabrón.

Esperé una explicación sin hablar, pues tenía la garganta como un desierto.

—Ni yo me creo lo que pasó anoche.— dijo. —¿Por qué fuiste a esa fiesta?

Lentamente, mi cerebro buscaba la palabra "fiesta" en los recuerdos recientes, sin ningún resultado.

—¿Qué... qué fiesta?— tartamudeé a un volumen casi nulo.

—La fiesta de Carolina.— dijo exasperado. —A mí también me invitó, pero ni de broma iría a ese lugar. De todos, eres el que menos esperaba que fuera.

Entonces los confusos y abundantes recuerdos vinieron a mi mente, pero como si hubieran sucedido hace años. ¿Me había embriagado? Un fragmento de alguno de ellos escapó a la muralla.

Mientras besaba a Carolina, la advertencia de avisar a mis padres sobre mi tardanza activó luces rojas dentro de mi mente. Aparté mis manos de su cintura para tocar mis bolsillos, buscando mi celular ¿dónde diablos lo había dejado? Tardé un poco en saberlo. Los bolsillos de Carolina. Estaba a punto de extender mi mano cuando ubiqué exactamente en qué bolsillo estaba. Me detuve.

—Caro...— susurré, apartándome mínimamente de ella. —Mi celular...

Se rió. —¿Lo quieres? Quítamelo, te reto.

Se alejó y corrió fuera de la casa. Un haz de luz pegó en mi cara, desorientándome y haciendo más notorios los efectos del vodka. Me levanté y mi visión se llenó de puntos de colores que sumadas a mi elevada miopía y astigmatismo, hicieron de la tarea de perseguir a Carolina algo tan difícil como sobrevivir más de tres minutos en el vacío sin protección. Obligué a mis piernas a moverse, y sólo el universo sabe cómo lo hice. Me estrellé contra varios objetos y personas, pero seguí caminando hasta que estuve fuera de la casa. Por suerte, Carolina vestía de amarillo, por lo que fue relativamente fácil encontrarla. Y ahí estaba yo, sin lentes, sin camisa, trastabillando entre toda la gente, persiguiendo la mancha amarilla. Cuando estuve a suficiente distancia, pude distinguir un rectángulo negro en su pantalón blanco. Mi celular. Antes de que la chica volviera a correr, la tomé del brazo y le quité mi teléfono.

Ahora el problema era llamar a mis padres sonando sobrio. Decidí mandar un mensaje en su lugar. Pero ni pegando la pantalla a mis ojos pude ver con claridad la lista de contactos recientes. Seleccioné uno que aparentaba decir "Mamá" y escribí:

"Vpy a llwgar algo tardee, no ss preocuoen por mí"

Ahora que repasaba el recuerdo, me pregunté si realmente se lo había mandado a mi madre.

—El mensaje...— dije de repente. —¿Te lo mandé a ti?

—Supuse que no era para mí.— respondió mi amigo. —Así supe que estabas en la fiesta. Sabía que también te habían invitado a ti, tú nunca escribes así de raro, y no tienes el autocorrector activado. Bueno, en realidad fue una suposición adelantada, pero decidí no arriesgarme y fui a buscarte. Y sí, Toño, estabas retozando sin camisa y ciego en el patio de Carolina.

Lo que decía era desagradablemente creíble. Me llevé las manos a la cara, avergonzado. Mi amigo continuó explicando lo que había sucedido.

—Te recogí, busqué tus lentes, tu camisa y te traje aquí. No te preocupes por tus papás. Ya les avisé que estás aquí, les dije que te habías quedado dormido y que se te había olvidado llamarles.

Sin decirle nada más, me lancé a abrazarlo de gratitud. Alex era el mejor amigo que podía tener. Sólo quedaba esperar a que mis padres creyeran eso.

—Tú dime cuándo y cómo quieres que te lo pague.— dije mientras lo abrazaba.

Soltó una carcajada. —En realidad... ya lo hiciste.

Me separé y lo miré extrañado.

—Nunca se me van a olvidar todas las cosas que decías mientras estabas en el coche. Y a mi celular menos.

—¡No seas...! ¿Me grabaste?— exclamé. Alex se echó a reír sin control, mientras entraba en su cuarto. Desde adentro, gritó:

—¿Quieres verlo?

El chico del video –que en definitiva era igual a mí sólo en lo físico– soltaba gritos carentes de sentido: "¿Te acuerdas de la vez que..." luego estallaba en risas y continuaba. "¡Ja! Yo sabía que sí era..." Luego se escuchaba que Alex también se reía. Y después yo comenzaba a hacer sonidos extraños parecidos a los maullidos de un gato. Bloqueé el celular de mi amigo por impulso.

—Dios mío...— susurré para mí mismo —No te atrevas a mandarle eso a nadie.

—Demasiado tarde.— se burló y se echó a reír de nuevo.

Cuando se tranquilizó, dejó que me metiera a bañar y me entregó la muda de ropa que había dejado en su casa. Yo también tenía una muda suya en la mía por si pasaba algo similar.

***

Las primeras horas del lunes transcurrieron con bastante normalidad. O lo que iba a ser normal durante ese tiempo, pues como no podía ser de otra forma, me cruzaba o bien con Scarlett o con Zacarías varias veces al día. Él se esforzaba para mirarme con superioridad, por supuesto, pero ella hacía todo lo contrario. Evitaba mi mirada, evitaba cruzarse conmigo todo lo posible –lo que no funcionaba muy bien–, pero no con aire culpable ni vergonzoso, sino incómodo. Se alejaba de mí, como si todo lo que había pasado sencillamente no hubiera sucedido.

En una de mis horas libres, Carolina vino a buscarme mientras compraba algo de comer. La esperaba, siendo honesto. Era una chica bastante pegajosa. Me saludó cálidamente.

—¿Cómo te la pasaste el viernes?— preguntó interesada. —Espero que te haya ayudado a despejarte.

A diferencia de otras veces, sonreí con sinceridad. —De hecho sí. Gracias por invitarme.

—Cuando quieras.— y luego me guiñó un ojo. Recordé lo que había hecho mientras estaba bajo el efecto del alcohol y me avergoncé. —Creo que sí te hacía falta, aunque ya no te quedaste a la mejor parte.

Rió coqueta. Tardé un momento en interpretar eso. Y para mi sorpresa, me reí también.

—Tuve suerte de haberle mandado un mensaje a Alex y no a mi madre. Sepan las estrellas que me hubiera hecho si me escuchaba borracho.

Volvió a reír y me contestó, pero ya no la escuché, pues mis ojos se desviaron hacia el otro lado de la cafetería. Scarlett y Zacarías hablaban animados, o eso parecía. La ola de emociones negativas en el estómago me invadió. Volví a mirar a Carolina, que había notado mi cambio de humor.

***

Los días pasaron, lentos, pesados y llenos de aquella sensación. ¿Celos? ¿Tristeza? ¿Odio quizá? No lo sé, pero no era nada agradable. ¿Para qué decir más? La sensación era la misma cada vez que los veía hablar o hacer cualquier cosa juntos. Se estaban haciendo más cercanos. Incluso ella se alejaba poco a poco de Natalia. Un día nos dijo que se habían peleado y Scarlett había dicho que se mudaría, que ya no quería estar con ella. Creía que se trataba de una de esas cosas que se escapan cuando uno está enojado, pero al poco tiempo Scarlett dejó claro que no era así.

Llegó un punto en el que su actitud era indignante. Yo aún sentía algo por ella, aún extrañaba ciertas cosas, aún me preguntaba qué había salido mal. Pero ella actuaba como si nada hubiera pasado. No había mejor explicación. Como si de repente me hubiera transportado a un universo donde ella y yo nunca nos conocimos.

Y un día a mediados de abril, algo me pasó, algo que nunca supe explicar. Algo cambió.

Venía de la clase de deportes para reunirme con mis amigos antes de mi última hora de escuela cuando me crucé con Zacarías y Scarlett por enésima vez. Estaban sentados, recargados en una pared. Él se reía a carcajadas. Pero un segundo después de que mi vista se posara en ellos, él le plantó un beso en los labios que intensificó aquella sensación a la que creía haberme acostumbrado. Perdí el aliento por un momento. Verlos hablar ya no me afectaba demasiado, pero no estaba preparado para algo como eso.

Igual que aquel día de marzo, la mirada de Scarlett voló hacia mí en cuanto se separaron. Pero la diferencia fue que ya no intenté disimular o pretender que no los había visto, sino que algún orgullo escondido se apoderó de mí e hizo que mis labios se curvaran en una sonrisa. Una que quería mostrar que ya no me alteraba lo que ellos hicieran. Sin embargo, estaba claro que aquello era una vil mentira.

Seguí mi camino, desganado pero con una muy ligera satisfacción que se esfumó pocos instantes después. Llegué a los robles, pero ninguno de mis amigos estaba allí, por lo que decidí pasar los quince minutos que me quedaban libres en el jardín. A la que sí encontré fue a Carolina. Con los entrenamientos y los ratos que pasábamos juntos fuera de clase, nuestra cercanía también había aumentado, pero no del mismo modo. Por supuesto, Carolina se mostraba coqueta e interesada, sin embargo, se había vuelto parte de la rutina. Era una muy buena amiga detrás de todo eso.

—Te ves algo bajo, ¿pasó algo?— preguntó cuando notó mi tono caído.

—Vi a Scarlett besarse con el idiota ese. Lo de siempre.— dije sarcástico.

Suspiró. —Necesitas dejar de pensar tanto en ella.

Cerré mis ojos un segundo. Lo sabía. Pero por algún motivo todo lo que hacía, todas las canciones que escuchaba, toda película que veía, todo me recordaba a esa horrible sensación de haber sido desplazado. Durante ese mes pasé muchas noches en la oscuridad de mi habitación, luchando contra el insomnio que me llevaba a la locura una y otra vez. Una odisea que bajo ninguna circunstancia desearía repetir.

—No es tan fácil...— respondí calmado.

—Me imagino...— hubo un silencio después de eso. Esbozó una sonrisa coqueta. —Ella se lo pierde de todos modos. Yo preferiría besarte a ti que a ese rarito.

Desvié la mirada y sonreí siguiéndole el juego. Le contesté con el mismo tono —Pensándolo bien, yo también preferiría besarte a ti que a esa rarita.

No sé de dónde salió aquello, simplemente lo dije sin pensar. Luego me arrepentí, en realidad no quería besar a nadie. Carolina amplió su sonrisa pero no se acercó a besarme. Por alguna razón esperaba que lo hiciera... ¿o quería que lo hiciera?

—Creo que ya es tarde. Deberías ir a clase. Te veré cuando salgas.— dijo cortando otra vez el silencio.

—¿Segura? Tendrías que esperar una hora.

—Por ti espero toda una vida.— y luego me hizo su clásico guiño. Le sonreí de nuevo.

Me volví para ir a Lengua y Literatura, sintiendo menos pesadez en mi cuerpo. Pensé en cómo me había comportado hacía unos instantes. ¿Realmente acababa de devolverle el coqueteo a Carolina? Eso era nuevo. Por alguna razón, cuando estaba con ella, mucho de mi mal humor desaparecía. Entré al aula y me senté junto a la ventana.

Fue entonces cuando conocí aquellos bellos rizos que revolvieron mi mundo.

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