XXXVI. Noche Despejada*

El avión estaba a punto de llegar a su destino. Ahora, humeante y destrozado, se encontraba en los límites de una de las Islas Coronado, a unos pocos kilómetros de la ciudad de San Diego.

Los turistas voluntarios que merodeaban por la zona y las autoridades que no tardaron en llegar se dedicaron a buscar sobrevivientes, aún cuando era poco probable encontrarlos.

Y efectivamente, casi todas las personas que venían en el avión, yacían sin vida en sus alrededores. Sólo habían encontrado a uno que otro con pulso débil, moribundo. Una de las turistas que había participado activamente en el rescate, incansable, rodeó el colosal avión. Desesperanzada, buscó entre los escombros menos riesgosos algo que indicara vida, o al menos que la hubo. Unos diminutos zapatos se asomaron al poco rato. La mujer llamó a los demás para que acudieran a ayudarla. Entre cinco personas, removieron los escombros y la encontraron. Era aquella niña con cabellos hermosos, la ropa hecha jirones, y con el cuerpecito lleno de heridas. La líder, al verla, sintió encogerse su corazón. Tenía que estar viva. De entre todos los pasajeros, su muerte será la más trágica. Se acercó sin pensarlo a su cuello, buscando un pulso desesperadamente. Durante dos segundos, parecía ser un cadáver más, lo que hizo que los ojos se le llenaran de agua a la alegre turista. Pero luego, un débil latido recorrió su cuello. Fue suficiente con eso. La turista le restó importancia a verificar si realmente había sido un latido e indujo al resto a que la sacaran. Las autoridades llegaron a auxiliarla unos momentos después.

Sólo habían encontrado hasta el momento cuatro supervivientes. Un adolescente, dos hombres y aquella niña.

Las manos me temblaban. Por dos razones. La primera era por nervios del primer parcial de Matemáticas, que estaba a punto de hacer y había recordado que era hoy apenas un par de horas atrás. La segunda era por el enojo, que lo causaba el que Scarlett y Zacarías estuvieran conmigo en esa misma clase. Ese día se habían ido hasta la parte trasera del aula a sentarse juntos como si yo viviera en otro universo.

El profesor me entregó la hoja con el parcial impreso en ella. Dispuesto a empezar, puse el bolígrafo sobre la raya donde debía escribir mi nombre, y luego escuché la voz que antes me hacía sonreír sin pensarlo, pidiendo permiso para ir al baño. Traté de no mirar a mi exnovia, pero de manera inevitable, levanté la mirada justo en el momento en el que ella pasaba frente a mí. Ella hizo lo mismo. Durante ese largo segundo en el que nuestras miradas coincidieron, contuve el impulso de romper en llanto por enésima vez, por esa expresión tan dolorosa que vi en sus ojos. Quizá había un poco de sentimiento de superioridad o burla, pero lo que realmente me golpeó duro fue la indiferencia que se expresaba en ellos. Que con una sola mirada me había dejado claro que de un día para otro yo había dejado de existir, como si todo lo que vivimos a lo largo de esos meses hubiera sido un simple sueño borroso para ella.

Perdí la cuenta de las veces en las que deseé hacer aquello que hacían las computadoras. Seleccionar cualquier recuerdo y sencillamente presionar un botón mental que tuviera escrito en él "olvidar", haciendo que quedara fuera de mi alcance para siempre.

Sacudí mi cabeza para volver al examen, pero en cuanto leí el primer problema lo sentí como si estuviera en ruso.

***

Mis padres no se opusieron demasiado a que saliera, pero sí se extrañaron cuando pedí su permiso para asistir al evento de Carolina. Aceptaron con la condición de que les llamara para que fueran a recogerme no más tarde de la una de la mañana. De inmediato se habían enterado de las consecuencias que me había traído el moler a golpes a Zacarías, y habían querido hablar conmigo sobre ello, pero al notar la inestabilidad emocional que tenía en aquellos días, me permitieron aclararles el asunto cuando me encontrara en un mejor estado. Agradecía que se mostraran tan comprensivos.

Salí de bañarme inesperadamente entusiasmado por la fiesta de Carolina. Me vestí con una playera blanca con un logo de superhéroes impreso en ella, un pantalón de mezclilla y un par de botines negros que me había comprado mi padre recientemente. Rocié un poco de loción en mi pecho, tomé mi celular, una chaqueta negra y bajé para despedirme de mi madre.

Después de eso, subí al coche con mi padre, con quien recorrí el camino hacia la casa de Carolina conversando sobre trivialidades. Ella me recibió alegre, saludando a mi padre y presentándose como una amiga mía.

—Qué lindo.— comentó cuando mi padre se hubo ido. —Eres igualito a tu papá.— soltó una risa. —Ya sé por qué tu mamá le dijo que sí.

Reí sin decir nada, pues no supe qué responder. Me llevó hasta una bolita de chicos que se veían bastante mayores. Supuse que serían amigos de su hermana.

—¿Tus amigos van a venir?— preguntó emocionada un poco antes de llegar con el grupito.

—Eh... no creo. Dijeron que no podían.— mentí. En realidad no les había comentado sobre la invitación, puesto que se trataba de Carolina y no estaba seguro qué tan bien se lo hubieran tomado. —Pero yo estoy aquí.

—Oh. Bueno, no importa. Vas a conocer más amigos aquí.

Y tenía razón. La primera mitad de la fiesta, hasta las diez de la noche aproximadamente, la pasé muy bien. Había múltiples botanas, que estuve picando durante todo ese tiempo, conocí a la hermana de Carolina, Karina, y a varios de sus amigos. Yo era el menor de aquel grupo, ya que la mayoría era gente al menos de los primeros semestres de universidad. Al principio me mostré bastante callado, dada mi personalidad introvertida. Sin embargo, ellos poco a poco me incitaron a incluirme más en la conversación, preguntando sobre mis gustos, algunos profesores y clases de preparatoria, en las que había habido cambios desde que ellos se habían graduado. Una chica de cabello teñido de azul mostró especial interés cuando mencioné que había leído 1984.

—¿A ti también te gusta ese libro?— exclamó la chica, llamada Gabriela. —¡Finalmente alguien con quien puedo hablar sobre eso!

Me reí ante eso y pasamos un rato comentando detalles que nos habían gustado y disgustado de la obra, compartiendo interpretaciones y riendo sobre chistes que se nos ocurrían. Luego pusieron música para bailar en el patio delantero de la casa, la cual era pequeña pero acogedora. Comenzaron a llegar muchas más personas, la mayoría hombres. Algunos eran tan mayores que ostentaban una abundante barba y medían posiblemente el metro noventa. Comparado con ellos, yo parecía un niño de primaria. De algún modo, conseguí meterme en la bola de gente que bailaba un tipo de música electrónica. Carolina bailó conmigo todo el tiempo.

Todo iba muy bien, y comenzaba a pensar que había sido una buena idea venir solo, pero a eso de las once de la noche, alguien trajo botellas de lo que creí era vodka y siendo sincero, me asusté. En aquel entonces no tenía experiencia con el alcohol, y temía que aquella gente se embriagara, pues había escuchado historias de personas que se ponían violentas o que hacían locuras bajo los efectos etílicos. Puesto que además me encontraba solo y no conocía a nadie realmente, a excepción de Gabriela y Carolina –que no era alguien que me inspirase mucha confianza–, el temor aumentó y decidí que era hora de irme. Me salía de la pista sutilmente para llamar a mi padre, cuando sentí un jalón de la playera.

—¿A dónde vas?— dijo Carolina acercando su cara a una distancia mínima de la mía, y recuperando su habitual tono coqueto. Pero esta vez no me incomodó, sino que me hizo ruborizar. Por fortuna, las luces de colores revoloteaban muy poco sobre mi cara por la estatura de los chicos a mi alrededor, así que era difícil ver mi rostro con claridad.

—Ah... yo, eh, pensaba hablarle a mi papá...— respondí. ¿Por qué la cercanía física me intimidaba tanto?

—Nah.— dijo quitándome el móvil y metiéndolo a su bolsillo trasero del pantalón. —Al rato le hablas.

Un chico con tatuajes en los brazos se acercó al centro de la multitud ofreciendo varios vasitos de plástico con un líquido amarillento en ellos. No pasaron más de diez segundos cuando ya no tenía ninguno en su poder. Carolina tomó dos y me entregó uno a mí. Ella se bebió el suyo rápidamente, pero al ver que yo no hacía nada con él, me gritó por encima de la música:

—¡Está delicioso! ¡Tómatelo! ¡Ándale!

Tomó mi brazo, acercando el vasito a mis labios. Los alejé por instinto, negando con la cabeza. El olor que emanaba de él me gritaba que era algo que no debía aceptar. Ella arrojó su vaso a una bolsa de basura que estaba cerca y me rodeó el cuello con los brazos.

—¡Está rico! ¡Pruébalo, si no te gusta, pues ya lo dejas!— luego se acercó a mi oído y dijo —Sólo un traguito...

Me miraba tan insistente que sin pensarlo lo hice. Tomé un tercio del contenido, e inmediatamente empujé a Carolina y salí de la pista a tomar aire. El líquido se deslizó y quemó mi laringe como si estuviera a la temperatura del sol. Sentí como si subiera a mi cerebro, revolviendo todas mis neuronas y bloqueando todos mis sentidos. ¿Qué mierda era eso? ¿Ácido clorhídrico? Tosí fuertemente intentando expulsar el líquido en vano. Carolina se reía a carcajadas junto a mí.

—Eres tan tierno.— la miré extrañado sin poner real atención a lo que había dicho hasta un par de segundos después. —No te preocupes, a todos nos pasa eso, después te acostumbras.— me siguió mirando hasta que preguntó. —¿Quieres otro?

Negué con la cabeza aún consternado.

—¿Quieres que muera o qué?— dije, para después soltar una risa sin razón.

Ella también rió. —Te traeré otro.

Volvió casi al instante, con otro vaso idéntico al que yo había tirado tras lo que se había sentido como tragar magma. Me lo entregó y dudé. Pero al final lo bebí porque ella repitió aquello de mover mi brazo a mis labios. La sensación fue aún peor, como plasma estelar andando a sus anchas por mi estómago. Sin embargo, unos segundos después, un sabor dulzón invadió mi garganta. Sabía como a... ¿piña?

—¿Qué es?— pregunté señalando el vaso. Qué momento tan oportuno para preocuparme por lo que me estaba tomando.

—Vodka con jugo de piña. Recomendación de Karina.— respondió sonriendo.

Bebí los pocos mililitros que quedaban en el vasito, saboreando la combinación. No sabía tan mal una vez pasada la agonía abrasadora. En ello, recordé el estante de mi padre junto a la cocina con un montón de botellas de vidrio. Eran entre otras cosas, vino y tequila. Había visto a mis padres beber un par de copas sin llegar a la ebriedad. De hecho, algunas de las mejores risas que había vivido con ellos fueron a causa del alcohol. Supuse que quizá podía hacer algo parecido.

El mismo chico seguía paseándose como un vendedor exitoso con el vodka, y sin pensarlo mucho, le pedí uno. Carolina me imitó. Después de ese, comprendí porqué a la gente le gustaba beber. De pronto, percibí un efecto parecido al de un calmante. Todo lo que había acontecido con Scarlett, Zacarías, Andrea, incluso aquel lejano evento de Marco se sintió sin un gramo de importancia. De un momento a otro me pregunté porqué había sufrido tanto por ello. La alegría que añoraba desde hacía días llegó y comencé a reírme a carcajadas por lo absurdo que se veía todo ahora. Carolina sonrió ante eso, parecía divertirse y también se le notaba contenta.

—¿Lo ves? Te dije que te hacía falta olvidar todo por un rato.— dijo con una voz difusa, pero que de pronto me pareció terriblemente atractiva.

Y así, volvimos a la pista, y la media hora siguiente la sentí como la mejor de toda mi vida. Las luces de colores daban en mi cara cuales rayos de felicidad, las ondas de sonido de la música pasaban por mi cuerpo, llenándolo de adrenalina, y en el momento en el que miré a Carolina, me pareció la chica más hermosa con la que me hubiera encontrado jamás. La frase que alguna vez me dijo Scarlett cuando discutíamos vino a mi mente: "A mi no me gusta." había dicho yo. "¡Pero tú a ella sí..."

Ahora no se veía como algo malo.

Paré de bailar tan animado para observarla. Su cabello en movimiento se correspondía con aquellas pacíficas grabaciones de las llamaradas del sol desprendiéndose y revoloteando en el vacío del espacio. Eran agradables de ver y tan naturales como Carolina misma. Notó mi mirada pocos segundos después. Se volvió hacia mí –y sólo ella sabrá que expresión tenía en la cara– y se acercó.

—No me había dado cuenta de que eras tan bonita.— le dije en algún momento tomándola de la cintura.

Se rió suave. —Creo que yo ya te dije muchas veces lo guapo que me pareces.— dijo mirándome de arriba abajo y acercándose más a mí.

No sé si dije algo más después de eso, pero luego, terminé con la distancia que nos separaba y me lancé a sus labios. Ella parecía estarlo esperando, pues no tardó en corresponderme. Percibí algún tipo de perfume con una intensa esencia floral, lo que le dio un toque único al momento. Pasé mis manos por su moldeada cintura y ella pasó las suyas por mi cabello, que había crecido hasta cubrir parte de mis orejas. Sus labios expertos eran suaves, dulces, y quemaban, pero no de una manera desagradable. De ellos emanaba un calor adictivo y provocativo, como meter el dedo en un plato de chocolate caliente derretido a escondidas, como probar el fruto prohibido. Un beso lóbrego, pero no aterrador. Un beso con brillos oscuros que terminaban de darle la última pizca de magia a la noche.

Mi siguiente recuerdo es fuera de la pista, dentro de la casa. Ya me habría tomado unos siete vasos de aquel líquido. Las luces que venían de afuera iluminaban débilmente la pequeña sala que estaba vacía. Juzgando por las imágenes borrosas guardadas en mi memoria, no traía los lentes puestos.

—Tenías razón.— le dije con una voz tambaleante a pocos milímetros de sus labios. —No valía la pena.

Rozó su labio superior con el mío y respondió. —Ya no pienses en eso. Olvídala.

Tras ese último diálogo, Carolina arrancó mi playera, llevándose con esta la frágil máscara que me había construido para ocultar el desorden en mi interior, y con otro beso puso en duda todas mis certezas, dándole aún más vueltas a mi mundo. La miraba directo a los ojos, hipnotizado, en el último recuerdo antes de la muralla que hacía casi imposible accesar al resto de la noche. 

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