XXXII. Infrarrojo


Llegué al centro comercial e intenté sacudir aquellos pensamientos. Vi a Zacarías enseguida que llegué. Estaba recargado junto a la entrada de una tienda de ropa, observando a las personas que pasaban frente a él. Vestía de negro, con una chaqueta blanca y el cabello desordenado. Me detuve a contemplarlo antes de que me viera. Por primera vez, noté lo atractivo que se veía. Me deshice de la idea casi tan rápido como llegó.

—Hola.— susurré.

—Creí que no vendrías.— dijo sin mirarme.

Fruncí el ceño y miré la hora en mi celular. —¿Por qué? Son las dos y siete.

—Dijiste que a las dos.— me recordó, mirándome por fin. Tomé aquello como un chiste, aunque no estaba segura si lo era, por lo que me reí. Él no lo hizo.

Nos dirigimos a la taquilla del cine para comprar los boletos. Zacarías pagó ambos, sin preguntarme. Faltaba una hora para la función, así que fuimos a la zona de comida rápida. Yo compré un café y él un baguette. Nos sentamos en una de las mesas al borde de la zona, que daba hacia la calle.

Hablábamos de varias cosas, entre pausas largas, por supuesto, pues a veces él se quedaba callado sin razón aparente. En uno de estos silencios, me volví hacia el exterior, dedicando mis pensamientos a Tony. En esos momentos estaría viendo su transmisión. Saqué mi celular para ver si tenía mensajes de él. Nada. Quise enviarle uno para preguntar por el despegue, pero la duda me lo impidió. Él no me había enviado nada, es más, ni siquiera se había disculpado. Después de unos segundos, decidí no hacerlo. Cuando volví la mirada hacia Zacarías, me di cuenta de que me había mirado fijamente durante todo ese tiempo. Todavía tenía abierta la conversación con mi novio cuando bloqueé el celular y lo dejé sobre la mesa.

—¿Ahora qué pasó?— preguntó. Al ver que yo no decía nada, añadió —Tiene que ver con que te haya cancelado, ¿verdad?

Asentí con la cabeza desviando la mirada. Le conté acerca de la llamada que había tenido con Tony en la mañana.

—Estaba viendo si me había mandado algún mensaje, pero no.

—¿Entonces sigues sin verlo? Ya te he dicho que el tío no te quiere como piensas. Quizá deberías cortar con él.

Eso me llegó como un puñetazo a la cara. Él no lo sabía, pero podía tener razón. Entre mis ideas provocadas por el estrés que me causaba lo que me había dicho mi madre, estaba la de terminar la relación. Quizá era necesario, para que no estuviera en riesgo. Ya encontraría algo para decirle a mi madre.

Sin embargo, el comentario de mi acompañante no me sorprendió. Zacarías parecía estar en contra de cualquier relación romántica. Encontraba múltiples objeciones en la de Natalia y Jorge, en la mía, incluso en la posibilidad de Andrea y José Luis, y la hipotética de Alex y Violeta.

—No tienes ninguna opinión en ese tema. No te lo voy a repetir.— contesté, molesta.

—Sólo digo. Sencillamente creo que le estás dejando de importar.

—Zac, cállate. No empieces.

—No exagero, Scarlett. Mira cómo le da preferencia a una estúpida transmisión que a su propia novia.

Puse los ojos en blanco e ignoré lo que había dicho. No quería seguir hablando de eso. Él suspiró.

—Ese medio europeo te hizo caer bien redondita.

—Vamos a caminar, ¿sí?— sugerí para cambiar de tema.

Se levantó a la par que yo, tomamos nuestras cosas y comenzamos a caminar sin rumbo alguno. Volvió a hablar.

—¿Y tú de verdad le quieres, o sólo le tienes apego?

—Lo quiero. No sé por qué dices esas cosas.

Se quedó en silencio un segundo, antes de decir —¿Alguna vez has visto a los niños que no sueltan una mantita o un juguete?

Lo volteé a ver intrigada.

—No sueltan esa cosa en todo el día. Duermen, comen, juegan, hacen todo con ella. Y cuidado y se la quitas, porque llorarán como cabrones hasta que se lo regreses. Así la cosa esté jodidamente sucia, rota o incluso sea peligrosa para ellos, no la sueltan. No pueden vivir sin ella. Son dependientes. Eso, mi querida, se llama apego, no amor. Es lo que os está pasando a ti y a Järvinen.

No tuve ni idea de cómo responder o siquiera reaccionar a eso. No iba a hacerlo.

—Ya, Zac, basta.

—¿Lo ves? No lo quieres aceptar. Algunas cosas no están destinadas a durar para siempre. Hagas lo que hagas, sencillamente no duran.

Sus palabras me herían por lo directas que eran. Hasta la actualidad, me enfurece lo acertadas que resultaron. Años después reflexioné sobre todo aquello. En su momento evidentemente no lo pude ver, pero yo nunca estuve enamorada de Tony. Estaba enamorada de la idea que tenía de él, de la idea de tener un novio, de todo lo que el chico representaba para mí. Era mi primera experiencia romántica, finalmente.

No obstante, en ese instante lo que había dicho Zacarías comenzó a despertar mis dudas e inseguridades. ¿Y si era verdad? ¿Y si le había dejado de importar? ¿Y si se hubiera enamorado de otra chica? ¿Y si de verdad estábamos juntos por causa-efecto y no porque estábamos enamorados? No podía creer que siquiera lo estaba considerando. Una lágrima estaba escapándose. La limpié en cuanto la sentí.

—¿Por qué quieres que corte con mi novio?— dije con un hilo de voz.

Zacarías se exasperó de repente.

—¡Mierda, ya te lo dije mil veces! ¡Porque te está lastimando, Scarlett! ¿Qué no lo ves?— exclamó. Luego, bajó la voz y susurró apenas audible —¿Qué no te das cuenta...

Me sentí ofendida con eso.

—¿No me doy cuenta de qué?

Pretendía sonar imponente y dejarlo sin palabras, pero en cuanto volvió a conectar su vista con la mía, me percaté de que había hecho detonar algo dentro de él. Con sus ojos grises y misteriosos, pareció excavar en mi mente hasta descubrir el último y mejor escondido de mis secretos. No sé cómo es que pude sostenerle la mirada. Transcurrieron un par de segundos, los más largos que he vivido.

—Definitivamente no te has dado cuenta. Todos lo saben. Es malditamente obvio.— soltó una risa sarcástica. —Joder, creo que hasta el imbécil de tu novio ya se dio cuenta que estoy enamorado de ti, Scarlett.

Y entonces todos mis pensamientos, sentimientos, y demás acciones que estuviera llevando a cabo mi cerebro se detuvieron. El aire se me cortó, mi corazón latió más despacio y mi estómago se encogió hasta que el abdomen me dolió.

Zacarías tenía un humor oscuro y extraño, por lo que solía bromear con temas que eran difíciles de distinguir de afirmaciones serias. Por un segundo creí que quizá aquello podía ser una de esas bromas. Pero la mirada intensa del chico me lo negaba. ¿Qué se suponía que debía decirle? No esperaba que me hiciera aquella confesión, mucho menos en un momento como ese. El silencio era un catalizador de las emociones negativas que comenzaban a emanar de mis entrañas. No sabía para donde mirar, no podía moverme, mi cuerpo entero se había quedado helado. Por suerte, siguió hablando.

—¿Ahora entiendes por qué confié en ti tan rápido, por qué quiero protegerte? Sé que me adelanto mucho al decirlo, pero te amo, Scarlett. Verte triste me cabrea, y más el saber que es por ese gilipollas. ¿Y sabes qué es aún peor? Que tú quieres estar con él, a pesar de que te lastime, cuando yo estoy aquí, pensando en tantas maneras en las que podría quererte mejor.

Si antes no supe qué decir, ahora menos. Ahora quería llorar, quería desaparecer, quería regresar a Londres o simplemente despertar en la cama, una mañana cualquiera, aliviada de que hubiera sido sólo una pesadilla. Pero no. Las palabras de Zacarías eran muy reales. Y de repente, por un momento, uno más corto que ninguno, deseé que Tony no existiera, que se cambiara de escuela, o que súbitamente avisara que se iría a otro país, para tener una excusa para...

En ese momento, creí haber descubierto que, en el fondo, sentía algo por él. Que de tanto pasar tiempo juntos y conocerlo, había detonado alguna atracción en mí. Sin embargo, aquella sensación no había sido más que el resultado de lo que sentía que merecía inconscientemente.

Durante toda mi vida, fui indiferente a todos. A mi madre, a sus lacayos, a mis profesores privados, a mis niñeras, a los compañeros de clase que eran más como un elemento de fondo que personas completas. Yo pude haberme esfumado de la faz de la Tierra en cualquier instante y el mundo apenas lo notaría. En muchas ocasiones me pregunté por qué siquiera existía. Claramente mi madre la pasaba mucho mejor sin una hija que cuidar.

Creía que Tony había sido la excepción, el único que realmente se había interesado en mí como persona, que me quería y escuchaba. Pero en cuanto mis pupilas volvieron a clavarse en las de Zacarías, me di cuenta de que nunca había sido así. Tony no estaba enterado del noventa por ciento de mi pasado, mis sueños, mis problemas. Tony no era más que una idea frágil de un príncipe azul que había creado para convencerme de que mi vida había cambiado, de que ya no era aquella niña escondida entre un montón de cajas que guardaban mercancía ilegal, que se colocaba los audífonos para no escuchar los gritos furiosos de mi madre o los gritos de terror de sus víctimas.

Entonces creí darme cuenta de que la única persona que realmente cumplía con el papel en donde tenía puesto a mi novio era aquel chico que aún me miraba expectante. Era la única persona en el mundo a la que le había confesado pensamientos turbios, con la que me había quitado la máscara sonriente y extrovertida. Ni Natalia, ni Tony, ni Juliana, Lizet, mi madre, ni siquiera las paredes vacías de mi habitación en Londres habían escuchado algunas cosas que Zacarías sí.

Y fue eso lo que me llevó a tomar una de las peores decisiones de mi vida.

De pronto, él comenzó a reírse, y me alivié al creer que era broma, pero nuevamente estuve equivocada.

—Me lo imaginé. No sabes qué decirme. O mejor aún, no sabes cómo decírmelo. Dilo, hermosa, sin filtros. Quieres a tu novio, no a mí.

Finalmente pude hablar.

—No... no es eso, Zac. Es que...

Todo rastro de sonrisa se le borró. Como si hubiera planeado cada instante y eso último no lo hubiera pensado, se sorprendió. Pero eso sólo duró una fracción de segundo, pues luego me empujó a un extremo del pasillo por el que caminábamos, haciendo que me tambaleara contra la pared y se acercó peligrosamente a mí. A mis labios.

Estos nunca habían tocado otros que no fueran los de Tony. Zacarías resumía con absoluta precisión su personalidad con un beso. Afilado, misterioso, aterradoramente inteligente. Omnipresente, así cómo Zacarías parecía estar en todos lados, el contacto con sus labios paralizó todos y cada uno de mis músculos a la vez. Era un beso invasivo, pero no incómodo. Tomaba tan bien el control que yo ya no tenía que hacer nada más. Se separó de mí un segundo, en el que aproveché para terminar la frase que había iniciado.

—...creo que yo también estoy sintiendo algo por ti.

En ese momento, cortó el beso de forma tan abrupta, que me tomó un segundo recuperar el equilibrio. No se alejó demasiado.

—No es necesario que me tengas más lástima.— susurró.

—No, Zac... ni yo misma lo sé con certeza... pero creo que...— me interrumpió.

—Hermosa, ya acepté que no era correspondido, no me hagas esto...

Quitó sus manos de mi cintura y mi nuca, alejándose a una distancia más ordinaria. Cerró los ojos, esperando un segundo para poner sus ideas en orden. Luego, volvió la mirada hacia mí.

—Si dices sentir algo por mí, ¿entonces por qué sigues con ese idiota?— dijo con falsa paciencia. Pude notar que estaba a punto de estallar de ira.

—Zac, no es tan fácil. No es como si hubiera conseguido mi relación de la noche a la mañana. Sí, es verdad, tengo sentimientos por ti, pero también por Tony. Hay una historia detrás de todo lo que ves, hay razones por las que estoy con él y no con alguien más.— dije sin filtros, como me había pedido.

—Sí, bueno, pues creo que tus razones están caducando.— me respondió sarcástico de nuevo.

—No hay necesidad de sarcasmo.— dije calmada, pero firme. No me contestó. Yo seguí. —¿Por qué me presionas tanto? ¿Es porque odias a Tony o porque realmente sientes algo por mí?

Como siempre, se quedó en silencio un segundo antes de hablar. —¿Tú qué piensas?

De nuevo, comencé a desesperarme. —Zacarías, yo puedo creer lo que se me dé la gana. Lo que me importa ahora es lo que tú piensas.

—Bien, si quieres la verdad, hay un poco de las dos. Es obvio que el tío no puede caerme de maravilla siendo el novio de la chica que me gusta. A nadie le gusta ver a la persona que ama con alguien más. Y créeme que me quedaría callado si vuestra relación fuera perfecta... en especial si tú fueras feliz. Pero no lo eres. Ya te lo dije, pero mira a Carolina. Se nota que le echó el ojo a Järvinen, y es más, yo sé que ella está enamorada de él, así como yo de ti, pero la diferencia está en que yo os respeto, al menos a ti. Al menos yo no estoy de ofrecido contigo enfrente de él.— suspiró. El cinismo que había en sus últimas dos oraciones me ofendió. —Pero es tu vida, tu relación. Si tú insistes en estar ahí, yo ya no puedo hacer nada más.

Bajé la vista y hablé sin alzarla. —Pero no puedo estar con Tony haciendo como que nada pasó. No puedo estar con él sabiendo que tú estás viendo todo, porque también me ha pasado y sé que no es nada bonito.

Hizo una pausa larga, que se me hizo casi infinita.

—Tienes claro que hay que escoger, ¿verdad?

Lo miré a los ojos, sin decir nada.

—Mira, te propongo algo para que te decidas. Te advierto que es... socialmente inaceptable, pero créeme que te va a ayudar.

Escuché con atención.

—Vas a seguir con Järvinen como si nunca hubiéramos tenido esta conversación. Pero de vez en cuando, tú y yo saldremos como si yo fuera tu novio. Dos semanas a partir de hoy. Pasado ese tiempo, estará en ti decidir. Si te vas a por él, yo prometo que me obligo a olvidarme de ti en el menor tiempo posible. Pero si te vas a por mí, lo dejas con la razón que tú quieras. Él no se entera de nada. ¿Trato?

Tenía razón. Aquello era lo más incorrecto que había escuchado. Quizá a Tony le había atraído un poco Carolina, pero no podía haberse olvidado de mí por completo, después de todo seguíamos juntos. No podía jugar así con los sentimientos de los tres.

—¿Te volviste loco? ¿Qué clase de trato es ese? No es como si estuviera probando marcas de ropa para ver con cuál me quedo.

—Bueno, si no quieres, no hacemos nada y punto. Piénsalo, yo en tu lugar lo haría.

—¿Qué? Se nota que no me conoces.

Soltó una fuerte carcajada.

—Tú más que nadie sabes que eso no es verdad.— se rió de nuevo —Siguiendo con lo otro, seguro estás consciente de que los sentimientos son como una bomba de tiempo. Si no se les desactiva, explotan, y lastiman a todo el que se haya acercado demasiado. Así que tienes que desactivar los sentimientos que tienes por uno de los dos. Y este trato favorece las cosas. Además, no es incorrecto si sólo tú y yo lo sabemos.

Me quedé callada, inexpresiva por unos instantes. Zacarías era un experto de la manipulación y yo estaba demasiado confundida, abrumada y vulnerable en ese momento. Su proximidad, su mirada anclada en la mía y la reciente atracción física que había provocado en mí me presionaban tanto, que no pude evitar tomar esa terrible decisión.

—Está bien. Pero sólo una semana.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top