XXXI. Singularidad
Ya habían sonado cuatro toques antes de que escuchara la voz de Tony.
—¿Hola?— dijo a través del teléfono.
Era una bella mañana de domingo. Los rayos de sol iluminaban las casas y las calles de manera pacífica y agradable. Pasaban un poco más de las diez de la mañana, ya se oía a la gente afuera hablando, caminando o realizando otras actividades.
Mi novio y yo nos habíamos organizado para salir a algún lado ese día, ya que yo no había podido ir cuando todos fueron a comer. Le llamaba para confirmar la hora.
—¿Entonces quedamos a las dos de la tarde?— pregunté.
Él vaciló un momento antes de contestar —¿Lo podemos posponer como a las cinco? Es que acabo de entrar a Twitter y anunciaron que van a transmitir en vivo a la una y media el despegue del cohete que te dije. ¡Es el primero en la historia que sale al espacio por segunda vez!
En otras circunstancias, eso me habría hecho sentir ternura. Siempre me había encantado cómo se emocionaba cuando escuchaba alguna noticia científica, de los libros que seguía o de Muse –banda que él adoraba–, pero ahora no. Esta vez, por alguna razón, me molesté. Traté de calmarme y proponer soluciones.
—¿Y si vamos a desayunar y lo vemos juntos?— a mí la noticia no me emocionaba tanto, pero quería pasar tiempo con él.
—Pero voy a desayunar con mis papás.— dijo un poco tímido —Si les digo ahora no creo que me dejen salir.
—Bueno, ¿y si voy para allá con ustedes?
—Eh... van a venir unos tíos de parte de mi mamá como al medio día, no sé si te sientas cómoda con eso... ¿Por qué mejor no salimos más tarde?
—Es que más tarde yo no puedo, corazón. Tengo que terminar unos trabajos.
—¿Puedes terminar esos trabajos en la noche?
Comencé a desesperarme. —No puedo, ya organicé todo. Sólo en la tarde los chicos del proyecto están disponibles.
—Está bien, ¿qué te parece si salimos la otra semana?
—Tony, ¿qué tan importante es esa transmisión? La van a subir después de todos modos.— dije ya expresando mi molestia.
—Pero yo la quiero ver en vivo...
—Estás viendo que tenemos un montón de proyectos y tareas, apenas si pudimos liberar este fin de semana para salir. Cancelé también unos planes que tenía con Natalia para salir contigo. Puedes ver el despegue después.
—Scarlett, esto es importante para mí. No sabía que iba a ser hoy...
—Pues sí, pero no es que se vaya a acabar el mundo si no la ves.
—Tampoco se va acabar el mundo si no salimos.
Ese último comentario me enojó más. —¿O sea que ese despegue es más importante que yo?
Bufó. —No te pongas así. Obviamente no, pero digamos que no hay despegues como este todos los días. Nos vemos en la escuela a diario de todos modos. No pasa nada si lo posponemos, tiene que haber otra fecha libre, a ver cómo le hacemos.
—Pero quién sabe hasta cuándo. Tony, yo quiero salir hoy.
—Y yo quiero ver mi transmisión.
—En serio, la puedes ver después, ¿cuánto dura?
—Como dos horas.
—He can't be bloody serious...—susurré alejándome un poco del celular. Me volví a acercar. —¿Y si ves un poco y lo demás lo ves después?
—Pero quiero verlo completo...— usó un tono parecido al de un niño que quería que le compraran un juguete.
—¡Ay, bueno ya, quédate viendo tu mugrosa transmisión!— exclamé y antes de colgar, escuché que decía mi nombre. Arrojé el celular a la cama y salí de mi recámara para ir al sofá. Inmediatamente que me senté me llegaron los recuerdos del día en el que él estuvo aquí. Había un cojín que aún tenía el olor de su loción. Lo tomé y lo abracé, respirando muy cerca de este. Al percibir su aroma lo arrojé lejos, furiosa. Traté de pensar en otra cosa, sin mucho éxito. Ahora yo también creo que eso fue infantil, pero había otra cosa que me tenía muy angustiada. Aún más con que no pudiera decirle a nadie y tuviera que actuar como si nada sucediera.
En ese momento, Natalia entró con un par de bolsas de plástico. Miró el cojín en el suelo y mi expresión enfadada.
—¿Está todo bien?— preguntó dejando las bolsas en la barra de la cocina. Mientras ella sacaba lo que había comprado para comer, le conté lo que había pasado.
—Ay Carly.— dijo con cariño. —Ya sabes cómo es. Necio con esas cosas. Déjalo. Mira, mejor hay que salir nosotras, así te desestresas un poco.
—No, no te preocupes. Sirve que adelanto un poco la tarea. Pero si termino antes de las dos, salimos, ¿va?— respondí.
Asintió con la cabeza y comenzó a preparar el desayuno. Saqué mi mochila junto con mi celular del cuarto y me puse a trabajar.
Media hora después, un mensaje interrumpió Immortals de Fall Out Boy. Era de Zacarías.
"¿Estás libre? " decía éste. Puse los ojos en blanco, exasperada. Parecía que me estaba espiando.
"Hasta las cinco y media más o menos. ¿Por? " contesté.
"Porque yo sí, y me acuerdo que me dijiste sobre una película que querías ver que salió el viernes."
Luego, mandó otro mensaje. "Ah, pero que ibas a verla con Antonio. En otra ocasión será."
"Me canceló." respondí. Pensé un momento antes de volver a escribir, en una especie de venganza. "Si quieres podemos ir."
Zacarías aceptó sin dudarlo y sin hacer preguntas.
Tony me había comentado –o al menos lo había intentado– que le entristecía un poco que pasara más tiempo con Zacarías que con el resto del grupo. Honestamente, no sabía porqué convivía tanto con él, si yo tampoco me sentía del todo cómoda. Cada vez que me encontraba sola con el español, un aura gris tomaba control del ambiente. Nunca habíamos tocado un tema que hiciera feliz a cualquiera de los dos. Pero dejarlo solo me hacía sentir peor.
Como consecuencia, había intentado tomar un poco de distancia, y escuchar a mi novio: pasar más tiempo con él y con sus amigos, que también se habían vuelto los míos. Pero Zacarías no lo había permitido. Todo el tiempo llamaba mi atención con un "¿Estás ocupada a esta hora?" o "¿Me acompañas por un jugo?" mientras me miraba con tristeza, como si quisiera expresar que no quería estar solo. Intenté algunas veces proponerle que fuéramos con los demás, pero la idea parecía molestarle y sugería que yo fuese sola si quería ir.
Seguí con mi tarea hasta la una de la tarde. Había quedado con él a las dos, pero tenía un pensamiento, que aunque no era tan abrumador, era persistente. ¿Estaba bien ir con él? ¿No era eso un cinismo? Temerosa, decidí hacerlo sin que Natalia o alguien más se enterara. Cuando el reloj marcó la una y media, le dije a mi mejor amiga que prefería salir sola, ya que necesitaba despejarme y pensar. Ella aceptó, no sin antes preguntarme la razón, pues la soledad no era algo de mi agrado. Respondí que quizá me ayudaría a sentirme mejor. Mi amiga no insistió más.
Una vez abajo, fuera del edificio de departamentos, llamé a Zacarías, que por fortuna no había salido aún y le rogué que no le dijera a José Luis ni a nadie que iba a salir conmigo. Creí que preguntaría el porqué, pero pareció entender de inmediato y no se opuso. Llamé a un taxi, y mientras esperaba, aproveché esos minutos para pensar, pero no me despejó la mente ni un poco.
Hacía un par de semanas, recibí una llamada de mi madre. No esperaba que me llamara, por lo que me mostré sorprendida. Contrario a lo usual, estaba contenta.
—Hija, tengo buenas noticias. Sé que no hay razón real para que te diga, pero quiero compartirlo contigo.— sentí una ligera alegría cuando dijo aquello, hasta sonreí un poco, pero se esfumó en cuanto supe cuál era la noticia. —Márquez ha dejado la investigación. Y sin tu ayuda eso no hubiera sido posible.
Me mantuve inexpresiva ante la novedad por un segundo. Posteriormente, una sensación de angustia surgió al preguntarme porqué habría dejado la investigación y qué diantres había hecho yo para que sucediera si aquello era lo último que pretendía. No habría sido por voluntad propia, por supuesto. Lo supe unos momentos después.
Resulta que todos esos datos inútiles que le había dado a mi madre, al final resultaron claves. Rockwell, el informático personal de mi madre, se había encargado de amenazar mediante mensajes privados y anónimos a Elena con destruir –recalcando mucho en destruir, no asesinar– a su hijo si no dejaba el caso.
Como toda persona sensata, Elena creyó que se trataba de algún truco barato y sin gracia. Hasta que le demostraron cuánto sabían de su hijo. Todos sus datos personales, gustos, horarios, rasgos de personalidad, amigos. Todo lo que hacía día con día. Y no hubiera sido posible obtener aquella información de otra fuente que no fuera la gran idiota les estuvo dando todos esos datos, pues Tony no era muy activo en sus redes sociales, ni solía registrar demasiado lo que hacía en internet.
Al final, Elena no pudo hacer otra cosa más que acceder. Aunque a su vez agradecí que se hubiera salido de la mira de mi madre. Todo aquello pudo haber salido mucho peor. Sin embargo, me carcomía la idea de que la loca de mi madre tuviera a su merced a Tony y a su familia. Y que la culpable fuera yo.
Las lágrimas nublaron mi vista. La ansiedad que comenzaba a sentir me traía todo tipo de pensamientos descabellados. ¿Y si Elena sospechaba que yo tenía algo que ver? No había muchas opciones para descartar. Una culpa aplastante me invadía cada vez que veía a mi novio, lo que me impedía actuar con naturalidad. ¿Y si él se enteraba de algo?
Peor aún. ¿Y si mi madre se enterara de que estábamos juntos? Ella nunca supo nada de eso. No dudo que de inmediato me pidiera que hiciera algo inconcebible de inmediato. Y yo tendría que hacerlo. Por mucho que fuera su propia hija, mi madre tomaba muy en serio sus negocios. Nada estaba por encima de ellos. Si alguien o algo los entorpecía, eliminaría de manera despiadada cualquier obstáculo. No importaba quién fuera.
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