XXVII. Fotón*

Sentí como si una excavadora gigante hiciera un hoyo del mismo tamaño en mi mente. ¿Que si Carolina me gustaba? Lo habría negado apenas Scarlett terminara la frase. Pero por algún motivo, mi cuerpo se bloqueó y sólo miré los iris furiosos de mi novia. Había llegado demasiado profundo. A niveles que ni yo mismo había explorado. Me bloqueó la duda. Carolina no me gustaba. No estaba enamorado de ella. Eso era lo que quería creer. Pero en ese momento no me sentí tan seguro de ello. ¿Realmente me había dedicado a pensar en eso? No. Siempre evité el tema, me hacía sentir incómodo, pecaminoso; incluso dedicar pensamientos a ello lo era. Scarlett captó ese momento de duda, su enojo aumentó e interpretó que yo no sabía responderle.

—¡¿Entonces por qué diablos estás conmigo?! Si tanto te gusta, pues vete con ella, pero no me mientas.— dijo con la voz resquebrajándose. No, no, no. Yo ni siquiera había considerado terminar con Scarlett. La sola idea dolía, pero siempre la había visto como lejana e improbable. Dio un par de pasos atrás.

—¡No! Espera, princesa, yo...— dije reaccionando y acercándome a ella. Como era de esperar, no se dejó tocar.

—¡No me llames así!— gritó. Detuve mi mano que tenía la intención de acariciar su hombro. —Anda, ve con esa para que te rompa el corazón igual que Alison.

Se dio la vuelta y bajó corriendo las escaleras, sin voltear atrás. En cinco segundos, estaba completamente solo en el pasillo, petrificado, con una tempestad en mi estómago. ¿Por qué se había puesto así de repente? ¿Por qué me puse así? Nunca habíamos discutido de esa manera. No reaccioné durante los siguientes diez segundos. Cuando lo hice, miré la hora en mi celular. Las tres y siete. Tenía tres minutos para llegar a la alberca.

Obligué a mis piernas a moverse, aún con el shock reinando en todo mi cuerpo. Caminé hasta la alberca con la mente en blanco. No sabía qué pensar, pero sentía como si un agujero negro se tragara mis entrañas. Todo se sentía allí. La angustia tomó el lugar del pánico preguntándose aún qué había pasado. No era lo que Scarlett había dicho, sino con qué fin. No era hacer que me percatara de algo, sino de lastimarme. Lo había hecho a propósito. ¿Por qué? Se hizo un nudo en mi garganta, que no hizo más que apretar y apretar hasta que llegué a los vestidores. No iba a soltar el llanto, no ahora. Mi respiración comenzó a agitarse, era difícil contener la tempestad que sucedía en mi interior. Asentí con la cabeza cuando otro chico me pidió si le dejaba el lugar en un vestidor. Me era imposible articular cualquier palabra. Me volví hacia mi reflejo en los espejos de los lavabos. Mis ojos estaban enrojecidos y me había ruborizado. Tragué saliva para aflojar el nudo.

En cuanto la primera puerta se abrió, entré corriendo y empujando al chico que había salido de ahí. Me cambié de ropa y salí hacia la alberca. Los alumnos ya habían empezado.

—¡Järvinen!— oí el vozarrón del entrenador. —¡Rápido! ¿Por qué tan tarde?

No pude ni siquiera pedir disculpas. ¿Qué le decía de todos modos? Me bajé los visores a los ojos, que redujeron considerablemente mi capacidad visual, y me tiré al agua, deseando que se llevara al olvido los últimos diez minutos de mi existencia.

***

Había pasado el fin de semana haciendo un esfuerzo colosal por no pensar en la discusión con Scarlett, quien no había respondido a mis mensajes ni asistido a clases el lunes siguiente. Escuchaba la conversación que tenían mis amigos distraídamente, cuanto esta se interrumpió. Mis ojos estaban posados en mis manos, pero el silencio me hizo levantarlos y mirar hacia la dirección en la que todos lo hacían. Entendí por qué al instante.

Alex, quien no se había interesado en nadie en los casi dos años que llevábamos de conocernos, venía con una chica bajita, de cabello negro y ondulado, que usaba unos amplios lentes del mismo color. Vestía completamente de blanco y no sonreía. Su rostro no mostraba ninguna emoción, contrario al de mi mejor amigo, que se veía alegre.

Durante aquellos años, todos en el grupo éramos ignorantes de la orientación sexual de Alex. Nunca parecía haberse sentido atraído hacia nadie. Por supuesto, su imagen atlética y su voz con timbre varonil habían captado la atención de una que otra chica, pero él nunca pareció estar interesado. Aún no tengo idea porqué no lo sospechamos cuando hubo tantos indicios de que la población femenina no llamaba la atención de mi mejor amigo. Yo fui el primero en enterarse, cuando me confesó durante la ceremonia de graduación de la preparatoria que había tenido un romance con uno de sus compañeros del equipo de soccer al que pertenecía. Recuerdo que estaba temeroso e inseguro, justo como yo cuando le hablé a los demás sobre lo que había pasado con Andrea. Pasamos las cinco horas de la ceremonia paseando por el salón, mientras mi mejor amigo me hablaba sobre todos los chicos que le habían atraído. Ambos nos divertimos cuando me sorprendió diciéndome que yo había llamado su atención alguna vez cuando nos conocimos, durante un corto periodo temporal. Hasta la actualidad me sigue conmoviendo lo feliz que estaba ese día, sus gestos aliviados de que yo no hubiera mostrado rechazo y demás reacciones que se temía. El resto del grupo de amigos lo supo hasta nuestro primer año de universidad.

Sin embargo, en cuarto semestre de bachillerato, un año antes de su confesión, aquella ocasión en la cafetería era la primera vez que lo veíamos hablar de manera tan cercana con una chica. Mucho después supe que esa chica era la hermana de su primer romance, y había forjado una amistad con ella.

A excepción de José Luis, todos intercambiamos miradas y sonrisas cómplices durante un segundo, y después fingimos que no habíamos visto nada. Detrás de mí, escuché la voz de la chica acercarse. Me recordó a las elegantes voces que asociaban con entes de inteligencia artificial en las películas.

—Entonces, ¿puedes quedarte este jueves para terminar el proyecto?— dijo ella.

—Sí, claro. ¿Ya le dijiste a los demás?— respondió Alex. Scarlett me había confesado en alguna ocasión que se ponía nerviosa cada vez que mi mejor amigo hablaba. Era verdad que su voz podía tener un increíble efecto atractivo sobre los demás.

—Sí, ya todos saben. Bueno, te dejo, tengo cosas que hacer.— me volví para ver como la chica se alejaba a paso rápido y desaparecía en uno de los edificios. Miramos a mi amigo, esperando una explicación. Natalia lo dejó más claro:

—Exijo la historia completa con detalles.

Alex la miró extrañado. —No hay ninguna historia. Nos estábamos organizando para un proyecto.

—Nunca la había visto. ¿Es nueva?— preguntó Bruno.

—Es de segundo semestre, pero sacó Avanzado en el examen de colocación de inglés y la metieron con nosotros.— respondió.

—Ah, conque te gustan las listillas.— comentó José Luis pícaro. —¿Y cómo se llama?

—Violeta.— contestó Jorge. —He oído de ella. Se ganó la beca de excelencia.

Comenzaron a interrogar a mi amigo. Él se veía incómodo, pero los demás parecían no notarlo. Negó todas las descabelladas suposiciones y preguntas que le hacían. Por fortuna, no pasó mucho tiempo hasta que cambiaron de tema. Luego, Natalia propuso que saliéramos todos a comer o al cine. Quedamos en que lo haríamos el sábado de esa semana. Después, partimos hacia nuestras clases.

A pesar de que faltaban escasos minutos para Lengua y Literatura, que me tocaba en el último piso, no me apresuré. Y menos con lo que vi en el camino.

Un tramo de escaleras antes de llegar al aula correspondiente, en una esquina entre la muchedumbre, estaba Carolina. Se estaba besando apasionadamente con un chico que yo no conocía. Sin embargo, más allá de la incomodidad que causaban las demostraciones de afecto excesivas en público, me desconcerté cuando dentro de mí surgió un esbozo de ¿sorpresa desagradable? ¿enojo? No supe como clasificarlo de forma precisa, pero por algún motivo aquella escena no me había sido tan indistinta como hubiese esperado. Era una sensación similar a cuando alguien con quien no existía tanta confianza insulta de broma a otra persona, quien no capta que no es en serio al instante, y se siente ligeramente ofendida. ¿Pero por qué? Yo estaba en una relación. Se suponía que amaba a Scarlett.

Sacudí esa sensación en cuanto pude y retiré la mirada. Caminé inexpresivo al aula. No comprendía qué había sido esa reacción. La vieja sensación de culpa me invadió, pues por un cortísimo instante pensé en qué pasaría si Scarlett y yo termináramos la relación. ¿Me gustaría estar con Carolina? No, absolutamente no. ¿Qué estaba pensando? Yo seguiría con Scarlett. Yo amaba a Scarlett.

Necesitaba alejarme de Carolina.

Unos ojos oscuros miraban por la diminuta ventanilla del avión. La infante admiraba los vastos mares, el cielo despejado y el sol poniéndose, tiñendo sus alrededores de anaranjado y rosado. Belleza que sólo la naturaleza sabe crear.

Faltaban un par de horas para llegar a su destino. Jasmine había elegido cuidadosamente la ciudad de San Diego, Estados Unidos. La seguridad de aquel país las mantendría a salvo, al menos por unos años. Y si todo salía como lo había planeado, no habría necesidad de volver a huir.

Pero para su infortunio –o por fortuna– no todo sale como se planea.

Cuando la niña observaba los últimos rayos del sol ocultarse, sintió el asiento sacudirse violentamente. Apartó la vista de la ventanilla y miró a Jasmine, quien ya era como una madre para ella, esperando una respuesta que la aliviara. Sin embargo, Jasmine le devolvió una mirada asustada. El pánico invadió a la niña; el movimiento brusco se intensificaba más y más. Una voz femenina y entrecortada sonó en los altavoces, pero nadie entendió lo que dijo. Los gritos de terror comenzaron a reinar. La pequeña estaba atrapada en su asiento, por el cinturón de seguridad. Extendió su manita hacia Jasmine, quien estaba a punto de tomársela como consuelo, pero un sonido abrupto y brutal cortó el aire como un trueno: una explosión. Del otro lado del avión, Jasmine pudo ver por un breve momento como uno de los motores de las alas estaba en llamas. Y luego, como el infinito océano se acercaba a toda velocidad.

La niña no recordaría muchos detalles, pero de algún modo el avión recuperó a medias su estabilidad. Aún así, era imposible que volvieran al aire. La caída era inevitable.

Todo a su alrededor se silenció, y por un breve momento, la pequeña sólo se quedó con el latido de su corazón.

Luego, el avión alcanzó el suelo.

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