XXV. Cero Absoluto

En la noche mis padres llegaron temprano a la casa, por lo que pasé varias horas con ellos. Durante el camino de regreso, cuando el tema de los idiotas se había enfriado en mi mente, mis pensamientos volvieron al repentino abandono del caso por parte de mi madre. Había tenido la descabellada idea de escabullirme como antes en su ordenador para ver si había algo que aclarara el asunto, aunque para ser honesto no sabía que quería encontrar exactamente. No pensé de manera seria en llevar a cabo mi plan, hasta la madrugada. Mi mente había decidido ponerse más activa que nunca; entre lo que había sucedido aquella mañana con mis amigos, Scarlett, el incidente de los vestidores. Pasada una hora de la medianoche, vi el momento perfecto para traer el ordenador a mi habitación y echarle un vistazo rápido, ya que la contraseña no sería más un obstáculo, puesto que ahora la conocía.

Me levanté de la cama y entré al cuarto de mis padres, emitiendo el menor ruido posible. Se me dificultó encontrar el ordenador en la oscuridad durante unos minutos. Luego lo divisé debajo de un montón de ropa. Lo saqué con sumo cuidado, con la mirada fija en mis padres que dormían profundamente. Cuando lo tuve en mi poder, caminé a mi cuarto en el mismo silencio. Una vez de vuelta entre mis sábanas, lo abrí. El brillo alto de la pantalla me lastimó la vista y me forzó a buscar a ciegas el botón para disminuir la cantidad de luz que llegaba a mis ojos.

Busqué durante un rato entre sus desordenadas carpetas, pero no había nada que me brindara información acerca de lo que me interesaba. Entré al bloc de notas, donde mi madre guardaba muchas de sus hipótesis, pensamientos e ideas aleatorias. Revisé rápidamente una a una, pero a partir de una fecha dos días antes, ninguna se relacionaba al caso. La última que lo hacía sólo contenía tres palabras:

Tiene dos identidades

Parecía una hipótesis que apenas empezaba a redactar. Esas tres palabras me parecieron clave, pero a la vez insignificantes. Era muy probable que fuera algo que recién había descubierto. Lo que hacía aún más extraño el que hubiera abandonado el caso. Sería lógico que hubiera interrumpido su redacción por alguna distracción, como una llamada que debía atender. Pero conocía a mi madre, y sabía que cuando algo llamaba su atención, no se detenía hasta llegar al final del asunto. Miré la hora de la última edición de la nota, las cuatro y media de la tarde de hace dos días. Un par de horas antes de que me dijera que había dejado el caso.

Escuché la puerta del cuarto de mis padres abrirse. Frenético, cerré la computadora, la metí bajo el edredón y me acosté, fingiendo estar dormido. Oí la puerta del baño abrirse y cerrarse. Luego escuché el agua del grifo corriendo, y finalmente, pasos de regreso al cuarto. Me mantuve en silencio, sin que mis pensamientos se desviaran de lo que había encontrado.

¿Y si mi madre tenía razón y no había nada extraño en su abandono de la investigación? En ese momento, caí en cuenta de la estupidez que estaba haciendo. Yo no era más que un adolescente que se tomaba demasiado en serio los libros de misterio. Ni siquiera debí meter la nariz en los archivos de mi madre desde un principio. Quién sabe qué podría provocar si seguía jugando al detective en secreto. Estaba sobreanalizando los asuntos de mi madre, como si de verdad fuera un profesional como ella.

Esperé unos minutos para moverme de la cama. Después, tomé la computadora, cerré todo lo que había abierto en ella y volví a entrar al otro cuarto, dejándola justo donde la había encontrado. Me detuve un segundo a mirar a mi padres. Luego salí, decidido a obedecer y dejar en paz sus archivos definitivamente.

***

El viernes de esa semana estaba recargado en el barandal frente al salón de la última clase antes de la hora libre de Scarlett, esperándola. Sentí un beso en el cuello que me hizo retorcerme. Mi novia llevaba el cabello atado en dos coletas. Le sonreí y le devolví el beso en la mejilla.

—Vine a saludarte. ¿Te parece si te veo en la cafetería? Tengo que ir por unos libros hasta la universidad.— le dije.

—Te acompaño.— sugirió.

—No, no te preocupes, está lejos.— respondí, mientras acariciaba su mentón. —Hoy sólo tienes media hora libre, me importa más que comas. Yo tengo dos horas libres, puedo comer al rato. Trataré de apurarme para estar contigo, ¿va?

Asintió y rozó sus labios con los míos antes de irse. Me quedé con la vista fija en ella unos segundos, sonriendo. Parpadeé un par de veces y me volví hacia las escaleras. Una vez que estuve en el primer piso, emprendí el largo camino hacia los imponentes edificios universitarios, para comprar el libro de francés que pedían para ese semestre. Me conecté los audífonos y mis pensamientos me absorbieron durante todo el camino, con Muse de fondo.

Llegué justo cuando Plug In Baby terminó. Me formé en la enorme cola de alumnos que esperaban desesperados su turno para comprar libros. La música siguió durante unos minutos más hasta que escuché una voz apagada que decía mi nombre por encima de la canción. Giré mi cabeza mientras me quitaba un auricular, y creo que eché el cuello hacia atrás, sobresaltado, pues a no más de treinta centímetros de mi rostro estaban los brillantes ojos verdes de Carolina.

—Hola. ¿Tú eres Tony, cierto?— preguntó con una sonrisa amigable.

—Eh, sí. Mucho gusto... ¿Carolina?— respondí un poco despistado.

—Así es. Te he visto en los entrenamientos. Juegas bien. ¿Eres nuevo, verdad?

Asentí. —Gracias, realmente es la primera vez que juego como tal.— dije tímido.

Cualquiera habría esperado una conversación ordinaria hasta ese punto, pero no fue así. Carolina transformó su sonrisa, que había sido pequeña y discreta, a una que interpreté como coqueta. En el mismo tono, dijo:

—Pues qué sorpresa. No esperaría que un niño que se ve tan lindo fuera en realidad una fiera. Eso aumenta tu reputación conmigo.

¿Qué?

Fruncí el ceño y ladeé un poco la cabeza. ¿La reputación con ella? ¿Se refería al equipo de básquetbol?

—Disculpa, no te entiendo. ¿Qué quieres decir?—pregunté.

—Y además, cordial y respetuoso.— dijo más para sí misma que para mí. Desvió la mirada un momento hacia la fila que avanzaba y continuó —Tengo que admitir que nunca he visto un chico igual a ti. Pero bueno, en fin, vine para decirte que valoro mucho lo que hiciste por mí ayer.— al ver mi expresión desconcertada, se explicó —No pensaste que iba a pasar desapercibido, ¿verdad? Eres muy lindo, Tony. No cualquiera se atreve a gritarle a esos cerdos.

Por fin comprendí lo que decía. Estaba seguro de que mis mejillas se habían enrojecido.

—Ah, eso...— solté una risita. —Pues la verdad es que ya me habían hartado. Es respeto básico y me dio asco que no pudieran ni llegar a eso.

—Tienes toda la razón. Todas lo hemos vivido. Y desafortunadamente no todos son como tú.

Hice una mueca triste. Sentí impotencia al saber que no era la primera vez que le sucedía y al remarcar que era una experiencia común a todas las mujeres. Quise añadir algo más, pero no me salieron las palabras.

El chico frente a mí salió de la fila y llegó mi turno. El cajero tenía cara de odiar a todo mundo, pero fingió una sonrisa y buscó mi libro de mala gana. Carolina volvió a hablar hasta que terminé de pagar. Estaba a punto de despedirme y volver a colocar los audífonos en mis oídos, pero ella me detuvo.

—Oye, ¿te puedo acompañar? También tienes hora libre ahorita, ¿o no?— preguntó.

—Sí, claro, vamos.

Se puso a mi lado y me quité el otro auricular mientras caminábamos. Para que no fuera incómodo, esta vez yo inicié.

—¿Y cómo seguiste? De lo de ayer, me refiero.

Se volvió hacia mí. —Oh, bien, gracias. La cortada fue superficial, nada grave. Y de la vergüenza, bueno, ya se quitará. Pero no hablemos de eso. Cuéntame sobre ti, Tony, hay que conocernos.

—Ah... pues, no sé, pregúntame algo.

—He tenido esta curiosidad... a todos los Antonio que conozco les dicen Toño, ¿por qué a ti te dicen Tony?

Solté una risa. Muchos me preguntaban eso.

—Es una historia divertida. Cuando era niño estaba obsesionado con Iron Man. Y, pues, el señor Stark se llama Anthony, y mi nombre es como la versión latina de eso. Uno de mis tíos comenzó a llamarme Tony, lo que me hacía muy feliz. Toda mi familia me empezó a llamar así también, después mis amigos, y el apodo se me quedó.

Carolina también se rió. —Entonces se podría decir que eres el Tony Stark de la vida real, ¿no?

Me volví a reír, esta vez a carcajadas. —Si ignoras el hecho de que no soy un genio, millonario, playboy y filántropo, podrías decir que sí.

Ambos nos reímos nuevamente, y seguimos conversando hasta que casi llegamos a la cafetería. Me dijo que también le gustaba leer de vez en cuando, pero rara vez acababa una trilogía. Además del básquetbol, le gustaban los deportes en general, odiaba las matemáticas, y le apasionaba aprender idiomas nuevos. Su sueño era conocer todas las ciudades grandes del mundo. Carolina era una chica simpática que jamás respondía sólo con un sí o un no. Un auténtico perico. Me agradó al instante. Hablábamos sobre una pareja junto a la que habíamos pasado que prácticamente se estaba comiendo a besos, cuando preguntó:

—Y dime, ¿tienes novia o te gusta alguien?

—Sí...— sonreí y me llevé una mano al cuello —Tengo novia. Es una chica de intercambio. Se llama Scarlett.

Desvió la mirada y entrecerró los ojos mientras decía —Scarlett... me suena... ¡ah! ¿es una güerita de cabello como naranja?

—Sí.

—Ya sé quién es. Toma Filosofía conmigo. Es bastante callada, ¿eh?

—No cuando la conoces bien.— íbamos entrando a la cafetería, así que la señalé. —Es ella, la que está con esos chicos.— José Luis y mis amigos estaban con ella.

Creí que ahí nos despediríamos, para volver a hablar dentro de un largo tiempo, pero otra vez, me equivoqué. Carolina no se separó de mí en ningún momento y me siguió hasta la mesa donde estaban sentados todos mis amigos. Me acerqué a Scarlett y le besé la frente, sentándome en una de las dos sillas vacías a su lado. Carolina se sentó en la otra.

—Gente, ella es Carolina, es la capitana del equipo de básquet. Caro, ellos son Jorge, Natalia, Alex, Bruno, José Luis, y mi novia, Scarlett.— dije después de sentarme, presentando a cada uno.

—¡Hola!— la saludó animado José Luis. Los demás lo imitaron. No recuerdo de qué hablábamos, pero Carolina no tardó en integrarse a la conversación, como si hiciera eso todos los días. Tampoco tardó en agradarles a casi todos.

Poco después de que llegáramos, Zacarías volvió a la mesa. Como un fantasma, se sentó y comió en silencio. Yo no había notado su ausencia hasta ese momento. Y en todo ese rato, estuve tan entretenido conversando, que no me di cuenta que Scarlett no emitió un sólo sonido.

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