XX. Galaxia
La gente pasaba y pasaba. Yo la miraba, intentando tranquilizarme. Por alguna razón, mis nervios habían aumentado abruptamente desde que bajé del avión, y estaban en su punto máximo al estar ahí parada, en medio del gentío. Lo había pensado durante todo el vuelo: estaba nerviosa por la mentira que le dije a Tony. Aunque parte de ella era verdad, seguía siendo una cruel excusa. La razón por la que estaba en este aeropuerto era por una desagradable coincidencia y un error mío. Por supuesto, en otras circunstancias habría sido un sueño viajar con mi primer novio, pero mientras le daba datos a mi madre sobre Tony y su familia –tarea que me había encargado mi madre en su carta– mencioné que se iría a Finlandia de vacaciones. Intentaba que dichos datos fueran lo más irrelevantes posible. Hasta ese momento, agradecía que Tony tuviera una vida tan tranquila y rutinaria. Creía que si me la pasaba dándole datos inútiles a mi madre, desertaría de su plan, y yo sería libre. Pero no. Al mencionar Finlandia, me interrumpió y con voz inusualmente animada, me dijo:
—Irás con él. Bueno, no exactamente en el mismo avión y junto a él. Tengo asuntos pendientes en Helsinki, no son muy urgentes y podría atenderlos yo misma, pero son una razón perfecta para que vayas. Puedes utilizar eso como excusa. ¡Perfecto! ¿Lo ves, hija? Puedes ayudarme mucho.
—¿Qué?— respondí. Ojalá mi voz no hubiera salido tan débil.
—Tranquila, no tienes que estar todo el tiempo con él. Sólo te necesito ahí por si algo...— me atreví a interrumpirla.
—¿Quieres que vaya a vigilarlo? ¿Por qué? Tiene la vida más aburrida del mundo.— lo último lo dije intentando sonar pedante y creída, para convencerla. Amaba la idea de ir, pero no así. No mintiéndole.
—Scarlett, sabes muy bien que no me interesa lo que el niño haga. Me interesa lo que su mami pueda hacer.— resaltó la palabra mami con el mismo tono que yo había usado. —Lo que él te pueda decir. No puedo arriesgarme a que la detective se quede sin vigilancia.
—¿Y por qué no mandas a uno de tus...— estuve a punto de decir lacayos, pero eso la ofendería y eso no era bueno. Esa era la razón por la que toda su gente le temía más a su enojo que a ella misma. —...ayudantes?
—Querida, ¿eres estúpida? Dudo que mi ayudante obtuviera algo de información sólo observando de lejos. Necesito también a alguien de cerca.
Me enojé. Accedí para no tener que hablar más con ella. Cuando colgué, un nudo en mi garganta comenzó a formarse. Mi madre había sido autoritaria y fría conmigo desde siempre. A mi padre nunca lo conocí. Por lo poco que había dicho mi madre, sé que lo asesinaron antes de que yo naciera. Aunque decían que no se diferenciaba mucho de sus lacayos: sumiso, cabizbajo y obediente. Excepto que, claro está, recibía mucho más beneficios que los demás. Probablemente por eso se casó. Muchas veces me pregunté si alguna vez mis padres se quisieron, sonreían al verse, se ponían nerviosos o siquiera si sintieron algo. Pero nunca tuve manera de saberlo. El resto de mi familia estaban tan distanciada que ni siquiera la conocía.
Me había prometido que si yo me casaba y tenía hijos, mi familia sería como la de Tony: unida, cariñosa, confiable y leal el uno al otro.
Sus pupilas azules me sacaron de mi ensimismamiento. En cuanto me crucé con ellas, una sonrisa escapó a mis labios y quise correr a echármele encima, pero noté que no venía solo, lo que me detuvo. Venía con sus padres y dos niños idénticos, de ojos tan azules y profundos como los que me miraban justo en ese momento. Noté por primera vez el increíble parecido que tenían Tony y su padre.
Sentí una tristeza repentina. Quizá mi padre y yo nos hubiéramos llevado así de bien si estuviera vivo. Le devolví la sonrisa y mis ojos se deslizaron a su madre, la famosa –y hermosa– detective Elena Márquez. Tardó un momento en mostrar sus dientes también y saludarme. Me percaté de que su oscura mirada me analizó. Me puse más nerviosa aún. Sus ojos eran muchísimo más intensos y penetrantes de lo que habría imaginado. En realidad no tenía ni idea de lo que esta bella mujer sabía, por lo que rogué que no me relacionara con algo de su investigación. Mi cabello era un gran delator. Por supuesto, mi madre había insistido en que me lo tiñera de castaño oscuro, pero me negué, puesto que era de lo poco que me gustaba del parecido con mi madre.
Hablé un rato con la familia de Tony. Me dolía lo amables que eran conmigo, pese a que sentía la mirada de Elena escrutinarme todo el tiempo. Su padre me invitó a comer antes de irme a mi hotel, a lo que acepté alegre. Era como tener una de esas cenas familiares que tiene la gente común. Cuando me quedé a solas con Tony, comenté acerca de la manera de hablar de sus pequeños primos. Él me respondió con uno de esos intentos de no ser tierno, que resultaban en todo lo contrario.
Tras comentar sobre el color de los ojos de su familia, me hubiera gustado continuar mi cumplido y darle un beso en los labios, pero era el momento perfecto para cumplir con lo que mi madre quería. Así que reuní valor y dije:
—Por cierto, ahorita que vi a tu mamá me acordé. ¿Qué pasó con lo de sus casos? Me acuerdo que me habías dicho que la tenía muy metida en eso.
Se quedó un momento pensativo. —Ah... hicimos un muy buen progreso. Encontramos algo que ayudó mucho.
Mi madre me desheredaría si sólo le decía algo como eso.
—¿Y qué encontraron?— pregunté, aún sonriente.
—No te preocupes. Ella lo tiene bajo control.— dijo con una voz reconfortante. Eso no era suficiente. Pero no iba a presionarlo. Después vería como lidiar con mi madre.
Puse una se esas sonrisas coquetas que lo hacían sonrojarse y bromeé:
—¿Información clasificada, en otras palabras?
Se sonrojó levemente y sonrió. Me dio un beso en la frente, lo que me hizo mandar al carajo lo que mi madre quisiera, al menos por unas horas. Lo miré un segundo más e imaginé esa futura familia, con él formando parte de ella. Sabía que era un sueño que muy posiblemente se quedaría como eso, un sueño.
***
La comida estuvo deliciosa, el ambiente tranquilo y alegre. Los tíos de Tony eran igual de cordiales que sus padres. El par de niños eran increíblemente simpáticos e inteligentes; opinaban de manera consistente sobre cosas que yo a esa edad ni siquiera conocía.
El padre de Tony me presentó como la novia de su hijo, a lo que ambos enrojecimos. Elena me seguía observando, pero de manera muy discreta, pues igual hablaba y se reía como si nada pasara. Su tía comenzó a bombardearnos de preguntas, como una fan de una pareja que estuvo esperando años a que se formara. Fue una noche que nunca olvidaré.
Lamentablemente, todo llegó a su fin. Cuando estuve en el hotel, sola, mi celular no tardó en sonar. No podía ser alguien más. Mi madre.
Fiel a su estilo, inició seca y sin saludar o preguntar cómo estaba.
—¿Hay novedades?
Suspiré para aparentar algo como aburrimiento. Mentirle tampoco era una opción.
—Para tu suerte, sí, esta vez sí las hay. Aunque no sean tan relevantes como esperaría.
—No importa. Dilo. No tengo mucho tiempo.
Puse los ojos en blanco y respondí —No me quiso decir mucho, no lo presioné demasiado para que no sospechara. Sólo me dijo que habían hecho un gran avance, un gran descubrimiento que les ayudó mucho. Cuando le pregunté, me dijo que lo tenían bajo control. Eso es todo.
—Ah...—masculló interesada, opuesto a lo que esperé. —Así que habló como "nosotros"... eso quiere decir que el niño podría estar más involucrado de lo que pensé... Eso está perfecto.
El temor se disparó en mi mente. No había anticipado eso. Pensé a toda velocidad en algo para contradecir aquello, pues el tono que había ocupado decía que se le había ocurrido algo, nada que pudiera ser bueno.
—Eh...— titubeé. Apreté los puños intentando calmarme. Tenía que sonar segura. —Él nunca dijo eso. Quizá Elena sólo le dice que progresó, no en qué. No es certero que él sepa algo más...
Esperé que con eso lo pensara de nuevo. Nunca me perdonaría que le hubiera dado información clave para causar algún daño.
—Mmm... eso es verdad. Pero es suficiente. Hasta luego.
Colgó. Miré mi reflejo en el espejo del tocador vacío. Estaba pálida. Mil posibilidades cruzaron en mi cabeza. ¿Qué acababa de hacer?
Comencé a pensar y pensar. Mis pensamientos volaron hacia el recuerdo de la única anécdota de su vida que mi madre me había contado.
Anteriormente me preguntaba por qué una mujer tan ocupada como ella se tomaba tantas molestias con alguien que está investigando lo que hace. Pensaba que debería estar acostumbrada o tener algo ya preparado para lidiar con ello. Era verdad que se vería vulnerada si el traidor que había mencionado hacía de las suyas. También era verdad que Elena podía ser una detective peligrosa para ella. Pero ninguno de esos era el mayor problema. El problema era que esto ya había pasado. Yo era demasiado pequeña para recordarlo.
Una detective aficionada había comenzado a investigar los negocios de mi madre y había descubierto demasiado. En su momento, decidió que lo más fácil sería eliminarla. Y así fue, aunque no del modo que esperaba. Pero los problemas empezaron cuando los alrededores de la detective se enteraron de lo que investigaba y la relación que ello tenía con su muerte. Como consecuencia, las personas cercanas a ella empezaron a atar cabos. Lo que causó que tuviera más gente metiéndose en sus negocios, pero como espías, ya fuera fingiendo ser compradores o potenciales lacayos. Nunca me dijo cómo lo solucionó, aunque no es difícil suponerlo.
Tras diez años de lo sucedido, Elena apareció. Aún no me enteraba cómo es que dio con ella, pero lo que sí sabía, es que también tenía la intención de silenciarla. Por otros métodos, por supuesto. Unos que tenían que ver con Tony.
***
Cualquiera hubiera pensado que la llamada que atendía la señora Price tras esa puerta era sobre su pequeña empresa de cosméticos, la cual sólo enmascaraba su trabajo real. Quizá alguna novedad sobre algún pintalabios o algún delineador, pero para Kyle, el seudónimo que tenía su confiado mercenario, no lo era. Era un indicio de un próximo trabajo. Entró a la oficina sin hacer mucho ruido, inexpresivo, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Me llamó, señora Price?— preguntó con la misma emoción.
—Sí. Esta vez no es algo a lo que estés acostumbrado. Tendrás que colaborar con Rockwell.— refirió al ingeniero informático que trabajaba para ella desde hacía años. —Mi hija mencionó algo sobre un descubrimiento importante que hizo nuestro... sujeto. Se suponía que era su responsabilidad investigar qué es, pero podría ponerse en riesgo...— un tono débil se asomó, pero la temida mujer se apresuró a corregirse. —Además de que ha demostrado torpeza para estos asuntos. En fin, quiero estar preparada. Quiero que investiguen todo lo que puedan acerca del sujeto, y del niño. Direcciones, lugares que frecuenten, páginas de internet que hayan visitado; si pueden entrar a su mensajería, mejor. Es todo.
Kyle no terminó de entender porqué necesitaba su participación en ello, pero sólo asintió, hizo una reverencia y salió de la oficina, para dirigirse hacia donde se encontraba el ingeniero. Tras horas de observar a su compañero cerrar y abrir ventanas en el ordenador, teclear instrucciones y quedarse dormido unas cuantas veces, Rockwell logró localizar la dirección electrónica de la detective, e indagar en los sitios web que había visitado en las últimas veinticuatro horas. Entonces dieron con la base de datos que había consultado Elena. Otro par de horas transcurrieron, hasta que el nombre que aún torturaba las noches del despiadado mercenario apareció en la pantalla: Beatrice Campbell.
Sintió como el aire escapaba de sus pulmones. Olvidó las órdenes de su jefa y sin pensarlo, apartó de un empujón a Rockwell e hizo clic en el nombre. El informático protestó, e incluso amenazó con advertirle a la señora Price de lo que hacía, pero Kyle no estaba escuchando, ni siquiera notaba ya la existencia de su compañero. Una pregunta saltó como contraseña antes de entrar a los archivos. "¿Cuál es el sentido de la vida, del universo y de todo lo que existe?" Había sólo dos caracteres en la respuesta. Kyle no la podía contestar, pero sí sabía cuál era el origen de la pregunta. Beatrice, su primer amor y su primera atrocidad, le leía ese extraño libro a su hija de seis años, y la pequeña se mostraba especialmente interesada por la respuesta a esa pregunta.
Kyle lo sabía porque él era el que le había regalado ese libro a la pequeña de rizos caoba.
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