XLIII. Kepler*
Un día mientras Jasmine desayunaba en una fonda acogedora, rodeada de personas a las que apenas entendía, un joven se le acercó. Hablaba inglés perfecto. Fue directo al punto: sabían quién era y qué tenía con ella. Repitió el mensaje de aquella nota, le tenía que entregar los archivos para poder seguir con su vida.
Pero huir sin más simplemente ya no era una opción, sobre todo después de lo que había pasado en el viaje. Así que se mantuvo unos instantes en silencio, observando los marcados rasgos latinos del joven. Sabía que era incorrecto, pero su única salvación parecía ser aprovecharse de su inmadurez. Le preguntó si le gustaba ir a fiestas, ir a las playas o comprarse cosas. El joven se mostró confundido, evidentemente. Entonces Jasmine le ofreció una tentadora cantidad de dinero a cambio de que pretendiera que nunca notó su presencia, o que simplemente la confundió con otra persona. El joven dudó unos segundos, intentando serle fiel a quien fuera que le hubiera dado la orden. Pero era casi imposible que rechazara su oferta. Así que poco tiempo después, aceptó y acordó verse con ella una semana después en ese mismo lugar.
Le hubiera gustado cumplir con su promesa, pero no iba a conseguir tanto dinero en una semana. Por lo que decidió tomar los papeles, escanearlos, y subirlos a la vieja red privada de la que aún tenía el acceso de Beatrice. No sin antes tapar los datos demasiado reveladores con un rotulador negro, pues de no ser así, el caso sería resuelto con una facilidad que la pondría en peligro a ella y a la pequeña Wendy. Esos archivos eran muy peligrosos, y necesitaba deshacerse de ellos.
Esa misma noche, mientras la niña dormía, Jasmine subió a la azotea del edificio donde vivían, con el maletín negro, un encendedor y un nudo en la garganta. Poco a poco, prendió fuego al arduo trabajo de su mejor amiga, que donde fuera que estuviera, observaría las cenizas del papel volar con el viento suave de la noche.
A diferencia de mi humor sombrío, mis padres estaban especialmente contentos aquella tarde cuando llegué a casa.
No le había dado mucha importancia, pero se habían mostrado algo tensos a lo largo de las últimas semanas. Supuse que era por trabajo, aunque con todo lo que había sucedido en ese tiempo, nunca me paré a verlo más allá de un segundo plano. Pero ese día parecieron haber resuelto lo que sea que los tuviera tensos, pues estaban sentados en el comedor, conversando animadamente y bebiendo una copa de vino.
Parte del desgano que traía se esfumó cuando me saludaron cariñosamente y mi madre me pasó un plato de sopa. No tenía mucha hambre, por lo que demoré un buen rato en acabármelo, minutos durante los que me dediqué a platicar con mis padres. Pregunté por qué la alegría tan especial en ese momento. Intercambiaron miradas unos instantes, como si recordaran que yo no sabía nada.
—Es complicado, cielo.— respondió mi madre. —Pero se puede decir que resolvimos algo que llevaba bastante tiempo preocupándonos mucho.
Normalmente, me habría interesado y pedido más información, pero como era de suponer, esta vez no sentí tal interés. Notaron que mi energía estaba baja, preguntaron si algo pasaba. Unas semanas atrás les había hablado sobre el asunto de Scarlett, de manera superficial, pues no quería recordar los detalles. Culpé a aquel evento de mi mal humor, y al cansancio, al cual sucumbí cuando subí a mi cuarto y me tiré en la cama, perdiéndome en ella.
***
Miré hacia la ventana antes de bajar del camión. El amanecer siempre ha sido mi momento favorito del día. Los tonos violáceos, rojizos y anaranjados junto con la música tranquila en mis audífonos me hipnotizaron. Me llenaron de una tranquilidad que me hacía falta.
Me dirigí a la cafetería. Pensaba en qué se me antojaba más. Quizá fruta, o un sándwich. Esa mañana no había desayunado y quería hacerlo antes de la primera clase. Dejé mi mochila en la primera mesa libre que vi y saqué mi cartera. Mientras caminaba hacia la fila para ordenar, mi mirada se posó involuntariamente en una mesa del otro lado del lugar. Wendy estaba allí, sola, también con los audífonos conectados, un lío de papeles a su alrededor y su inconfundible cuaderno azul frente a ella. Una ligera sonrisa se pegó a mis labios.
Ordené mi comida y luego fui por mi mochila. Me moví a su mesa y tomé el lugar frente a ella.
—Hola.— saludé con la voz un poco adormilada. Era la primera vez que le hablaba fuera de la clase de Lengua.
Se quitó los audífonos y me devolvió el saludo.
—Te ves como si no hubieras dormido en tres años. ¿Estás bien?— preguntó al ver mi aspecto fúnebre, supongo.
—Sí, de hecho dormí más de la cuenta. Ayer fue un día... pesado.
Frunció el ceño. —¿Por qué?
Decidí contarle. Quizá necesitaba a alguien con quien hablar solamente. —¿Recuerdas a aquella chica que preguntaste si era mi novia?
Asintió.
—Bueno... ayer se me confesó... y me dijo que si quería que fuéramos... algo más que amigos.
Alzó las cejas. —La verdad no me sorprende. No hay que ser un genio para ver que le encantas.— bromeó, soltando una risita. —¿Y qué le dijiste?
Bajé la mirada y me quedé en silencio un segundo. —Que no estaba seguro de lo que sentía.
Puso los ojos en blanco y se dio una palmadita en la frente. —Tony, esa es la peor forma de alejar a alguien... espera, ¿o es que tú no sientes lo mismo?
—Emm... es un poco más complicado...
Para poder terminar esa oración, debía hablarle sobre Scarlett. No tenía ni un ápice de ganas de tocar ese tema.
—Pero en pocas palabras... es eso, no lo sé. Quiero decir, se me hace muy linda, quizá me atrae, pero la verdad ahora no estoy como para pensar en una novia...— evadí. La palabra "novia" me dejó un mal sabor.
—Dile eso.— sugirió tras pensarlo unos momentos.
—Ya lo hice... algo así. Pero ella se enojó y me dijo que yo nunca había hecho nada por ella.
Se puso pensativa de nuevo. —Quizá en ese momento actuó antes de pensar, por toda la emoción. ¿Por qué no hablas con ella hoy? Debe estar más tranquila ahora.
Comí mi sándwich mientras hablábamos. Cuando era hora de mi clase, me despedí de ella y me metí en las aulas. Realmente me tranquilizó hablar con ella. Siempre lograba hacerme pasar un buen rato.
En mi primera hora libre, me dispuse a buscar a Carolina. Tenía que aclarar lo que había pasado, lastimarla era lo último que quería. Y lo único que había logrado.
Cuando la encontré, me tomó un minuto acercarme. Estaba sentada, sola, en una de las bancas del jardín al que solía ir. Me senté junto a ella, a una distancia bastante decente. Temí que volviera a enojarse al verme.
Pero incongruente y sorprendentemente, una enorme sonrisa se plasmó en su rostro. —¡Hola, Tony!— me saludó con su alegría habitual. —Qué bueno que vienes, tengo una noticia alucinante para ti.— dijo, como un personaje entrometido de una mala película.
Esperé confuso, sin decir nada.
—Tengo un nuevo novio. Es guapísimo, atento, y nos queremos muchísimo. De hecho lo voy a ver en mi siguiente hora libre.— dijo. Me hubiera alegrado por ella, de haber sido en circunstancias más... razonables.
Pero a los pocos segundos, capté que aquello sólo era un berrinche. Ni siquiera sabía si era verdad, pero claramente era una especie de venganza.
—Caro, sé que lo que te dije ayer fueron idioteces, pero en esencia todo es verdad. Estoy confundido, yo...
Me interrumpió. —¿Confundido? ¿Por qué? ¿Acaso no te alegras por mí?
Fruncí el ceño, algo molesto.
—Caro.— repetí, para llamar su atención. —Necesitamos hablar.
—¿Hablar? ¿Para qué?
Me estaba empezando a desesperar. —Para aclarar lo de ayer.
—Pues... yo no necesito aclarar nada.— dijo como si yo estuviera loco.
—No pudiste olvidarlo tan rápido, ¿o sí?— respondí sarcástico.
—¿Olvidar qué?
Mi paciencia se agotó. —¡Maldita sea, Carolina! ¡¿Puedes dejar de ser tan infantil por cinco minutos?!— exclamé, visiblemente molesto.
Su mirada se mantuvo en mí, silenciosa. Traté de calmarme. —Perdón. Mira, lo que quise decir es que te mereces a alguien que te quiera sin condiciones, y con la misma honestidad con la que me hablaste ayer. Yo... yo simplemente no estoy listo para una nueva relación. No sería justo que estuviéramos juntos y yo siguiera pensando en Scarlett. Es sólo que una traición como esa no se supera en dos días.
Me escrutó incómodamente mientras yo esperaba algo nervioso su respuesta.
—Creí que eras perfecto.— logró confundirme de nuevo con esa frase. —Ahora veo que no. No has tenido dos días, Antonio, has tenido casi dos meses con todo mi apoyo y el de tus amigos. Ahora veo que sólo eres alguien que se toma demasiado en serio las cosas y se la pasa llorando cuando lo decepcionan. Lamento decirte que así es la vida. Las personas van y vienen. Sal de esa burbuja fantasiosa tuya y acepta que lo de tu ex ya se acabó. Te diría que quedáramos como amigos, pero no quiero que las cosas se pongan raras entre nosotros. No me vuelvas a hablar.
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