XLI. Voyager I*

Carmen había intentado entretener a la pequeña Wendy mientras esperaban por la respuesta de qué había sido de Jasmine, sin mucho éxito. La niña no paraba de preguntar por ella. A Carmen le angustiaba tanta insistencia, pues temía que si había fallecido, Wendy quedaría devastada.

Después de tres tortuosas horas, la enfermera llegó con la información. Carmen escuchó temerosa, Wendy esperanzada. Para alivio de ambas, Jasmine estaba viva, pero había quedado gravemente herida y había estado horas en cirugía.

Con ello, pudieron conversar un buen rato. Carmen le ofreció un lugar en su escuela para terminar su primaria, y se prometió a sí misma que haría lo posible para ayudar a la inocente niña a salir adelante. Quizá conseguirles un pequeño apartamento, un trabajo para la tal Jasmine...

Siete días pasaron hasta que ambas pudieron salir de aquel hospital. Y tal como había prometido, Carmen y su familia las ayudaron a rehacer su vida. Jasmine al principio desconfió de ella, pero no tenía opción. Ni siquiera hablaba español, no se podía dar el lujo de rechazar cualquier apoyo. Y así, aunque al principio parecía una solución temporal, Jasmine se dio cuenta de que lo mejor ahora era quedarse. Era casi imposible que la rastrearan hasta ahí. O al menos eso pensó.

Porque un par de meses después de su llegada, un lacayo que residía en el país la reconoció. Pertenecía a la organización de la que tanto huía. El anillo en su anular lo confirmaba.

—No creí que fuera a... hacer algo así.— susurré cuando Natalia finalizó su relato.

¿Mudarse? ¿Dejar a su mejor amiga sólo por una discusión así? No tenía sentido. Pero no me apetecía encontrárselo. Lo hubiera hecho por la razón que fuera, ya todo había pasado. Era hora de seguir.

Los demás parecían ya haber comentado todo aquello, pues nadie dijo mucho antes de cambiar el tema. Lo que agradecí, ya que no quería seguir pensando en eso.

El resto del día transcurrió de manera usual y esa tarde me dediqué a leer el resto de la novela de Wendy, que por alguna razón conseguía de inmediato sacarme de la realidad. La volví a ver hasta la siguiente clase de Lengua. Por suerte, el profesor faltó esa mañana, por lo que aproveché para hablar con Wendy antes de que llegara el profesor sustituto. Me acerqué a donde se había sentado e interrumpí lo que sea que estuviera haciendo, colocando el cuaderno frente a ella. Alzó la mirada mientras se quitaba los audífonos.

—Que ni se te ocurra dejarla a medias.— dije.

Ella soltó una risita entre halagada y apenada. —¿Qué opinas?

Me senté en el pupitre delante suyo. —Ya te vi. "Wendy Campbell. Autora del momento, millones de copias vendidas por todo el mundo"— dije haciendo como si leyera un periódico.

Amplió su sonrisa y noté que sus mejillas se teñían de rojo.

—Oh, no, no, tranquilo.— respondió. Le devolví la sonrisa. —¿Algo que cambiarías o moverías? No puede ser perfecto todo.

—Claro que puede. Redacción nada tediosa, términos sencillos, historia fuera de lo común, capítulos interesantes... todo lo que un buen trabajo debe de tener.— comenté alegre enumerando con los dedos. —Pero sí, tienes razón, sí hay cosas que movería.

Anotó palabras claves en otro cuaderno mientras yo hablaba sobre algunos detalles que podía mejorar. Miré el papel sobre el que escribía. Un completo desastre. Si mis pensamientos se plasmaran sobre una hoja, probablemente se vería así. En una pausa, recordé algo que había querido comentarle.

—¿La niña representa algo?— lo solté sin cuidado. —Quiero decir, ¿algún modo de pensar? He notado que también te gusta usar... como una especie de simbolismos. No sé, siento que representa como... la idea de que mientras más indiferente te mantengas ante los problemas, menos sufres. Porque la niña, a pesar de todo lo que vivió, se concentra sólo en que lo que dibuja le guste a ella misma.

Wendy me miró desconcertada un segundo, para después ponerse pensativa.

—¿Cómo viste eso?— preguntó.

—Porque narras su pérdida de una manera muy trágica. Hasta a mí me dolió. Pero a ella no parece importarle mucho. Nunca llora, ni se lamenta y rara vez piensa en ellos como algo más que un recuerdo lejano. No sabía si era porque cómo es una niña pequeña, no es muy consciente de lo que le está pasando, o si representaba algo.

Me miró con las cejas alzadas un largo momento. Después, miró el pizarrón en blanco.

—Sí... representa... un estado de ánimo imposible. Esa inmunidad que todos quisiéramos tener al dolor.— imité aquello de alzar las cejas, interesado, y sintiéndome especialmente identificado con eso último. —¿Quieres que te haga un spoiler?

Asentí enérgico. —Tengo planeado que al final la niña sea como un personaje inventado o algo así de una niña real. ¡Ah! No sé como explicarlo. Cómo que todo ese tiempo la protagonista no fue más que la imaginación de la niña que en realidad sí está sufriendo.

Hice una expresión asombrada, coloqué mis manos bajo mi barbilla y pedí más detalles. La hora de clase se nos pasó en un segundo. El profesor sustituto sólo había llegado a sentarse en una silla y mirar su celular, por lo que tuvimos la clase prácticamente libre. Empezamos a hablar sobre su novela, después sobre su cuento. Derivado de ello, preguntó si yo creía que la humanidad llegaría algún día a lugares que hoy se consideran imposibles. Un rotundo sí fue mi respuesta. Ella me contradijo, con lo que comenzamos una discusión acerca de qué tanta esperanza teníamos en nuestra especie.

El tiempo pasó entre preguntas locas y profundas, bromas que ambos entendíamos al instante y comentarios sobre cosas que teníamos en común. Hacía muchísimo que no tenía una conversación así. Con mis amigos bromeábamos mucho y nos la pasabamos muy bien, pero nunca había podido divagar acerca de aquel tipo de temas con ellos, pues no duraban mucho antes de cambiarlo. Se sintió como una brisa de aire fresco en una noche calurosa.

Después volvió la rutina. Clases, tareas, entrenamientos, comer con mis amigos, Carolina y sus coqueteos... pero a partir de ese día las cosas poco a poco empezaron a parecer más fáciles.

***

Había pasado una semana así. En la clase de Lengua, Wendy y yo nos sentábamos juntos. Habíamos comenzado a hacer los trabajos de esa clase juntos también. Ella escribía su novela y yo la leía, hacía comentarios y algunas sugerencias. Nos hicimos amigos en un abrir y cerrar de ojos. Pero por alguna razón, sólo la veía durante la clase de Lengua. En muy raras ocasiones me encontraba con ella fuera de esta, y si lo hacía, era desde una distancia tan lejana que era muy difícil que me escuchara.

En una de las clases, hablábamos sobre su último capítulo, cuando a mí se me salió una carcajada fuerte, lo que llamó la atención del profesor, que hizo un comentario poco original:

—¿Tienen mucho que platicar, jóvenes?

—Eh, no, no... por favor prosiga. — titubeé intentando librarme de un inevitable regaño.

—Están interrumpiendo la clase. Los dos. Les voy a pedir que salgan.

Estaba a punto de alegar de nuevo, pero Wendy se levantó con sus cosas sin vacilar y se dirigió hacia la puerta. No tuve más remedio que seguirla.

Una vez estuvimos afuera, ella rompió el silencio.

—Gracias.— dijo, como si nada.

Me desconcerté. —¿Eh?

—Tranquilo. No es nada del otro mundo que te saquen de una clase.— hizo una pausa para reír. —Me estaba durmiendo allá adentro. Así que gracias por librarme de ese mortal aburrimiento.

Solté una risita sin quitar la vista de sus enormes ojos.

—¿Lo ves? Eres toda una poeta.— dije. Ahora ella se desconcertó. —Hasta quejándote puedes rimar.

Ambos nos reímos después de eso. Luego, vino un silencio que fue roto por unos pasos apresurados acercándose. Alcé la vista para encontrarme con Carolina dirigiéndose a mí a toda velocidad. Nos saludamos rozando las mejillas.

—¿Qué haces aquí afuera, guapo?— dijo.

—Nos sacaron.— respondí. Carolina miró a Wendy inexpresiva, sin hablar. —Eh, ella es Wendy. Es la que está escribiendo la novela por la que me preguntaste el otro día.

Se volvió de nuevo hacia mí, confundida. —¿Qué novela?

"Claro, como me puso tanta atención." pensé. —El cuaderno azul.

—Ah... ya recuerdo. Bueno, chica, si a Tony le gusta tu novela, debe estar buena.— comentó sonriente, mirándola.

—Gracias.— le respondió, más incómoda que halagada.

—Bueno, sólo pasaba al baño. Tengo que regresar a clase. Adiós, chica, adiós, guapo.— me guiñó un ojo y desapareció por las escaleras.

—¿Es tu novia?— preguntó curiosa Wendy un par de segundos después.

—¡No!— exclamé, quizá un poco más exaltado de lo necesario. —Quiero decir, me cae muy bien, pero no somos nada.

—Viendo cómo te trata, cualquiera pensaría que tienen algo.

La idea despertó un cierto desagrado en mi mente. Una relación me sonaba angustiante y agotadora. Como venía haciendo últimamente, sacudí esos pensamientos y busqué algo para cambiar el tema. Lo conseguí pocos momentos después.

—Wendy...— llamé su atención mientras elegía las palabras —¿Te puedo preguntar algo?

—Eh... claro.

No había pensado realmente en ello, con todo lo que había pasado, pero esa curiosidad que sentí al escuchar su apellido por primera vez seguía allí. Una idea se me vino. Recordé que la familia de Beatrice, aquella investigadora cuyos archivos habíamos encontrado, desapareció después de su muerte. Wendy llevaba ese apellido y era muy probable que fuera extranjera, pues sus rasgos no encajaban con los de alguien local. ¿Sería que ella era parte de esa familia desaparecida? Una voz dentro de mí me recriminó, definitivamente estaba llevando ese asunto demasiado lejos. Pero ya no podía echarme para atrás.

—¿De dónde eres?— solté. No encontré una manera más sutil de decirlo. Aquello la tomó por sorpresa, pero no se mostró muy segura al responder.

—¿Por... por qué la pregunta?

—Eh, bueno, tu apellido... es bastante... extranjero. ¿Eres de intercambio?— sugerí.

Caí en cuenta de que era la primera vez que hablábamos de nosotros como tal. En las conversaciones anteriores sólo tocábamos temas como su novela, o preguntas impersonales.

Dudó un momento antes de contestar —Pues... mis papás son extranjeros...

¿"Son"? Eso parecía indicar que seguían vivos. Aunque yo tampoco lo diría si no lo estuvieran. Temí que hubiera cruzado alguna línea.

—Interesante. ¿De dónde son?— pregunté lo más amable que pude.

Desvió la mirada, ¿incómoda? —Nueva Zelanda.

—Oh...— no supe que decir, pero no quería cortarlo ahí, por lo que dije lo primero que llegó a mi mente. —Es que... tu apellido me suena familiar.

Obtuve una reacción inesperada. Pretendía explicar de algún modo porqué había preguntado aquello. Pero ella pareció alarmarse, pues su expresión se endureció y frunció muy ligeramente el ceño. Todo esto sólo duró un breve momento. Luego volvió a mostrarse neutral.

—¿Familiar? ¿Por qué? Creí que no era común por aquí.

A pesar de que no usó un tono molesto, noté que se puso a la defensiva.

—Pensé que lo había escuchado en alguna parte, pero no me acuerdo en dónde... bueno, no importa.— me excusé. —Tengo algo de hambre. Iré a desayunar. ¿Te veo por ahí?

Rogué para que no se lo hubiese tomado como una ofensa o una intromisión. Tardó un instante en decir:

—Claro. Nos vemos luego.

Le sonreí como despedida y tras devolvérmela, se dio media vuelta para dirigirse hacia las escaleras al otro lado del pasillo. La observé un segundo antes de hacer lo mismo. No sabía decir si sus reacciones concordaban con mi descabellada teoría. ¿Era yo el que estaba viendo cosas donde no las había? ¿O quizá no?

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Heeeey! Noticia.
HEMOS LLEGADO AL PRIMER K DE LEÍDAS 😍😍😍😍😍😍😍 OMG ESTOY TAN FELIIIIIZ

Gracias a todxs lxs que apoyan este pequeño proyecto. No saben lo mucho que significa para mi que inviertan su preciado tiempo en mi historia ❤❤❤❤
El universo se los pagará se los prometo 😍😍

—Eve 🐩🔥

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