XIX. Energía Oscura*
"Cobardes, como siempre." pensó Jasmine al ver la nota.
Debió saber que esa tranquilidad no iba a durar mucho. Por suerte, tenía unos modestos ahorros guardados, por cualquier emergencia. Ahora Sydney ya no era un lugar seguro. Suspiró, tomó un encendedor, y salió al balconcillo a quemar el papel y el sobre. Cuando volvió a entrar al departamento, se sentó en el escritorio, frente a su ordenador. Abrió internet, buscando vuelos próximos. Huirían de nuevo.
—¿Jassie?— oyó la delicada voz de la pequeña, llamándola. Venía con su cuaderno en las manos, los ojos brillosos y una sonrisa sincera. —Acabo de escribir un cuento de una sirena... ¿quieres leerlo?
Repentinamente, Jasmine sintió las lágrimas queriendo escapar de sus ojos. Ella no se merecía todo eso. Tenía diez años, toda la vida por delante. Era muy inteligente, creativa y hermosa. Podría darle el mundo entero y no sería suficiente.
"Y todo fue mi culpa..." un pensamiento se coló en la mente de Jasmine. Pero en seguida lo apartó. Claro que no había sido su culpa. Sí, había cometido un error imperdonable, pero fue eso, un error. "Por el que tres inocentes están muertos."
Tres. El que recibió la bala "fallida" de Jasmine... y los padres de Wendy.
—¿Jas... estás bien?— la niña la sacó de su ensimismamiento.
—Claro, mi amor, lo siento. Pásame tu cuento.— se disculpó.
Y con aquel cuento, una vez más reafirmó la gran habilidad de la pequeña. Y su gran culpa.
No respondí, pues estaba congelado por el terror que sentía porque me habían descubierto. Mi madre se acercó a mí, furiosa, y me arrebató la computadora de las piernas mientras exclamaba:
—¡¿Tienes idea de lo que estabas viendo?! ¡Esto es información confidencial, es peligrosísimo que...—se interrumpió, y su expresión se suavizó hasta quedar perpleja al instante en el que sus ojos se posaron en la pantalla. —¿Cómo...— hizo una pausa larga, muy larga. —¿Cómo entraste a esta carpeta?
—Eh...— por fin logré emitir un sonido. —Yo... respondí la pregunta de seguridad... ¿supongo?
—Pero... ¿cómo?— susurró con la mirada fija en la pantalla. —Era una pregunta muy extraña... intenté de todo, nada funcionó. ¿Cómo supiste la respuesta?
—Bueno... era muy fácil, era una referencia a un libro que... leí hace poco.— dije. —La respuesta era cuarenta y dos.
—¿Qué? Pero eso no tiene ningún sentido...
Solté una risa muy suave, intentando relajar un poco el ambiente.
—Todo el mundo piensa eso al principio. Es que en ese libro sale una máquina que se supone que es capaz de resolver cualquier pregunta. Cuando le preguntan por el sentido de todo lo que existe, responde eso, cuarenta y dos. Nadie sabe si tiene un significado profundo o sólo es una broma.
Finalmente despegó sus ojos del ordenador y me miró.
—Ay, hijito mío. Debería castigarte de por vida.— sonrió cansada pero aliviada. —Pero no tienes idea de cuánto me acabas de ayudar.
Desvié los ojos hacia mis manos, esperando un duro reproche por mis acciones, pero en su lugar, volvió a hablar, tranquilamente.
—¿Desde cuándo has estado viendo mis casos?
Luego miré hacia la ventana, cubierta con una delgada capa de escarcha en ella. No encontré un motivo razonable qué decir, por lo que solté lo primero que llegó a mi cabeza.
—Desde que... empezaste a alejarte de papá y... de mí por los casos... yo... estaba preocupado y... bueno, intrigado por lo que fuera que te estuviera consumiendo tanto.
Soltó un largo suspiro, como si le hubiera recordado algo que estuviera tratando de olvidar.
—Mira, sé que no ha sido lo mismo y no te he puesto la misma atención de siempre, pero creo que ahora, sobre todo ahora, puedes entender aunque sea un poquito más porqué. Pero eso no ha hecho que te quiera menos, cielo. De hecho... quizá algún día podrías ser un investigador excepcional, mejor que yo.
Me reí suavemente. —No exageres, ma'. No podría ser mejor que tú. Pero... me da gusto haberte ayudado, sobre todo en la parte de que no me castigues.
Ella rió también, irónica. Se quedó en silencio un largo rato, como si estuviera meditando algo. —No debería hacer esto, pero lo voy a hacer. Ya que sabes mucho más de lo que deberías. Tal vez hasta podrías seguirme ayudando. Pero eso sí, Tony, y esto va muy en serio.— quitó su expresión comprensiva y endureció su mirada. —Nadie puede saber de esto, absolutamente nadie. Ni un sólo detalle. Especialmente con este caso. Nunca sabes quién puede estar escuchando.
Escuché atento durante los siguientes minutos, y vaya que no tenía ni un tercio del rompecabezas.
Aquel caso era el más extraño que había recibido el despacho. Un cliente, que insistió en mantenerse en el anonimato, los había contactado unos meses atrás. Les presentó unos informes de unos asesinatos que decía necesitar que se resolvieran de inmediato. Nadie tenía idea de dónde los había sacado, pero como ofrecía una altísima suma de dinero, el jefe de mi madre no dudó mucho en aceptar el caso.
Tal como había leído en las notas de mi madre, los trece homicidios no tenían nada en común excepto la hora, que había sido entre las dos y las cinco de la madrugada, el historial criminal de las víctimas y la marca con aerosol. La mayoría habían sido cometidos con un arma de francotirador, pero no había un calibre que se repitiera.
Mientras hablaba, mi madre estaba pensativa. Sospechaba que el asesino había sido la misma persona, o al menos la que había cometido la mayoría de los crímenes, ya que la distancia y ángulo aproximados desde los que se había disparado era el mismo. Ella se había especializado en psicología criminal, por lo que sabía que este tipo de personas tenían una tendencia hacia lo práctico, a no salir de sus zonas de confort. Dedujo a partir de la clase de víctimas que elegía, que era muy probable no se tratara de un asesino solitario, con desórdenes mentales, como en la ficción, sino de un asesino a sueldo. Lo que complicaba las cosas, pues sus métodos no dependían de él, sino de quien le diera las órdenes.
Se había quedado atascada en ese punto durante días. No había más camino que recorrer. Hasta que una madrugada, con el insomnio acosándola, abrió su computadora e ingresó a la base de datos a la que tenían acceso todos los miembros del despacho. En dicha base estaban guardados los documentos de casos antiguos, cerrados y archivados, que no sólo habían sido investigados por la organización a la que pertenecía mi madre, sino por investigadores de todo el mundo. Era como una base de datos comunitaria para proporcionar recursos extra a quien los necesitara. Sin embargo, para accesar a ella se necesitaba una cuenta que requería demostrar que se era un profesional de la materia.
Muchos de aquellos documentos se encontraban en idiomas extranjeros, por lo que mi madre recurría a su esposo en contadas ocasiones cuando necesitaba información específica. Aquella madrugada, buscó casos con características parecidas. Pasó horas abriendo y cerrando documentos, hasta que logró llevar un registro de los casos que encontraba que coincidían con sus criterios. Los ordenó cronológicamente, y con ello, se percató de que el patrón se repetía en crímenes cometidos hasta tres años antes en el país o en naciones cercanas, y hasta dieciséis años hacia el pasado en Inglaterra y Nueva Zelanda. Unos días después, también notó que muchos de los archivos más antiguos, habían sido aportados por la misma cuenta. La red permitía dejar información de contacto, por si en algún punto, otro investigador necesitaba de ayuda adicional. Sin embargo, aquella cuenta no tenía ninguno de esos datos.
Mi madre había estado estudiando todos aquellos informes durante semanas, de los que había sacado la sospecha de que el beneficiario del asesino que buscaban era un ente que se hacía llamar Queen Victoria, que quizá era una persona o un grupo. No obstante, se había encontrado con un nuevo obstáculo. Era posible añadir un nivel más de acceso para ciertos archivos, ya fuera con una contraseña, o con una pregunta de seguridad. El informe que se mostraba ahora en la pantalla del ordenador era el único documento del usuario de su interés que tenía ese segundo nivel de acceso. Y era justo con eso con lo que acababa de ayudarle. Me sentí orgulloso de mí mismo por haber aportado algo, aunque no de la manera que esperaría.
Mi padre preparaba la cena con su hermana, mientras mi madre echaba un vistazo a los documentos, que estaban escritos en inglés, por lo que pidió mi ayuda para traducirlos.
Sin embargo, lo que descubrimos esa noche me dio escalofríos por el resto de mi estancia en Finlandia. Mi madre no le había prestado atención al que aparentaba ser el nombre de la detective que había subido toda esa documentación. Hasta que revisamos la carpeta bloqueada. Observando detenidamente, se podía notar que lo que veíamos eran copias escaneadas de reportes cuyos originales estaban en físico. Contenían principalmente, casos de crímenes menores: asaltos, robos, falsificaciones, sobornos; la mayoría cometidos por el mismo hombre, cuyo nombre y datos relevantes como su edad, sus rasgos físicos y su fotografía, habían sido cubiertos con rotulador negro. Los lugares de los hechos también habían sido cubiertos, pero por otros detalles, como los nombres de las víctimas, era posible que hubieran ocurrido en algún país angloparlante, lo que desgraciadamente dejaba demasiadas posibilidades.
El último de ellos, y el más reciente –del 29 de junio de hacía diez años– fue el que causó el estremecimiento. Era un reporte de asesinato, como muchos anteriores, sólo que el nombre de la víctima coincidía con el nombre de la cuenta. Beatrice Campbell.
¿Por qué estaría en su cuenta el reporte de su propia muerte?
Campbell había sido registrada como fallecida justo después de la última entrada de sus investigaciones. Tenía familia, que se reportaba desaparecida desde que la detective falleció.
—Amor, ya preparamos la cen...— la voz de mi padre llenó el cuarto, pero cortó la frase al verme. Mi madre le hizo un gesto y salimos del cuarto.
Mientras caminaba hacia el comedor, llegó un pensamiento extraño a mi mente. Scarlett. Recordé aquel día en las escaleras. Parecía conocer o interesarse por los casos. ¿Sería que ella sabía algo? Consideré por una fracción de segundo en preguntarle, pero eso implicaba darle demasiada información. Luego descarté esa posibilidad. Lo más seguro era que se tratase de una coincidencia.
***
A los dos días, recibí una llamada suya. Había guardado su número en mi teléfono como novia. Sonreí. Aún no me acostumbraba a esa palabra. Me decía que llegaría esa noche, y me hizo prometer que iría por ella al aeropuerto. Para ello, tuve que contarles todo a mis padres, que aunque parecieron un poco molestos por no haberles dicho, fue mayor su apoyo hacia mi nueva relación.
Accedieron a llevarme a recogerla, con la condición de que la pudieran conocer. Y luego mis dos primos insistieron tanto en acompañarme que no quedó otra más que llevarlos también.
Scarlett se acercó tímida a nosotros en cuanto nos vio. Supuse que no esperaba a toda mi familia. Raakel era de lo más entusiasta y sociable, e inmediatamente que identificó a mi novia entre la gente, corrió hacia ella para darle la bienvenida.
—¡Hola! ¿Tú eres la novia de Tony? ¿Cómo te llamas? ¿Carlotta?— el tosco español de Raakel hizo sonreír a la chica, pues ponía demasiada fuerza en las consonantes.
—Scarlett.— corrigió, e hizo una corta pausa para mirarme ampliando su sonrisa. —Sí, soy... novia de tu primo.— alguna vez le había platicado de mis primos favoritos a Scarlett. Le devolví la sonrisa.
Raakel puso una expresión asombrada y Artturi intervino —¿No estabas con... Alisa?
—Alison.— le corregí.
Raakel se volvió hacia su hermano y le contestó una frase en finés que no logré entender.
Artturi estaba por contestar cuando mi madre saludó a mi novia cálidamente. Ya les había explicado por qué estaba aquí. Scarlett conversó con mis padres unos minutos, en los que parecieron agradarse mutuamente. Mi padre la invitó a comer con nosotros antes de que se fuera a su hotel, a lo que ella aceptó gustosa. Mis primos la observaban con curiosidad. Cuando íbamos hacia la camioneta blanca de mis tíos, mientras Raakel y Artturi se perseguían, Scarlett comentó con ternura:
—Tus primos hablan curioso el español.
—Son pequeños, pero los desgraciados también hablan inglés y finés.— dije mirándolos sin quitar mi sonrisa.
Ella se rió por lo bajo. —Ya vi de dónde sacaste esos ojos tan bonitos que tienes. Toda tu familia paterna los tiene así. Aunque, claro, nadie los tiene tan hermosos como tú.— moví mi mirada hacia ella, sintiendo el calor en mis mejillas. —Por cierto, ahorita que vi a tu mamá me acordé. ¿Qué pasó con lo de sus casos? Me acuerdo que me habías dicho que la tenía muy metida en eso.
El pensamiento que había tenido unos días atrás regresó a mi cabeza, pero mantuve mi decisión de no preguntarle.
—Ah... hicimos un muy buen progreso. Encontramos algo que ayudó mucho.— respondí, sin percatarme de que había hablado en plural.
Ella se mantuvo en silencio un momento. Después, preguntó:
—¿Y qué encontraron?
—No te preocupes por eso. Lo tiene bajo control.— contesté, evasivo.
—¿Información clasificada, en otras palabras?— me respondió bromeando.
Asentí y le deposité un pequeño beso en la frente. La quería mucho en aquel entonces.
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