V. Plasma*
Sydney era una ciudad hermosa. Jasmine había conseguido rentar un minúsculo departamento y un trabajo decente. La pequeña había dejado de repetir en su mente los eventos de aquella noche, pero su antigua personalidad no volvió. Ya no se reía de todo, ni le apetecía tanto jugar con sus muñecas. Ni siquiera los paseos en la playa, que tanto le entusiasmaban antes, lograban sacarle una verdadera sonrisa.
Había vuelto a la escuela, pero no se esforzaba por jugar con los otros niños. Sólo se centraba en estar en silencio en sus clases y hacer todo lo que le pidieran. Únicamente hubo una ocasión en la que entabló una conversación con alguien. No recordaba su nombre, pero era una niña rubia y parlanchina. Había dejado caer un lindo cuaderno rosado con brillos. La pequeña de los rizos caoba lo levantó y le tocó el hombro para avisarle. La rubia se lo arrebató, diciendo —¡Oye, ese es mi diario! ¡Ni pienses en abrirlo!
Por alguna razón, eso despertó su curiosidad. —¿Diario? ¿Qué es un diario?
La expresión de la rubia se suavizó. —Oh... ¿no sabes qué es un diario?
Negó con la cabeza.
—Es un cuaderno donde escribes que hiciste hoy y cómo te sentiste. Mi mamá dice que te ayuda a ser más lista.
El resto de la conversación se desvaneció en el olvido, pero en cuanto Jasmine llegó por ella, la niña le suplicó que pasaran a la papelería junto al escuela para comprar un cuaderno. Jasmine se extrañó, pero le era muy difícil negarle cosas a la pequeña.
El vendedor le mostró varios pero ninguno le gustó. Jasmine preguntó si tenía más. El vendedor sacó un último cuaderno, negro, con un estampado galáctico. Se parecía a los cielos despejados y estrellados que tanto le gustaban a la niña.
Cuando llegó a casa, sacó un lápiz de su estuche y observó el papel durante unos minutos. Tímidamente, comenzó a escribir qué había hecho ese día desde que se levantó. Cómo se sentía, cuánto extrañaba a sus padres.
No tardó en agarrarle cariño a la actividad. Era lo único que la hacía sentirse diferente a lo usual. La hacía sentirse feliz.
Pronto, comenzó a escribir historias que se imaginaba, a crear personas que no existían, a escribir pequeños cuentos. Jasmine llegó a leer alguno.
En el cuarto cambio de clase, me topé con Andrea, e inmediatamente que cruzamos la mirada, ella la apartó como si hubiera visto algo grotesco, tal y como solía ser antes, sólo que ya no de manera nerviosa y juguetona, sino molesta e incómoda. El peso de la culpa me aplastó de repente. Pensé impulsivamente en ir a disculparme, pero no quería incomodar a Andrea más de lo que seguro ya lo hacía.
Antes de que pudiera pensar otra cosa, la chica siguió su camino, fingiendo que no me había visto. Me quedé contemplándola unos segundos, pero una decena de pasos rápidos a mi alrededor me sacó de mi ensimismamiento y me hizo mirar la puerta del aula de mi siguiente clase. La profesora estaba cerrando la puerta. Para cuando reaccioné y eché a correr, la puerta se cerró con un estrépito a un par de metros de mí, dejando sólo a tres alumnos fuera.
Llegar tarde a Lengua y Literatura era especialmente malo, puesto que entrábamos a clase hasta que la profesora se acordaba o le daba la gana abrir la puerta, si es que nos dejaba entrar.
Me recargué en la columna de concreto frente al aula y me dejé caer hasta terminar en el suelo. Estaba cansado y abrumado, mental y emocionalmente. Miré hacia mi derecha. Reconocí a la chica con melena caoba abundante, que se sentó en el suelo, sacó una libreta y se puso a anotar algo desinteresadamente.
Empezaba a perderme en los detalles del cabello de mi compañera, pero no pasaron ni cinco segundos cuando escuché la odiosa voz de la última persona que necesitaba ver.
—No te estreses, Toñito. Seguro no vamos a hacer nada, no te vas a perder de mucho.— dijo notando mi frustración. Tras una pausa, continuó, burlón. —Oye, te gustó la foto ¿eh? Todo el mundo está hablando sobre lo bien que Andreita y tú se ven juntos.
—¿No te cansas de existir, en serio?— respondí irritado.
Hizo un ademán pensativo exagerado.
—No, la verdad no.— amplió su sonrisa y bajó el volumen de su voz —Y creo que ya te enteraste de que la güerita también la vio. Te lo advertí, ¿o no, Toñito?
Me quedé un segundo callado. No sabía ni me interesaron los efectos de la mentira que dije.
—¿Y todo eso lo hiciste bajo la asunción de que me gusta Scarlett? Qué poco profesional de tu parte, Marquito.— respondí, imitando su tono.
Pero en lugar de hacerlo callar, soltó una carcajada.
—Ah, ¿no te gusta? Pues mejor aún.— su comentario me desconcertó y desvié mi mirada del suelo hacia sus ojos de rata. Otra idiotez, Antonio, le diste tu reacción en bandeja de plata. En vez de explicarme, siguió con sus ironías. —Deberías de ver lo feliz que está por tu nueva novia. ¡Cierto, que no lo sabes! Todo el mundo cree que son novios. Digo, sólo los novios se besan ¿no?
—No, no solamente los novios se besan. Hay más casos, como cuando tú le besas los pies a los maestros para que tengan compasión de ti y te pasen para no quedar tan mal. Digo, que no siempre funciona ¿verdad?— dije seguro al fin, sacando ingenio de algún lugar remoto de mi cabeza, pero no me vino nada mal, pues Marco se quedó perplejo y furioso ante ello.
—Cuidado con lo que dices.
—No seas ridículo.
Marco me miró fulminante, pero no dijo nada. Aparté los ojos de él y miré a la chica. Llevaba escribiendo en su cuaderno desde que nos habían cerrado la puerta y no nos prestaba la más mínima atención. Parecía muy concentrada en lo que hacía. Volví a mirar a Marco. Se levantó, mirándome con el infierno en sus ojos, y desapareció por las escaleras más cercanas.
Me sentía un poco mejor. Haberlo dejado sin palabras me brindaba una satisfacción que necesitaba. En aquel momento, tomé la decisión de finalmente hacerle caso a mis amigos y quejarme con la profesora para que le destruyeran todo su maldito futuro si era posible. Pero su comentario acerca de mi supuesto desinterés por Scarlett y la situación mejorando para él me había dejado pensativo.
El crujido del picaporte nos hizo levantar la mirada a la chica del cuaderno y a mí. La profesora se asomó con una expresión fastidiada.
—Sin asistencia. Entren, rápido.— dijo como una orden militar.
***
En la hora libre, no fui con mis amigos a comer como usualmente lo hacía. En su lugar, me dirigí hacia la sala donde los profesores pasaban sus ratos libres, calificando exámenes o preparando clases. Pregunté por la profesora de historia, quien no se demoró en atenderme.
Creía que presentar la queja no me llevaría más que unos minutos, pero terminé dándole demasiados detalles a la pobre maestra que parecía empatizar conmigo. La conversación, tras casi cuarenta minutos, terminó con la promesa de que ella se encargaría. Agradecí que así fuera, pues no tenía ni pizca de ganas de volver a lidiar con ese simio.
Por lo que aquel día no pasé tiempo con mis amigos, y no pude contarles todo lo que estaba pasando.
Finalizadas las horas de clase, y el entrenamiento de natación, Scarlett me alcanzó y se ofreció a acompañarme a la parada del autobús, donde Natalia la recogería. Sin embargo, su amiga tardó más de una hora en llegar, tiempo en el nos quedamos hablando muchísimo. Pude haberme ido pocos minutos después de haber llegado a la parada, pero había visto aquello como una oportunidad para compensar muchos de mis intentos fallidos por interactuar más con ella y conocerla mejor. Sabía que muy probablemente no iba a pasar nada entre nosotros, pero me agradaba estar con ella.
Estaba seguro de que mis padres me darían un sermón por llegar tan tarde a casa. Pero quería quedarme con ella hasta que se fuera, con el pretexto de que no tenía nada que hacer, y que a mis papás no les importaba mucho si llegaba una hora y media más tarde. Ella me creyó. Un rato más tarde, salió el tema de relaciones anteriores.
—Tony, hablando de eso, sólo por curiosidad... ¿Has tenido alguna novia?
Solté una risilla y respondí con una evasiva para ganar tiempo. No me sentía con entera confianza para hablarle sobre Alison aún. —Oye sé que me veo bien nerd, pero eso no significa que nadie me quiera.
Ella se rió pero no contestó, así que finalmente decidí contarle sobre mi primera y única relación.
—Sí, tuve una novia en la secundaria... se llamaba Alison. Es la única que he tenido. Fue... una experiencia extraña. Empezamos a andar a principios de segundo año... y ella me terminó a mediados de tercero.— sonreí al recordar lo siguiente —Me acuerdo que éramos como la pareja estrella de la escuela. Todos los que tenían alguna relación, normalmente duraban unos pocos meses, terminaban por alguna razón y no volvían a hablar. Tuve una amiga que duró tres días con su novio.— solté una carcajada y Scarlett me imitó. —Bueno, éramos famosos por nuestra larga relación. Aunque cuando estábamos solos éramos demasiado tímidos, algo que me da risa ahora.
Era por eso que sólo nos habíamos besado una vez, durante la fiesta de quince años de su hermana mayor. Viéndolo en retrospectiva, nuestra relación había durado tanto porque pasábamos más tiempo con más personas que a solas, como si tuviéramos más una amistad que un noviazgo. —Y llevábamos más de un año con la relación intacta... cuando llegó Miguel...
—¿Miguel? Who's Miguel? — preguntó realmente intrigada. Por una fracción de segundo, mis pensamientos se desviaron de la historia con mi exnovia a lo mucho que me gustaba cuando Scarlett olvidaba como se decía algo en español y no le quedaba más remedio que decirlo en inglés.
—Miguel era conocido por ser extremadamente sociable y extrovertido. Tenía buenas calificaciones, bastante buenas. Pero no me ganaba.— lo último lo susurré sonriendo a modo de broma. —El caso es que él le coqueteaba a todas de juego. A algunas les fastidiaba, como a Alison al principio, pero tras un tiempo, comenzaron a hablar sin tanto coqueteo falso, y se hicieron casi mejores amigos en menos de dos meses.
—¿Y no le dijiste nada?
—Vaya que sí. Lo hice incontables veces. Me daban muchos celos, la verdad, pues ella parecía más feliz cuando estaba con Miguel que cuando estaba conmigo. Le dije que estaba incómodo con esta situación pero ella siempre me decía que sólo era su amigo, ya sabes, lo típico de que no me preocupara por eso. Le insistí tanto que llegó a un punto en el que todo explotó...
Me interrumpí al recordar ese día. Irónicamente, un catorce de febrero, fue el día que terminamos.
Alison estaba de espaldas hacia mí, conversando con una de sus amigas. Puse mi barbilla en su hombro, a lo que ella se volvió sonriente.
—Feliz catorce Ali, y el año y cinco meses.— dije mostrando el prominente ramo de rosas y el álbum musical que había querido por tanto tiempo.
Emitió un sonido lleno de emoción. Después, se agachó para sacar algo de su mochila. Me entregó una bolsa transparente, que traía una camiseta doblada con la figura de Batman estampada en ella y un cómic: The Killing Joke edición especial dentro.
Nos abrazamos. Pero unos instantes después, apareció Miguel. Hasta ahora, sigo sin saber porqué creyó que aquel era un momento oportuno para meterse en la conversación.
—¡Hola Ali! Mira, feliz catorce, toma.— exclamó Miguel, mientras le entregaba una caja de chocolates caros. La conocida oleada de celos me invadió —Hola Tony, toma, para ti.— estiró el otro brazo para darme un tubo de galletas.
Le dimos las gracias y se fue. Nos quedamos en silencio unos segundos, tras los que dije:
—Ali, sé que ya te lo he dicho, pero...— me interrumpió tan abruptamente que me callé de inmediato.
Puso los ojos en blanco mientras rezongaba.
—Tony, ya. Ya hemos hablado de esto vete a saber cuántas veces. Miguel y yo no nos traemos nada, solo somos amigos...
Los celos se combinaron con la repentina furia, dando lugar a un grito exasperado.
—¡Alison, deja de darme la misma excusa! ¡Miguel y tú no son sólo amigos! Sólo fíjate en lo que te regaló. Fíjate en cómo te trata. Por favor... sólo dime la verdad. ¿Él te gusta?
Ella también enfureció. —¡Ya te dije que no! ¡¿Por qué no dejas de...— hizo una pausa tratando de calmarse y alzó la mirada, con una expresión glacial. —¿Sabes qué? Tienes razón. Miguel y yo no somos sólo amigos. Mejor dicho, yo no lo considero sólo un amigo. Me gusta Miguel. Estoy enamorada de él.
El mundo, en ese punto tan frágil como un castillo de naipes, se derrumbó con esas palabras. Los demás, intercambiando chocolates y regalos alrededor, desaparecieron, y todo se quedó en silencio. Un silencio abrasador e insoportable. Sentía como todos mis esfuerzos por demostrarle que yo era mejor que Miguel se caían como un edificio mal construido en un terremoto. No pude decir nada, y estaba seguro de que mi expresión me delataba. Ella siguió hablando, empeorando la situación un millón de veces más.
—¿Y sabes por qué? Miguel me parece más interesante que tú. Él es mucho más divertido, mucho más sociable e inteligente que tú. Tú eres posesivo, desconfiado y me estás cuestionando todo el tiempo. No sé ni qué vi en ti. ¿Estás contento? Ya oíste lo que querías oír. Estoy harta de esto, y creo que es momento de terminar.
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