Estrellita🌟
Su padre pronunció su nombre en voz alta y pronto Sarah tomó la postura habitual: hombros arriba, espalda recta y una mano en su cintura, dejando ver una reluciente sonrisa en su rostro. Mientras caminaba sobre la pasarela simulada de color rojo que sus padres habían hecho para ella, su madre aplaudía y su padre hablaba sobre las características que posee.
—¡Ella es Sarah Colleman! Mide un metro con dieciocho centímetros y tiene nueve años, tiene unos bellos ojos de color verde y su cabello es tan rojo como el fuego. Completamente apasionada por el modelaje y usar la ropa de su madre.
—¡Papá!
La pequeña Sarah se frenó a mitad de la alfombra color rojo y cruzó los brazos sobre su pecho, demostrándole a su padre que no le hacía gracia lo que había dicho.
—¡Ben!—su madre le dio una mala mirada a su padre, Ben, y este solo río con diversión.
—Lo siento, estrellita. —el hombre mayor caminó hasta el final de la alfombra y agarró a su hija entre sus brazos, comenzó a repartir besos por todo el rostro de ella y la escuchó reír a carcajada limpia—Fue lo primero que se me ocurrió.
—Compraré unas sandalias altas para ti, cariño, así no tienes que usar mis tacones y papá dejará de ser un tonto—Annelisse, su madre, se acercó para presionar sus labios suavemente sobre su frente y luego se retiró hacia la cocina, dejándola con su padre en medio de la sala.
Entabló una corta conversación con su padre, en donde preguntó con gran entusiasmo cuando iban a empezar sus clases de modelaje; Sarah no podía esperar el momento en el que pudiera pisar una verdadera pasarela, tenía todo el conocimiento que había aprendido con ayuda de sus padres y viendo a la televisión cuando presentaban los espectáculos y desfiles. Además, Sarah estaba feliz de poder presentarse en el concurso que harían muy pronto en su escuela.
***
Así que, desde niña, Sarah siempre deseó caminar sobre una pasarela y convertirse en una reconocida modelo, tal vez la mejor, deseó vestir la ropa de los mejores diseñadores del mundo entero y ser fotografiada por cientos de cámaras. Los años pasaron y Sarah solía participar en los pequeños concursos dentro de su escuela y también los que realizaban algunas academias, obteniendo los primeros lugares dentro de cada uno.
No cabía duda alguna de que Sarah había nacido para esto. Sus padres jamás la abandonaron y estuvieron junto a ella ante cada paso que dio, no soltaron su mano y siempre se encontraron orgullosos de ella.
Sin embargo, la vida tenía otros planes para Sarah, le había propuesto un verdadero reto, sin siquiera dejarla objetar ante ello.
Un día llegó su mayor derrota, como ella le llama, lo que jamás esperó. Siendo Sarah su única hija, sus padres decidieron depositar todo el dinero que tenían para su tratamiento y poderle salvar la vida a sus trece años
El cáncer se había apoderado de Sarah.
Sus padres vieron como Sarah perdió el hermoso brillo en sus ojos verdes y también presenciaron la manera en que su cabello color fuego empezó a caerse por partes, de manera exagerada, gracias a la quimioterapia. El estado de ánimo de Sarah se fue más allá de los suelos y creyó que perdería la vida sin haber cumplido su sueño jamás.
Por las noches, Annelisse lloraba sobre el hombro de Ben, lamentando la desgracia que había llegado a la vida de su hija. Los doctores miraban a Sarah con pena, temiendo que en cualquier minuto dejaría de respirar. La salud de Sarah cada día empeoraba y ella ni siquiera lo sentía, pues su sistema estaba fallando por dentro.
«Tranquila, estrellita, vas a mejorar. Tu madre y yo no te dejaremos nunca», fueron las palabras que aluna vez su padre dijo mientras ella dormía.
Sarah empezó a sentir más cansancio y ya ni siquiera tenía apetito, pero se obligaba a comer solo para ver el brillo en los ojos de su padre y la sonrisa en el rostro de su madre; a pesar de que quería pasar el día entero llorando o durmiendo, se mantenía despierta para hablar con sus padres.
El dinero que sus padres tenían empezó a agotarse y ya no podían continuar con los gastos del hospital en donde Sarah permanecía luchando por su vida, esperando algún día ser una estrella en la pasarela.
Annelisse y Ben, completamente desesperados, pidieron aumento de sueldo a sus respectivos jefes, pero ante la negación de estos, decidieron publicar afiches en donde solicitaban donaciones para el tratamiento de su hija de trece años con cáncer. La noticia llegó a todos los medios y la voz se corrió alrededor de todo el país.
El gobierno, fundaciones, hospitales y ciudadanos se unieron para ayudar a Sarah y, cuando se enteraron de que su sueño era ser una gran modelo, las más reconocidas marcas y exitosos diseñadores se unieron a la causa, también enviando tarjetas de ánimo y aliento para Sarah.
Al cabo de dos años, Sarah al fin obtuvo paz. El cáncer había dejado su cuerpo, según lo que los médicos dijeron. Así que, en cuanto Sarah recuperó su salud y estado físico, decidió trabajar en su amor propio, mirándose cada día al espejo y viendo el reflejo de sus padres detrás de ella, diciendo hermosas palabras hacia ella misma:
«Eres fuerte, eres valiente, eres hermosa, eres inteligente, eres divertida, eres poderosa, puedes escalar altas montañas y alcanzar las estrellas si te lo propones, Sarah Colleman», repitió durante mucho tiempo frente al espejo, tal como su padre y su madre le habían dicho cada día mientras ella permanecía dentro de ese hospital.
Sarah no perdió mucho tiempo y continuó participando dentro de cada concurso de modelaje, hasta fue invitada a programas de televisión y espectáculos en don la felicitaban por ser tan valiente. La habían tomado como una representante de las personas que luchan por salir adelante a pesar de las desafortunadas circunstancias y no abandonar sus sueños bajo ningún concepto.
A sus quince años, Sarah tenía toda la atención puesta sobre ella, pero aun no lograba su sueño. La atención que obtuvo no provenía de su gran talento sobre la pasarela, sino por su gran caída gracias al cáncer. Y empezó a odiar a la gente porque pensó que le tenían lástima, pero luego supo perdonar y entender que esto no era culpa de nadie y que simplemente estaba destinado a suceder.
Cuando Sarah cumplió diecinueve años, obtuvo su primer contrato como modelo dentro de una marca que apenas empezaba a obtener reconocimiento, pero esto para ella era empezar con el gran camino de éxito que le esperaba. Sarah estaba consiguiendo lo que quería y nunca dejó de agradecer a sus padres por haberla apoyado siempre y brindarle seguridad ante su peor momento.
Realizó su primer pasarela y, una vez más, todos los ojos estaban puestos sobre ella, pero esta vez por su gran participación dentro del evento. Sarah demostró todo el conocimiento que había obtenido dentro de los concursos y fue ahí cuando comenzó a recibir lo que siempre soñó: ahora las cámaras la fotografiaban y los diseñadores enviaban sus mejores diseños para que Sarah Colleman las vistiera, todos pedían a Sarah sobre su pasarela, sabiendo que esto les traería mayor éxito dentro del mercado.
Cuando cumplió veintitrés años, Sarah, teniendo su corazón lleno de humildad y agradecimiento, decidió donar parte de sus ganancias a pequeñas fundaciones, casas de hogar e invirtió en varios centros médicos para que obtuvieran lo necesario para combatir las enfermedades que a veces pueden arrancarle la vida a alguien sin que cumpla sus sueños. Luego, decidió ocuparse de su familia y les regaló una casa a sus padres para que vivieran mucho más cómodos.
Conoció al amor de su vida, este le propuso matrimonio, y pronto estaba en el altar, recibiendo al hombre de su vida y el dueño de sus primeras veces. Un reconocido diseñador se había enamorado de ella y se dio cuenta de que sus mundos eran iguales. Ahora Sarah tenía la vida perfecta ante todos; los mejores padres del mundo, el esposo más amoroso y comprensivo y la carrera más envidiada.
Ella tenía la belleza perfecta; unos ojos tan verde como las esmeraldas y un cabello rizado tan rojo como el fuego, unas hermosas curvas en su cuerpo y también la reluciente curva de su sonrisa en su rostro.
—Eres como el cielo—habló su esposo, mirándola enternecido.
—¿De qué hablas?—Sarah preguntó con una sonrisa, pensando que él se refería a lo blanca que era.
—Está llena de estrellas. —susurró Alexander para acercarse y abrazarla—Mira tus hermosas pecas, Sarah—movió el cabello rojizo a un lado y miro la piel blanca de Sarah con detenimiento, completamente fascinado con la belleza que tenía ante sus ojos.
Alexander estaba profundamente enamorado de Sarah y amaba cada parte de ella, era su estrellita. Sarah era tan hermosa que Alexander hubiera dado todo de él para casarse con ella. Él deseaba pronto tener a una hermosa niña idéntica a Sarah entre sus brazos, quería formar una familia con el amor de su vida, pero Sarah tenía tanto miedo de que su hija heredara la misma enfermedad que alguna vez intentó quitarle la vida.
A la edad de veintiocho años, Sarah seguía pisando con fuerza sobre las pasarelas, sabiendo que al llegar a casa tendría a su adorado esposo y a sus amorosos padres esperando por ella para celebrar lo bien que lo había hecho. Las reconocidas marcas y sus diseñadores adoraban a Sarah y ahora estaba en cada revista, programa de televisión y páginas de internet.
Sarah no era solo una modelo, sino que también se encargaba de dar charlas de motivación ante dificultades que se presentan a lo largo de la vida y empezó a escribir libros motivacionales y de salud mental, donando estos a pequeñas librerías, fundaciones y centros hospitalarios.
Poco tiempo después de cumplir veintinueve años, Sarah se enteró de que estaba embarazada.
«Tendremos una nueva estrellita», dijo su padre con gran felicidad.
Y su madre la cuidó durante todo su embarazo, sabiendo que tenía miedo del futuro. Una vez más, repitió las mismas palabras que alguna vez dijo frente al espejo.
«Eres fuerte, eres valiente, eres hermosa, eres inteligente, eres divertida, eres poderosa, puedes escalar altas montañas y alcanzar las estrellas si te lo propones, Sarah Colleman».
Dio a luz una hermosa niña, completamente sana. Los medios de comunicación se ubicaron frente a la casa de Sarah Colleman y Alexander VanHelsen, esperando conocer al nuevo integrante de la familia. Ambos tomaron la decisión de descansar por un tiempo, queriendo brindar tranquilidad a su familia, lejos de las cámaras y la televisión; Sarah y Alexander asistían únicamente a eventos de mayor importancia, pero el resto del tiempo se permitían estar unidos a su hermosa estrellita, Lía VanHelsen Colleman.
Luego de un año, Sarah decidió crear una fundación de apoyo para las personas con cáncer, sabiendo que algún día abandonaría la carrera del modelaje, sin embargo, tan solo tenía 30 años y aun le quedaba mucho dentro del mundo de las pasarelas y el espectáculo, así que poco tiempo después, Sarah volvió a poner los pies sobre la alfombra y todos afuera seguían amándola.
Su niña interior estaba feliz, pues había pasado de desfilar en la sala de su casa a desfilar en las mejores pasarelas alrededor del mundo entero. La niña que alguna vez fue la estaba felicitando con gran entusiasmo por haberla llevado hasta ese punto y no haberse rendido jamás, a pesar de cruzar por momentos difíciles, en donde pensó que iba a perder todo sin siquiera haberlo logrado.
Alexander, Annelisse y Ben eran los más felices al ver el éxito de Sarah. Sus padres sabían que habían hecho un gran trabajo desde el inicio; siempre le proporcionaron los implementos necesarios cuando tan solo era una niña y también la ayudaron a superar los mayores obstáculos a lo largo de su vida. Los padres de Sarah también estaban agradecidos con Alexander, porque sabían que ese hombre también había sido un gran soporte para Sarah al enfrentar sus mayores miedos y algunos retos.
Todo estaba saliendo como alguna vez Sarah soñó, como la niña que era antes esperó. Firmaba grandes contratos que no acababan con su éxito y tenía miles de cámaras esperando por ella en la entrada de cada evento. Y, aunque alguna vez no imaginó ser tan influyente en el mundo, esto era también algo que había logrado: Sarah era una de las mujeres más poderosas e influyentes en la actualidad.
Pero, así como llegó el éxito, también llegó un duro momento para Sarah.
Se estaba enfrentando una vez más al cáncer y ahora tenía más miedo que nunca, temía perder la vida y así no volver a ver jamás a su pequeña Lía, a su amado Alexander y a sus padres. Intentó mantener su condición como un secreto durante un año y poco más, pero al final su cuerpo terminó por perder las fuerzas y Alexander la sostuvo justo antes de que su cuerpo tocar el suelo. Sarah sabía que nada estaba bien, que ya no era tan joven y probablemente esta vez no iba a soportar los tratamientos.
Alexander se enteró de la desafortunada noticia cuando llevó a Sarah a la clínica, pero los médicos dijeron que ya no había mucho por hacer, realmente, más que mantenerla estable los últimos días de su vida.
Sarah decidió no someterse una vez más a quimioterapia ni tampoco permanecer en la clínica. Los medios de comunicación se enteraron del estado de salud de Sarah y, aunque muchos se ofrecieron a ayudarla, ella simplemente no quiso volver a sufrir esa experiencia.
—Debiste decírmelo, debiste...
—No aceptaré tus reclamos, Alex, solo quédate conmigo y nuestra pequeña hasta el final—Sarah cortó sus palabras, tomando las manos de Alexander con fuerza entre las suyas.
Alexander dormía con gran preocupación, sabiendo que algún día iba a despertar y Sarah ya no abriría sus ojos. Y los padres de Sarah, a pesar de estar tristes, también se sentían tranquilos porque sabían que su pequeña estrellita había logrado mucho más de lo que se había propuesto.
Sarah decidió retirarse de todas las pasarelas, pantallas, revistas y demás, sabiendo que su mayor huella en este mundo no era sobre una pasarela, sino sobre la enfermedad. A pesar de que algún día había odiado aquello, lo convirtió en una hermosa ayuda para quienes decidieran luchar por su vida hasta alcanzar sus sueños. Dejó fundaciones y realizó numerosas donaciones.
En el lecho de su muerte, Sarah les dio la última sonrisa a sus padres y al amor de su vida, sosteniendo por última vez a la pequeña Lía. Y sonrió, entendiendo que los sueños no son simplemente aquello que deseamos cuando tan solo somos unos niños, sino aquellos que construimos con el paso de los años sin siquiera saberlo o premeditarlo.
«Te amamos, estrellita», pronunciaron sus padres al ver su sonrisa desvanecerse y sus ojos verdes cerrarse.
Sarah abandonó el mundo siendo una estrella y los próximos años nadie se olvidó de ella; las nuevas modelos la tomaban como inspiración y los pacientes con cáncer la admiraban por haber sido tan fuerte y haber logrado sus metas a pesar de la manera en que la vida la golpeó.
Al final, Sarah, en ese oscuro cielo, brilló al convertirse en una estrella.
FIN
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