XI • Otoño esperado ~ ♂

Besarla, aún sigo recordando sus labios; tocarla, sigue inmortalizado en mi piel; mirarla, y derretirme en esos ojos canela; desearla, un sueño inherente que no pensé tener, o más bien, que Ella podría darme la oportunidad de amar otra vez.

Ella se había marchado hace tan solo un día, pero mi ser ya la extrañaba. Cuánta agonía esa lejanía, por primera vez deseaba que estas vacaciones se acabaran. Quería verla, ¿me lo permitiría?

Cuando mi rutina se había hecho presente, nuestras conversaciones también lo hicieron, nos reunimos un día, pero nunca hablamos de aquel tiempo, de aquellas vacaciones, que me elevaron al cielo. Una negación, no era un error, pero aún seguía su temor, de pronunciar la palabra amor.

Tuvimos encuentros repentinos, encuentros programados, y en todas aquellas veces, mi corazón era el emocionado, mis ojos maravillados, cuando por fin estaba a su lado. Ya no quería perder, no quería jugar con ese ayer, que no quedara en el olvido, que para mí Ella ya era todo, sinceramente la deseaba conmigo.

"¿Hablemos?", un mensaje de noche. "Claro", fue su respuesta. "De nuestras vacaciones", propuse, "sí, está bien..." rápida y honesta. Pero ¿cómo iniciar? Cómo decirle sí podemos retomar, lo sucedido en esos días, de lo feliz que fui, de querer disfrutar más de su encantadora compañía.

"Esos días", escribí, "me devolviste la alegría, me encantó tener tu mano entrelazada, me fascinó tu compañía. No miento en decirte que te quiero, pero también temo volverme a romper, no deseo volver a esos días, donde solo el tono gris podía ver. Sé que somos amigos, pero mi corazón ya siente algo más... por eso, si me lo permites, me gustaría seguir siendo tu apoyo, que cuando te sientas sola yo esté ahí, que dependas de mí en todo momento, pero también que compartas conmigo una parte de más de ti, tener la opción de ser más que un simple cómplice... Así que, te pregunto, ¿me harías el honor de enamorarte de mí?"

Y, un silencio de respuesta. Aquellos segundos, aquellos minutos, fueron una completa impaciencia, sabía que estos asuntos no debían tratarse de esta manera, para nada un ejemplo de poema. Pero lo cierto es que mis emociones solo hablaron; mis sentimientos se expresaron; mis deseos pronunciaron, lo que por tanto tiempo mi corazón anhelaba.

"Hablemos mañana, en persona", fue el mensaje que recibí. "Ok, ¿dónde? ¿A qué hora?", indagué; "mañana sábado, en la plaza, a las 11:00... sí o sí", y un: "de acuerdo, sin falta, ahí estaré", lo que envié. Confieso que esas últimas palabras me dejaron realmente nervioso, no quería separarme de Ella bajo ningún costo, me ilusionaba de sobremanera lo reconozco, pero independiente de su respuesta, lucharía por estar Ella, con todo.

Llegué temprano, puntual como nunca, era un día algo helado, después de todo ya estábamos en otoño, y ahí estaba yo esperando ser amado. Tan solo unos segundos y la vi a la distancia, «hermosa como siempre» lo que pensaba; el frío causó un sutil enrojecimiento en sus mejillas, pequeños cambios que me maravillaban.

Estábamos a tan solo unos centímetros de distancia, pero no fuimos capaces de saludarnos, nuestras miradas estaban absortas la una con la otra, y un algo nos impedía acercarnos. Rompí el hielo con un simple "Hola" y Ella respondió con una gran sonrisa, nos sentamos como siempre en aquella banca, y nuestro nerviosismo saltaba a la vista.

Habló con un: "sí que fue un largo mensaje"; confesé con: "nada de lo que escribí fue mentira"; de sus labios un: "lo sé, y jamás pensé que así lo fuera". Declaré: "me alegra saber que es así, me tranquiliza". Un breve silencio entre nosotros nuevamente, nuestras miradas se alejaron por un momento. ¿Dónde estaba el valor de aquel entonces? Y tomé su mano sin impedimento. Inicié mi confesión.

"Quiero que seas tú, quiero contigo llevar mis penas y alegrías. Quiero que seas tú, quiero que lo que sucedió deje de ser una fantasía. Quiero que seas tú, quiero compartir contigo todos mis días. Quiero que seas tú, quiero disfrutar siempre de tu compañía. Quiero que seas tú, quiero que seas la razón de mi armonía. Quiero que seas tú, quiero que seas la mujer de mi vida. Quiero que seas tú... quiero entregarte a ti mi corazón sin medida".

Ella no apartó su vista, su rostro era carmesí, arqueó sus labios, una gran sonrisa, y por fin pronunció: "Sí".


Desde ese día en otoño, llegó a mí lo que tanto esperé, 

desde ese día, a Ella mi amor entregué.

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