Epílogo
Duncan se paseaba de un lado a otro, haciendo que sus hermanos entornaran los ojos.
—¡Carajo, Duncan, siéntate! —dijo Winston—. Me estás poniendo ansioso.
—Mi esposa está dando a luz —respondió el rey—. ¿Esperas que me ponga a ver una película?
—No sería mala idea —añadió Archie—. Tomando en cuenta que moviéndote de un lado a otro no ganas nada y dudo que ella dilate más centímetros con cada paso que das. Con suerte si pones una película te distraes y esperas a que ese bebé nazca superdotado y te diga: hola estúpido papá, solo incordiaste a mis tíos y no ayudaste en nada.
—Lo amaría —dijo Rudolf—. Ponte a ver Tarzán y sincroniza la película para que grites al mismo tiempo que tu cría nace.
Mehmet se colocó sus audífonos y miró a su amigo desde su sitio.
—Estoy impotente —dijo Duncan—. Esto es verdaderamente atroz.
—No te preocupes, seguro es un niño y ya no necesitarás usar tu miembro muy viril —dijo Mehmet sacando carcajadas a sus amigos, incluso al mismo rey, quien le lanzó un cojín como respuesta—. Al menos alcanzaste a engendrar un heredero. Es lo que importa, salvaste tu linaje.
Duncan soltó una carcajada y agradeció que estuvieran distrayéndolo, sobre todo porque Yekaterina se había rehusado a que estuviera en la habitación para el nacimiento de su hijo, por lo que solo el personal médico estuviera ahí.
Archie le dio un whisky a su hermano y les sirvió a los demás lo mismo.
—Solo cálmate, cuando ese crío salga disparado de su madre lo sabremos —dijo con un encogimiento de hombros—. No quiero que te vaya a dar un infarto y te nos mueras antes de que ese bebé camine. Yo no voy a enseñarle nada, bueno tal vez a conquistar mujeres, pero cuando esté en edad, no antes.
—No voy a morir, déjense de estupideces —dijo Duncan—. Solo estoy nervioso, es mi primer hijo y mi esposa está sufriendo. A nadie le gusta ver su sufrir a su mujer.
—Entonces no debiste embarazarla —declaró Mehmet rodando los ojos—. ¿Uno no va por la vida pretendiendo que un día la esposa vaya a cortar flores y vuelva con un bebé, cierto? Sabemos que engendrar hijos las hará sufrir mientras nosotros tenemos la dicha de andar como si nada por la vida.
—Por supuesto, uno manda a la esposa de paseo por el parque y le encarga un bebé ya que va por ahí —dijo Winston—. Todo es tan sencillo. Es obvio que le cuesta, los hijos no salen provocándose el vómito, Duncan.
—Las mujeres van por la calle, entran al supermercado, ven a un bebé y exclaman: ¡Oh, un niño, me lo llevo! —dijo Archie.
—Ya dejen las burlas —dijo un enojado Duncan—. Solo quiero que esto pase rápido, tener a mi hijo en brazos y saber que mi esposa está bien.
—Vamos, bebe un trago —dijo Rudolf—. Te sentará bien. Así te distraes, no todo puede ser tan malo.
Duncan bebió de nuevo el trago y después uno más antes de sentarse y recibir un cuarto whisky mientras sus hermanos le animaban a no desesperarse y mantener la calma.
—Tal vez debí llevarla a un hospital y no dejar que me convenciera de que naciera en esta casa —recitó mientras sus hermanos entornaban los ojos.
—Tal vez sea mejor que te esterilicen y no vuelvas a dar crías si vas a ponerte insoportable en cada parto de tu mujer —dijo Archie—. No sé por qué los hombres hacen tanto escándalo, como si estuvieran esperando la llegada del mesías, es un hijo y ya. Dudo que José se haya puesto así con la llegada de Jesús y mira que él sí debía estar eufórico, después de todo sería el padre del hijo de Dios. Solo siéntate y espera ya que no puedes hacer nada más para ayudar. No seas escandaloso.
—Que insensible eres —aseguró Duncan—. Es mi hijo, obvio que voy a estar ansioso y desesperado. Te veré cuando esperes a tu primer hijo.
—No tendré hijos. Yo debería estar plácidamente dormido luego de una larga noche de juerga, pero en lugar de eso fuiste a las seis de la mañana a despertarme para que viniera aquí a soportar tu neurosis —dijo Archie—. Ves estas bolsas en mis ojos, van a restarme atención femenina.
—Ya déjenlo en paz —dijo Mehmet—. En cualquier momento se echará a llorar. Mejor démosle otro trago para calmar esa ansiedad.
Le dieron alcohol una y otra vez, al tiempo que él pensaba seriamente en subir e irrumpir en el cuarto para ver qué demonios pasaba. El corazón le latía acelerado y miró a sus hermanos con desesperación. Fue Archie quien le entregó la botella de whisky y le incitó a beber más para calmarse.
Finalmente el ansiado llamado de una enfermera llegó anunciando la llegada del heredero y Duncan se puso de pie de inmediato para correr escaleras arriba con sus hermanos y amigo después detrás de él.
Se cayó dos veces en el camino haciendo reír a los demás, quienes lo veían trastabillar de lo ebrio que estaba.
—Creo que se nos fue la mano —dijo Mehmet en medio de un ataque de risa—. La reina quizás se enoje un poco.
Lo cargó en hombros igual que Archie y lo llevaron hasta la habitación de la reina.
Esperaron afuera del cuarto y solo Duncan entró para ver a su familia.
Se tropezó un par de veces antes de llegar a la cama donde Yekaterina esperaba con el bebé en brazos y con el rostro sudoroso pero feliz.
—¿Estás... borracho? —preguntó al verlo, parpadeando confusa al ver en ese estado y más cuando el olor a albohol se filtró por sus fosas nasales.
—No —respondió Duncan pero era evidente para todos que sí lo estaba y mucho—. Solo tomé unas cuantas copas, nada para alarmarnos.
Yekaterina sonrió y acarició su rostro.
—Siéntate aquí y míralo. Es el bebé más hermoso —dijo mientras escuchaba el gorjeo del pequeño—. Es un varón, nuestro primer hijo.
Duncan miró al bebé y acarició su cabecita unos segundos antes de mirar a su esposa.
—Bastian —dijo Duncan y se acercó para darle un beso al niño para después mirar a su esposa—. Gracias, es el regalo más grande que me has dado.
—Bueno, no lo hice sola, es un regalo mutuo —dijo la reina—. Es nuestro pequeño y lo hicimos juntos.
Duncan cargó a su hijo y luego de unos minutos pidió que dejaran pasar a su familia para que conocieran a su heredero.
Los cuatro hombres esperaron al pie de la cama mientras intentaban ver al bebé.
—Conozcan a su alteza real el príncipe Bastian Rockefeller, heredero a la corona y duque de Whitmore —declaró Duncan haciendo que todos sonrieran al saber que al niño se le había otorgado el ducado más poderoso al ser uno de los títulos de Duncan—. Mi hijo, una de las personas más valiosas de mi vida.
Los hombres se acercaron para ver al bebé y uno a uno fue abrazando y bromeando sobre la belleza heredada de su madre. Sin embargo, aunque no lo admitirían, todos estaban felices de saber que tenían un pequeño sobrino al que consentirían más que a nadie.
*****
Con el pasar de las semanas, Duncan se estableció de nuevo en su rutina, pasaba cada mañana trabajando y luego de que meses atrás coronaron a su esposa como la reina consorte, ambos tenían mucho trabajo. Ella estaba comprometida con causas benéficas y solo estaba haciendo una pausa por la llegada de Bastian. Él por su parte había estado en la elección donde la gente optó por otorgarle el control absoluto sobre el poder legislativo y ahora tenía el doble de trabajo, así que pasaba cada mañana en su despacho, aunque eso no cambiaba que hacía espacios para ver a su esposa a ratos y más cuando ella entraba llevando a su hijo.
Duncan amaba pasar tiempo con ellos. Disfrutaba de los pequeños gestos de su bebé y de las sonrisas de su esposa. Le encantaba saber que era la mujer que le entendía por completo.
El proceso para todos los ministros continuaba para algunos, para otros había sido cerrado. Algunos fueron liberados y otros fueron acusados, juzgados y próximamente sentenciados, pero incluso los que fueron exculpados, no volvieron a poseer ningún cargo.
Suspiró y sonrió al ver entrar a su esposa.
—¿Qué haces aquí? —dijo Yekaterina, vestida con un precioso vestido color perla y sosteniendo en brazos a su hijo—. Ya están llegando los invitados.
Duncan se puso de pie y se acercó a ella para besar a su hijo en la regordeta mejilla y darle un beso a su esposa.
Se acomodó el traje y salió de ahí cargando a su bebé para dirigirse al jardín del palacio donde el bautizo de su hijo se llevaría a cabo.
—¡Llegué y traje pollito para la espera! —gritó Hurs desde la entrada junto a sus amigos y haciendo reír a los Rockefeller—. Es que luego sirven la comida muy tarde, es para entretenernos en lo que empieza la fiesta.
Archie fue el primero en acercarse y saludarlo, a fin de cuentas solía tener un carácter muy ameno como el de la bestia.
—Necesito que me enseñes a pelear, por si un día me toca impresionar a una chica muy ruda —dijo divertido—. Ya sabes, hay que estar preparado para todo. No se puede predecir cuándo conseguiremos a una mujer a la que le gusten las artes mixtas.
—Yo ya soy viejo para eso, no soy eterno como el señor Miyagi, que enseñó a generaciones tan fresco como la lechuga. No sé qué comen los japoneses que viven tanto. Creo que a mí me hace daño comer tanto pollo hormonado. Total —respondió Hurs—. Es más ya me duelen las rodillas cuando me agacho solo para quitarme los calcetines, pero puedes empezar pintando la cerca. Hazlo de arriba abajo, de izquierda a derecha, da igual, lo importante es que quede bonita. La puedes hasta decorar.
—No tengo una cerca —dijo Archie.
—Pues constrúyela —respondió Hurs—. A las chicas les encantará saber que eres como Mario el constructor.
Maddox soltó una risa y negó ante las ocurrencias de su amigo.
—Hoy Hurs anda muy hablador —declaró saludando y acercándose a conocer al niño—. Debió beber algo antes de venir.
—Estoy seguro de que tanto hablar le ha causado hambre —dijo Chris—. No hay un ser humano que busque más excusas para comer que él.
—No sé a dónde se le va todo lo que come —dijo Max—. Es un hoyo negro.
Sonrió al ver a Hurs hurgando en el bolso de su esposa.
—¿Qué haces? —preguntó Maddox.
—Perséfone le dio chocolates de esos que siempre trae en ese bolso gigante que carga —dijo Hurs—. Odio que me esconda la comida.
Abrazó a su esposa y ella sonrió dejando que tomara de su bolso algunos dulces.
—Un día de estos va a indigestarse y lo voy a disfrutar mucho —dijo Max—. Se lo merece por no tener fondo. Es más, ese día voy hasta me voy a esforzar por ser inteligente.
Su esposa no dudó en abrazarlo y darle un beso.
—¿Saben que me casé con Max porque nunca voy a aburrirme con él? —dijo Margot—. A veces creo que hice la mejor elección.
—¿Y las otras veces? —inquirió Scarlett—. ¿Qué pasa cuando no crees que hiciste una buena elección?
—Pues que cree que no la hizo —dijo Max, orgulloso de su respuesta.
—Gracias, Max. Ya no hables —dijo Parker—. No te sigas defendiendo.
Margot se alejó para acercarse a Yekaterina y ver al niño; aturdió a la reina con su retahíla de palabras.
—Debería venir a vivir a este lugar —dijo divertida—. Por mi casa no vive nadie así de bueno como los príncipes, es una falta de respeto que todos vivan lejos de mí. Dios sabe que ver no me hace daño. ¿Cómo haces para controlarte con tantos machos nivel cuatro?
—Bueno, solo me gusta uno —dijo Yekaterina mientras miraba a su esposo hablar con Andrew.
—Así somos las mujeres de fieles aunque no se lo merezcan —dijo Margot—. Yo también tengo uno muy guapo, pero no está de más tener un repuesto guardadito.
—¡Margot! —dijo Brooke—. Si Maximilian te escucha...
—Ni siquiera me va a entender, tranquila —dijo divertida, mi hermoso monstruo es un bobo que adoro y sabe que solo bromeo y jamás lo cambiaría por nadie, a menos claro que ese hombre fuera no sé, Tom Hiddleston.
Perséfone, Melina y Scarlett curioseaban al pequeño, quien estaba en brazos de su Lydia y Peyton, miraba al niño.
—Es una pena que Alfred y León no hayan podido venir —dijo Duncan—. Aunque León es caso perdido.
—Tampoco Feriha vino —dijo Rudolf—. Bueno, es comprensible, está de viaje de bodas. Lo importante es que sabemos que desde donde está, te desea lo mejor.
Duncan sonrió y se acercó a su esposa para tomarla de la mano.
—No importa, estamos felices de que ustedes estén compartiendo con nosotros este importante momento —declaró Yekaterina.
—Son bienvenidos a conocer al nuevo rey de esta casa —dijo Duncan.
—Quiero pensar que le llamas rey por ser el nuevo heredero y no hay otras razones —dijo Parker.
—¿Debería haber otra razón? —preguntó Duncan y atrajo a su amigo para que caminara junto a él.
—Mi esposa suele reprenderme si llamo rey o príncipe a mis hijos —declaró Parker—. Creo que eso tiene una doble apreciación. En primera porque yo no llamo reina a ninguna de mis hijas. Ella no quiere que mis hijos se consideren reyes antes que hombres y mucho menos que se consideren reyes frente a las mujeres. No le enseñes a tu hijo a ser rey, enséñalo a ser un hombre. Si no lo haces, se volverá un patán y te dará muchos dolores de cabeza.
—Lo tendré en cuenta, aunque supongo que tendrás un hijo descarriado también —declaró Duncan.
—Hasta ahora son tranquilos, supongo que eventualmente me sacaran de mis casillas o se comportarán como idiotas, son humanos después de todo —dijo Parker—, pero no te preocupes, cuando eso suceda van a conocer el lado menos amigable y paternal que tengo.
Duncan soltó a reír antes de negar y volver con sus amigos.
Sus amigos disfrutaron de la fiesta y los reyes se sintieron complacidos de presentarle a su heredero.
El pueblo seguía de fiesta y disfrutaban de la llegada de quien un día sería el rey de Brazka.
La tarde llegó y con ello al noche en medio de festejos mientras los invitados comenzaban a despedirse y a partir del lugar.
Cuando se quedaron solos, Yekaterina se acercó a su esposo.
—Ya se ha dormido —dijo refiriéndose al bebé y metiéndose entre los brazos de Duncan—. Kathleen tiene un anuncio y quiere que estemos juntos.
—Entonces vamos —dijo el rey yendo al vestíbulo.
Tomó la mano de su esposa y la llevó al vestíbulo donde se encontró con todos sus hermanos reunidos e incluso Mehmet.
—Ya estamos aquí —dijo Duncan—. ¿De qué se trata?
—Solo quiero dejarles esto antes de irme a casa —dijo entregando un sobre a Duncan—. Espero que estén presentes.
Duncan abrió el sobre y levantó la vista unos segundos después para mirar a su prima.
—Es la invitación a tu boda, Kathleen —dijo el rey atrayendo la mirada de todos—. Creí que darías por terminado ese compromiso.
—Creíste mal —declaró la joven—. El periodo de duelo de Connor tras la muerte de su padre ha terminado, de acuerdo a las costumbres, y por lo tanto no hay razón para posponer más la boda entre nosotros. En tres semanas se llevará a cabo.
Duncan dio un suspiro y miró a su esposa. Posteriormente vio a su hermanos y finalmente a Mehmet quien solo miró unos segundos a la rubia antes de darse la vuelta y salir de ahí.
—¿Nada va a detenerte? —dijo él—. Esto es una verdadera locura y lo sabes.
—No, es un hecho —dijo ella con una gesto que buscaba comprensión—. Connor y yo vamos a casarnos. Desafortunadamente su padre murió antes de la boda que teníamos programada y tuvimos que posponerla. Ahora estamos listos.
—Kathleen —dijo Winston—. Deberíamos tomarnos esto con calma y...
—¿Quiénes se creen ustedes para decir lo que debo o no debo hacer? —preguntó muy molesta—. ¿Es tan difícil entender que tome una decisión? Todo lo que pido es que estén presentes en mi boda y sean partícipes, no que se la vivan criticando si es lo mejor o no para mí. No se han dado cuenta de que hacen lo mismo que mis padres, querer dirigir mi vida.
—Nadie quiere dirigir tu vida pero no estás enamorada de él —insistió Duncan.
—Tu tampoco estabas enamorado de Sabrina cuando te casaste y aun así después de que te traicionó bebiste durante días y te encerraste en llanto como un imbécil —dijo visiblemente alterada—. Dije que voy a casarme y es mi última palabra.
Kathleen miró a Yekaterina y sintió las palabras que dijo.
—Lo lamento Yeka, no quise decir esto. Es solo que estoy un poco rebasada —dijo la joven—. Solo no debí hablar.
—No te preocupes, en cuanto a tu boda, estaremos ahí —dijo con una sonrisa—. Te deseamos mucha felicidad.
—Gracias —dijo la rubia—. Connor es bueno y es un gran amigo, ¿por algo se empieza, no crees?
—Él es gay —dijo Archie—. Sabes que nunca va a pasar a más. Él nunca se enamorará y tú corres el riesgo de hacerlo.
—Estaré bien, solo quiero a mis primos ahí —dijo ella.
—Por supuesto —dijo Rudolf—. Nunca te dejaremos sola y las puertas de este palacio siempre estarán abiertas para ti.
Kathleen se acercó a él y lo abrazó.
—Dudo que un día pueda volver aquí, lo último que quiero es ver a mi padre, pero te lo agradezco con el alma —dijo tomando sus manos—. Te espero en la boda, los espero a todos.
Se dio un abrazo de nuevo y besó a cada uno de sus primos, y después enfiló a la salida.
Duncan se acercó hasta la entrada junto a su esposa, desde ahí vieron a Mehmet sentado en una de las jardineras.
Kathleen pasó a su lado y solo se detuvo unos segundos para darle una mirada y después se agachó y siguió su camino.
—No podemos hacer nada —dijo Duncan—. Creo que lo malo que sea que haya pasado entre ellos es más fuerte que todo.
—También lo creo pero no podemos hacer nada —dijo ella—. Son adultos y si no pueden resolver sus problemas no creo que haya mucho que hacer.
Volvieron junto a los príncipes y se miraron uno a uno.
El suspiro colectivo se escuchó y sin más cada uno se alejó a su respectiva habitación.
Los reyes fueron a la suya y después de cambiarse para la cama, la rusa se plantó frente a la ventana para mirar hacia afuera donde vio a Mehmet moverse de un sitio a otro como león enjaulado.
Suspiró y se alejó para acercarse a Duncan.
—Ha pasado más de un año desde que nos casamos —dijo ella abrazando el torso desnudo de su marido—. Tenemos un hijo y el tiempo se ha ido tan rápido.
—El tiempo se va volando cuando se trata de estar contigo, nunca tengo tiempo suficiente para pasarlo a tu lado —declaró devolviendo el abrazo y quitando la bata de su esposa para dejarla únicamente en bragas.
—Vamos a apoyarla. —Se recargó sobre el pecho de su esposo—. No nos queda más por hacer, al menos ahora tenemos paz: Neil está encerrado, el papá de Sabrina está pagando, el legado de Yaroslav se acabó; se acabó todo, al fin. —Suspiró—. Los ministros están furiosos con tu determinación y tus decretos, los despojaste de todo poder, pero todo está bien. La gente confía en ti.
—Al fin podemos iniciar —dijo divertido—. Me preocupa un poco la situación de Winston y la de Mehmet pero creo lo resolverán pronto. Lo importante es que ahora estamos aquí, a más de un año de haber iniciado con un nuevo gobierno y una nueva vida juntos.
—Hace mucho que nos aferramos a esto y hoy parece que cada día se hace más fuerte —dijo Yekaterina—. Nunca se va a terminar y nuestros hijos deberán seguir el legado, se casaran por amor y reinarán con justicia, sin pretensiones.
Duncan se alejó de ella y sirvió una copa de vino y otra de jugo gasificado para ella.
—No puedes beber —dijo divertido entregando la copa de jugo—. No quiero a mi hijo borracho antes de su primer mes.
La rubia tomó la copa y rozó la mano de su esposo.
—¿Vamos a brindar? —preguntó ella—. ¿Hay una razón en particular?
—Tú, nuestro hijo —dijo Duncan—. Nunca nadie le hará durar de quién es. Cuidaremos de él por siempre. Vamos a brindar por todo lo que tú y mi hijo son.
—¿Qué es eso? —preguntó ella.
—Amor, ustedes son eso —respondió Duncan—. No puedo definirlo de otra manera.
—Nos queda un largo andar —dijo Yekaterina—. Lo haremos el reinado más rico de amor y más bendecido de la historia.
—Que así sea —dijo Duncan.
—Espero no te arrepientas de tu promesas —dijo ella—. Si hay algo de lo que yo sí me arrepiento es de no haberte conocido antes y de que cuando lo hice, todo fue un caos.
—Nunca te arrepientas —decretó—. Yo no voy a arrepentirme de haber sentido tu piel la primera vez, fue por eso que volví a sentir deseo por alguien, fue por la forma en que me miraste que el tiempo se detuvo y pude ansiar un paraíso. Te prometo que nunca más vas a sufrir, que tus lacerados sueños repararé y que cada lágrima que derrames será de alegría y emoción, si alguna vez hay dolor, yo limpiaré con mis besos ese llanto. Te prometo que con el alma entera te acariciaré y que mi vida siempre será tuya.
—Te prometo que siempre seré una esclava para el rey —dijo haciendo que él sonriera—. Te prometo que siempre seré la esclava de Duncan y que cada minuto de mi vida, será para amarte y hacerte feliz.
—Me gusta eso de ser la esclava, pero mía, de Duncan, quiero que me ames eternamente y a cambio te prometo que yo seré tu esclavo también, solo tuyo, sin importar nada. Es hora de empezar de nuevo, juntos, y es hora de iniciar un nuevo reinado, nuestro, solo tuyo y mío, para siempre —declaró colocando su frente sobre la de ella—. Ya no eres una esclava para el rey, nunca más.
—Nunca más —confirmó Yekaterina.
*****
Por favor leer la siguiente nota final.
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