Capítulo 72

Él negó.

—Mi madre lo usó toda la vida —dijo Duncan al tiempo que colocaba el anillo en su dedo—. No fue todo lo feliz que creímos, pero yo sé que nosotros sí lo seremos. Ya hemos demostrado que no hay nada lo suficientemente fuerte para matar nuestro amor. Vamos a inventar nuestra vida cada día.

—Vamos a hacerlo —dijo ella poniéndose de pie y llevando a Duncan con ella.

—Tenemos una guerra que ganar —dijo el rey mientras ella enarcaba una ceja—. Nuestro amor es una guerra que hay que ganar y en las guerras solo se gana conquistando día a día.

—Si esto es un sueño, no quiero despertar y si lo hago que sea porque eres tú quien siga a mi lado —respondió Yekaterina—. Vamos a ser felices.

Duncan la abrazó y le dio un beso mientras ella se colgaba de su cuello y le sujetaba con fuerza.

Se mantuvieron durante largo rato abrazados hasta que Duncan dijo que debían bajar. Ella asintió y le tomó de la mano para ir con él resto de las personas.

Al bajar se encontró con la mirada de cada uno de ellos.

—Ya era hora —dijo Archie—. Menos mal me acabo de desparasitar o mis pobres amibas se estarían comiendo entre ellas. Me estoy muriendo de hambre.

—Vamos a cenar —dijo Yekaterina antes de levantar su mano y mostrar el anillo a todos—. Hay más de un motivo para celebrar.

Un chillido salió de los labios de Kathleen, quien hizo que Mehmet sacudiera sus oídos y ella le lanzara una mirada envenenada.

—¡Los felicitamos luego de cenar! —gritó Archie—. Tengo hambre. Cancelé la cita con mi amiga cariñosa, así que vamos a cenar y a festejar que tenemos nueva reina y otra vez al rey.

Se acercó a Yekaterina y la abrazó antes de darle la bienvenida. Rudolf hizo lo mismo, Mehmet, y fue Winston quien le sonrió antes de darle un abrazo fuerte.

Los cinco hombres y Kathleen se inclinaron frente a ella en señal de respeto y aceptación antes de verla limpiarse las lágrimas.

Duncan la besó y la ayudó a acomodarse en la silla para después comenzar a cenar.

Bebieron y comieron tranquilos en medio de la charla hasta que Yekaterina recordó lo de los pasadizos.

Comenzó a contarles mientras todos escuchaban atentos y comprendían que Sabrina no había elegido aquel lugar como su favorito, sino más bien lo había protegido.

—El túnel debió construirse desde afuera, no pudo empezar aquí y tuvo que hacerlo un profesional —dijo Mehmet.

—No puedo creer que ese par de enfermos hayan llegado a tanto —dijo Winston—. Esto es demasiado.

—No voy a defender a Sabrina pero creo que ella es la menos culpable —dijo Rudolf—. Era ambiciosa y mucha gente se aprovechó de eso. Creo que al final era codiciosa pero tonta, dejó que todo mundo hiciera de su vida cualquier cosa. Ni siquiera notó en qué momento su hermana se la devoró y menos cuándo ese infeliz empezó a utilizarla.

—Al menos cuando nazca el hijo de Duncan, la gente oportunista dejará de considerar alguna vez tomar el trono.

Yekaterina recordó lo que Kathleen le dijo sobre el heredero que había, recordó a Osman y comenzó a toser.

—Creí que querías hijos —dijo Rudolf.

—Por supuesto —declaró Yekaterina—. Solo me tomó por sorpresa.

Miró a Kathleen, quien discretamente negó para que se quedara callada. Volvió la vista a Duncan y se preguntó si debía callar pero la mano de la prima de su prometido se posó sobre ella y presionó suavemente para que no dijera nada.

—¿Alguno de ustedes tiene crías por ahí? —inquirió Rudolf—. No quiero que luego vengan un indeseable a tomar el cargo de mi sobrino.

—Aquí al único que le achacan paternidades, es a ti —dijo Archie—. Yo no lo dejo salir sin bozal. Me da miedo que muerda a alguien. Son tus preciados espermas lo que aclaman las damas.

—Yo no —respondió Mehmet atrayendo la mirada de las mujeres—. Soy un hombre bien portado.

—Yo tampoco tengo hijos —dijo Winston—. Estoy seguro de ello.

—Ahora todos son célibes —dijo una irónica Kathleen—. Hazme el favor, Yeka. Puro hombre digno de canonizar.

Yekaterina lanzó una risilla pero no dejó de mirar a Kathleen, quien le dio una mirada tranquilizadora, a lo que ella solo asintió.

Se dedicó entonces a darles a todos la ubicación del túnel y Duncan prometió atender eso a primera hora.

Un poco más relajada, tomó la mano de Duncan y decidió pasarla bien con cada una de las personas que estaban en el lugar.

Bastante entrada la madrugada, cada uno de ellos se fue a su respectiva habitación. Ella disfrutó de nueva cuenta las felicitaciones de los hermanos de Duncan y poco después se despedía pero la voz de Archie le detuvo.

—¿Podemos hablar unos minutos? —preguntó y ella asintió con una media sonrisa.

La guio al despacho y todos los demás partieron a su habitación, incluso Duncan, quien sabía de lo que se trataba o al menos lo imaginaba.

Archie y la rusa se adentraron y ella le miró con una media sonrisa, sin entender lo que pasaba.

—¿De qué se trata? Me estás poniendo nerviosa.

—Ya basta de fingir que no sabes que maté a tu hermana —dijo Archie haciendo que ella se envarara—. No me digas que no lo sabes, yo sé que sí.

—Archie...

—Lo volvería a hacer —dijo el más joven de los Rockefeller—. Adoro a mi hermano mayor y aunque no lo creas, le guardo un profundo respeto y lo admiro mucho. Yo habría sido demasiado egoísta y no habría podido sacrificarme por mantener unidos a mis hermanos. Era demasiado joven cuando le tocó madurar y aprender a reinar. Lo obligaron a casarse para ascender al trono. De lo contrario, el padre de Kathleen habría sido el rey y estoy seguro de que nosotros habríamos quedado a la deriva. Duncan hizo lo que se esperaba de él, se casó a sabiendas de que era la única salida, se plantó como el nuevo rey y mantuvo a sus hermanos juntos. Nadie le llevaría la contraria a un monarca. Ninguno de nosotros lo traicionaría. Duncan frenó su vida para que tres más vivieran. Mi hermano se sacrificó por nosotros y yo quiero ante todo que sea feliz, no importa dónde ni con quién. —Hizo una pausa—. Peco de ser demasiado directo, no me arrepiento de haberla matado, si hubiera dejado que ella te matara, mi hermano moriría y yo jamás me perdonaría eso. Si ella viviera y amenazara con hacerte daño de nuevo, la volvería a matar. —Vio las lágrimas de Yekaterina correr por sus mejillas—. Yo nunca permitiría que algo que hace feliz a mi hermano, se vaya. Si un día lo haces infeliz y alguien más llena ese vacío, por mucho que me caigas bien, mi lealtad es con él y apoyaría la separación. No me gusta la hipocresía y quiero dejar clara mi posición desde antes de que te integres formalmente a la familia. Yo sé que eres buena, sé que lo haces feliz, te aprecio pero mi amor incondicional siempre será para Duncan.

—Lo entiendo perfectamente —respondió la rubia—. Mi hermana jamás me habría herido. Estaba drogada y envenenada por Sabrina. No puedo decir que te odio por haber reaccionado a su acción pero quiero dejar claro que ella solo fue una víctima más. Ella jamás me habría herido.

Archie asintió en comprensión.

—Lo lamento —dijo él pero ella negó.

—Ni siquiera sé si puedo odiar a Sabrina —dijo la rubia—. A veces pienso que la única culpable de todo soy yo, después de todo, si no me hubiera hecho amante de Duncan y no me hubiera convertido en una amenaza para ella, mi hermana seguiría con vida. Solo queda aprender a vivir con eso, no hay otra. Las culpas habrá que repartirlas.

Archie apretó los labios y sonrió dando un beso a la chica en la mano como despedida y yéndose del lugar mientras ella se quedaba unos segundos ahí, recordando a la razón por la que había empezado todo aquello.

Se limpió las lágrimas y salió de ahí para ir a la habitación que compartía con el rey. Lo encontró acostado en espera de ella.

Se puso de pie al verla llorosa y se acercó a abrazarla pero ella negó asegurando que estaba bien. Se alejó para ponerse una pijama y para desmaquillarse antes de dormir.

Cuando terminó, Duncan dormía y solo se acercó a darle un beso en la frente antes de ir a sentarse a la buhardilla de la habitación sin de pensar en las palabras que Kathleen le había dicho sobre Osman.

Se puso de pie y caminó a la habitación de la rubia. Tocó la puerta y después se dio la vuelta para irse pero la puerta se abrió dando paso a Kathleen, quien parecía esperar su visita esa noche.

—¿Podemos hablar? —dijo Yekaterina y la joven asintió a sabiendas de que era hora de aclarar aquello que inquietaba a la futura reina.

—No tienes que preocuparte —dijo Kathleen—. Voy a contarte el origen de Osman, pero quiero que sepas que no habrá razón para preocuparse. Él nunca sabrá que es heredero de este reino, tus hijos no peligran.

—No se trata de mis hijos —respondió la rusa—. Se trata de que le estamos arrebatando al niño su derecho y de que le estoy ocultando algo a Duncan.

—Osman no necesita esto, su vida peligraría y mucho, toda el tiempo. Es mejor así —dijo Kathleen—. En cuanto a decirle a Duncan sería contraproducente, su moral le impediría ser feliz y coronar a su hijo. No hagamos eso.

Comenzó a contarle a Yekaterina la verdadera historia de Osman y cada parte se volvía más turbia y oscura, tanto que cuando Kathleen contó su secreto, Yekaterina casi se desmayó y no podía creer lo que escuchaba. Al final se quedó varios minutos en silencio tratando de procesar lo que acababa de pasar y miró a su amiga con los ojos muy abiertos.

Iba a decir algo pero el sonido de algo en la planta baja las silenció a ambas.

—¿Alguien está despierto? —preguntó Kathleen. Frunció el ceño y miró a la rusa, quien se puso de pie y abrió la puerta para ver lo que pasaba.

—No parece haber nadie —dijo ella—. Voy a ver. Debe ser algún custodio.

Kathleen salió junto a ella y caminaron al vestíbulo donde se encontraron completamente solas o eso creyeron hasta que unos pasos en la oscuridad les hicieron dirigirse al despacho de Duncan.

Las dos mujeres compartieron una mirada extraña antes de ir hacia el lugar y abrieron la puerta encendiendo la luz de inmediato.

Un sorprendido Neil apareció. Estaba ojeroso y con aspecto famélico. Su piel verdosa por el mal estado de salud y su olor repugnante las sorprendió, pero nada las preparó para verlo blandir un arma frente a ellos.

—¿Dónde están? —preguntó sin que ellas entendieran a qué se refería—. Hablen ahora.

—No sabemos de qué hablas —dijo Kathleen—. Neil, en cualquier momento los agentes te verán por las cámaras, van a matarte.

—Quiero las cartas de mi padre. Yo sé que hay una donde confiesa ser mi padre biológico y podré sacar a Duncan del maldito trono —dijo furioso y jadeante.

Ambas se fijaron en que tenía una venda en las costillas, sucias y con algunas manchas de sangre. Supusieron que había escapado y que había entrado por el sitio del túnel aprovechando que no había cámaras de seguridad.

—Solo quiero las cartas de mi padre —dijo mirando a las mujeres—. Es todo lo que deseo.

—No sabemos de qué cartas hablas —dijo Yekaterina—. Por favor vete, te prometo que no diremos nada.

Neil enfureció luego de esto y levantó las manos apretando el arma aún más fuerte y apuntando a Yekaterina. Más aun cuando escuchó los pasos acelerados de todo el personal buscándolo al darse cuenta de que había entrado a la casa, no solo eso, lograban escucharse las sirenas de la policía muy cerca. Sonrió al saberse completamente perdido, pero con la plena conciencia de que al menos habría dejado a Duncan sin nada.

—No vas a ser rey aunque demuestres que eres mayor o que te lo mereces más o lo que sea que estés pensando —dijo Kathleen—. Eres un asesino, irás a prisión y Duncan seguirá siendo el rey.

La puerta se abrió de golpe, mostrando a los hombres de seguridad al frente, detrás de ellos y sin que los dejaran avanzar por su propia protección, estaban: Mehmet, Duncan y sus hermanos. Se paralizaron al verle armado, más aun al ver que no podían dispararle al estar usando a las chicas de escudo.

A nadie le pasó desapercibido el aspecto nauseabundo de Neil. Para todos, había perdido la razón por completo y su ambición lo tenía incapaz de razonar.

—Nos volvemos a ver, Duncan —gritó Neil desde su lugar y con la mirada de odio hacia el castaño—. ¿Creíste que se había acabo todo? El hijo de Yaroslav está preso ahora pero fue herido en su arresto y su madre muerta, lo llevaron al mismo hospital y aproveché la distracción de los guardias para poder huir. Son muy estúpidos.

Yekaterina miró a Neil, por un lado se alegraba de que hubieran arrestado al otro y por fin el legado de Yaroslav se acabara, pero por otro lado le preocupaba que Neil estuviera tan lleno de odio hacia Duncan.

—Nunca uno de tus hijos será el rey de este país —dijo antes de apretar el gatillo y disparar hacia la rusa.

—¡No! —vociferó Duncan tratando de pasar pero Kathleen se lanzó sobre Yekaterina recibiendo el disparo de Neil y cayendo al piso en un golpe seco casi a un costado de la rubia.

—¡Kathleen! —gritó Mehmet e ingresó tratando de hacerse espacio y al mismo tiempo la horda de agentes de seguridad se lanzaba sobre el barón.

—Estoy bien —dijo una quejosa Kathleen desde el piso, al tiempo que veía como se llevaban a Neil de ahí.

—No, no estás bien —dijo Mehmet mientras presionaba la herida en su hombro.

La levantó con cuidado y la cargó en brazos para llevarla a su auto.

—Mehmet —dijo Archie—. El medico viene para acá, lo he llamado. Puedes llevarla a su habitación.

El turco retomó su camino hasta la recámara y la dejó con cuidado sobre el colchón. Pronto se vieron rodeados por todos los demás a excepción de Duncan, quien seguía abajo resolviendo el asunto de Neil.

Yekaterina se apresuró a acercarse para limpiar la herida pero no fue necesario al ver que el médico llegaba.

—Será mejor que salgan todos —dijo y en general obedecieron, menos Mehmet.

El turco se negó a salir y pronto todos estuvieron abajo, en espera de obtener una respuesta.

Duncan hablaba con los agentes y miró a sus hermanos, quienes se acercaron antes de que un hombre se acercara a Yekaterina para pedir su declaración.

Ella comenzó su relato y aseguró que creía saber por dónde había ingresado.

Guio a los agentes de investigación hasta el lugar para dejar que hicieran su trabajo...

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