Capítulo 71

Su celular comenzó a sonar una vez tras otra y al ver el número supuso que era Beatrice, así que lo primero que hizo fue colgar y bloquear el número a sabiendas de que debió cambiar cuando la dejó, para evitar ese tipo de cosas.

—¿No vas a responder? —preguntó Yekaterina—. Quizás es algo importante.

—No, no es nada —dijo visiblemente nervioso, más aun cuando Mehmet le miraba atento como si esperara que confesara.

La sonrisa del turco lo estaba poniendo de mal humor y pronto desvío la vista hacia Yekaterina, quien sonrió emocionada de iniciar con Duncan y se recostó sobre él, dando un beso en su hombro.

En todo el camino, Duncan estuvo nervioso, no quería que algo estuviera mal o entorpeciera su relación con ella, así que apenas volvieron, la dejó libre para ir a la habitación y miró a Mehmet.

—¿Se te estaban juntando las amantes? —preguntó el turco con un deje de diversión—. No niegues que es gracioso. ¿Qué hacía ahí? ¿Es empleada de la joyería?

—Es la dueña —dijo Duncan y Mehmet enarcó una ceja—. No preguntes de dónde salió ese dinero.

—No lo puedo creer —declaró el turco—. Derrochas el dinero del pueblo indemnizando amantes.

—El dinero es mío —respondió enojado—. No tomé nada de las arcas, deja de decir estupideces. Me preocupa que crea que ahora que no está Sabrina, ella tiene alguna oportunidad. No quiero problemas y menos cuando estoy iniciando con Yekaterina.

La risa de Mehmet lo decía todo.

—Ve a cambiarte para tu dama —dijo Mehmet—. Me enfermas.

—Cuando nos presentarás a la tuya —dijo un divertido Duncan—. No recuerdo que antes hablaras de ella.

—Se llama Eveline —dijo con una sonrisa—. Es prima de la esposa de Andrew y es preciosa.

—Creí que tenías un interés en Kathleen. Llegue a pensar que habías tomado el titulo para pedir su mano —dijo mientras Mehmet soltaba una risa que Duncan no supo interpretar.

—Pensaste mal, yo nunca pondré mis ojos en Kathleen, antes verás cerdos volando —respondió—. Tome el titulo por otra razón. Además ya sabes que su padre no me aceptaría a menos que su hija fuera a ser reina. No tengo interés alguno en seguir humillando a mi madre.

Duncan guardó silencio, después de todo, aceptar el título de marqués hacia que se comprobara lo que muchos sospechaban, que era un hijo ilegítimo, peor aún, el rey imaginó que aceptó aquello por una poderosa razón a sabiendas de que la reputación de su madre quedaría en entredicho, sobre todo porque esa mujer había sido una de las mujeres más cercanas a la esposa del difunto rey.

—Tu madre no te mentiría —dijo Duncan—. Estoy seguro de que mi padre te otorgó ese título por algo, no tiene que ser porque fue tu padre. Mi padre no se atrevería a manchar la reputación de tu madre. Tiene que haber una razón.

Mehmet se encogió de hombros y miró a su amigo.

—¿De qué hablan? —dijo Archie entrando al despachó junto a sus hermanos—. ¿Por qué no se han arreglado? Kathleen y Yekaterina bajarán en cualquier momento y yo quiero cenar pronto y también beber. No pienso retrasarme solo porque ustedes no están listos.

—Ya vamos —dijo Duncan—. Solo voy a cambiarme.

Se puso de pie junto a Mehmet y enfilaron a las escaleras para irse, donde encontraron a Yekaterina enfundando en un vestido amarillo que acentuaba perfecto el cabello dorado de la joven. El corazón de Duncan se aceleró al ver a su mujer con el aspecto angelical que tanto le caracterizaba.

Los cinco hombres se detuvieron ante las dos bellezas del lugar y las vieron descender con un aire de diosas que parecía imposible de refutar.

El rey se acercó a la rusa y la tomó de la mano para darle un beso en los labios. Ella se colgó de su cuello y se alejó de él para saludar al resto de los hombres.

Kathleen hizo lo mismo pero a nadie le pasó desapercibido que se acercó y detuvo un poco más de tiempo frente al turco, quien terminó dándole un beso en la mejilla.

—Nos iremos a cambiar —dijo Mehmet—. Volvemos enseguida.

—Iré a caminar por ahí —dijo Yekaterina, me gustaría recorrer el jardín en lo que terminas, estoy segura de que Kathleen puede con tres caballeros.

—Por supuesto —dijo la rubia—. Ve a caminar con confianza.

Yekaterina comenzó su andanza hasta el jardín trasero, recorrió el lugar a gusto, cortó algunas pequeñas flores y cogió el cordón que había elegido para hacerse un ramillete con ellas, fue recorriendo tan lejos como pudo para encontrar un buen número de flores coloridas.

Se detuvo en un área poco poblada de árboles pero con muchas jardineras rodeando, estaba cubierta con las flores más brillantes que había visto; eran moradas y azules.

Siguió el amplió camino y se metió entre las jardineras cuidando no romper su vestido. Hizo a un lado unas cuantas ramas y se encontró con una rejilla que llamó su atención. Vio que tenía un candado abierto y no pudo evitar abrir y hacer un lado las ramas de las flores y la hiedra para mirar dentro, usó la linterna de su celular para ver dentro. Le sorprendió ver unas escaleras y luego de mirar a su alrededor, tomó su vestido y la curiosidad la incitó a ir dentro.

Se metió por el sitio y bajó unas metálicas escaleras que la dejaron en un estrecho pasadizo solo disponible para una persona.

Avanzó por el camino con la linterna como única defensa y pronto se vio frente a una división en el camino.

Un sendero derecho y uno izquierdo. Pensó que podía perderse si aquello seguía dividiéndose; no obstante, siguió su camino hacia el lado izquierdo y durante algunos minutos no encontró nada, pero pronto se encontró con el sonido de los carros andando, siguió avanzando y finalmente llegó a una nueva escalera. Se atrevió a subir y de nuevo se encontró con otra rejilla que tampoco estaba cerrada, solo cubierta por más hiedra.

Abrió la puerta y se encontró dentro de un pequeño baldío o eso le parecía. No se veía nada que indicara que aquello tenía dueño, estaba bastante lejos del castillo puesto que al mirar alrededor no encontraba nada que le diera indicios de su cercanía pero sí que se ubicó en dónde estaba y pronto se dio cuenta de que avanzando al oeste salía en la entrada principal del palacio.

Volvió hacia el lugar y jaló la reja como estaba. Bajó las escaleras y volvió sus pasos por donde había venido, fue casi corriendo, tanto que pronto estuvo una vez más en ese sitio donde se encontraba la división del túnel. Esta vez se aventuró a ir al lado derecho.

El estrechó camino se fue haciendo cada vez más amplio hasta que se encontró con una verja de color negro. Se acercó para ver dentro.

—Hola —dijo esperando una respuesta.

Podía ver desde la verja ropa masculina sobre una pequeña silla, una cama al fondo pero era incapaz de ver si había alguien ahí. Buscó la manera de abrir y suspiró al darse cuenta de que estaba abierto en realidad.

Se adentró con miedo, creyendo que podía haber alguien en aquel lugar hasta que vio el cuadro en el fondo.

Neil, con una corona, un cetro y una capa de rey aparecía pintado en un lienzo que dejaba claro cuan enfermo estaba por el poder.

A sabiendas de que no estaba ahí, comenzó a husmear y recordó la vez que él le habló en el jardín trasero diciendo que vivía por ahí cerca haciéndose pasar por un aristócrata muerto. Pensó que aquel lugar tenía que ser su escondite secreto. Revisó a conciencia y encontró un sinfín de cosas pero no quiso seguir, así que volvió por el camino para avisar a Duncan.

Corrió tan rápido como le fue posible y pronto estuvo subiendo las escaleras para salir al palacio; en cuanto estuvo afuera corrió hacia el primer guardia para que fuera por Duncan pero se detuvo al ver a una mujer hablando con uno de ellos.

El hombre de seguridad se inclinó antes de hablar.

—Exige ver al rey —dijo el hombre—. Le hemos dicho que no se puede pero insiste.

—¿Quién es usted? —preguntó Yekaterina mirando a la mujer.

—Beatrice —dijo y Yekaterina hizo una seña al guardia para que la dejara pasar. La mujer entró y caminó unos pasos con la rusa—. Usted debe ser alguna prima de Duncan, comprenderá entonces lo que una mujer como yo haría en estos casos.

—No la comprendo —dijo Yekaterina.

—Si usted hubiera tenido un amorío con el rey cuando él estaba casado, tal vez no tendría muchas aspiraciones frente a la inamovible reina, pero si la buscara cuando está viudo, ¿no creería que quiere retomar la relación ahora con otros fines? —preguntó mientras Yekaterina le miraba confundida.

—¿Me está diciendo que Duncan la buscó recientemente? —preguntó con la mirada sobre ella.

—Esta tarde —dijo Beatrice—. De hecho le estuve marcando, pero su guardaespaldas había dicho que tenía un asunto que atender y no pudimos hablar más, así que me tomé el atrevimiento de venir, pero que desagradable soy —añadió llevando su mano a la cabeza en señal de descuido—. ¿Quién es usted?

—Yekaterina —respondió con la sensación de opresión en el pecho—. La mujer de Duncan.

Beatrice abrió y cerró la boca sin saber qué agregar pero no pudo decir más puesto que la aparición del rey frenó cualquier intento de respuesta.

Román había visto a Yekaterina pasar con Beatrice y corrió a avisar al rey.

Duncan se detuvo a unos pasos y llamó a la rusa antes de acercarse. No necesitó más que ver su rostro para saber que estaba en problemas.

—Creo que iré dentro —dijo la rubia andando a la habitación a pesar de que él intentó detenerla—. Ocúpate de tus visitas.

Duncan suspiró y miró a la pelinegra unos segundos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó incómodo.

—Creí que me habías buscado para volver, yo no quería...

—Yo no te busqué —dijo Duncan—. Di con esa joyería por casualidad, buscaba un regalo para ella. Beatrice, lo que hubo entre nosotros fue hace mucho y no volverá a pasar, estoy enamorado de Yekaterina y no necesito ni quiero una amante. Mereces alguien que te quiera, no alguien como yo y no deberías conformarte con menos cuando lo mereces todo. Te agradezco mucho y te estimo pero no habrá una segunda vez y mucho menos puedo mantener una amistad a sabiendas de que ella se va a sentir incómoda.

La mujer sonrió y se acercó a él para tomar su mano pero Duncan negó.

—Espero que te haga todo lo feliz que Sabrina no logró hacerte —dijo y él asintió con una sonrisa—. Eres muy bueno, tal vez deba disculparme con ella y decirle que yo malinterpreté las cosas.

—Solo déjalo así —dijo el rey.

La mujer asintió y mientras tanto, Duncan la vio irse antes de correr hacia el palacio. Al entrar, cinco manos señalaron la planta alta para indicar que estaba en la habitación.

De nuevo suspiró y se apresuró a ir hacia su cuarto donde la encontró sentada sosteniendo la tarjeta que Beatrice le había dado.

—¿Revisaste mis cosas? —preguntó al ver que tenía la tarjeta.

—La dejaste tirada en la cama —dijo ella.

Duncan se acercó y se sentó a su lado antes de tomar la tarjeta y quitársela para lanzarla a la papelera.

—¿Piensas que voy a serte infiel? —preguntó antes de que ella se girara a verle—. Si es así, dímelo.

—¿Vas a serlo? —preguntó ella—. Igual si lo hicieras, yo no tendría cara para reclamar nada. Después de todo, así iniciamos.

—No, no voy a serte infiel —declaró Duncan—. Podrías reclamar lo que quisieras, no porque hayamos iniciado así, quiere decir que tienes que aguantar. No rompiste nada, no se puede romper lo que ya está roto. —Tomó una de sus manos—. No voy a hacerme el santo, Yeka, tuve varios idilios por ahí durante estuve casado, con varias mujeres, unos terminaron bien y otros no, Beatrice fue la última antes de conocerte. Dejé la relación meses antes, cuando me di cuenta que ella estaba perdiendo el rumbo de lo que éramos. Empezaba a exigir tiempo que yo no podía darle, quería ser exhibida y yo no iba a hacerlo. En fin, terminé y le di dinero para que se fuera y estuviera bien. No supe más de ella hasta hoy por la tarde. Te quedaste recogiendo mis cosas y decidí buscarte un regalo, vi una joyería y ella es la dueña. Yo nunca la busqué, solo fue eso, una casualidad. Espero que lo entiendas.

Yekaterina le sonrió apenas perceptible y él la abrazó. Ella permaneció recostada sobre él y solo unos minutos después, Duncan se puso de pie y fue a su tocador para abrir uno de los cajones, tomó el anillo que antes le había dado y se acercó a ella para tomar su mano.

»Te amo —musitó y dejó un beso en los labios de la rubia—. Te voy a amar siempre y aunque pasen muchas cosas, aunque te enojes, aunque intentes alejarme, a pesar de todo, vas a ser siempre la mujer de mi vida. Te voy a adorar y a querer con cada pedazo de mi alma. Quiero que tengas claro que nunca voy a dejar de sentir lo que siento por ti. Tal vez mi vida seguiría siendo aburrida, triste, sosa. Tal vez seguiría siendo infeliz si tú no hubieras aparecido. Tengo mucho que aprender de ti, que conocerte, que saber de la mujer que tengo. Nuestro amor es como una luz que nos guiará en el camino, te prometo que no habrá nada que lo apague. No lo permitiré. Te lo prometo por encima de todo. Si alguna vez sientes que ya no puedes, solo piensa en mí y dímelo, si tienes alguna inquietud, dímelo; cualquier cosa, dímelo, pero no claudiques. Yo en cambio prometo venerarte hasta el último de mis días, a ti y a los hijos que tengamos juntos. No voy a cometer los errores que cometió mi padre y no voy a repetir su historia.

—Te lo prometo —dijo ella—. Solo si prometes ser completamente honesto con lo que sientes por mí, siempre.

—Tienes mi palabra —añadió Duncan—. El rey no faltará a su promesa.

—No la quiero la promesa del rey —respondió Yekaterina—, quiero la promesa de Duncan, quiero que sea él quien sea mío. El rey puede quedarse afuera de lo nuestro.

Duncan se dejó caer en la cama y la atrajo a su cuerpo para que se acostara con él.

—Yeka, ¿te casarías conmigo? —preguntó de golpe sorprendiendo a la rubia—. Es decir, yo quiero casarme contigo, tener hijos, ser feliz, pero quiero que tú lo seas, que te sientas contenta a mi lado, que desees ser mi esposa. No importa lo que yo quiero, al final yo puedo decir mil cosas pero sin duda, puedo resumirlo en una sola frase, para mí eres la gloria. —Ella sonrió—. No tengo que decirte que cuando me miras se detiene el tiempo, con solo ver el color de tus ojos puedo encontrar miles de razones para seguir viviendo, cuando me besas siento que me muero, es contradictorio porque cuando sonríes vuelvo a vivir. Por favor, solo quiero saber que esta vez es la definitiva, quiero que me digas que esta vez llegaste a mi vida para nunca más irte lejos de mí porque si lo haces voy a enloquecer.

—Eso es una locura, nunca digas que no puedes sin mí —dijo Yekaterina.

—Si es una locura, no quiero escapar de eso jamás —declaró Duncan—. Esta noche quiero que te quedes para siempre, quiero que en medio de la penumbra seas la luz de mi vida. Estoy enfermo de amor por ti y no quiero ni querré nunca que alguien me cure. Te quiero hoy, te quiero para siempre, te quiero sin medida y te amaré por toda la eternidad. Por favor cásate conmigo.

Yekaterina no respondió, en cambio extendió la mano a sabiendas de que Duncan le daría el anillo más valioso para él.

—¿No necesitas una respuesta, verdad? —inquirió con una media sonrisa...

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