Capítulo 70
Un silencio se formó en torno al hombre, quien no pudo evitar esbozar una sonrisa al saber que todos ahí debían estar arrepentidos. Se bajó del estrado y caminó hasta sus hermanos antes de que fuera alcanzado por el ministro que más apoyo les había dado.
—Bienvenido de nuevo, majestad —dijo y Duncan sonrió—. Me alegra que hayan salido vencedores, su padre estaría orgulloso de todos.
Duncan borró su sonrisa por la mención de su padre antes de despedirse e ir con sus hermanos. Solo Winston se quedó con el ministro durante algún tiempo. Quizás porque él era quien había acudido en busca de su apoyo.
Apenas volvieron a la casa se encontraron con una revolución que Kathleen, Yekaterina y hasta Blanchett tenían adornando el salón.
—Me he tomado la libertad de hacer una pequeña reunión para celebrar tu vuelta —dijo Kathleen—. Vamos a derrochar el dinero del pueblo. Hoy es un día para festejar.
Duncan sonrió divertido y se acercó a abrazarla antes de tomar su rostro y darle un beso en la frente.
—Sabes que puedes quedarte aquí el tiempo que quieras —dijo transmitiendo seguridad a su prima.
—Por supuesto que lo sé —dijo divertida—. No necesitas decírmelo, ya estaba por mudarme por completo. Poco notan mi ausencia en casa a menos que las cosas se pongan económicamente duras. En fin, ya terminamos, así que todos vayan a ponerse guapos para que des el anuncio oficial de que eres el rey y yo voy a ir directamente a buscar algo para verme preciosa esta noche.
Duncan sonrió y envió a sus hermanos a arreglarse lo mejor posible para dar el mensaje de que nuevamente era el rey y más pronto de lo que imaginó estuvo en un video, junto a los demás, que fue enviado a todos los medios y que de nuevo encendió al pueblo en un periodo de euforia que desencadenaría posteriormente en una serie de celebraciones por todo el país a partir de ese momento.
Sonrió emocionado y observó por televisión las increíbles muestras de afecto y respeto de su pueblo que se dieron desde el primer minuto. Sus hermanos estaban contagiados de lo mismo, por fin podían ver las cosas que a simple vista no veían antes.
—Estoy sorprendido de la gente y la forma tan leal en que son a la familia —dijo Rudolf—. Nunca antes me había sentido el príncipe de nadie. En fin, que bueno que todo está saliendo bien, estaba preocupado de que las cosas no fueran lo que yo esperaba, pero es claro que los ciudadanos quieren a su rey por encima de todo.
—Pero si todas quieren que seas su príncipe, no en vano aseguran estar preñadas de ti —dijo Archie haciendo reír a los demás mientras Rudolf le lanzaba una bola de papel—. No sé qué propiedades curativas tienen tus espermatozoides pero estoy seguro de que no se los pelean porque vengan con coronita y todo. Quiero pensar que traen no sé, la cura del VIH, la extinción del cáncer o qué sé yo, un gen diferente que ayude a que ya no nazcan violadores o pedófilos. Uno nunca sabe cuán milagros son esos gusanitos.
—Tal vez trae información alienígena —dijo Winston—. Uno ya no sabe qué esperar.
—Vamos a ponernos serios —dijo Winston—. Terminando todo esto les juro que me tomaré unas vacaciones interminables.
—No quiero saber nada —dijo Archie—. Yo necesito un masaje con al menos unas tres rubias de ensueño.
Su hermano mayor rodó los ojos y les miró con atención antes de hablar:
—Creen que deba pedir matrimonio a Yekaterina o es muy pronto —dijo silenciando a los demás—. Sabrina acaba de morir y aunque ya no estábamos juntos, no sé si eso representa una falta de respeto. Me siento tan extraño con todo esto.
—Tal vez puedas esperar un poco —dijo Winston—. Recién las cosas están volviendo a su cauce y evidentemente la prensa tendrá algo más para hablar.
—Pienso lo mismo —añadió Archie y Rudolf puntualizó respaldando a sus hermanos.
Mehmet solo se encogió de hombros.
—Haz lo que quieras —dijo con una media sonrisa—. Si quieres casarte, cásate. Total, la gente hablará de todos modos.
—Si lo vemos de ese punto —dijo Archie—. Yo no sé ni por qué estoy opinando si al final, yo solo soy un hombre de escándalos.
—Tú no tienes remedio —dijo Winston.
—Lo dice el que tiene una amante —replicó Archie—. Hipócritas, al menos yo no las escondo.
—¡Ya basta! —dijo Duncan—. No somos unos niños para estar peleando, cálmense.
—Él empieza, pero tienes razón, no vamos a discutir —dijo Archie.
—Bien, entonces vamos a cambiarnos para cenar con las chicas —dijo Duncan y finalmente cada uno tomó su camino a su respectiva habitación.
Duncan se acercó a la suya y se encontró con Yekaterina seleccionando uno de los vestidos que estaba en la cama. Se giró a verle y le sonrió.
—El amarillo, combina con tu cabello —dijo mientras ella se acercó a él con cuidado—. Cualquier cosa que te pongas te hará ver más hermosa de lo que ya eres.
—Son de Kathleen, casi tenemos la misma talla —dijo la rubia—. Mi ropa sigue en casa.
—No necesitas nada de eso —dijo Duncan—. Puedes tener lo que quieras.
Se acercó hasta ella y la abrazó por detrás dejando un beso en su cabeza, deslizó sus manos por los brazos de la rusa, quien solo cerró los ojos y se recostó sobre el pecho del rey.
—Todo lo que necesito en esta vida es a ti —dijo ella—. Quiero que al fin todo esto termine y por fin podamos estar juntos sin preocupaciones. No pido más. Ya no sé de qué forma suplicar que todo se acabe y por fin haya un poco de paz en mi vida.
—Pronto podremos estar juntos para siempre —dijo Duncan—. Te prometo que así será, solo un poco más, pero por ahora no te pongas triste, solo arréglate y vamos a celebrar un poco más entre nosotros.
—Bien —dijo la chica mirándolo a los ojos—. Voy a arreglarme un poco. No tengo muchas ganas de celebrar nada, pero no quiero que piensen que soy una pesada y que tus hermanos crean que les estoy haciendo un desaire.
—A mis hermanos les agradas, ¿de dónde sacas eso? —dijo divertido—. Archie es tu mayor admirador, creo que le gustas.
Ella se abrazó a su cuello y le dio un beso en los labios.
—Al fin parece haber algo de paz entre nosotros y no sé si le agrado a Archie pero estoy segura de que a mí me agrada —dijo ella—. Me agradan todos tus hermanos y Mehmet es muy bueno, me ha ayudado mucho y ha sido un buen amigo.
—¿Debería estar celoso? —preguntó enarcando una ceja.
—No, tú eres más guapo —replicó ella con tono divertido—. Además eres el rey.
La sonrisa de Duncan no se hizo esperar y pronto la sujetó de la cintura para atraerla a su cuerpo.
—Te amo —dijo el rey—. Ya sé que te he prometido mucho pero esta vez estoy seguro de que realmente poder cumplirte y hacerte feliz, ya es momento de serlo. Hemos esperado demasiado para esto.
—Lo hemos esperado —dijo Yekaterina.
—No pienses que vales menos o que no mereces nada de esto —dijo Duncan—. Olvida todo lo que pasamos, olvida cómo iniciamos y piensa que mereces todo lo bueno del mundo.
Ella sonrió y asintió aunque le parecía difícil lograrlo, aun así no hizo ningún comentario salvo que iría por algunas cosas personales a su casa.
Fue entonces cuando Duncan se atrevió a preguntar cómo es que había llegado a manos de Neil y el hijo de Yaroslav. Ella no tuvo más opción que contar cada palabra desde que la mujer había llegado a su casa pidiendo ayuda.
—¿Recuerdas a la mujer? —inquirió Duncan—. Debe haber algo en ella que recuerdes.
—No, no recuerdo si me dijo su nombre, si la recuerdo físicamente pero es todo —declaró con una media sonrisa—. Creo que mejor iré a casa por algunas cosas y vendré a tiempo para estar lista en la cena. Quiero olvidar todo lo malo.
—De acuerdo, iré contigo —dijo Duncan—. Pensaba enviarte con alguien pero lo mejor es que vayamos juntos y así me mantengo más tranquilo.
Ella sonrió mientras él llamaba a Roman y le pedía que tuviera preparado el auto donde saldrían juntos. Se apresuró a bajar y esperó a que Yekaterina apareciera unos segundos después. La tomó de la mano y abordaron el auto con Mehmet dentro y una horda de agentes de seguridad detrás en un coche diferente.
—Sácale dinero al rey en lugar de usar tus cosas —dijo Mehmet—. Puedes lograr incluso que te compre artículos de primera necesidad. No sé, algo así como un yate con esclavos sexuales y mucho alcohol. Ese sería un artículo de primera necesidad y lo más urgente de todo, ¿no lo crees así?
Mehmet recibió una mirada de odio de Duncan que le sacó una carcajada antes de que Yekaterina afirmara que era precisamente lo que necesitaba.
El rey sabía que le estaban tomando el pelo, pero solo sonrió divertido y abrazó a la rubia para darle un beso en la sien.
—Te quiero —musitó mientras iban de camino a casa de Yekaterina—. Tal vez debería hablar con el casero, debe terminar el alquiler.
—Vive relativamente cerca —dijo ella—. A dos calles de ahí, es el dueño del edificio donde iba a terapia.
—Tal vez podamos hablar con él —dijo Duncan aunque no le agradó la idea de ir pasar por donde el terapeuta trabajaba.
Ella sonrió y se recostó sobre su hombro todo el camino hasta que fueron con el hombre que arrendaba el departamento.
Fue Duncan quien se encargó de todo y después, Yekaterina se alejó junto a Mehmet para ir por algunas cosas.
Duncan le pidió a Roman que enviara gente a la mañana siguiente para recoger las pertenencias que quedaran de la joven y dejara la llave con el dueño. Mientras ella volvía, se acercó a una de las tantas tiendas de los alrededores y miró las cámaras de seguridad cercanas. Lo que le hizo suponer que cerca de la casa de Yekaterina también debía haber cámaras.
Pidió que revisaran para identificar a quien haya sido la persona que se encargó de ayudar a Neil y al hijo de Yaroslav y posteriormente siguió andando hasta encontrar una joyería.
Le escribió a Mehmet para decirle exactamente donde estaría y siguió andando los pocos pasos que le quedaban.
Roman le seguía de cerca con otros dos hombrees y sin más, Duncan se metio al establecimiento y comenzó a mirar de cerca los collares de las vitrinas.
Buscó alguno que fuera perfecto para ella. Se paseó vitrina tras vitrina y finalmente encontró una gargantilla acorde.
—¿Duncan? —dijo una voz que lo hizo girarse a ver de quién se trataba—. No esperaba verte por aquí.
—¡Beatrice! —dijo sorprendido y mirando hacia la puerta para ver si Yekaterina no volvía—. ¿Qué haces aquí?
—Esta es mi joyería —respondió la mujer con una sonrisa amable—. Gracias a tu generosidad ahora puedo solventarme sola.
Carraspeó incómodo antes de mirar a Roman, quien fingía no entender qué pasaba, pero que sin duda estaba al tanto de todo. Tenía la mirada fija al frente y parecía no prestar atención a su conversación con la pelinegra.
—Me alegra que te esté yendo bien. Bueno, me tengo que ir —dijo, removiéndose para huir—. Me dio gusto verte.
Fue tomado del brazo por la mujer de grandes ojos oscuros y cabello totalmente negro. Sus perfectos labios rojos y su tez suave como la de un recién nacido conferían a la mujer un aire de perfección difícil de pasar por alto.
—Supe lo de tu esposa —dijo la mujer acercándose de forma peligrosa a Duncan—. Lo siento tanto. No era de mi agrado pero lamento que se haya ido.
—Gracias —dijo mirando a la entrada—. Debo irme.
—Te agradezco que me hayas brindado tu apoyo —aseguró Beatriz, al tiempo que el rey miraba a la entrada cada vez más nervioso—. No me arrepiento de lo que pasó entre nosotros y cuando todo terminó fue muy difícil; me gustaría verte de nuevo, si estás disponible esta noche, tenemos mucho que platicar.
—No creo que pueda, tengo muchos pendientes y trabajo atrasado —respondió excusándose.
—Majestad, tenemos el tiempo encima —añadió Roman indicando que Mehmet estaba cerca con Yekaterina—. No podemos quedarnos más tiempo.
—Por supuesto —dijo Duncan—. Lo lamento, Beatriz. Tengo que irme, tal vez luego nos volvamos a ver.
—Sin duda, estaré esperando ese momento —declaró la mujer acercándose a darle un beso en la comisura de los labios.
Se apartó de él, quien volvió a carraspear y se dio la vuelta pero ella de nuevo lo detuvo. Tomó una de las tarjetas de su mostrador y le dio un beso marcando el lado trasero de la tarjetilla y metiéndola en el bolsillo de Duncan. Le dio un guiño y el rey solo asintió y salió de ahí a toda prisa con Roman a su lado.
—¡Carajo! —exclamó y se giró a ver a su jefe de seguridad, quien tenía la risa bailando en la mirada; sin embargo, no pudo decir nada puesto que Yekaterina y Mehmet se acercaron.
—Ya terminamos —dijo Yekaterina—. Recogí todo lo que tenía, a decir verdad, no tenía mucho más que mi ropa y algunas cosas pequeñas. He pasado a dejar la llave de una vez y a despedirme de mi terapeuta. ¿Estás bien? Estás sudando y luces... incómodo.
—Sí, hace calor —dijo el rey.
—Estamos en invierno —añadió Yekaterina.
—Lo que pasa, es que entré a uno de los negocios, había mucha gente y el aire acondicionado no servía —dijo nervioso mientras Mehmet le miraba con atención—. Me dio calor con tanta gente rondando.
—Entiendo —declaró ella—. ¿Nos vamos?
Miró hacia atrás y Mehmet siguió su mirada. En la entrada de la joyería, Beatrice observaba a Duncan y el turco comprendió la naturaleza de su nerviosismo.
—Será mejor que nos vayamos o Duncan se nos va a desmayar —dijo el turco dejando ver al rey que sabía de lo que se trataba. Entretanto, Yekaterina soltó una sonrisa que hizo a Mehmet burlarse aún más del rey.
Duncan le lanzó una mirada envenenada y solo cuando estuvieron un poco lejos pudo respirar tranquilo, después de todo, pensó que uno no debería encontrar a sus examantes en la calle y menos comprar joyas a su actual mujer en la joyería que se pagó con su propio dinero...
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