Capítulo 67

Yekaterina abrió los ojos y emitió un quejido al sentir que la cabeza le reventaría por el dolor. Miró alrededor y se removió con fuerza cuando sus orbes comenzaron a abrirse por completo y vio el sitio donde estaba.

A su mente llegaron los rostros de los hombres que la habían obligado a subir al auto y comenzó a sacudirse desesperada para intentar liberarse.

Escuchó pasos afuera y gritó pero este fue amortiguado por la mordaza que tenía en la boca. La pequeña estela de luz se filtró por el pasillo e hizo que mirara al frente con los ojos llorosos.

Dos hombres entraron, uno de ellos no podía ser otro que Neil pero el segundo hombre tenía un pasamontañas que aterró a Yekaterina. Ambos se plantaron frente a ella y Neil le sonrió como si supiera el desenlace de eso.

—Hola querida Yekaterina —dijo el hombre—. Me alegra que nos volvamos a ver las caras, no hemos tenido la oportunidad de hablar mucho, seguramente las cosas que te contaron de mí son todas mentiras. Soy un hombre como cualquiera, el problema no es contigo, esto no es personal, no quiero que tengas una imagen equivocada de mí. Mi problema es con los Rockefeller. Son ellos los que me estorban.

Se acercó a ella para quitarle la mordaza y la levantó de un tirón para ponerla frente al extraño que solo la observaba y le miraba con profundidad.

El sujetó se quitó el pasamontañas y mostró su rostro frente a la rusa, que al verle gritó al reconocer de quién se trataba y forcejeó al intentar huir.

—Nos volvemos a ver, querida —dijo el hombre con una sonrisa siniestra que hizo a Yekaterina llorar aún más fuerte—. Siempre creí que mi padre invirtió mucho dinero, tiempo y esfuerzo en una estúpida muñeca sexual. Desplazó a mi madre por ti. Si le hubieras dado un hijo me habría desplazado y yo te habría matado a ti y a tu cría.

—Yo nunca amé al cerdo de tu padre —dijo Yekaterina—. Lo odie toda la vida, lo aborrecí y antes me moriría que darle un hijo.

El hombre dio una bofetada a Yekaterina, lanzándola al suelo con la fuerza del impacto. Soltó una risa al verla tirada en el piso.

—Parece que no aprendes a callar —dijo el sujeto—. Habrá que hacer algo con eso.

—¡Yo no estuve tantos años en su vida por gusto! —gritó la joven—. Habría preferido morir antes que caer en sus manos. Era un puerco. Me retuvo años contra mi voluntad, fue por mi hermana para volverme dócil. ¿Destruyó mi vida y tu odio es contra mí? Yo jamás me habría enamorado de un animal como él.

—¿Crees que no lo supe? —preguntó el hombre tomándola del pelo y levantándola del piso—. ¿Crees que no sé lo que hiciste? Claro que lo supe.

—Nunca traería al mundo un hijo de ese cerdo —respondió Yekaterina—. No lo permitiría jamás. Odié a Yaroslav con toda mi alma, cada segundo de mi vida. Nunca me habría atado a él de ninguna forma.

El hombre miró a la rusa y apretó los dientes. Le odiaba porque su padre dejo de importarse por su madre con la llegada de ella.

—Tu amante mató a mi padre —dijo mirándola con atención—. Voy a hacerlo pagar.

—No habrá nada en esta vida que vaya a doler más a Duncan que verla muerta —dijo Neil en el mismo instante en que Terrence llegaba.

La recién llegada le miró y después miró a Neil. Tenía los ojos llorosos y el semblante rabioso. La visualizó de arriba abajo, sonrió victoriosa y se acercó a ella antes de golpearla hasta el cansancio mientras los hombres observaban.

—La perra sigue viva —dijo mirando a Neil—. La quiero muerta. No soy reina porque ella todavía respira, han hundido a mi familia por protegerla y hacerla la consorte. No van a parar hasta lograrlo pero yo no lo voy a permitir. ¡No lo voy a permitir! Te vas morir antes de ser coronada.

Le dio una patada mientras estaba en el piso y pretendía seguir golpeándola pero el hijo de Yaroslav lo detuvo.

—¡Para, estúpida loca! —dijo molesto—. Esto no se trata de tus berrinches, se trata de mí, de lo que yo quiero.

—¿Quién diablos eres tú? —inquirió ella—. A mí no vas a decirme lo que voy a hacer. Esta perra se morirá cuando antes. ¡Hazlo Neil! Ya nada va a detenernos, la policía te busca por la muerte de Sabrina, la muy perra tenía una cámara en el lugar donde la mataste. Está todo guardado.

—¿Qué dices? —cuestionó Neil—. Eso es imposible. Ella no pudo ser tan maldita.

—Ella lo fue, te lo hizo, saben que matamos al doctor, que soy tu cómplice, lo saben todo e iremos a prisión pero al menos vamos a llevarnos a esta zorra —dijo pateando el cuerpo de Yekaterina una vez más.

El hombre la detuvo y la empujó hacia Neil, quien no tuvo más opción que detenerla.

—Nadie va a matarla, todo lo que haremos será traer a su amante aquí —dijo el hijo de Yaroslav—. Mi padre fue un imbécil, esa es la verdad. Yekaterina nunca estuvo de zorra, fue él quien se obsesionó con ella.

—No importa —dijo ella—. Ella no saldrá viva de este lugar. ¡No lo hará! ¡Me niego! ¡No!

Se lanzó sobre el hombre para golpearle una y otra y otra vez hasta que el sujeto la tomó del cuello y comenzó a apretar tan fuerte que se asfixiaba. De soslayo miró a Neil esperando que hiciera algo y sin embargo, él ni siquiera pestañeó para ayudarla.

El hijo de Yaroslav apretó tan fuerte que logró levantarla del piso unos centímetros antes dejarla caer inerte al suelo. Se giró a ver al barón, quien solo dirigió una mirada al cuerpo de Terrence y después se alejó mirando a Yekaterina.

—Duncan solo me defendió —dijo la rusa desde su lugar mirando al hijo de Yaroslav.

Lo había visto algunas veces en la casa de su padre, pero nunca habían cruzado palabra alguna, más porque Yaroslav lo tenía prohibido y porque su hijo la odiaba por robar la atención de su padre.

La mujer del ruso, nunca la miraba, solo pasaba a su lado como la esposa digna y poco a poco el resentimiento de la mujer se fue haciendo más y más grande.

—No importa, lo mató —dijo el sujeto—. No hago esto porque me duela. El viejo fue un perro conmigo, con mi madre, pero tu amante humilló a mi gente y eso no se lo permito a nadie.

—Tú padre no era bueno —dijo Yekaterina—. Destruyó mi vida y aun después de su muerte, lo odio tanto que no cabe dentro de mí. No voy a pedir perdón por su muerte. Yo no les debo nada. Duncan y sus hombres hicieron lo que habrías hecho por defender a tu madre, no lo puedes culpar por eso. Tienes la oportunidad de ser diferente y de ir borrando poco a poco de tu historial las cosas malas que tu padre te dejó. No hagas lo mismo que hace él.

El hombre se quedó callado pensando las palabras que le dijo y por un momento se compadeció de ella. La odiaba por acaparar a su padre pero no podía negar que ella no estaba por voluntad y que incluso cuando se enteró de que había escapado de él, sintió alegría de ya no verla, más aun cuando su madre externó sentirse mejor sin la presencia de Yekaterina.

—Todo lo que quiero es irme a casa —dijo ella—. Quiero ser feliz con Duncan, tener una familia. Recuperar un poco la vida que no tuve durante años. ¿Es eso tan malo?

—No —dijo una voz desde la entrada—. Tu único pecado fue ser demasiado bella y encandilar a un hombre hasta obsesionarlo. No te puedo culpar por ello.

La esposa de Yaroslav entró en ese momento al lugar y miró a su hijo que como siempre, le mostró un profundo respeto. El hombre a pesar de ser hijo de Yaroslav y de matar a sangre fría, también mostraba respeto por su madre, una mujer que no parecía ser mala.

—Yo nunca quise hacerte daño —dijo Yekaterina—. Solo quería huir de él.

—Mi hijo no te hará daño. Se irá a casa conmigo y dejará de hacer caso a malas compañías —dijo la mujer mirando primero al joven y luego al barón—. Tiene la oportunidad de comenzar a forjar una fortuna que no esté teñida de sangre, de limpiar su nombre y hacer una vida digna. De hacer eso que su padre hizo en un principio antes de que la avaricia y el poder lo enfermaran. No dejaré que mi hijo pase por lo mismo.

Dio una mirada al cadáver de la mujer en el suelo y miró a su hijo antes de tomarlo del brazo y darle un gesto que lo incitaba a irse con ella y dejar todo ese asunto por la paz.

—Su amante mató a mi padre —dijo el ruso—. No voy a dejarla aquí.

—Tu padre volvió adicta a su hermana —respondió la mujer—. Vamos a casa y a terminar con todo esto.

—Mató a esa mujer —dijo el hombre—. Yo no voy a cargar el muerto de nadie.

—Usted trajo a Yekaterina a este sitio, usted hágase cargo. Yo no voy a mover un solo dedo por ayudarlo —dijo la mujer—. Mi hijo no mató a nadie, ¿está claro? —Se giró hacia Yekaterina—. Por nosotros todo está terminado aquí, no puedo hacer más por ti.

Salió de ahí dejando a Yekaterina con Neil y el cuerpo de Terrence mientras ella intentaba levantarse para huir pero el barón la tomó del cabello y la lanzó al piso.

—No irás a ningún lado —dijo Neil—. No puedo dejarte viva después de esto. ¡No puedo! No voy a ir a la cárcel y tú me sacarás de esto. Cuando no me sirvas te mataré, te juro que no sufrirás.

La rubia intentó liberarse; pataleó, golpeó y forcejeó pero no pudo hacerlo. No con los golpes que ya tenía y las pocas fuerzas que le quedaban.

Neil la tomó del cabello y la arrastró por el piso llevándola a tirones hasta una de las barras de metal del lugar, no sin antes tomar una soga que previamente había dejado preparada para su llegada. La ató a la barra y se acercó a la misma mesa para tomar un cuchillo y contar las puntas de la cuerda extremadamente largas. Lanzó el cuchillo al piso y la miró con una sonrisa divertida. Ella no sabía dónde estaba pero aquello parecía un gimnasio.

Vio a dos hombres en la entrada, que supuso eran hombres de Neil. Suplicó hasta el cansancio y cuando él se hartó, la amordazó.

—Llévense esta porquería —dijo Neil, señalando el cuerpo de Terrence—. No quiero verlo aquí.

Sacó su celular para buscar algo sobre él y vio el sin fin de notas que habían diciendo que estaba prófugo y que tenía una orden de arresto por el homicidio de Sabrina. Se sintió nervioso y afectado. Todos sus sueños se estaban haciendo pedazos en ese momento. Nunca más podría tener acceso a la corona.

Suspiró sabiéndose perdido y descubierto. Tomó un respiro, se acercó parándose junto a Yekaterina y la tomó del cabello antes de llamar a Duncan a sabiendas de que ya no tenía nada que perder pero sí mucho que arriesgar.

Lo citó ahí, solo y le advirtió que la mataría si no llegaba. Puso al teléfono a Yekaterina obligándola a suplicar para que asistiera; sin embargo, ella hizo lo contrario. Aquello le costó la un golpe fuerte que se escuchó por la bocina y que hizo que el corazón de Duncan se alertara.

Neil, poco sabía que habían dado con su ubicación desde mucho tiempo atrás, así que llenó a Duncan de exigencias, pedidos, dinero, todo lo que pudo. Aquello, pensó, sería su única salida. Lograr escapar, a sabiendas, de que cualquier oportunidad de salir ileso ya era nula.

Exigió a Duncan las facilidades para poder escapar a un país donde no pudiera ser encontrado.

—No voy a dejar que Duncan sea feliz —dijo Neil a Yekaterina—. No vas a salir de aquí nunca. ¡Nunca, me escuchas, nunca! La golpeó antes de acercarse hasta ella y tomarla de la mandíbula.

—¿Crees que le gustaría verte humillada? —preguntó pasando su manos por la cara y por la mandíbula de Yekaterina.

Ella negó mientras sus dedos recorrieron desde el mentón al pecho de Yekaterina. Apretó uno de los senos al tiempo que ella se sacudía intentando evitar que la tocara.

Neil le desgarró la brisa y comenzó a besarla mientras ella se retorcía y buscaba desesperadamente soltarse. Su mano fue directamente a la entrepierna de la joven y rozó su sexo al tiempo que ella lloraba sin poder controlarse.

Algo o más bien alguien lo arrancó de encima de Yekaterina.

Duncan se lanzó sobre Neil para agarrarlo a golpes, furioso por lo que hacía. Su oponente buscaba desesperadamente poder replicar el ataque del rey, que parecía un toro embravecido. No dejaba que se levantara y mucho menos le daba tiempo a defenderse.

Neil buscó algo con que defenderse y finalmente hirió el brazo de Duncan con lo primero que encontró en aquel lugar. El cuchillo con el que había cortado la soga fue el arma que lo laceró y solo así logró frenar a Duncan.

Logró parar la rabia que pugnaba en el castaño y solo entonces pudo levantarse y recuperarse.

—Sabía que vendrías por la zorra —dijo Neil—. Es importante para ti pero sabes, no te culpo, es casi perfecta, solo tiene un defecto y no es físico, solo es estúpida.

Duncan se tocaba el sangrante brazo y le miraba. Se puso de pie para atacarlo pero Neil corrió y colocó el cuchillo en la garganta de Yekaterina.

—No creí que realmente vinieras solo —dijo Neil—. Esperaba un poco más de inteligencia de quien fuera el rey durante años. No quiero pensar que fui estafado y no eres más que un imbécil; quiero creer que el rey no es tan idiota como parece. Todavía me pregunto qué diablos ves en esta mujer, es bella, pero hay infinidad de mujeres hermosas por todo el mundo. Dime, qué hay en ella que no haya en las demás. Tal vez así me interese más. ¡Bah, no me hagas caso! Ella morirá hoy porque es glorioso ver como el poderoso rey tiene miedo. Es gracioso ver como el rey sufre. Es gracioso verte lloriquear por los rincones. Muy gracioso de hecho. Tu puta no se irá con vida de aquí.

—Te aseguro que tú tampoco —dijo Duncan—. Tú y yo tenemos un trato. Te doy libertad y dinero y la dejas ir.

—A estas alturas ya no importa nada, pensaba huir pero es mejor quedarme y hundirme pero al menos voy a tener el placer de saberte derrotado —respondió Neil—. Has tenido lo que yo no he podido, lo que es mío.

Por un momento, Duncan creyó que sabía la verdad pero al final se dio cuenta de que no, que solo estaba tirando declaraciones que sin querer se asemejaban cada día más a lo que pasaba.

—Yo no te quité nada, estás enfermo —dijo Duncan—. Ella no tiene la culpa de lo que pienses o sientas sobre mí, deja que se vaya.

Se puso de pie para tratar de acercarse pero Neil retomó su posición colocando el cuchillo en la garganta de Yekaterina y lo hizo frenarse. Observó a su hermano sonreír con toda esa maldad que le recorría por la envidia. A Duncan le dolió saber que alguien de su propia sangre, alguien que debía amarlo, le odiaba tanto. No quitó la vista de él mientras tantas cosas pasaban por su cabeza. No amaba a Neil, no podía hacerlo pero eso no cambiaba el remordimiento que sentía de saber que pudo tener una vida diferente si el egoísmo de sus padres no hubiera primado.

—Dime, Duncan —dijo Neil—. ¿Nunca quisiste a Sabrina? Sé hombre y respóndeme aquí, frente a tu amante. Quiero saber qué tanto la quisiste. Debo decir que era insoportable. Nunca entendí cómo diablos estuviste casado más de una década, yo me habría dejado viudo la mismísima noche de bodas. Tengo que admitir que eres muy bueno como para soportar a una loca y sabes, durante algún tiempo creí que podría ser bueno con ella pero la demente me llamaba Michael, Joseph, Arnold; en fin, ni siquiera era capaz de evocar una imagen coherente de hombre que dijo amar. Te voy a contar la verdad. Ese pobre diablo nunca se llamó Michael, ni cualquier otro nombre que te dijeran, lo hacían para evitar que lo buscaras e hicieras un escándalo. El hombre se llamaba Cillian y era un pobre diablo que creyó que ella amaba, puede que algo, pero Sabrina amaba por encima de todo el poder y las riquezas. Aun cuando quería al tipejo lo dejó sin pestañear cuando se iba a casar con un príncipe que no conocía. No te amó nunca, esos son cuentos chinos de la loca y sabes otro secreto, era una adicta a las pastillas que la misma Terrence le daba. Su hermana quería volverla loca porque también estaba loca, se imaginaba a sí misma desposando a Archie y convenciéndolo de derrocarte. Sabrina empeoraba, cuando se acostaba conmigo me llamaba de mil formas y a mí me daba igual, solo quería embarazarla, reclamar a mi hijo y sacarte del medio, pero la muy estúpida nunca se embarazó. Poco a poco fue empeorando y solo a veces estaba lúcida y te defendía. Por eso la maté, porque ella debía encargarse de tu asesinato y a la hora le entraron los remordimientos. Era patética. En fin, ¿quieres saber que tan loca estaba? Te voy a decir que la mujer que mató Archie, la hermana de Yekaterina, estaba bajo una droga que no deja rastros en el cuerpo, le susurró cositas en el oído y la incitó a matar a su hermana y al heredero. También tiene una pequeña salida del palacio en su lugar favorito, sigue el camino y verás cuán loca estaba tu mujercita. Sigue todo el sendero y descubrirás de todo lo que ella era capaz, igual no te importa, la loca ya está muerta y deberías agradecerme...

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