—Pero que violentos, salvajes y machotes se vieron —dijo Mehmet—. Así es como me gusta ver al rey, pero me veo en la necesidad de decirte que ahora no podrás estar en ningún sitio sin que te pongan un agente hasta en el agujero más indeseable de tu cuerpo.
Winston comenzó a reír.
—Al menos así deja de estar de regalado —añadió.
—¿Qué fue todo esto? —preguntó Sabrina de quien todos se habían olvidado—. Casi matas a un hombre en mi casa, uno que de más está decir se veía furioso.
—No seas exagerada —interrumpió Archie—. No me vengas con eso. El tipo solo recibió una pequeña mordida de una bala, así que deja de exagerar las cosas. No estaba muerto ni moribundo, pero tú pareces muy preocupada por su estado de salud. Ya le diré que te informe para que no estés con el pendiente.
—¡Estúpido! No me hables así —farfulló—. Me tienes harta. Será mejor que te largues.
—Te recuerdo que esta es mi casa, soy uno de los cuatro herederos, príncipe de este país y dueño de este palacio —dijo sacando a relucir la estirpe de la que se avergonzaba casi siempre—. Si quieres dejar de verme por aquí tienes la respuesta en tu corazón: lárgate.
Sabrina miró a Duncan esperando que le dijera algo a su hermano, aunque en el fondo sabía que ellos nunca se traicionarían ni estarían uno contra el otro.
—¿Por qué ese hombre vino aquí a montar un escándalo? —preguntó encarando a su esposo.
—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros y con total cinismo.
—¿No lo sabes o no quieres decirlo? —inquirió.
—No quiero decirlo —contestó con sinceridad—. No tengo tiempo para discutir contigo un asunto que no te importa y que voy a resolver a mi manera. Si no tienes nada que hacer por aquí, entonces ve de visita a tu familia, no lo sé cualquier cosa que desaparezca tu humanidad de esta casa y de mi presencia.
—¡Soy tu esposa! —dijo molesta—. Soy la reina.
—Entonces compórtate como una y deja de hacer escándalo —sugirió—. Si no puedes, entonces al menos intenta ser una esposa. Ahora sal de mi despacho y no vuelvas más.
—Pues entonces desaparece evidencia que esta noche tenemos una recepción que dar —dijo apretando los dientes—. Mejor aún, tenemos que aparentar ser el matrimonio feliz.
—No te apures, te llevas las palmas en eso —masculló Duncan.
Sabrina apretó los dientes con tanta fuerza que los rechinó pero al final se dio la vuelta saliendo del lugar completamente ofendida.
Apenas se quedaron solos, cuatro pares de ojos fueron hacia Duncan.
—Por Dios, ya me habría suicidado —dijo Mehmet.
—Lo mismo digo —dijo Winston.
—Si Duncan no se hubiera casado ahora todos estaríamos a merced del tío Bruno —dijo Rudolf.
—O separados —dijo Archie—. Solo nos queda darle las condolencias al rey por su sacrificio.
Por cierto, hay un marquesado que me estorba y que mi padre dijo que sería para un turco desubicado con la esperanza de que sentara cabeza.
—Puedes quedártelo querido —añadió Mehmet—. Yo no pienso casarme solo para poder poner un título a mi nombre.
—Agradezco tu buena voluntad pero no es opcional —dijo un Archie divertido—. Papá compró un título para ti y vamos a honrar su memoria.
Mehmet no respondió, solo sonrió y se encogió de hombros.
—Debe ser una señorita de clase —dijo Duncan.
—Ya empezamos mal —dijo Mehmet—. ¿A qué clase de subnormal le gustan las señoritas de clase? Lo bueno está en los barrios.
—¡Oh, sí! —respondió Archie.
—Confirmo —dijo Winston.
—Confirmo lo confirmado —dijo Rudolf—. No hay nada mejor que las chicas malas.
Duncan rodó los ojos al escucharlos aunque hizo un gesto que lo reafirmaba.
El jefe de seguridad tocó y después entró con un gesto de seriedad que casi hizo a todos reír.
—Que bueno que vienes, lleva a Yekaterina —dijo Duncan apenas Román estuvo frente a él—. Asigna personal que rodee el bungalow y no la dejen sola jamas.
—Ni para ir al baño —dijo Mehmet.
—Majestad, si me lo permite creo que está arriesgando demasiado...
—Ya puedes irte, haz lo que te pedí —dijo cortando la sugerencia de Román aunque pudo ver el desagrado del hombre en su gesto.
—Por supuesto —dijo mientras veía a Winston abrir la puerta escondida para que Yekaterina saliera.
Ella miró a Duncan y luego a cada uno de los hombres en el lugar.
—Hablaré contigo después —dijo el rey y ella solo asintió yendo con el jefe de seguridad.
—¿Hablaras? —preguntó Rudolf.
—¿Mientras sacuden la cama? —preguntó Winston.
—Puedo cuidar de ella —dijo Mehmet.
—Siempre quise ser guardaespaldas —dijo Archie mirando el trasero de la rusa avanzar por el jardín trasero.
—Ninguno de ustedes se hará cargo —dijo Duncan—. Contrataré personal.
—Y seguro será una mujer —dijo Archie—. Malditos hombres celosos; así son todos de tóxicos. Siempre queriendo acaparar.
Duncan miró a su hermano.
—O un hombre gordo y viejo para no correr riesgos —dijo Mehmet—. Que muchacho tan inseguro, vamos a tener que hacer algo con la autoestima.
—Cuando terminen las burlas me avisan —dijo enojado—. Tú y yo tenemos que hablar.
El dedo señalando a Mehmet quien solo frunció el ceño casi hizo reír a todos.
—Pues yo iré a redimirme con Loreta, si tienen hambre prepárense algo ustedes solos porque esa chica estará atendiendo al principe más guapo —dijo Archie con aire de suficiencia.
—Yo iré a llamar a mi prometida a ver si así se le baja el mal humor de aquí a la noche —dijo Winston—. No quiero estar aguantándola en la cena con sus quejas.
—Yo iré a ver si la vaca pone huevos —dijo Rudolf—. Si king Kong aparece de nuevo golpeándose el pecho para reclamar a su damita me avisan.
Se dieron la vuelta dejando solos a los dos hombres que apenas vieron que desapareció el último de los Rockerfeller se miraron entre sí.
—¿Qué es eso que tienes que decirme? —preguntó Mehmet—. Espero que no sea nada sobre algún matrimonio por ahí porque desde ya te digo que no, no, voy a casarme con nadie que tu padre haya dicho antes de morir y en su lecho de muerte. No voy a casarme de hecho, los machos como yo no somos capaces de vivir en cautiverio.
Duncan sonrió divertido.
—No, de hecho quería pedirte algo —dijo con total seriedad—. ¿Recuerdas a mi prima Kathleen?
—¿La rubia? ¿La telúrica? Claro que la recuerdo, era insoportable, cómo olvidarla —dijo sacudiendo el cuerpo como si le diera escalofríos—. ¿Qué pasa con ella?
—Viene a casa una temporada antes de su matrimonio y a partir de hoy, vendrá por la tarde seguramente. No terminó de confirmar nada —dijo Duncan con una media sonrisa.
—¿Va a casarse? —preguntó con ojos muy abiertos—. ¿Quién es el pobre desdichado? Debe estar demente para casarse con ella o peor aún muy necesitado de dinero. El mundo está muy mal.
Sonrió divertido, más aún al ver el rostro molesto de su amigo.
—Lo siento, sé que es tu prima pero los dos sabemos que es insoportable y un verdadero grano en las pelotas —añadió.
—Es buena en el fondo —dijo y Mehmet rodó los ojos.
—Debe ser muy en el fondo. En fin, cuántos años tiene ya, era un moco pegajoso cuando la vi la última vez, ¿con quién se casa? —preguntó.
—Tiene veintidós, ya no es un moco pegajoso como comprenderás —dijo el rey—. Se casa con el conde de Kingston.
Mehmet lanzó un bufido.
—Que horror, un delicadito con el que compartirá los esmaltes —dijo haciendo un gesto de desagrado—. No importa, ya dime qué tengo que ver en todo eso. No voy a hacerla de chaperón. Cada quien que haga de su trasero un papalote, ella es grande y él también. Me niego a cuidarle los pasos a los tórtolos.
—Ella viene sola y porque ha sufrido dos atentados; aquí estará protegida —dijo haciendo que Mehmet frunciera el ceño—. Quiero que te hagas cargo de su seguridad. Trae a su mejor agente pero prefiero que estés a cargo y trabajes de cerca con el guardaespaldas que vendrá con Kathleen.
—¿Se sabe algo del responsable? —preguntó.
—No, se especula que pretenden un secuestro dado la próxima alianza con Robert, su novio —dijo Duncan—. El matrimonio hará a Robert casi indestructible.
—Bien, sabes que jamás me negaría a algo que me pidas, pero por favor, dile que se comporte —dijo con gesto suplicante—. Sabes lo insoportable que la chica es y de verdad que un día voy a explotar lo que no exploté cuando era una niña y le voy a pegar sus tres nalgadas. Espero que el tipo que se casa con ella se la lleve, lejos, muy lejos de hecho, lo suficiente para que se pierda en la majestuosidad del mundo.
—¿Por qué la detestas tanto? —dijo Duncan con un suspiro.
—Porque es una hincha pelotas —respondió con aburrimiento—. No hay nada más desagradable que tu prima con sus aires de diva y su gesto que parece que está oliendo estiércol. ¡Ya! Me voy a relajar, pero te juro que en cuanto me empiece a moler los cojones la dejó tirada dónde se encuentre.
—¡Por todos los cielos! Solo trata de llevar la fiesta en paz con ella —dijo al mismo tiempo que veía a su amigo rodar los ojos.
—No te lo puedo prometer, pero al menos trataré de ser sordo cuando la loca me hable pero no puedo prometer quedarme callado cuando empiece a fastidiar —dijo con seguridad—. ¿Es muy necesario que me haga cargo? ¿No puede hacerlo Román?
—Confío en ti —señaló Duncan—. Por favor, solo cuida de ella.
Mehmet dio un suspiro resignado y asintió antes de ver a Duncan y encogerse de hombros.
Respiró mentalizándose antes de ver la llegada de Winston, Rudolf y Archie.
—¿Por qué demonios están todavía aquí encerrados cuando afuera hace un día hermoso para salir a cazar mujeres? —preguntó Archie—. Con lo bello que es estar en la cama de una chica.
—¿Es en lo único que piensas? —preguntó Rudolf.
—Claro que no, por quién me tomas —dijo Archie—. Pienso en vaginas y en dos hermosas razones —añadió con las manos simulando los pechos— por las cuales no quedarme aquí encerrado apestándome y juntando moscas.
—Entonces ve a buscar vaginas —dijo Winston—. ¿En fin, de que hablaban?
—De la llegada de Kathleen —dijo Duncan—. Le he pedido a Mehmet que la proteja el tiempo necesario antes de la boda.
—¡Por todos los cielos! —dijo Rudolf—. Me iré preparando para las colosales batallas entre estos dos. ¡Que empiecen los juegos!
—No habrá batallas —dijo Mehmet—. Ya no es una mocosa, quiero pensar que ha dejado de ser un grano en el culo y sabrá comportarse o yo mismo voy a retorcerle el cuello.
—No podía esperar menos de un perro con parásitos —dijo una voz que hizo a Duncan dar un suspiro rendido, a Winston dejar caer la cabeza con frustración, a Rudolf maldecir y a Archie lo hizo reír mientras saltaba simulando los movimientos de un boxeador.
Los cinco hombres se giraron hacia la entrada donde una Kathleen Marcoise aparecía por primera vez en muchos años en aquel castillo.
Miró a sus primos que la recibieron de inmediato con sonrisa amables y se vio caminando hacia dentro de la estancia para saludar a todos después de tantos años alejada de la única familia que le quedaba aparte de su mamá...
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