Capítulo 49
La mañana estaba fría y sin color ese día, incluso para ella. Sonrió mientras miraba el camino que debía seguir.
Terrence miraba los autos pasar y solo se detuvo unos minutos al sentarse en una de las bancas que había en la calle.
Aspiró el aroma del frio día y miró a los lados mientras pensaba en lo que pasaría próximamente. Por años había aguardado su momento. Por mucho tiempo esperó poder lograrlo y después de tanto estaba consiguiendo su cometido.
Recordó las conversaciones que tuvo con su hermana antes de que se casara con Duncan.
‹‹—Tengo que contarte algo —dijo la joven mayor a su hermana—. He conocido al príncipe de la casa Bosworth. No es la gran cosa, es un chico simple y de pocas palabras.
—A mí me parece que es muy guapo, de hecho, me parece que todos los Rockefeller lo son, aunque los otros chicos son jóvenes —dijo Terrence—. No deberías expresarte así. Además corres con suerte, estamos arruinados y entre tantas princesas acaudaladas, el rey te ha elegido para ser la esposa de su heredero.
—Son solo príncipes —dijo Sabrina—. Además, ¿te imaginas una vida con ellos? Debe ser terrible.
—No puede ser tan malo —dijo Terrence—. Cualquier cosa sería soportable si sobre mi cabeza hay una corona que vale más que mi peso en oro.
—Tienes razón —respondió Sabrina envuelta en risas—. Todo lo que debe importar es la corona.
—¿Qué pasara con tu novio? Dijiste que lo querías —añadió Terrence—. ¿Cómo vas a deshacerte de él?
—Son sacrificios que hay que hacer —dijo Sabrina—. Además, todas las reinas tienen amantes.
—Él te ama —dijo la menor—. Nunca aceptará ser tu amante.
Sabrina se encogió de hombros.
—Hay un precio a pagar si se quiere ser reina —dijo Sabrina—. Nunca olvides que esto es como un juego de ajedrez y la reina es la única que queda en pie››.
Terrence supo apenas unos días después que Sabrina jamás pensó en decirle la verdad a su novio. Habló con él y se dio cuenta de que el chico aún pensaba casarse con ella e ir a otra ciudad.
Posteriormente, Terrence se sinceró con su hermana y le dijo que deseaba casarse con Duncan. Sabrina lo entendió y aseguró que renunciaría al matrimonio por ella y Terrence... le creyó.
Unos días después con una sonrisa en los labios, Sabrina no solo no canceló el matrimonio, sino que se mostró encantada de sus nupcias con Duncan, lo hizo frente a ella y sin remordimiento alguno.
Ella se sintió traicionada, furiosa, burlada por su propia hermana, quien no solo sonrió victoriosa sino que se burló de ella.
Durante años, Terrence había vivido tras la sombra de su hermana. Sabrina siempre fue la favorita de todos, por su belleza, por su inteligencia, por su astucia.
Terrence tenía mucho en contra, era la menor, no era tan bella como su hermana mayor y para más inri, jamás nadie hizo una oferta por ella, aun así había suplicado a su padre que la eligiera para convertirse en la esposa de Duncan. Lloró cuando la menospreció alegando que no sería una buena reina y pensó que ahora su padre debía estar arrepentido al darse cuenta de que Sabrina no lo hizo bien y que además de todo habían perdido los favores y el dinero del rey.
Su odio por no ser la elegida, la llevó a delatar el noviazgo de Sabrina. Más aun cuando vio su sonrisa victoriosa a pesar de que ella le había confesado que quería ser la reina.
Recordó cuando su hermana llegó desesperada a buscarla luego de su boda.
«—Terrence, necesito que me ayudes —dijo Sabrina—. Terrence, ven conmigo.
—¿Qué diablos ocurre? —dijo Terrence—. ¿Ha pasado solo una semana de tu boda y ya tienes problemas?
—Estoy embarazada —dijo Sabrina apretando los dientes.
—Eso no es posible, hace una semana que te casas... —Se detuvo unos segundos antes de hablar—. No es de Duncan.
—Es obvio que no. No sé qué voy a hacer, el médico es leal a Duncan y él se niega a que me atienda otro —dijo Sabrina—. Estoy desesperada.
—¿Qué vas a hacer? ¿Duncan ya sabe que están encinta? —preguntó con los ojos muy abiertos.
—No, por supuesto que no —dijo Sabrina—. He estado enferma y él insiste en que me revise el médico. No sé qué voy a hacer. Necesito abortar, necesito que me ayudes».
Terrence se negó en un principio, no por moral, más bien lo hizo porque quería que la descubrieran. Le contó a su padre del embarazo de Sabrina, todo esto con la esperanza de que su padre desistiera y tal vez pudiera negociar con el rey el cambio de lugar, con el deseo interior de que le quitara la corona a Sabrina antes de que se anunciara su nombre como la reina consorte y que le diera a ella el lugar que se merecía convirtiéndola en una reina. En su cerebro anhelante de poder, todo era posible.
La joven se consideraba fuerte y mejor que su hermana. Pero Sabrina era caprichosa y tenía un encanto malévolo que la convertía en la favorita ahí donde ella se parara. Duncan no era la excepción; cayo rendido en apenas un poco tiempo.
Sabrina se había enamorado de su novio, Terrence lo supo cuando la vio llorar a escondidas luego de que el pobre hombre supiera de su matrimonio con el rey, pero las ideas de su madre habían forjado a la joven con una ambición desmedida y fue así como decidió sacrificar su amor a cambio de la corona.
Con la boda, ella desarrolló una especie de consuelo y enamoramiento por Duncan, pero este terminó cuando él se enteró de su engaño. El desprecio y la traición hicieron que el matrimonio solido que parecía haberse formado, se desmoronara a pedazos.
Terrence podría jurar que a Sabrina, abortar a su hijo le dolió, pero le dolería más perder su lugar y a sabiendas de que Duncan jamás le perdonaría que un bastardo fuera el heredero, nuevamente sacrificó a su hijo por el poder. La vio llorar después de la perdida, pero solo fue una fracción de segundos antes de que se consolara con que aun con el desprecio del rey, ella seguía siendo la consorte.
Tras esto, sus padres de encargaron de su exnovio, se deshicieron de él por completo. Al principio ella creyó que fueron órdenes de Duncan; sin embargo, él era demasiado noble para hacer daño y lo cierto es que Sabrina mintió en el nombre de su novio, tejió una telaraña de mentiras de las que después no podría salir, que resultaba difícil saber lo que era real y lo que era mentira.
Caía en incongruencias, se olvidaba de lo que decía y cambiaba las cosas luego. A su vez, se obsesionó con Duncan, quizás no se enamoró pero se dio cuenta de que el dinero y las joyas no daban poder, ni felicidad. Ella se convirtió en un mueble dentro del palacio luego de traicionarlo.
Los cuñados que antes la amaron, ahora la despreciaban, el esposo que antes fue bueno, ahora la odiaba. Aquel amor que una vez obtuvo de él, se había perdido, se esfumó cual espejismo. Su corto matrimonio se extinguió como rayo de luz y Terrence lo disfrutó.
Se sintió satisfecha de ver la caída de su hermana, después de todo, había sido ella quien se había encargado de hacer llegar la información al rey para que se enterara de que Sabrina estaba embarazada y no era suyo. Por supuesto lo planeó a conciencia, así actuaba ella, desde el fondo, en las sombras.
Callaba lo que debía callar y cuando debía callar, guardaba cada cosa en su memoria para el momento oportuno. Así fue como se guardó cada confidencia de Sabrina y la usó cuando debía usarla.
Forjó la ira de su padre frente a su exnovio y junto a ellos decidió callar el pecado de su hermana y deshacerse del muchacho.
Lo hizo porque sabía que Duncan no dejaría a Sabrina. Estaba enamorado y podía verlo en el dolor de su mirada luego de la traición.
Fue Asi como Terrence había iniciado su plan para ser la reina. Poco a poco se vio invadiendo a su hermana, al principio con notitas de su exnovio muerto. Se aprovechó de la soledad y el dolor de Sabrina, de la amargura y recordando las múltiples veces que su hermana mayor le ofendió y la humilló para luego solo decir que había sido una broma, decidió devolver cada humillación recibida. Le escribió varias veces citándola en lugares muy apartados y poco vigilados.
Al principio sus deseos eran destruir a Sabrina, quizás matarla un día, pero luego apareció el elemento que faltaba: Neil.
Ese hombre se volvió su aliado, el que necesitaba todo del reino y Terrence supo aprovechar.
Sabrina y él se volvieron amantes y a su vez, Neil usurpó el lugar del exnovio de Sabrina como método de control y entre las pastillas que Terrence le hacía llegar, notas, cosas sobre él, la locura de Sabrina comenzó.
Neil se mudó muy cerca del palacio y puesto que había vivido unos años ahí, conocía cada rincón, cada salida, pasadizo especial, entre otros.
Se convirtió en el amante secreto de Sabrina y ella lo quiso tanto que le dio el pequeño búngalo que nadie usaba como el lugar de sus encuentros secretos, ese mismo que Duncan mantenía cerrado luego de enterarse de que su mujer había perdido a su hijo en aquel lugar.
Tantas mentiras y engaños habían sepultado el matrimonio de su hermana, así que era su turno de hacer algo con ella.
Las mentiras fueron subiendo de intensidad y guardándose en la cabeza de Sabrina, las pasillas subieron de dosis y no la ayudaban, solo la deprimían, pequeños cambios que ella no notó y que entre Neil y Terrence estaban siendo quienes le vendieron tantas mentiras a Sabrina que su mente colapsó.
Ahora, después de nulos intentos de sacarla del trono y dejar solo a Duncan, desistieron de la idea. Sin embargo, Neil se negaba a dejar todo así y optó por otra salida.
Cuando quedó claro que Terrence no se embarazaría, decidieron que Sabrina diera ese hijo, luego matarla y matar a Duncan. Neil debía ser el padre para poder reclamar el trono. Con la muerte de Duncan y la de Sabrina pero existiendo un heredero de la reina, bien podría acceder al trono como la tía abnegada, hasta poder casarse con Neil.
La chica suspiró en el momento en que se dio cuenta de que Neil solo la estaba usando para ser rey y ella no quería ser la reina de nadie. Ella lo deseaba todo para sí misma.
Suspiró con todas sus revelaciones, se levantó y fue hacia la puerta de la casa donde vivía la rusa. Tocó con fuerza en espera de que ella saliera y dispuesta a deshacerse del mayor estorbo en su objetivo. Ya después se encargaría de Neil y de su hermana.
La rubia abrió la puerta y le miró con ojos muy abiertos.
Terrence le devolvió la mirada a Yekaterina. Había tenido tantas ganas de tenerla de frente, desde que supo que había llegado a casa de su hermana poniendo en riesgo la posición que intentaba hacer suya.
—¿Nos conocemos? —preguntó Yekaterina con una sonrisa incómoda—. Disculpe mi sinceridad pero no estoy del todo segura de conocerla.
—Tal vez, yo sé muy bien quien eres —dijo Terrence—. Sé muy bien que eres la zorra del rey. Yo soy Terrence, la hermana de Sabrina, la reina, tu reina.
El tono que usó y la ofensa que lanzó hicieron que Yekaterina se pusiera a la defensiva.
Miró a la mujer quien le devolvía la mirada con altanería y con un desmedido odio que tuvo un poco de miedo, más aun cuando su corazón estaba fragmentado y no quería más problemas.
—El rey y yo no tenemos nada que ver —respondió con toda tranquilidad—. Si es todo lo que ha venido a decir, será mejor que se vaya.
Intentó cerrar la puerta pero Terrence empujó y se metió a la fuerza haciendo que Yekaterina frunciera el ceño.
—¿Te crees muy lista? No eres más que una zorra sin importancia —declaró Terrence—. El rey nunca tomaría en serio a ninguna cualquiera.
—Debo tener más importancia de la que estás dispuesta a admitir desde luego que te has tomado la molestia de venir aquí —dijo Yekaterina, cansada de que todo mundo le pasara encima—. No voy a permitir que nadie me vuelva a insultar, así que te largas de mi casa ahora mismo o no respondo. Deja de darme más importancia de la que tengo.
—No quiero verte cerca de Duncan —le dijo Terrence—. Si lo haces, me voy a encargar de ti y voy a darte una muerte lenta. Mi hermana siempre será la reina.
—Entonces ve y dile al rey que deje de buscarme —contraatacó la rubia—. Al que tienes que controlar es a él y no a mí.
La sonrisa de Yekaterina enervó a Terrence quien solo la miró con los ojos enfurecidos y le asestó una bofetada que le rompió el labio.
Yekaterina colocó su mano en la herida y luego miró a Terrence antes de devolverle la bofetada con la misma furia que lo hacía la otra mujer.
—¡No eres más que una zorra! ¿Pensabas convertirte en la puta de los demás hermanos también? —preguntó Terrence—. ¿Es eso lo que esperabas?
De nuevo recibió una bofetada de parte de Yekaterina, quien le miró altanera.
—¡Lárgate de mi casa ahora mismo! —dijo furiosa—. ¡No voy a repetirlo!
—¿O qué? Yo todo lo que quiero es que te largues de la vida del rey y la reina —dijo Terrence—. No voy a permitir que nada interfiera. No, no lo permitiré en absoluto.
—¿Lo quieres para ti, no es cierto? —preguntó Yekaterina—. Quieres a Duncan para ti, esto no es por tu hermana, ni por cuidarla. Lo haces porque quieres ser la reina.
—Claro que sí —dijo Terrence—. No voy a permitir que nadie más que yo continúe el legado de la casa Bosworth.
—Estás enferma —dijo en el mismo instante en que Kathleen llegaba a la casa—. ¡Largo de esta casa, largo!
Yekaterina se acercó a la joven y la tomó del cabello para arrastrarla de la modesta casa hasta la salida sin importar los gritos e insultos de Terrence y finalmente la lanzó a la calle a la vista de algunas personas que pasaban por ahí. Cerró la puerta completamente furiosa.
—Nunca más nadie va a abusar de mí —dijo y Kathleen, quien se había mantenido solo de espectadora se acercó a abrazarla.
—Me alegra que al fin, estés despertando —dijo la rubia—. Es hora de ser tú.
—¿Quién es ese niño? —preguntó Yekaterina mirando al pequeño que dormía en brazos de Kathleen.
—Es el heredero al trono y sucesor de Duncan —declaró la rubia para sorpresa de la rusa—. Tengo que esconderlo aquí unos días, en lo que vienen por él.
Yekaterina lanzó un jadeo conmocionada por la noticia y miró al pequeño, que tenía los ojos cerrados en brazos de la rubia...
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