Capítulo 48
Yekaterina siguió su camino rumbo a la planta baja mientras mentalmente se repetía una y otra vez que no debía voltear y mucho menos volver.
El corazón le latía acelerado. Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y bañar su rostro, pero tras hacer un esfuerzo sobrehumano, logró contenerse y mientras tanto, avanzó por las escaleras ante la vista de los hermanos de Duncan, quienes desde el vestíbulo, veían su partida.
—¿Te vas? —preguntó Winston—. Creí que te quedarías.
—¿Qué tendría yo que hacer aquí? —preguntó con toda la falsa seguridad que pudo reunir—. Yo no pertenezco ni a esta casa ni a esta familia.
Hizo un esfuerzo por no salir corriendo mientras la mirada de los dos hermanos estaba sobre ella. Tenía ganas de mirar hacia las escaleras para ver si Duncan estaba ahí pero no lo hizo, no pensaba flaquear en ese momento, así que solo dio a los dos Rockefeller restantes una sonrisa de amabilidad antes de mirarlos a los ojos y hacer una inclinación a muestra de despedida.
»Que estén muy bien, señores —añadió mientras Winston hacía una inclinación y el menor de los hermanos la observaba con atención pero no dijo nada—. Les agradezco nuevamente todo lo que hicieron por mí.
Sonrió una vez más y se dio la vuelta para avanzar a la salida, sintiendo las miradas de los dos hombres en su espalda.
Caminó tensa, sin saber cómo controlarse y a medida que se alejaba, el dolor en el pecho se acrecentaba y las ganas de llorar se hacían casi imposibles de frenar.
En algún momento, mientras iba por el sendero, no pudo evitar que una que otra lágrima le recorriera las mejillas. La limpió rápidamente y siguió su camino sin siquiera mirar atrás.
En todo ese tiempo ella había pensado que era momento de que su vida despegara de verdad, de que se hiciera su propia personalidad. Para Yekaterina era importante que aprendiera a romper todos sus yugos.
Durante toda la vida había sido sometida, en principio por sus padres, luego lo fue años por Yaroslav y finalmente se había convertido en esclava de su amor, la esclava del rey.
Se detuvo unos segundos cuando sus ojos se cristalizaron por las lágrimas y le impidieron seguir su camino. Sacó un pañuelo y se limpió antes de ver a solo unos metros la verja que le alejaría para siempre de Duncan.
Como si su corazón lo supiera, alentó el paso y algo dentro de ella le impedía seguir. Fue solo su fuerza de voluntad lo que le hizo continuar hasta llegar a la entrada y después de dar un suspiro, cruzó la salida y siguió caminando sin detenerse mientras se decía a sí misma que era lo mejor.
Caminó y hasta que estuvo lejos del castillo y se sintió a salvo, se detuvo y se sentó en la acera para soltar a llorar su desgracia.
Dejó que lo que había guardado por años saliera en solo unos minutos. Se deshizo en llanto durante largo rato hasta que sintió que ya no podía hacerlo más, después de todo, su corazón ya estaba acostumbrado.
Se levantó y siguió su camino rumbo a la carretera para que pudiera tomar un taxi que la llevara de vuelta al centro de la ciudad. Abordó el primero que se detuvo y le dio la dirección a donde debería llevarla.
El taxista tomó la ruta y mientras, trató de hacerle conversación a una Yekaterina que no dijo nada en todo el recorrido. Más bien, se la pasó mirando por la ventanilla y de vez en cuando dejaba que una lágrima se deslizara por su rostro.
Finalmente, el conductor se detuvo frente al edificio donde previamente ella le indicó y después de pagar bajó del carro y se acercó a la entrada del lugar.
El hombre que había estado con ella antes de que Duncan se la llevara salió a verle y le recibió con una sonrisa amable que ella no pudo devolver.
Mientras tanto, Duncan observó desde su auto la escena entre ellos. Cuando la vio irse, supuso que iría a ese mismo lugar y tomando un auto y un atajo, llegó primero, estacionándose afuera de la dirección donde había visto al hombre rato antes, mientras discutía con ella en la calle.
Tuvo que esperar algunos minutos antes de que ella arribara en un taxi.
La vio meterse al edificio con él y simplemente, luego de sonreír con tristeza, condujo de vuelta a su casa.
Apenas llegó a su hogar, pasó directamente a su habitación, sin darle tiempo a sus hermanos de decirle nada. Se encerró en su habitación mientras pensaba en lo que ella le había dicho y en lo que había pasado luego de aquello.
Se dejó caer en la cama y cerró los ojos mientras la recordaba entrando a la casa del hombre.
Escuchó el sonido de su puerta y suspiró.
—No quiero ver a nadie —dijo desde su lugar pero no pudo terminar puesto que de inmediato la puerta fue abierta luego de que sus hermanos metieran la llave—. ¿Es que ni siquiera en mi habitación tengo derecho a la privacidad?
La amargura en su tono no le pasó desapercibida a sus hermanos.
—Lo siento, estamos preocupados —dijo Archie acercándose a la cama y subiéndose a un lado de su hermano—. ¿Quieres hablarlo?
—No quiero hablar con nadie, Archie —confesó el rey y se incorporó—. Por favor salgan de mi habitación, hoy no tengo ganas de lidiar con nada.
—¡Hola! —exclamó la cantarina voz de Kathleen, quien se asomó seguida de Mehmet—. Vine a traer noticias y chismes también. ¿Dónde está Rudolf?
Los tres Rockefeller y Mehmet se giraron a verla.
—Rudolf no está, ahora explícate —dijo Winston—. Noticias sobre qué y chismes de quién.
—De Sabrina —declaró con una sonrisa victoriosa—. ¿A qué no saben de lo que me entere?
—Cariño, no estoy de humor para acertijos —dijo Duncan—. Por favor sé breve.
—Que aguafiestas están hoy. No importa, he pedido que preparen té porque seguro van a necesitar algo para calmar sus nervios —declaró la rubia mirando a Duncan—. Primero, debo decir que logré que tomara la pastilla, afortunadamente la encontré en un estado de lucidez que hizo que ella aceptara que no es momento de dejar descendencia. Dos, un médico me coqueteó.
—¿Y eso es relevante? —preguntó Mehmet de muy mal humor.
—Obvio lo es —dijo ella—. Que tú no sepas apreciar la belleza de mujer que soy, es diferente. Pues les cuento, el medico se pasó todo el rato intentando lograr que le diera mi número. Por supuesto se lo di.
—Kathleen...
—Ya sé, ya sé —interrumpió a Duncan—. Se lo di luego de que me dijera que Neil fue a ver a Sabrina dos veces.
Duncan se puso de pie de un salto.
—No te preocupes, no lo dejaron pasar, pero ¿a que no saben quién solicitó trabajo como enfermera? —preguntó subiendo y bajando las cejas.
Los cuatro se encogieron de hombros sin saber la respuesta.
—La pequeña y hermosa Terrence —dijo con una sonrisa triunfal—. Solo hay dos cosas, la primera es que... o piensa escapar con Sabrina o... piensa ayudar a Neil.
—¡Perra! —dijo Archie poniéndose de pie—. No en vano no la soporto.
—Quizás no tienen nada que ver —dijo Winston—. Es su hermana, es natural que quiera verla.
—Lo pensé, pero en el video de seguridad, ella está hablando con Neil —dijo Kathleen con una sonrisa amable.
—¿Cómo es que viste las cámaras? —inquirió Archie.
—Eso no importa, lo vi y es lo que cuenta —dijo Kathleen.
—Neil buscará embarazarla a cualquier precio —dijo Winston—. Tenemos que evitarlo, nadie aquí desea ser rey pero es claro que también nadie dejará a Neil suceder el trono.
—Enviaré a Roman con algunos agentes para verificar que no haya una sola tubería por donde él pueda entrar y de paso se quedaran, el director no dirá nada sobre el exceso de agentes ahí. No querrá enfadar al rey, ya saben —declaró Mehmet—. Además veré la posibilidad de que todo sea discreto para que esto no llegue a la prensa.
Todos salieron de la habitación para ponerse a trabajar menos Kathleen, quien detuvo a Duncan.
—Ven aquí, tenemos que hablar muy seriamente de Yekaterina —declaró la rubia—. Necesito decirte algo.
*******
Mientras tanto, Yekaterina se sentó en el sofá dentro del consultorio de su terapeuta y recibió un vaso con agua, que bebió a sorbos, al tiempo que veía al hombre sentarse frente a ella, en completo silencio y en espera de que decidiera contarle.
—Fui la amante del rey —confesó por primera vez cuando se sintió lista y al mismo tiempo se limpió las lágrimas.
El hombre solo llevó su mano a la barbilla y se recostó en el respaldo de su sillón, en espera de que ella continuara.
—Lo hice porque siendo muy joven fui vendida en mi país a un hombre muy malo que después se llevó a mi hermana menor —dijo haciendo una pausa—. Quería encontrarla y rescatarla. Durante años me vendí a mí misma la idea de que lo único que tenía como moneda de cambio era mi belleza y mi cuerpo, esos mismos que habían sido mi desgracia.
Hizo una pausa en la que bebió un sorbo más de agua y recibió un pañuelo de parte del psiquiatra, quien se limitó a escuchar y servir.
Trató de calmarse para poder continuar su relato. Sentía vergüenza y asco de sí misma de solo hablar de eso, pero sentía que debía hacerlo para continuar.
Si bien, ya había llevado un par de sesiones con él, lo cierto es que no se había atrevido a decirle nada, al menos no se había abierto por completo con él, solo había tratado el tema por encima y por ello sentía que no avanzaba.
»Busqué por muchos años un hombre que pudiera deshacer y destrozar a Yaroslav, mi captor y el hombre que se había obsesionado conmigo —continuó levantando la vista hacia el doctor—. Siempre les encontraba alguna debilidad, algo que me impedía dar el paso. Finalmente encontré a Duncan. Se hablaba de él en todos los sitios de internet como el mejor rey de la historia de su país. —Soltó una risa—. Su bondad y su carácter jovial me parecieron el candidato perfecto para lo que necesitaba.
De nuevo levantó la vista para tratar de descifrar lo que el hombre pensaba de ella. Al darse cuenta que no podía describir la expresión pétrea de su terapeuta, se detuvo unos segundos sopesando si debía continuar.
—Si no te sientes lista para continuar, podemos dejarlo para la siguiente sesión —dijo el hombre—. Debes ir a tu propio ritmo.
Se quedó callado en espera de que ella decidiera el curso de su avance.
—Pasé casi un año siguiendo cada movimiento de Duncan —confesó Yekaterina—. Sabía que era casado, todo lo que se podía saber a través de blogs y entradas en internet. En realidad buscaba lo que podía y cuando podía sin ser descubierta. Lo convertí de forma silenciosa en mi objetivo a conseguir. Juro que yo no quería hacer daño, solo pensaba traficar con lo único que conocía: mi cuerpo.
El hombre asintió.
—Adelante —dijo su terapeuta.
—Cuando lo conocí me pareció que ya lo conocía desde hacía tanto que no me fue difícil entablar una conversación con él y aprovechar cualquier ocasión para obtener su atención —prosiguió avergonzada—. Yo sabía que si me hacía con la buena voluntad de un rey, podría recuperar a mi hermana e irme lejos con ella. En ese momento cambiar favores sexuales a un monarca y convertirme en su esclava o lo que quisiera, no me pareció tan descabellado. No tenía la intención de tener ni hacer más de lo que debía. Nunca quise que la reina se sintiera atacada, mucho menos quise enamorarme del rey.
—Y sin embargo todo eso paso —finalizó su doctor por ella. Yekaterina solo asintió y dejó caer un par de lágrimas.
—Me enamoré de él y cuando supe que la reina no era la persona buena que mereciera un hombre como Duncan, me sentí capaz de pelear por un poco de felicidad. Creí que podía aspirar a ser feliz y egoísta por una vez en la vida, me dije a mí misma que yo sí merecía a Duncan —aseguró en medio del llanto—. Ella ha sido tan cruel y él es tan... tiene un corazón muy dulce y bueno.
Yekaterina continuó hablando, dejó que su terapeuta escuchara absolutamente todo lo que tenía que contar al respecto y cuando finalizó solo observó al hombre que seguía sentado frente a ella sin articular ni una palabra y sin mostrar una sola expresión que dejara claro a la mujer lo que pensaba de ella.
—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó el hombre mirando a Yekaterina—. ¿Cómo te sentiste al verlo?
—Me siento más destrozada que antes, verlo no me hizo bien y a la vez sí —confesó con una sonrisa triste—. Por supuesto, lo sigo amando pero también soy consciente de que hicimos todo mal y que lo mejor es la distancia. Yo debo aprender a vivir por mí misma, no bajo la sombra de nadie y por supuesto a forjarme una personalidad. Mi juventud se hizo a base de mentiras y manipulaciones con tal de conseguir algo o evitar castigos, de cualquier forma, yo prefiero que convertirme en una mujer diferente y comenzar una vida siendo yo.
El terapeuta solo asintió y le dio una sonrisa amable.
—Debes trabajar mucho en tu seguridad y formar un carácter —dijo el hombre—. Al fin te has decidido a iniciar y ese es un gran paso. Los cambios siempre proyectan algo, no importa qué sea, bueno o malo. Impactan en nuestra vida. Ha llegado el momento de que salgas a hacer un avance por ti misma.
Ella sonrió emocionada y se puso de pie al darse cuenta que llevaba muchísimo tiempo en una sesión.
—Lamento haber estado tanto tiempo —dijo finalmente—. Pagaré por supuesto el tiempo, quizás usaste la cita de alguien más.
—No te preocupes —dijo él—. No tenía más consultas hoy. No habrá costo extra, solo pasa con mi asistente y programa tu nueva cita. Me alegra que hayas empezado con esto al fin.
—Muchas gracias —dijo ella—. Nos vemos en la siguiente sesión.
Extendió la mano hacia el hombre quien le devolvió la despedida tal como un terapeuta profesional y ético haría y dejó que ella se fuera.
Yekaterina avanzó por las calles antes de llamar a Kathleen y asegurarle que por fin había hablado con su terapeuta de todo.
La chica le dijo que en ese momento estaba en el palacio con lo que le dio a entender que no podía hablar porque seguro alguien de los Rockefeller estaba ahí, así que Yekaterina se despidió y le agradeció que le haya conseguido un terapeuta y un lugar dónde vivir. Ahora solo debía conseguir un trabajo.
Camino algunas calles para después tomar un autobús que la llevara hasta su casa. En todo el recorrido pensó en lo que había pasado ese día y aunque se consolaba con que eso había sido lo mejor, aun así no podía evitar sentir la tristeza y la nostalgia que solía suceder cuando la soledad, la rendición y la perdida se presentaban en la vida de alguien.
Llegó al pequeño y modesto cuarto que amablemente Blanchett le había conseguido por órdenes de Kathleen luego de buscar su ayuda cuando decidio que no iría con Feriha.
El lugar era pequeño pero perfecto para ella y pasaba desapercibido para cualquiera, así que sus vecinos no se enteraban de nada de lo que sucedía.
Comenzó a prepararse un té y mientras el agua se calentaba, se soltó el cabello y se sentó en el sofá para encender la tele; no obstante, no pudo hacerlo puesto que el sonido de la puerta le hizo fruncir el ceño.
Se puso de pie para ir a abrir y apenas abrió fue recibido un rostro que le resultaba familiar pero no podía decir de dónde.
—Al fin nos vemos las caras —dijo la voz frente a ella con un desprecio imposible de pasar por alto...
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