Capítulo 44
Kathleen se mantuvo sentada en la sala de estar, escuchando lo que Duncan dijo y después de escuchar los gritos de Sabrina sintió pena por su primo.
—Nunca creí que diría esto, pero tengo mucha pena por Sabrina —dijo con un semblante mortificado—. Creo que ha perdido la razón por completo.
—Ella jura que tuvo sexo conmigo y que le prometí mil cosas, piensa que la situación entre nosotros se arregló —dijo el rey—. Me temo que yo no puedo ayudarla más y necesita a un profesional.
—Definitivamente —dijo Archie—. Si la dejas aquí porque te remuerde la conciencia, por humanidad, por culpa, por la razón que sea, ten por seguro que vas a sufrir mucho. Ella seguramente irá empeorando. Necesita atención médica.
Duncan asintió y volvió a mirar hacia arriba antes de que sus hermanos dieran un suspiro. Archie le palmeó la espalda y dijo que tomaría la cena en su habitación. Winston aseguró que se le había ido el apetito y Rudolf que iría a beber un trago.
Mientras tanto, Mehmet no apartaba la vista de Kathleen, quien trataba de mantenerse serena.
—Iré a caminar por ahí —dijo Duncan y se movió dejando a su prima y al turco en medio de la sala de estar.
El ojiazul se acercó a la chica y le miró con ojo crítico.
—¿Qué diablos te pasa? —preguntó la joven mientras le encaraba.
—¿Sabes que podría reconocerte en medio de una multitud? —dijo Mehmet y ella sonrió de una forma que le hizo sentir un tanto inseguro.
—Yo creo que no —respondió Kathleen—. Te juro que no me reconocerías en medio de una multitud. Soy buena esquivando y confundiendo, perdiéndome en el entorno, como un... camaleón.
Mehmet sonrió divertido.
—Vas a decirme en este momento por qué has crecido varios centímetros, por qué eres un tono diferente y por qué diablos tus ojos son diferentes —dijo mirándola a los ojos—. Ah, también quiero saber dónde y cuándo te hiciste el tatuaje.
Kathleen sonrió y se giró dándole la espalda. Por un momento, Mehmet creyó que no le diría nada pero pronto escuchó su voz.
—Porque estoy usando tacones más altos, porque me fui un rato a la laguna con un amorío que tengo por ahí. Sí, es un guardaespaldas, por si te interesa. Si quieres el nombre, al menos que te cueste investigar —dijo con seguridad—. Mis ojos lucen de un tono diferente debido a que quizás mis pupilas se comprimieron, dicen que cuando tenemos emociones, estos cambian de color. No lo afirmo yo, lo afirma la ciencia, puedes buscarlo. Ah y me hice el tatuaje hace una semana en el Zone One, puedes ir a verificarlo en este momento.
No se giró a verlo, sino que simplemente avanzó a paso rápido y se fue mientras Mehmet no podía evitar pensar que había algo diferente.
La joven, por su parte, solo sonrió y continuó su paso por el pasillo hasta su habitación.
Duncan, se dejó caer en la cama y abrió el cajón donde guardaba la sortija que le había dado a Yekaterina.
Sonrió al recordarla, incluso se vio recordando las veces que la visitó en la casa donde vivía y donde se admitió a sí mismo, por primera vez, que estaba enamorado de ella.
—No me dejes de querer —musitó mientras miraba hacia el techo—. Por favor no lo hagas.
Los susurros eran lastimeros, como si algo, en el fondo, le dijera que el corazón de Yekaterina podría ser de otro en cualquier momento.
Sus latidos se aceleraron al saber que la posibilidad existía y que probablemente ella se alejaría aún más de él.
Se incorporó en la cama y miró un punto fijo en la pared mientras pensaba en como acelerar su divorcio. Duncan no quería esperar tanto tiempo para ir por ella, como si supiera que le haría daño, que algo no estaría bien y que tal vez Yekaterina querría una vida sin él.
Volvió a dejarse caer en la cama. El sonido de los fuertes relámpagos y la luz que emitían alumbraban la habitación por completo, así luego de suspirar cansado, Duncan cerró los ojos y trató de dormir para no enterarse de nada más.
Cuando abrió los ojos era de día, el clima estaba frío luego de una noche tan lluviosa. Se apresuró a ducharse y arreglarse y bajó las escaleras donde encontró a su familia reunida.
—Buenos días —dijo Duncan—. Parece que hará un día frío.
Se quedó callado al ver a Sabrina bajar las escaleras. De hecho atrajo la mirada de todos. Tenía ojeras y el cabello enmarañado.
—Hola —dijo mientras todos los hombres se ponían de pie y Duncan apartaba una silla para que pudiera sentarse—. La mañana no estará muy soleada, pero tal vez pueda dar un paseo por los jardines contigo.
Miró a Duncan, quien no supo que decirle.
—Vamos a salir —dijo mientras la mujer le miraba con los ojos muy abiertos—. Come algo que iremos a un lugar tú y yo. Pediré que hagan tu maleta.
—¿Vamos de viaje? —preguntó Sabrina y mientras tanto el resto solo comía en silencio—. Debo llevar bañador, hace mucho que no voy a la playa, la comida es deliciosa.
—Pediré que hagan su equipaje —interrumpió Kathleen y se puso de pie de inmediato—. Ya vuelvo.
—¿Cuántos días nos iremos? Sé que tampoco podemos viajar tanto puesto que tus obligaciones te lo impiden pero, tal vez una o dos semanas —dijo mientras veía a la chica del servicio colocar la comida frente a ella.
—Desayuna —dijo Duncan—. Apenas termines, nos llevará Mehmet.
—Bien —dijo ella—. Dejaré que me sorprendas.
Tomó la mano de su esposo y comenzó a comer con seriedad mientras los Rockefeller se miraban entre sí.
Unos minutos después Kathleen volvió y le dio una mirada a su primo, además de una sonrisa incómoda.
En todo el desayuno, nadie articuló palabra. Fue la sensación más tensa que pudo existir, así que cuando terminaron, todos se levantaron y Sabrina dijo que se daría un retoque para estar lista.
Apenas se fue todos se miraron entre sí, pero nadie dijo nada. Se quedaron viendo unos a otros y fue Mehmet quien rompió el silencio.
—Voy a tener listo el auto —dijo Mehmet—. Los espero afuera.
—Bien, trataremos de salir apenas ella esté lista, no sé si decirle a dónde la llevo —añadió el rey dando un suspiro cansino—. No sé qué demonios hacer al respecto.
—No creo que sea buena idea —dijo Winston—. Esto se va a poner feo, al menos allá habrá personal que pueda cuidar de ella y que sabrá qué hacer si se pone mal o le da una de esas cosas que le pasa.
—También creo que lo mejor es no decirle nada hasta que estés en el sitio con ella —dijo Archie—. Ellos sabrán cómo controlarla sin desesperarse o hacer una tontería.
—Esperaré afuera —dijo Mehmet y aunque Duncan pensaba ir por Sabrina, no tuvo que esperar puesto que ella ya bajaba muy bien arreglada y con el personal detrás de ella cargando un equipaje gigante.
—Ya estoy lista —aseguró Sabrina mientras miraba con una media sonrisa a todos—. Estoy un poco ansiosa, por favor lleven mi equipaje.
El personal salió de la casa mientras los hermanos se miraban uno al otro y finalmente fue Duncan el que habló.
—Es hora de irnos, ya Mehmet debe estar listo con el personal para guiarnos —dijo mientras la miraba y ella sonreía—. Será mejor que nos apresuremos.
Ella le tomó la mano como si estuvieran juntos y felices y avanzó a la salida con la seguridad de que su esposo estaba llevándola a un nuevo comienzo en pareja. Duncan solo caminó, con el sentimiento de culpa reinando en su interior y a punto de sucumbir y devolverla a su habitación. Fue la mirada de Mehmet la que lo hizo seguir, era como si el turco supiera lo que estaba pasando en su cabeza.
Lo vio negar de forma apenas perceptible y después de suspirar dejó que ella abordara el auto. Él lo hizo detrás, se acomodó en el asiento y miró al turco quien le hizo un asentimiento, como si le dijera que aquello era lo mejor.
Mehmet abordó el auto cerrando de inmediato y dando la orden para que arrancara. Fijó la vista sobre su amigo y después se dedicó a ver por la ventanilla y hablar por el comunicador con los agentes que le seguían en los autos para que le informaran que todo iba bien.
De reojo se fijó como Sabrina se cambió de lugar para ir a un lado del rey y le tomó del brazo, recostó su cabeza en el hombro de Duncan y dejó un beso en su mandíbula.
El rey se removió e intentó hacerse a un lado pero ella estaba decidida a ir pegada a su cuerpo, así que el camino estaba resultando muy largo y tortuoso para Duncan.
Cuando por fin el auto se detuvo, Mehmet salió y cerró la puerta para dirigirse a alguien y volver.
Sabrina miraba por la ventanilla con el entrecejo fruncido.
—¿Qué hacemos aquí? —preguntó pero no obtuvo respuesta dado que Mehmet volvió y le hizo una seña a Duncan de que entrarían por una sección privada.
El auto avanzó un poco más y pronto se vieron sobre un ala opuesta a donde habían entrado.
—¿Qué es lo que está pasando? —dijo Sabrina mientras veía al turco y a Duncan salir del auto.
Ella también lo hizo y pronto se encontró con una horda de doctores y enfermeros que sonrieron al ver al rey.
—Majestad —dijo uno de las pocas mujeres que estaba en el lugar—. Soy la doctora Patrickson, estaré a cargo y me aseguraré de que reciba todo según sus peticiones.
—¿De qué están hablando? —dijo Sabrina, quien empezaba a intuir de lo que se trataba.
Miró alrededor y luego la mirada compungida de Duncan.
—¿Qué hacemos en un hospital psiquiátrico? —preguntó con la mirada sobre él—. Dijiste que me llevarías de viaje.
—Sabrina —dijo Duncan con un tono lastimero—. Necesitas estar atendida, en casa yo no puedo ayudarte y tú necesitas un médico. Aquí van a tratarte muy bien y un día vas a salir recuperada de aquí.
—¡No estoy loca! —gritó retrocediendo—. No estoy loca, eres tú quien quiere enfermarme. Eres tú y solo tú porque me crees mala, porque no me has perdonado y te estás vengando.
Comenzó a llevarse las manos a la cabeza en una actitud desquiciada que borró todas las dudas de la doctora, quien antes de eso no pudo negar que creía que era un truco del rey para deshacerse de ella.
—Sabrina —dijo Duncan tratando de acercarse y evitando que los enfermeros la sometieran—. Todo esto es por tu bien.
Se acercó pero ella le empujó fuerte.
—¡Déjame! —gritó furiosa—. ¡Michael vendrá por mí! Él lo prometió, dijo que se casaría conmigo. ¿Quién eres tú y por qué me quieres llevar contigo? No voy a dejar que lo hagas, voy a irme de aquí a buscar a mi novio.
Se dio la vuelta pero fue detenida por los enfermeros, que terminaron sometiéndola.
Duncan sintió pena al verla revolverse intentando liberarse. Fue la doctora quien se acercó y le suministró algo que la calmó en segundos.
El corazón de Duncan se oprimió al ver los llorosos ojos de Sabrina fijos sobre los de él, como si se sintiera abandonada y traicionada. Apartó la mirada de ella y se giró a ver a la doctora, quien le dio una sonrisa amable y le señaló el pasillo.
Mehmet fue detrás de ellos y la mujer dejó que pasara.
—Me gustaría hablar con usted sobre el asunto —dijo la doctora—. A simple vista no puedo diagnosticarla, debo hacer muchas pruebas antes, pero me gustaría saber cuándo empezó y cómo, si tiene tiempo de hablar conmigo ahora.
Duncan asintió y se metió al consultorio de la mujer quien comenzó una serie de preguntas en torno a Sabrina.
El rey, no escatimó en contar todo a sabiendas de que era un asunto que no debía salir del palacio pero estaba pagando lo suficiente para que la doctora guardara cualquier secreto que él le contara.
—Entiendo —dijo ella cuando Duncan terminó de hablar y contar toda su vida desde que la conoció.
Le dijo también aquello que la hermana de Sabrina le había dicho, aunque aseguró que no sabía si eso era verdad.
La mujer dijo que tendría un diagnóstico pronto pero debía hablar con la paciente y realizarle muchas pruebas.
—¿Ella no usará una bata y esas cosas horribles, verdad? —preguntó mientras veía a la doctora hacer el expediente de ingreso y finalmente se lo pasaba para que firmara su autorización y Duncan se volviera en el guarda legal de su esposa.
—Trataremos de que ella se sienta lo más libre y normal que se pueda, se le ha destinado un ala específica y solo para su estancia —dijo la mujer—. Haremos nuestro trabajo lo menos invasivo y lo más respetuoso con ella que sea posible, le avisaré de los avances, tal como usted solicitó y también podrá venir cada que le apetezca.
Duncan habló largo rato con la mujer y finalmente le preguntó si podía verla pero le dijeron que lo mejor era que no, que estaría dormida un par de horas más.
Así que unos minutos después, Duncan abandonaba el psiquiátrico con su gente. Anduvo largo rato en silencio y luego de escuchar a Mehmet, salió de sus cavilaciones.
—¿Estás bien? —preguntó el turco.
—Sí, confío en que va a recuperarse y podrá ser feliz —dijo Duncan tratando de mostrar optimismo—. Quiero pensar eso. Ahora vamos con el señor Sullivan.
Mehmet habló por radio para informar a dónde se dirigían y finalmente Duncan fue en completo silencio hasta que llegaron a su nuevo destino.
Apenas se bajó fue atendido y llevado junto al hombre, quien le recibió de inmediato con una sonrisa.
—¿En qué puedo servirle, majestad? —preguntó el hombre mayor con curiosidad.
—Pagaré muy bien a cambio de su silencio y el sigilo con el que estoy seguro que puede llevar mi divorcio con la reina —dijo Duncan dejando perplejo al hombre—. Usted fue abogado secreto de mi padre y sé que hizo muchas cosas por él, actualmente tengo un despacho entero de abogados y quiero que trabaje en conjunto con ellos. Disolver mi matrimonio no será tarea fácil.
—Por supuesto —dijo el hombre con los ojos muy abiertos.
Duncan aseguró que sus abogados estarían en contacto muy pronto y que esperaba que pudieran actuar rápido. Al salir, subió a su carro mientras desde un punto cercano, Neil veía todo y sonreía con malicia. Después de todo, las cosas le estaban saliendo como esperaba...
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