Capítulo 43
Mehmet volvió a la mesa y le dio una mirada a Kathleen, quien solo hizo un gesto de indiferencia.
Duncan en cambio sonrió divertido y miró a Mehmet.
—Pobrecito, con este clima le dará mucho frío —dijo Archie—. Debería sentir mucha pena por esa pobre alma, pero la verdad es que como no es pobre, me da igual.
—¿Sabes que irá a llorarle al consejo? —preguntó Duncan.
—¿Y tienes miedo? —cuestionó Mehmet.
—Obviamente no —dijo Duncan—. En realidad me importa muy poco. A estas alturas lo único que quiero es un poco de paz en mi vida.
Volvió a la mesa donde pronto le siguieron todos los chicos y le miraron un tanto incómodos.
Los Rockefeller se miraron entre sí y Duncan lanzó una mirada a cada uno de ellos como si tratara de entender lo que ellos querían decir o preguntar.
—Todos son unos chismosos de barrio bajo —dijo Kathleen—. Se mueren de ganas por saber si vas a ir por Yekaterina.
Miró a sus primos y les sonrió antes de volver a hablar.
—No escuché su agradecimiento, caballeros —dijo y soltó una risotada cuando los escuchó bufar.
—Gracias —respondieron al unísono.
—Solo quiero saber qué esperar de todo esto —dijo Winston—. Duncan, si decides permanecer al lado de Sabrina, debo decir que no me gusta pero lo voy a respetar.
—Lo que dijo él —añadió Rudolf.
Duncan miró entonces a Archie quien era el más rebelde y el que parecía no dispuesto a ceder.
—No podría hacer otra cosa —dijo luego de un prolongado silencio.
El rey miró entonces a Mehmet, este solo se encogió de hombros.
—Yo me reservo mi opinión —dijo y vio a Kathleen bufar.
—Es lo más lógico, no deberías ni siquiera atreverte a sugerir una respuesta —dijo y el suspiro colectivo se escuchó.
—Kath —dijo Winston y ella levantó las manos en son de paz.
—Lo siento, últimamente no puedo con la gente extraña —mencionó—. A veces la situación con gente que no nos gusta es bastante tensa.
—Mehmet no es un extraño —dijo Archie—. Ya deja esa vendetta por lo que sea que haya sido. Parecen perros y gatos, eso me pone más estresado. Me va a salir vitíligo por tanto estrés. Contrólense.
Rudolf miró a Kathleen, esta no apartaba la vista de Mehmet, ni él de la suya.
—¿Cuándo fue que te cambió el color de los ojos? —dijo Mehmet de pronto—. Estaba seguro de que tus ojos eran color azul y ahora parecen color esmeralda.
Kathleen bajó la vista y se recompuso de inmediato.
—Juraría, incluso, que tu piel es un tono más oscuro —prosiguió mirándola—. ¿Y tampoco sabía que tenías un tatuaje de un beso en la clavícula?
Las miradas de los cuatro hermanos se posaron sobre ella, quien no apartó la vista del turco.
—Es como si fueras otra —continuó, se puso de pie y caminó hacia ella, rodeando la mesa antes de acercarse hasta su sitio.
—Llevo algunos días, dándole vuelta al asunto —dijo Mehmet—. La Kathleen que recuerdo no era tan agresiva con Neil, tampoco se habría defendido de esa forma.
Pronto la mirada azul del turco estuvo sobre ella, muy cerca, casi respirando en su nuca.
La joven se giró para encararlo.
—Mis ojos tienen el color de siempre, deberías hacerte revisar por un oftalmólogo —dijo ella con una media sonrisa—. En cuanto al tatuaje, recién me lo hice, No sabía que debía pedirte permiso, me disculpo por ello y con respecto a mi piel, tampoco sabía que broncearse fuera un pecado en este palacio.
El turco sonrió de una forma que la hubiera puesto nerviosa.
—No, no es ningún problema. Solo una simple curiosidad —dijo alejándose de ella para volver a su lugar.
—Que observador eres —dijo Winston—. Si a mí me preguntaran el tono de piel de Kathleen yo solo sabría decir que es blanco.
—Yo también —confesó Rudolf—, pero parece que Mehmet es bastante observador.
—Eso significa que el señor se la pasa viéndome de más. Así sucede cuando me idealizan como la clase superior que soy —dijo con una media sonrisa—. En fin, nos estamos desviando del tema, señores. Yo quiero saber que es lo que hará Duncan.
—Es cierto —dijo Archie virando hacia su hermano junto a los demás a excepción de Mehmet que seguía con la vista sobre ella unos segundos más hasta que escuchó a Duncan hablar claramente.
—No lo sé —confesó atrayendo la atención de todos—. Siento que le he hecho daño y que tal vez ella sea más feliz sin mí.
—¿No la quieres? —preguntó Winston—. No me des una respuesta si no quieres pero creo que sí debes responderte a ti mismo.
—Claro que la quiero, pero siento que solo he sido una desgracia para ella —dijo con un suspiro cansado—. No sé si merezca una oportunidad con Yekaterina.
—No lo sabrás si no hablas con la rubia —dijo Kathleen—. En mi opinión, no hay nada peor que no atreverse.
—Mira qué curioso —dijo Mehmet—. Lo dice quien no se atreve a mucho.
—Me atrevo a más de lo que imaginas —dijo Kathleen—, pero deja de llamar mi atención, esto se trata de Duncan, no de mí, cariño. Contrólate.
—No sé exactamente qué hacer —añadió Duncan—. Temo que me mande al diablo, al menos en el fondo espero darle un poco de tiempo para ella, para pensar en si estar juntos es lo que quiere.
—¿Con qué objeto la dejas libre? —preguntó Rudolf.
—Aún sigo casado y Yeka no merece menos que un hombre que pueda darle todo y tratarla como lo más valioso —dijo mientras trataba de explicar lo que quería decir en realidad.
—¿Qué piensas hacer con Sabrina? —preguntó Mehmet.
—Ella necesita ayuda profesional, voy a llevarla a un hospital donde pueda ser atendida y mientras tanto voy a divorciarme —respondió con seguridad—. Tampoco quiero dejarla desamparada. Todo mundo la ha usado, su familia, incluso yo. Quiero que cuando se recupere pueda ser libre y lo único que puedo darle en compensación por el daño que yo haya hecho, es dinero.
Nadie respondió nada, solo observaron y asintieron en respuesta.
—Será mejor que te la lleves cuanto antes —dijo Archie—. No quiero a la loca de la hermana buscando cualquier excusa para acercarse. La repudio.
—Nunca lo he entendido —dijo Duncan—. Es algo... insistente, o lo fue contigo, pero tanto como para repudiarla.
—El día de tu boda se metió en mi cama por órdenes de su padre —dijo muy molesto—. No hay nada que yo aborrezca más en esta vida que una persona oportunista.
—El verdadero cáncer son los padres —dijo Mehmet—. Ellas son los vehículos, han usado y seguirán usando a sus hijas con tal de mantener privilegios.
—Coincido con eso —dijo Rudolf—. No las defiendo pero su padre siempre ha sido un ambicioso y lo sabemos. Nunca entenderé el porqué de entre tantas mujeres en el mundo, con mejor linaje, nuestro padre eligió a Sabrina.
—Porque el padre de ella es un excelente vendedor —dijo Winston—. Vendió a su hija como lo mejor del mundo. Le importó muy poco lo que pasara con ella, la abandonó y solo ha estado como sanguijuela sacando lo que puede.
—Son unos parásitos —dijo Archie.
—Ya no lo harán —declaró Duncan—. No vivirán más de ellas y me voy a encargar de eso.
Todos los presentes sonrieron, sobre todo a sabiendas de que en algo Duncan tenía razón. Si quería el amor de Yekaterina, primero debería resolver su vida.
Rudolf miró a su hermano. Le entristecía verlo tan resignado pero había algo en su mirada que le decía que guardaba la esperanza de que ella no le dejara de amar.
Se acercó hasta él y le tomó del brazo.
—Sé que ella te ama —dijo refiriéndose a Yekaterina—. Estoy seguro de que ese amor no desaparecerá así por que sí.
—Ojala, Rudolf —dijo Duncan—. Quiero buscarla, pero no quiero ir con lo mismo: promesas y más promesas. Quiero llegar y decirle que soy libre para hacerla mi esposa, para ofrecerle el lugar que merece y no un sitio denigrante en mi vida.
—Espero que todo salga muy bien —dijo su hermano.
—Buenas noches —dijo una femenina voz que los hizo girarse; sin embargo, nada los preparó para ver a Sabrina vestida con un atuendo demasiado elegante para la ocasión, como si fuera a asistir a una fiesta de cocktail.
Todos le miraron muy sorprendidos pero nadie dijo nada, ni siquiera comprendían de lo que se trataba, mucho menos entendieron cuando la vieron acercarse al rey, con una sonrisa de oreja a oreja, y darle un apasionado beso que descolocó a todos.
Duncan se apartó de inmediato y le miró con los ojos muy abiertos.
—¡Qué demonios! —dijo Duncan—. ¿Qué haces vestida así? ¿De qué se trata todo esta pantomima?
Ella le miró un tanto confusa y parpadeó como si tratara de entender el propio comportamiento de su esposo.
—Creí que sería una noche especial para nosotros —respondió Sabrina al tiempo que le sonreía confusa a Duncan—. No estoy entendiendo nada, mi amor. Hace un rato estábamos muy bien, ¿a qué se debe este cambio?
Miró uno a uno a los hermanos, quienes no entendían de qué se trataba todo ese circo, así que tenían rostros confusos, sin entender de qué demonios iba todo eso.
—Sabrina, ¿de qué hablas? —preguntó Duncan mientras la veía—. Será mejor que te lleve a tu habitación, te llevarán la cena y después deberás descansar. No deberías estar aquí abajo, aún no estás bien.
—Estoy muy bien —dijo acercándose a él y abrazándolo con un coqueteo que hizo a Duncan abrir y cerrar la boca, perplejo.
Miró a sus hermanos que fruncieron en ceño al verlo y enarcaron una ceja ante el extraño comportamiento de Sabrina.
—Sabrina, será mejor que vayas a la cama. Vamos, te llevo —dijo incómodo al ver que ella no pensaba ceder—. Te llevarán la cena a tu habitación.
—Ya mismo ordeno que así sea —dijo Rudolf quien vio a su hermano subir las escaleras con Sabrina a su lado.
—¿Qué es lo que pasa, amor? —dijo Sabrina mientras avanzaba a un lado de Duncan.
Apenas entraron a la habitación, Sabrina se colgó de su cuerpo aturdiendo a un Duncan que no sabía qué demonios pasaba. Se la quitó de encima y la miró a los ojos.
—Sabrina, ¿qué te pasa? —preguntó alejándose de ella.
—¿¡Qué te pasa a ti!? —gritó ella llevándose las manos a la cabeza—. Dijiste que me amabas, que solo bastábamos nosotros. ¡Te acostaste conmigo!
Gritó aquello lanzándose sobre él para golpearlo en el pecho. Se le fue encima con un rugido estridente y con toda clase de insultos mientras lloraba.
Duncan la detuvo y trató de calmarla de todas las formas que se le ocurrieron.
—¡Eres un maldito! —gritó molesta—. ¡Te burlaste de mí!
—¡No sé de qué hablas, carajo! —gritó agitado—. ¡Estás loca! ¡Cálmate!
—Dijiste que me amabas y que no me dejarías, que no permitirías que nadie me hiciera daño —dijo ella en medio de los sollozos—. No me hagas esto.
—Sabrina, no nos acostamos —dijo Duncan—. Todo fue producto de una alucinación—. Necesitas ayuda.
—Dijiste que no la querías —dijo ella—. Me pediste un hijo.
—Sabrina, eso no pasó —respondió el rey—. Solo fue producto de un sueño o de una alucinación. Tú y yo no tuvimos sexo, no lo tendremos más.
Sabrina comenzó a llorar y terminó desmayándose en los brazos de Duncan que sintió tanta lástima al verla tan perdida. La llevó a la cama, la auxilió para recobrara la conciencia, luego la arropó y meció hasta que se quedó dormida.
Al abrir la puerta miró a las mujeres de servicio esperando que él saliera para darle la cena a Sabrina pero él las desestimó.
Apenas bajó miró a su familia.
—Está muy mal, cree que se acostó conmigo —dijo masajeando su sien.
—El hospital Vincent, nos recibirá mañana a primera hora —dijo Mehmet—. Es lo mejor para ella.
—Estoy seguro de que sí —añadió Archie—. Ella no está bien.
Duncan dio un respiro y miró hacia arriba, sintió pena por ella, pero estaba consciente de que era lo único que podía hacer para salvarla...
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