Capítulo 40
—¿¡Qué te pasa!? —dijo Duncan mirando a su hermano y tirando de su ropa—. ¡Suéltame!
Los demás observaron ir a Feriha y a Yekaterina irse por fin mientras Duncan intentaba liberarse de sus hermanos.
Cuando el carro se fue, sus hermanos lo liberaron y se dieron la vuelta dejándolo ahí.
—¿Qué fue todo eso? —dijo yendo detrás de sus hermanos—. ¿Por qué lo han hecho?
Miró a Mehmet, quien se encogió de hombros y no dijo nada.
—A mí no me mires —dijo Mehmet—. Yo solo soy el sirviente de esta casa y todo lo que hice fue proporcionar el carro que me pidió.
—Dejaste que se fuera —dijo Duncan visiblemente alterado.
—¿Y qué esperabas que hiciera? No puedo retenerla. Seré lo que quieras, pero un secuestrador nunca —dijo el turco—. Ella quería irse, por las razones que hayan sido, quería estar fuera de aquí y no puedo hacer nada.
Duncan miró a sus hermanos, no sabía cómo sentirse con respecto a lo que acababan de hacer y tampoco encontraba las palabras para decirles algo.
Se dio la vuelta y subió las escaleras, sin ánimos de discutir con ellos.
Rudolf lo miró andar y sintió que le había fallado.
—Creo que siente que lo traicionamos —dijo mirando el andar desganado de su hermano mayor—. Me siento mal por él.
Archie suspiró al verlo meterse a su habitación.
—También yo, siente que lo hemos dejado solo —dijo el menor de los Rockefeller—. Duncan sacrificó demasiado para que los cuatro estuviéramos juntos y siento que no se lo estamos devolviendo.
—Duncan debe aprender que no es responsable de todo —dijo Winston—. Debe dejar de sentirse culpable por lo que sea que le pasa a Sabrina. Cuando entienda que no fue él, tal vez pueda ser feliz, mientras tanto solo va a hacer infeliz a quien sea que quiere y será infiel así mismo.
Rudolf pensó en la cantidad de veces que su hermano asumía cosas que no eran su culpa y cuando le increpaban el porqué solía responder lo mismo: yo debí impedirlo.
—Creo que no está enamorado de Sabrina —dijo Rudolf—. Siente mucha pena por ella.
—¿Y si ella miente? —dijo Archie.
—Eso solo lo sabremos con el tiempo y solo pueden pasar dos cosas, que nosotros estemos equivocado y ella realmente esté enferma o que a Duncan le vuelvan a traicionar.
—Solo espero que seamos nosotros los equivocados —dijo Winston—. Me voy a sentir muy mal por Duncan si eso no es así.
—¿Por qué no mejor van con Duncan y le brindan su apoyo? —dijo Mehmet—. Tal vez él no espera que estén de acuerdo y solo espera que lo dejen equivocarse, si es que está equivocado.
—¿Tú le diste tu apoyo? —preguntó Winston al turco.
—Yo no soy su hermano —dijo con descaro y encogiéndose de hombros—, pero si te sirve de consuelo, fui imparcial. No los apoyé a ustedes ni a él.
Los tres Rockefeller le miraron con diferentes gestos pero Mehmet no se inmutó, aun así no pudo evitar sentirse extraño. Nunca los había visto divididos, siempre eran una especie de totalidad.
Duncan por su parte se sentó en la cama de su habitación y miró al frente. Su reflejo se veía en el espejo.
Giró la vista a través de la habitación.
El lugar se sentía vacío y solo sin ella. Se recostó y miró el techo mientras se preguntaba a sí mismo qué hacer. Por un lado, quería ir tras Yekaterina y por otro temía echar a Sabrina y que los remordimientos lo consumieran después.
Si bien Sabrina le había hecho mucho daño, sentía que eso solo fue un daño colateral. Ellos se destruyeron juntos. Quizás, pensó, porque él no vio ni le preguntó nada de su vida después de casados.
Duncan estaba acostumbrado a seguir un manual invisible. Toda su vida había sido así, cuando se casó no fue la excepción, tal vez porque de alguna forma se sabía el mejor partido para cualquier mujer y estaba convencido de que cualquiera se sentiría halagada de ser elegida.
—Nunca la observó más allá de su belleza, nunca le preguntó qué fue de ella antes de la boda. Ella tampoco lo hizo y fue una sensación cómoda para ambos.
Al menos lo fue hasta que descubrió lo del embarazo y ella tuvo que confesar.
Suspiró y volvió a sentarse, sintiéndose más solo que nunca, incapaz de verse a sí mismo desde afuera.
Algo en el tocador le llamó la atención. Un pequeño resplandor, así que se puso de pie y caminó unos cuantos pasos hasta situarse frente a él.
La sortija que había dado a Yekaterina reposaba sobre el mueble, a su lado, estaba una pequeña nota.
‹‹Te he dejado todo lo que me regalaste de valor. Gracias por todo››.
Leyó la nota una y otra vez, sin poder entenderse a sí mismo con claridad. Sostuvo el anillo unos segundos y tomó su celular para llamarla, esperando por supuesto que ella quisiera hablar con él.
El sonido del teléfono resonó en la habitación mientras pensaba que nada podía ir peor.
Se acercó al mueble y abrió el cajón donde encontró no solo el celular, también el pequeño cofre con todos los regalos que una vez le hizo. Respiró con pesadez y volvió a su cama. Se quedó acostado con la mente en blanco.
Fue el sonido de la puerta lo que lo hizo salir de su letargo. Se incorporó un poco y miró a Terrence, quien asomó la cabeza y le sonrió.
Él le hizo una seña para que entrara.
—¿Pasa algo? —preguntó Duncan—. ¿Sabrina está bien?
—Sí, está dormida —dijo la joven—. Solo quería saber si todo está bien, tus hermanos son bastante ácidos conmigo y yo hace mucho que no hablo con mi hermana, así que desconozco lo que pasó. ¿Quién era la rubia de la otra habitación?
—¿Cómo sabes que tu hermana está enferma? —preguntó Duncan, ignorando todas las preguntas que ella lanzó.
—La última vez que la vi, fue algún tiempo antes de tu matrimonio —dijo Terrence—. Había estado más de una semana encerrada luego de la muerte de su novio, apenas comía y era la primera vez que salía de la habitación. Me acerqué a ella para preguntarle cómo se sentía y después de preguntarle, ella me miró como si estuviera loca.
Hizo una pausa mirando a Duncan y continuó.
—Empezó a hablar de su viaje a Italia —dijo con un suspiro—. El último viaje que hicimos como familia, antes de que conociera a su novio. Ella asumía que te había conocido ahí. En ese momento lo dejé, pero días después lo intenté y pasó lo mismo, busqué información y ayuda. Me di cuenta que con su dolor, ella había borrado de su cabeza todo eso.
—¿Por qué no la ayudaste? —preguntó Duncan—. ¿Por qué no me dijiste?
—Cómo ayudas a tu hermana cuando eres más joven, cuando tus padres parecen halcones vigilando tus movimientos —dijo Terrence—. Cuando ella llegaba a casa, ellos siempre se ocupaban de no dejarme a solas. Sabrina pasaba tanto tiempo con mi madre, tanto que desconozco lo que pasó entre ellas.
—¿Ella estuvo embarazada? —dijo Duncan—. Era imposible que fuera un hijo mío por el tiempo. Cuando la descubrí me dijo una versión de las cosas.
—No puedes fiarte de sus versiones, si se lo preguntas de muevo se inventará una nueva —dijo Terrence—. Mi madre llenó los espacios vacíos de la mente de Sabrina a su conveniencia.
—Tenemos la sospecha de que su novio vive cerca de aquí —dijo Duncan.
—Eso es imposible —respondió Terrence—. Su novio murió, yo misma acompañé a mi padre para reconocer el cuerpo.
Duncan se quedó callado unos segundos en los que procesaba eso.
—Entonces tiene un nuevo amante —dijo haciendo que la joven se removiera.
—Ella no haría eso, Sabrina no le haría daño a nadie —dijo y Duncan sonrió—. Creo que ella se enamoró de ti, solo necesita superar esto. Tal vez llevándola a terapias, pueda salir adelante y puedan ser felices por siempre.
—Ella es capaz de muchas cosas —declaró Duncan—. La mujer rubia de la que hablas, es la mujer que amo, ella estaba embarazada y Sabrina envenenó a la hermana de Yekaterina para que le disparara. Mató a mi hijo, entregó a Yekaterina a un cerdo que pretendía torturarla de todas las formas que imagines. Tu hermana es capaz de todo lo malo que puedas imaginar.
—¿Tenías una amante en esta casa? —preguntó la joven.
—De todo lo que te dije, ¿eso es lo único que puedes rescatar? —preguntó muy molesto.
—No, es solo que no puedo creer que seas tan cínico de tener a esa mujer aquí —dijo Terrence—. Esta es la casa de mi hermana.
—Esta es mi casa, no se te olvide que Sabrina solo es la reina consorte —declaró Duncan—. No tiene derecho legal sobre esta casa. De todos modos eso no importa, no puedo creer que pienses solo en que mi amante estuviera aquí. Sabrina también tiene un amante al que estoy seguro más de una vez metió en esta propiedad.
—Puedo pasar —dijo Archie interrumpiendo el intercambio de palabras—. Vine a decirte que Neil llegó...
Se encogió de hombros al ver la expresión de su hermano.
—Gracias, Archie —respondió mientras su hermano se daba la vuelta.
—No sé lo que haya pasado pero seguro la tal Yekaterina se lo merecía —dijo Terrence—. Rompió un matrimonio.
—Archie no pudo evitar detenerse en la puerta y escuchar lo que ella decía.
—Su hijo habría sido un bastardo —continuó una furiosa jovencita—. Qué clase de mujer sería si se mete con un hombre casado. Ninguna mujer decente hace eso.
—Nuestro matrimonio solo era una apariencia —dijo Duncan.
—Ella lo hizo porque necesitaba escapar de un malnacido —dijo Archie sin poder contenerse y asomándose por completo.
—De todos modos es una cualquiera, ¿qué hubiera pasado si mi hermana y Duncan tuvieran un matrimonio estable? ¿Se habría metido de igual forma? —preguntó Terrence—. Nada justifica que se metiera en un matrimonio.
—Pero justificas las bajezas que hizo la loca de tu hermana —dijo Archie—. No entiendo ese afán de la gente estúpida de decir: qué hubiera pasado si... por favor, deja de imaginar supuestos, no pasó y punto. En todo caso, voy a responder a tu pregunta: si ellos hubieran estado como un matrimonio feliz y Yekaterina se hubiera metido, la culpa no sería de ella, nunca de ella. La culpa sería de Duncan. Aprende que las amantes no roban maridos, ellos son los idiotas que se van, los únicos culpables. Aquí quienes deben fidelidad con los cónyuges.
Terrence le observó con los ojos muy abiertos al verlo tan agresivo, después de todo nunca se imaginó al jovial Archie siendo tan severo, aunque se admitió a sí misma que poco lo conocía.
—El matrimonio de Duncan y tu hermana era una porquería —continuó el menor de los Rockefeller—. Tu hermana es una porquería, tú eres una porquería. No necesito recordarte que esta es mi casa también y no te quiero en ella. Voy a hacer uso de mi poder para decirte que tienes solo un par de minutos para salir de aquí y volver a la maldita cloaca que te corresponde.
Salió de ahí a paso seguro y dando un portazo.
Duncan quiso reír al escucharlo. Su hermano podría ser todo lo mujeriego del mundo pero era directo y muy franco con todo mundo, más aun con su explosivo carácter.
—Tu hermano no me soporta —dijo Terrence—. Igual no va a cambiar lo que pienso. Esa mujer se metió en medio de una relación y punto. No es una buena mujer. Es una buscona.
—Curioso que digas eso cuando te has pasado la vida intentando meterte por los ojos de mi hermano —dijo Duncan con acidez—. En todo caso también te podría llamar cualquiera, buscona, arrastrada y todos los descalificativos que tú misma usaste.
—Yo jamás me metería con un hombre casado —declaró.
—Pero te acostarías con uno por posición y seguridad económica —declaró Duncan—. Es lo mismo. Ahora sal de esta habitación, ya escuchaste a mi hermano.
—¿¡Qué!? —dijo sorprendida—. Vas a echarme. No lo puedo creer.
—Esta casa también es de ellos y pueden decidir lo que les plazca. Suficientes desacuerdos ya he tenido con ellos como para encima tener uno más —añadió el rey—. Tendrás un coche en unos minutos.
Duncan la dejó en la habitación para ir hacia la habitación donde Sabrina estaba dormida.
Llamó a gritos a Mehmet y este se apresuró a llegar hasta su rey.
—Necesito que tengas listo dos autos, en uno iremos Sabrina y yo y en el otro se irá Terrence —dijo Duncan—. Una de las casa de campo está bien para la señorita en lo que se define su situación. Asegúrate de que Roman la escolte.
—Bien —respondió el turco—. Con el otro auto a dónde iremos.
—Al psiquiátrico —dijo con seguridad.
—¡No puedes hacer eso! —dijo Terrence, horrorizada al escucharlo decir que la encerraría en un hospital—. MI hermana no está loca.
—Eso lo decidirá un psiquiatra —dijo Duncan—. Si no lo está y solo finge, igual se quedará ahí y si está enferma, necesita atención.
—¡Eres un desgraciado! —exclamó la joven—. No puedes hacerle eso, no tienes ningún derecho.
—Te has llenado la boca diciendo que soy su esposo y que me comporte como uno —dijo Duncan—. Soy el único con autorización legal para hacerlo y estoy haciendo uso de mi poder como esposo de la reina.
—¡Desgraciado! —gritó Terrence intentando lanzarse sobre él pero Mehmet la detuvo—. ¡Suéltame, turco asqueroso. Suéltame!
—¡Cállate! —dijo Duncan—. ¡Ya estoy harto de hacer lo que toca hacer, estoy cansado de poner todo por encima de mí y no lo haré más. Querías que ayudara a tu hermana, pues lo estoy haciendo!
—¡Te estás deshaciendo de ella, cerdo! —gritó.
—Tómalo como quieras, voy a ayudar a Sabrina de la manera que me parezca correcta —dijo Duncan—. Tengo derecho a ser egoísta y pensar en mí. Quiero salir de aquí, ir por la mujer que amo y olvidarme de una vez de todas mis malditas responsabilidades.
Ella sollozó mientras Roman subía las escaleras y recibía órdenes de Mehmet. Al final se la llevó de ahí.
Los hermanos de Duncan subieron y miraron a su hermano mayor con los ojos muy abiertos pero ninguno dijo nada al escuchar una voz ya conocida por ellos.
—¿Qué es todo este escándalo? —dijo el hombre de rasgos hermosos—. Veo que esta casa es cada día un mercadillo.
—Neil, no es un placer tenerte aquí —dijo Duncan.
—Lo sé pero vine a quedarme en lo que también es mi casa —dijo con una sonrisa de burla.
—¿De qué hablas? —preguntó—. Creo que has enloquecido.
—Para nada —dijo extendiendo un documento—. Lo guardé esperando el momento correcto para decírtelo. Tu padre me reconoció como su hijo meses antes de su muerte.
—¡Qué diablos! —dijo Rudolf acercándose a leer el documento.
—El original está en el juzgado, puedes verificarlo —añadió Neil—. En fin, voy a instalarme, caballeros. Estoy cansado del viaje, después les aclaro dudas.
El resto le miró irse mientras apretaban los labios. Duncan, por su parte, se dijo que la llegada de Neil no era producto de la casualidad. Le parecía ilógico que su padre lo haya reconocido como su hijo, toda vez que el recién llegado tenía la misma edad que Duncan, lo que significaba que en caso de que el rey muriera o renunciara, el trono no sería para Winston, sino para Neil...
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