Capítulo 4

Yaroslav Tolstòi daba vueltas por el hotel buscando a Yekaterina un tanto desesperado al no encontrarla.

—¿Dónde demonios está Katyusha? —preguntó alterado a su jefe de seguridad y llámando a Yekaterina por su diminutivo.

—La estamos buscando señor —dijo molesto.

—Ты лучше найди ее или у тебя будут проблемы со мной¹ —dijo haciendo que el hombre de ojos rasgados se removiera en su lugar sabiendo que cuando su jefe hablaba en su lengua mater estaban en aprietos.

Salió del lugar despavorido y movilizó al personal entero para encontrar a la mujer más importante de su jefe.

La desesperación comenzó a consumirlo al empezar y no verla por ningún lado.

—Señor —dijo uno de sus hombres.

—¿La encontraste? —inquirió nervioso.

—Tiene que ver esto —respondió el hombre de la seguridad.

El oriental, como era llamado desde que había empezado a trabajar con Yaroslav supo que algo andaba mal desde el momento en que le dijeron eso.

Caminó con premura hasta la sala de monitores.

Uno de los hombres revisaba las cámaras de seguridad en todo el hotel en busca de ella.

En una de ellas se vía a Yekaterina caminar junto Duncan Rockerfeller; de pronto, la grabación se interrumpió para aparecer dibujos sin sentidos e interrupciones. Varios minutos después el rey aparecía caminando, solo, en medio del bar buscando a alguien y se reunía con sus hermanos.

—¿Qué demonios pasó ahí? —dijo mirando al monitorista.

—Pasó que al parecer hay un corte en esto —dijo señalando el video—. Alguien alteró las grabaciones y seguramente entre la entrada y salida del rey hay mucho más tiempo del que se indica aquí y algo se está cubriendo.

—¿Algo sobre Duncan? —preguntó.

—No, creo que ella estaba haciendo algo y dejó al rey solo vagando por los pasillos —respondió.

—¿¡Y no se supone que tú estabas a cargo!? —preguntó furioso y explotando.

—Señor, mi turno recién empezó.

—¡Quién estaba a cargo de esto! —preguntó golpeando el escritorio—. ¡Quién, maldita sea!

—Yo señor —respondió uno de los hombres levantando la mano un tanto temeroso—, pero la misma Yekaterina me pidió que fuera con Yaroslav por un llamado de él, fui al ascensor y me quedé atorado largo rato hasta que llegaron a atender el llamado de emergencia. Cuando bajé, ya buscaban a la señorita.

—La muy perra se encargó de borrar lo que estuvo haciendo —dijo furioso—. Yaroslav va a asesinarnos.

—Mire aquí —dijo el chico de nuevo y señaló una nueva cámara.

Se veía a Yekaterina pasar frente al monitor de una de las salidas de emergencia.

—Va sola —dijo mirando la hora—. Se puede ver si abordó algún auto.

—No señor —dijo el hombre—. Lanzó su chal sobre la cámara de afuera y no se puede ver a qué auto subió o si partió caminando.

—A qué hora sale el rey —preguntó.

—Varios minutos después y aborda un auto junto a sus hermanos que según el valet no había nadie en el carro más que el chofer.

—Entonces no se fue con él —dijo mirando un punto fijo en la pared.

—Parece que no.

Suspiró sabiendo que estaba en serios problemas con su jefe y finalmente armándose de valor fue hacia donde su patrón se encontraba en espera de noticias.

—¿Dónde está? —preguntó Yaroslav con ese tono que dejaba claro se estaba conteniendo en espera de la respuesta.

—Yekaterina planeó su huida señor —dijo y retrocedió al escuchar el rugido del hombre—. Señor, me temo que ella se encargó de que nadie viera nada por las cámaras de seguridad, salió por la puerta trasera y escapó.

—¿Escapó? —dijo Yaroslav con ese tono que no lo engañaba—. ¿Es que tú crees que yo la tenía secuestrada?

El oriental pensó su respuesta, desde luego no iba a decir lo que realmente pensaba, sino lo que su jefe quería escuchar.

—Por supuesto que no, señor —dijo un tanto temeroso—. Me refiero a que ella decidió huir porque seguro planea algo con todo lo que sabe.

Yaroslav se quedó callado unos segundos antes de mirar al hombre.

—Muéstrame —dijo dejando que su hombre más confiable lo guiará hasta los monitores.

Ahí miró las pantallas y observó con atención cada movimiento de Yekaterina.

—El rey salió solo y ella borró información importante que muestra a dónde fue y que estuvo haciendo —dijo el oriental.

—Duncan Rockerfeller la tienen —dijo Yaroslav apretando los labios.

—El rey salió solo junto a sus hermanos y abordó un auto donde solo el chófer estaba —rebatió.

—¿Revisaron el coche? —inquirió.

—No podemos hacer eso, es el rey de Brazka—dijo incomodó.

—Me importa un carajo de dónde sea —añadió con ese tono letal que hizo remover a todos.

—Si me lo permite, no creo que una mujer como Yekaterina valga tanto para enemistarse con un rey que según las cámaras no ayudó a la joven —dijo un hombre de seguridad pero fue tomado de la garganta por Yaroslav y presionado hasta que fue lanzado contra la pared golpeando su cabeza.

—Yekaterina vale más que cualquier otra cosa en el mundo y en este preciso momento iremos a matar a ese rey para traerla de vuelta —dijo en lo que para todos fue una locura.

—No creo que debamos hacer...

—¡Me importa una mierda lo que crean! —vociferó lanzando todo al suelo y haciendo pedazos los monitores—. Ya di una orden. Ese rey de mierda tiene a mi mujer y en este instante va a conocerme.

—Repito que se fue solo —dijo el oriental pero calló al ver a Yaroslav sacar su arma y apuntar a su cabeza.

—Ve por tus mejores hombres —respondió el ruso.

—Sí señor —dijo y salió de ahí ante la mirada atenta de los hombres que se quedaron callados ante aquel arranque de locura.

Por su parte Yaroslav salió de ahí rumbo a su habitación donde comenzó a cambiarse y a colocarse la protección antibalas para enfrentar a Duncan.

Estaba dispuesto a demostrar que de él nadie se burlaba y más aún dispuesto a volver con ella para castigarla por su atrevimiento.

Salió del hotel con la mirada colérica y los pensamientos fijos en su objetivo sabiendo que no se equivocaba.

Cuando apareció en el estacionamiento miró al oriental con más de cuarenta hombres dispuestos a darlo todo.

Le abrieron la puerta del auto para que subiera.

—Vamos, Hiroki —dijo llamando al oriental por su nombre—. Vamos por mi mujer ahora mismo.

El hombre asintió de mala gana entrando después de Yaroslav sabiendo que aquello era una locura.

Los carros blindados siguieron el auto de su Amo por las calles un poco temerosos de enfrentar a su oponente por primera vez.

Estaban seguros de que no era cualquier oponente y también seguros de que el rey dispondría inmediatamente de todo un ejército.

El recorrido se fue haciendo cada vez más tenso mientras todos pensaban en cómo hacer para detener a su jefe que parecía perder la razón cuando de esa mujer se trataba.

En cuanto visualizaron el castillo supieron que estaban perdidos al cruzar el sendero desde donde ya podían verse las cámaras de seguridad rodeando el perímetro.

Yaroslav estaba convencido de que Yekaterina estaba ahí y no estaba dispuesto a irse sin ella.

—Están cerrando las verjas —dijo Hiroki mirando a su patrón.

—Échenla abajo —dijo sin inmutarse.

—Ya escucharon —dijo el oriental—. Vamos a echar abajo esas rejas y a llevarnos de vuelta a Yekaterina.

La tensión se acentuó, al menos un rato, pero después vieron que las puertas de abrían sin más y el personal aunque en alerta bajaba las armas.

—Estén listos —dijo Hiroki desde su radio para comunicarse con los demás.

El convoy ingresó al palacio mientras se veían entre sí y una vez se detuvieron bajaron del auto formando un escudo humano protegiendo a Yaroslav.

Un ejército de hombres les apuntó de inmediato y Hiroki miró hacia arriba desde donde los francotiradores esperaban la orden. Sabía de antemano que no saldrían con vida de aquel lugar y que lo mejor era dar caza fuera del sitio.

Aún con todo eso, Yaroslav avanzó en medio de la gente como el poderoso e intocable hombre que se sentía y sin más, después de recorrer el sendero cubierto de pinos, subió los escalones hacia la entrada de la casa donde las puertas se abrieron sin apenas tocar.

En el vestíbulo un centenarr de hombres estaban a la espera de cualquier ataque y armados hasta los dientes.

—¿A qué debemos la visita sin aviso y con todo ese despliegue antiprotocolar? —inquirió Roman el jefe de seguridad de palacio.

—Exijo ver a Duncan.

—Me temo que para ver a su majestad debe antes anunciarse y pedir una audiencia —dijo sin más y a sabiendas de que algo no estaría bien dentro de poco.

—No tengo tiempo para las cartitas y avisos, o lo llamas ahora o voy a echar abajo este lugar hasta dejarlo en ruinas —dijo completamente furioso y amenazante.

Román sonrió de forma burlesca antes de hablar y carraspear para aumentar la risa que pugnaba por salir.

—Me temo que no es posible.

—Ningún mocoso va a decirme que algo no es posible —dijo Yaroslav.

—Quizás se lo pueda decir yo —dijo una voz que hizo a todo el contingente de hombres del rey hacerse a un lado para dar paso al recién llegado.

Su aspecto de matón hacía a muchos retroceder sabiendo que el rey y los príncipes no iban a ningún lado si no era con lo que muchos llamaban: el sicario real.

Mehmet, un turco más que listo para defender al rey, apareció resonando sus botas y caminando hasta enfrentarse a Yaroslav.

—Me temo que amenazar al rey en su propia casa, tendrá consecuencias muy feas —dijo con ese acento que denotaba su nacionalidad.

Los ojos extremadamente azules, las espesas pestañas y la casi perfección de su rostro hacía que más de uno se sintiera en desventaja no solo física sino también en aptitudes frente a un hombre que transpiraba seguridad e instinto letal.

Mucho se hablaba de él, sobre todo porque parecía ser un quinto hermano, puesto que a diferencia del personal de seguridad él entraba directamente a todos lados y no solo eso, sino que festejaba y se daba el lujo de abrazar y convivir con la familia real sin restricciones.

—El turco —dijo Hiroki sacando una sonrisa a Mehmet.

—El mismo —respondió—. Llevaba unos días de vacaciones pero ya estoy de vuelta y me encuentro con uno o dos intrusos queriendo intimidar a mi amigo. Eso no se hace, al menos no en mi presencia.

Yaroslav le miró retándolo a dar el primer paso pero solo obtuvo una sonrisa de burla que lo enervó aún más.

—Que tu rey dé la cara y deje de esconderse tras un asesino a sueldo —incitó Yaroslav.

—¿Mi rey? —preguntó—. Si te refieres a Duncan, aún está en la cama y no va a levantarse solo porque un ruso cualquiera y sin linaje venga a pedirlo. Aquí están en territorio nuestro y se cumplen nuestras reglas.

—¿En serio? —preguntó el ruso—. Parece que tu rey no cumplió las reglas en un territorio que no era suyo.

Escupió las palabras con excesiva furia sacando una nueva sonrisa en Mehmet.

—¿Qué te puedo decir? —dijo divertido—. Así son los reyes, por algo son monarcas. Un rey puede convertir en su territorio cualquier lugar y en cualquier momento.

—Así es, no seas igualado, Yaroslav —dijo Archie asomando con ese desparpajo que le caracterizaba—. El colmo que cualquier plebeyo quiera hacer lo mismo que nuestro Duncan, tan lindo, carismático e inigualable que es...

¹ Más vale que la encuentres o te verás en serios problemas conmigo. (Traducción según Google, vaya a saber si es cierto).

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