Capítulo 35

Yekaterina miró las flores y sonrió al ver lo bonitas que estaban. Hacía años que no podía prestar atención a las bellezas de la vida. Llevaba años viviendo con miedo que no supo en que momento dejó de disfrutar de todo.

Se giró hacia el castillo y sonrió al imaginar a Duncan. Pensar que había iniciado con él a fin de que le ayudara con su hermana y había terminado enamorada de lo encantador que era.

Se dijo que Duncan era más de lo que se veía a simple vista. Quizás era el más pasivo de todos sus hermanos, pero la realidad es que solo era una especie de bestia dormida, lo que en realidad era no estaba a simple vista pero ella sabía que en algún momento, Duncan despertaría. Ella amaba lo que sabía de él pero era consciente de que necesitaba ayudarlo a dejar su propia prisión.

Duncan necesitaba conocer sus límites, conocerse a sí mismo y sacar su verdadero yo, no ese que le habían enseñado a ser.

Sonrió a sabiendas de que ella estaba dispuesta a hacerlo, ella quería conocer al Duncan de verdad.

Pasó sus manos por las flores rosas o violetas, era un color intermedio. Se alejó en medio del espeso jardín.

Encontró fascinante esas nuevas flores y acarició una que llamó su atención. La tomó en su mano y presionó ligeramente para cortarla. La llevó a su nariz y olió mientras pensaba en Duncan.

—Parece que te gustan las flores raras —dijo una voz detrás de ella.

Se giró a ver a la persona que hablaba y le regaló una sonrisa y asintió.

—Me gustan, sí —dijo sonriente—, pero mis favoritas sin duda son las rosas, solo me llamó la atención que es una flor extraña.

—Se llama momo —dijo él—. Significa, soy tu prisionera. ¿No te parece interesante?

—Sí creo que lo es —dijo ella—. Es interesante. ¿Trabajas aquí?

—No, no en realidad —dijo el hombre—. Soy un visitante. Permite que me presente; mi nombre es Pierre-Yves. Vizconde de Carlyse.

—¡Oh! —dijo Yekaterina visiblemente consternada—. Disculpe, ¿no nos hemos visto antes?

—No lo creo —dijo el hombre de acento extraño y forzado.

—¿De dónde es? —preguntó curiosa.

—De aquí y de allá —respondió mientras ella le observaba con curiosidad.

—¿Está seguro que no lo he visto antes? —inquirió inquieta—. Podría asegurar que sí.

—No lo creo —respondió.

—Duncan no me ha hablado de usted, ¿es su familiar? —dijo Yekaterina empezando a ponerse nerviosa y mirando hacia la casa de donde se había alejado lo suficiente en completa soledad.

—¿Duncan? —preguntó él haciendo un gesto al ver que le llamaba por su nombre y no por su título—. Creí que solo la reina y sus hermanos lo llamaban de esa forma. Desconocía que usted fuera tan... cercana. ¿Qué opina su majestad la reina de esto?

—Sí, Duncan —respondió Yekaterina a la defensiva—. No tengo idea de lo que piensa la reina.

El hombre la observó con una sonrisa extraña, que solo sirvió para inquietarla un poco más.

La recorrió de arriba abajo y después sonrió.

—Ya veo, le ruego me disculpe. —El tono de desprecio no le pasó desapercibido—. Hace un momento creí que era una de las invitadas de los reyes ahora que la reina está embarazada, pero ya veo cuál es su función en este lugar. Usted es una proveedora de diversión al rey. Tan común en Duncan.

El insulto no le pasó desapercibido, pero estaba cansada de que todo mundo le hiciera desprecios y le tratara como estúpida.

—Voy a aclarar varios puntos. El primero de ellos es que debería cuidar su lengua, no creo que a Duncan le agrade que un desconocido trate con insultos disfrazados de falsa cortesía a la mujer que ama; dos, la reina no está embarazada y si lo está no es de Duncan —dijo con seguridad—. Y tercero pero no más importante, aprenda a respetarme que quizás un día yo sea su reina.

El hombre sonrió haciendo una venia como burla.

—Me retiro, apreciable... dama —dijo soltando una risilla—. Tal vez nos veamos más pronto de lo que se imagina. Que tenga buen día, querida momo.

Se alejó con discreción pero se detuvo luego de unos pasos antes de girarse,

—Cuando vea a Mehmet le podría decir que los encantadores paseos que da Kathleen a las cinco por el jardín de mariposas son verdaderamente motivadores —dijo suspirando y perdiéndose en medio de la campiña.

Yekaterina sintió miedo de escucharlo y volvió todo lo rápido que pudo al castillo pero en el camino se encontró con Mehmet, este daba indicaciones a Blanchett y le señalaba el perímetro.

—¡Mehmet! —dijo mientras veía a Kathleen observar desde la entrada el intercambio de su amiga y el turco. La vio darse la vuelta y avanzar hacia el sur de la casa. Iba sola y ella se apresuró a llegar a Mehmet.

—Vas a estar el turno completo. —Escuchó que decía.

—Mehmet. —Volvió a decir a solo unos pasos.

—¿Qué sucede? —preguntó el turco.

—Un hombre me habló en aquella dirección, dice llamarse Pierre-Yves —dijo y él frunció el ceño prestando toda tu atención—. Vizconde de...

—Carlyse —terminó Mehmet por ella.

—Sí, él —dijo Yekaterina—. ¿Lo conoces? Es algo extraño...

—Sí, lo conozco —dijo Mehmet—, pero es imposible que esté aquí.

—Pues lo está —dijo ella—. Es un hombre raro y me dio miedo. Se fue entre la campiña, dijo que vivía ahí.

—Eso es imposible, no hay casas ahí —dijo Mehmet—. Es un terreno del reino pero eso no cambia que yo lo sabría.

Para ese entonces Mehmet ya hablaba por auricular al saber que el tipo estaba más descarado y ahora se dejaba a la vista.

Roman apareció de inmediato y obedeció al turco cuando le pidió que llevara a Yekaterina dentro y se encargara de encerrarlos.

—¿Qué es lo que pasa? —dijo ella.

—Es imposible que el Vizconde de Carlyse esté aquí a menos que haya vuelto del mas allá —dijo con seguridad—, el hombre lleva más de una década muerto.

Ella se llevó las manos a la boca pero ya estaba siendo arrastrada hacia adentro.

—¡Mehmet! —gritó cuando este ya se dirigía hacia donde ella había señalado.

El turco se detuvo y se giró.

—Envía por Kathleen, se fue hacia el sur —dijo ella—. Se fue sola y ese hombre me dijo que te hiciera saber que los encantadores paseos que da Kathleen a las cinco por el jardín de mariposas son verdaderamente encantadores.

El semblante de Mehmet cambió de inmediato y cambió la dirección yendo hacia donde Kathleen había ido y a su paso gritaba con fuerza para alertar.

Ella fue llevada dentro del palacio donde fue reclutada junto a Feriha y los príncipes.

—¿Dónde está Duncan? —preguntó al verlos a todos menos a él.

—Están por traerlo aquí —dijo Winston—. ¿Qué demonios está pasando?

Segundos después un sudado Mehmet cruzaba la entrada con Kathleen, quien lucía asustada.

—Puedes describir al hombre —dijo el turco—. ¿Dónde demonios está el rey?

—Aquí —respondió Duncan acercándose a ellos—. ¿Qué pasa?

Abrazó a Yekaterina, misma que se aferró a su chaqueta y le miró asustada.

—Talvez unos treinta y cinco años, castaño, de ojos verdes o azules. Tiene el rostro un tanto familiar. Yo sé que lo he visto pero no recuerdo dónde. Tal vez en la fiesta. Él estuvo ahí, debí verlo en ese lugar.

—Tiene que ser elemento de seguridad —dijo Mehmet—. Alguno de ellos tiene que ser el traidor, de lo contrario no estaría dentro. Voy a revisar los expedientes.

—Ahora debe estar por ahí —dijo Román—. Si es elemento de seguridad, conoce cada rincón de este sitio, no es un lugar seguro para el rey. Mehmet podemos llevarlos al castillo adjunto. Nadie más que tú y yo conocemos las entradas.

—No, no creo que sea alguien de seguridad —dijo Yekaterina e incluso recordó la fiesta donde estuvo con Duncan la primera vez, trató de hacer memoria pero le costaba—. Tuvo que estar en esa fiesta.

—Necesito la lista de invitados —dijo Mehmet—. Aunque es extraño. Si es un invitado, ¿cómo logró entrar sin que ningún custodio lo notara o cuestionara?

—Sabrina —dijo Winston—. Además de nosotros, ella conoce cada lugar y cada entrada de este castillo, incluso las salidas secretas. Es ella quien lo mantiene dentro.

—Sí, debe ser así —dijo Rudolf—. La otra vez la vi viendo a la campiña, justo en la dirección donde Yekaterina vio hoy al hombre. Observé detenidamente a esa dirección pero desde mi posición no se veía nada. Ella parecía ver a alguien. No debe estar en la propiedad pero si sabe cómo entrar sin ser visto.

—Debió verlo a él —dijo Archie—. Él debe estar dentro desde hace mucho o vivir muy cerca.

—Estamos rodeados de vegetación —dijo Román—. Debe haber un campamento.

—O vivir en la torre de caza —dijo Mehmet—. Ese lugar no lo visita ni Dios en apocalipsis. Quiero a Blanchett y tres agentes más con la vista sobre Kathleen, si la señorita pestañea ustedes deben saberlo, dos más con Feriha, de preferencia las quiero juntas.

—Tal vez podamos ir a una habitación y quedarnos ahí —dijo Feriha.

—Estoy de acuerdo —dijo Kathleen.

—Eso será lo mejor, está empezando a caer la tarde —dijo Duncan—. No lograremos nada y ese tipo no es idiota, debe saber que nos estamos rompiendo la cabeza, pero vamos empezar desde atrás. Necesito información, todo de la vida de Sabrina, desde antes que se casara conmigo.

—¿Su exnovio? —preguntó Mehmet—. Creí que lo conocías.

—En más de una década debió cambiar mucho, además yo solo lo vi en fotos —confesó el rey

—. Nada me asegura que haya sido él. De Sabrina ya lo espero todo.

—Tienes razón —dijo Winston—. Esa mujer es peligrosa.

—Vamos a buscar discretamente, ese imbécil no se mostrará por ahora sabiendo que nos puso alerta —dijo Duncan.

—Ayudaremos —dijeron sus hermanos y en un abrir y cerrar de ojos todos estaban caminando rumbo al despacho para dividirse en la pesquisa.

Duncan se quedó parado luego de ver a Feriha subir a la habitación y a Kathleen hacer lo mismo. Se dirigió a Yekaterina, quien tenía una mirada preocupante.

—Será mejor que vayas a descansar, no estás del todo bien —dijo llevándola escaleras arriba. Le ayudó a llegar a la habitación y una vez dentro la abrazó de la cintura.

—Todo estará bien —dijo buscando tranquilizarla y ella se abrazó a él.

—Me da miedo que te pase algo —confesó ella—. No sé qué pensar de todo esto, es tan confuso.

—Lo sé, pero te aseguro que estaremos bien —dijo el rey.

—Duncan, si él conoce el castillo, estás en peligro en cualquier lugar —añadió Yekaterina.

—Él no se atreverá a hacerme nada dentro de la casa, sabe que si me ataca aquí, no saldrá con vida —respondió pero la joven no estaba tan segura.

Yekaterina lo abrazó y le dio un beso en los labios.

—Solo cuídate —dijo abrazando al hombre del que ya estaba enamorada—. Por favor, no hagas nada que te ponga en riesgo.

Se acostó en la cama y Duncan lo hizo con ella solo para abrazarla.

—Se siente bien tenerte aquí —añadió el rey tocando su cabello—. Extrañaba verte.

A Yekaterina le daba la impresión de que a Duncan le costaba expresarse, tal vez porque desde joven se había visto envuelto en la presión de ser rey. Quizás porque lo obligaron a reprimir sus emociones, era tan protocolar y mecánico que a veces creía que sacarlo de ahí sería todo un reto.

Lo abrazó con fuerza y besó su frente al verlo tan estresado.

La mano de Duncan se posó en su cadera y escondió el rostro en su cuello.

—Vamos a estar bien, preciosa. Te lo prometo —agregó abrazándola.

—¿Sabes que te amo, verdad? No te voy a dejar solo jamás —dijo Yekaterina mientras él sonreía y respondía con un te amo.

—Descansa, Yeka —dijo y ella sonrió—. No sé cuál es el diminutivo de tu nombre pero Yekaterina es largo.

—El diminutivo es Katiuska, pero no me gusta que me digan así —dijo recordando que Yaroslav hacía eso.

—Bien, te diré Yeka —dijo levantando las manos en son de paz y ella asintió volviendo a besarlo—. Ahora descansa, voy a bajar con Mehmet.

Yekaterina se quedó sola en la habitación y se durmió durante horas, cuando despertó ya era completamente de noche. Se puso de pie y se asomó por la ventana pero no miró puesto que escuchó el sonido de la puerta. Abrió encontrando a un hombre de seguridad.

—Señora —dijo saludando—. El rey ha designado un lugar seguro para usted y las señoritas Kathleen y Feriha.

—¿Está pasando algo? —preguntó alarmada.

—Es solo por seguridad —dijo el hombre.

—Pero ¿dónde estará él? —inquirió un tanto reticente.

—Al parecer hay un intruso dentro de la casa —dijo mirándola—. El rey y los príncipes ya van de camino a la casa de seguridad.

—¿Mehmet irá con nosotros? —preguntó un tanto contrariada—. ¿Por qué Duncan no me despertó?

—Sí, él va a custodiarla hasta la casa de seguridad —mencionó el hombre—. El rey no tuvo opción, ya salió de aquí.

—¿Y por qué no vino Mehmet? —preguntó curiosa.

—Está abajo, puedo llamarlo si eso le place y da más seguridad —dijo pero ella se sintió mal de desconfiar.

—No, está bien así —respondió siguiendo al hombre quien la guio hasta uno de los pasadizos que ella no conocía, al menos hasta que fueron vistos por la mujer de la cocina.

—¿A dónde la llevas? —preguntó al custodio.

—Mehmet está esperándonos —dijo el hombre.

La mujer le observó con curiosidad antes de volver a hablar.

—¿Quién eres? —preguntó pero fue silenciada con un disparo de arma con supresor de sonido.

Yekaterina quiso correr pero no pudo hacerlo dado que fue arrastrada al pasadizo secreto y apuntada por el arma para callar. Sin embargo, dentro de este estaba Sabrina quien la amordazó y le sonrió divertida antes de guiar al sujeto por el lugar.

Recorrieron el túnel durante algunos minutos y finalmente salieron del castillo a la solitaria calle, donde no había mas que una camioneta conocida para ella, por lo que se resistió de todas las formas que pudo hasta que lo vio aparecer.

—Hola querida Katiuska —dijo Yaroslav.

—Es toda tuya, yo cumplí con sacarla de ahí —dijo Sabrina—. No quiero verme inmiscuida ni quiero volver a verla cerca de mi marido. Deberías cuidar a tus perras mejor.

—De acuerdo —dijo Yaroslav—. Que fácil fue sacarla, pensar que solo debía pedir el favor.

—De fácil no hubo nada —dijo Sabrina—. Sabes lo que es intentar salir de un lugar controlado por Mehmet.

—Definitivamente es imposible —dijo el turco apareciendo junto a un regimiento de agentes que opacaban a los que el ruso llevaba—. Nada pasa en esta casa sin que yo me entere. No ibas a ser la primera en lograrlo. —Se dirigió a Yaroslav—. Suelta a Yekaterina ahora mismo.

—No me iré de aquí sin ella, así que será mejor que bajes el arma y me dejes salir —dijo Yaroslav apretando el arma a la sien de Yekaterina quien sangraba del vientre y Mehmet creyó que la habían herido pero pronto comprendió que en realidad solo se había abierto su herida pasada.

Yaroslav sonrió y miró al turco.

—Baja el arma, turco —dijo Yaroslav—, o yo mismo voy a matarla...

__________________________________________________________

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top