Capítulo 34
—¡Eso es mentira y lo sabes! —dijo un furioso Duncan enfrentando a Sabrina y sabiendo los problemas que eso traería—. Bien sabes que no puedes esperar un hijo mío.
—Cariño —dijo ella con una sonrisa de quien se sabe con el triunfo en las manos—. Eres mi esposo, ¿cómo podría no ser posible?
Duncan la tomó de la muñeca, presionando tan fuerte que le sacó un chillido y la hizo revolverse tratando de liberarse.
—¡Suéltame! —gritó furiosa.
—Saquen a Yekaterina de aquí —dijo Duncan a sabiendas de que tendría una pelea con Sabrina.
Román tomó a la joven quien se negaba a irse pero finalmente miró a Duncan y después se dio la vuelta para ir con el custodio.
—No intentes pasarte de lista —dijo el rey—. Sabes perfectamente que no puedes estar embarazada y si lo estás, es claro que no es mío.
—Pruébalo —dijo con una sonrisa segura—. Lamento que no seas un hombre libre y que aún no sepas que casarte conmigo fue la mayor de las bendiciones.
—¡Deja de decir incoherencias! —gritó el mayor de los Rockefeller haciéndola retroceder luego de dar un respingo tras ver por primera vez a su esposo perder la paciencia—. Deja de mentir de una vez por todas.
—No estoy mintiendo, estoy esperando a tu primogénito —añadió ella—. Cuando nazca puedo probar que es tuyo o al menos que lleva tu sangre.
Duncan frunció el ceño y la miró con todo el odio que era capaz de reunir.
—No dejaré de ser reina jamás —dijo Sabrina—. Tus días de gloria y los de esa zorra se acabaron, sabes por qué, simplemente porque las leyes dicen que el heredero es el primer hijo nacido de legítimo matrimonio o el primer hijo natural reconocido por el rey, ¿y qué crees? Ella no espera a tu hijo, lo espero yo.
—¡Eres una perra! —dijo Duncan.
—Amor —respondió ella con indiferencia—. No puedes probar nada, en cambio yo, como la esposa indefensa que soy, puedo probar que el descarado rey pretende acusarme de cualquier cosa con tal de hacerme a un lado y coronar a su puta. Eres tan mezquino ante el consejo que no te ha importado mi estado.
—¡Maldita! —farfulló Archie.
Sabrina se giró al escuchar a su cuñado y le sonrió.
—Estos días tomaré el control de mi castillo y tengo la impresión de que lo primero que haré será echarte de aquí junto al pulgoso perro fiel que tienen.
—Qué te hace pensar que llevar un bastardo, si es que lo llevas, te hace más poderosa que el rey —dijo Winston—. ¿Eres estúpida de nacimiento o te esfuerzas por llegar al nivel más alto?
—Estoy segura de que voy a lograr mi cometido —dijo con total seguridad—. De momento lo único que me importa es que la zorra rusa se vaya.
Kathleen bajó en ese momento y se detuvo de golpe al verla.
—Miren quien sigue en mi casa —dijo Sabrina—. La burguesa oportunista.
Pronto sintió la mirada del turco quien parecía a punto de saltarle encima.
—Llegó mi momento de demostrarles que soy la reina y todos ustedes, perros, se van tragar todas las humillaciones que me han hecho —declaró furiosa de saberse atacada por sus cuñados.
—Te falta mucho para poder hacer a un lado a cualquiera de nosotros. —Esta vez fue Rudolf quien la enfrentó—. Olvidas que somos príncipes, dueños también de la fortuna real, ¿dime que harás sin nuestro apoyo? No olvides que el consejo puede tener el poder legislativo pero nosotros no estamos pintados y tenemos más poder del que imaginas.
—No te preocupes —respondió Sabrina—. Yo me encargaré de eso, cuñado.
—¡Largo de mi casa! —dijo Duncan—. ¡No voy a permitir que hagas lo que te venga en gana en mi hogar!
—No iré a ningún lado —declaró autoritaria.
—Mehmet —dijo el rey—. Encárgate de que esta mujer sea escoltada fuera de aquí ahora mismo.
—Con mucho gusto —dijo el turco antes de tomarla del brazo y sacarla del palacio rápidamente aun cuando ella gritaba.
Duncan se giró hacia sus hermanos quienes le miraron un tanto alarmados.
—Si ella está embarazada —dijo Rudolf respirando con pesadez—. Te das cuenta de que algo malo puede pasar, no habrá manera de sacarla. La gente la va a adorar, el consejo apoyará, ¿y qué haremos nosotros?
—Vamos a calmarnos —dijo Winston—. Ella dice que puede probar que lleva tu sangre. ¡Qué carajos!
—¡No me acosté con ella! —aseguró Duncan—. No admitiré que tuve sexo con ella porque no lo tuve.
—Entonces no hay manera de que ese supuesto bebé lleve tu sangre —dijo Archie—. Debe estar planeando algo.
—La única manera en que ella podría mostrar un hijo con la sangre de Duncan sería que ese hijo fuera el sobrino del rey —dijo Mehmet—. ¿Alguno de ustedes se ha acostado con ella?
—¡Claro que no, que estupidez! —dijo Archie—. Ninguno de nosotros se ha acostado con ella.
—Es obvio que no me acosté con Sabrina —dijo Winston—. Eso es tan retorcido.
—Entonces no existe otra manera —dijo Mehmet—. Debo preguntar, ¿Alguno de ustedes tiene semen en algún banco de esperma o guardado en frasquitos de perfume sobre su tocador?
—¡Qué diablos! —dijo Duncan—. Eso no es posible.
—Debe haber algo que ella tenga como as bajo la manga —dijo Winston—. Debemos frenar esto rápido.
—No podemos sacarle a la cría —dijo Mehmet mirando de uno a otro—. Ella debe tener algún plan que nos urge descubrir.
—Tenemos que encontrar a su amante —dijo Archie—. Debe estar aquí, su amante tiene que estar en este lugar. La muy perra tuvo que traerlo.
—No puede ser posible a menos que sea un amante diferente al padre de su primer hijo —dijo Duncan—. Yo lo vi en fotos y estoy seguro de que nunca lo he visto por aquí.
—Yo había pensado en Román —dijo Winston—, pero si no es él...
—No lo es —dijo Mehmet—. Román está loco por otra persona, es callado y raro pero no es un demente para fijarse en Sabrina.
—¿Entonces quién? —dijo Rudolf.
—Si su amante está aquí, ella volverá tarde o temprano a buscar su ayuda —dijo Duncan—. Necesito cámaras de seguridad en cada lugar de este palacio incluso en las afueras, colóquenlas en los árboles, vamos a darle caza.
—De acuerdo —dijo Mehmet—. Me ocuparé hoy mismo.
—Nadie más que nosotros cinco tendrá acceso a esas cámaras —declaró Duncan—. Quiero vigilancia todo el tiempo sobre Yekaterina. Voy a ir a buscarla ahora mismo.
Se dio la vuelta para irse pero fue detenido por la voz de Rudolf.
—Debes embarazar a Yekaterina cuanto antes —dijo con seguridad frenando los pasos de su hermano mayor—. Yo puedo desear muchas cosas, odiar otras tantas como por ejemplo ser un príncipe pero de ninguna manera voy a permitir que un bastardo se quede con el legítimo trono que corresponde solo a alguien del nuestro linaje.
Duncan le miró con los ojos muy abiertos y después miró a sus hermanos quienes solo asintieron en señal de estar de acuerdo con su hermano.
—Mis hijos no harán una venia a un rey que no es legítimo heredero —dijo Winston.
—No importa si la embarazo hoy o mañana, el primero en llegar será el hijo de Sabrina —dijo Duncan.
—No si no nace —dijo Rudolf.
—¿Hablas de provocarle un aborto? —dijo con los ojos muy abiertos—. ¿Qué clase de ser humano seriamos?
—Podría apostar mi principado a que no está embarazada —continuó Rudolf—. Solo está ganando tiempo para embarazarse de verdad. La dejaste ir e irá en busca de un hijo sea de quien sea. Tienes que embarazar a Yekaterina pronto.
—Ella está convaleciente —dijo Duncan—. ¡No voy a ir como un animal a tomar algo que ella no está en condiciones de darme!
—Tranquilos —dijo Archie—. Yo sé que Duncan es todo un semental follador de alto pedigrí pero tenemos algo a favor y vamos a apoyarnos en eso. ¿Te acostabas con Sabrina en todos estos años?
—¿Qué? —preguntó Duncan.
—¿Sí o no? —insistió el menor.
—Sí, carajo, sí. Pero hace mucho que no lo hago. No lo sé, desde Yekaterina, incluso antes —respondió Duncan.
—No se embarazó en todo ese tiempo, hay dos cosas o es poco fértil —dijo Archie...
—O tomaba anticonceptivos —dijo Mehmet—. En cualquiera de los dos casos tardará un poco en conseguir el bebé. No creo que ella crea que quieres reconciliarte por el niño, pero sí creo que podrías hacer una ofrenda de paz.
—¿Estás diciendo que vuelva con ella? —dijo Duncan.
—No, solo dile que quieres mantener la paz por el crio —dijo Winston—. Lo primero que pedirá es que saques a Yekaterina y la instales a ella de vuelta.
—Ella no es estúpida —dijo Duncan—. Ya no volverá a caer. Necesito pensar.
Se dio la vuelta sin más; harto de todo, como si estuviera a punto de colapsar de tantos problemas y salió de ahí en busca de Yekaterina, a quien encontró parada en el balcón de la habitación mirando hacia el jardín.
Duncan la miró y sonrió al verla. Fue a la caja fuerte de su cuarto y tomó una de las sortijas más importantes de su corona, la sortija de su madre.
Se acercó a ella por detrás y la abrazó para después dar un beso a su cuello.
—¿En qué piensas? —dijo volviendo a besar su cuello y girándola para quedar de frente a ella.
—En que estoy usurpando una habitación —dijo ella—, un matrimonio, una vida.
—No usurpas nada —respondió Duncan—. Este es tu lugar y lo único que lamento es no haberte conocido antes.
—¿Hay alguna probabilidad de que sea tu hijo? Yo necesito saber la verdad —dijo con los ojos acuosos.
—No, ninguna —contestó el rey—. Mi único hijo estuvo en tu vientre.
Yekaterina hizo un puchero y la barbilla le tembló ante aquello.
—Eres importante para mí —continuó Duncan—. Quiero tener una familia contigo y podemos hacerlo si nos vamos ahora. Mis hermanos no se oponen a dejar sus títulos, se oponen a inclinarse ante un príncipe heredero ilegítimo.
—Si nos vamos van a matarte —dijo Yekaterina—. Yo quiero estar a tu lado pero no así, puedo estar lejos y esperar a que me visites de vez en cuando, quiero que resuelvas esto y vayas a verme cuando puedas, no quiero ser un estorbo y menos aquello que te haga vulnerable.
—Vas a quedarte aquí —dijo Duncan y tomó su mano dando un beso a sus nudillos—. Vas a quedarte en casa y a usar la sortija que te convertirá en la mujer que amo ante los ojos de todos en este lugar.
Sacó el anillo y lo abrió frente a ella antes de tomar su mano y colocarla en su dedo. Le quedaba justo para sorpresa de ambos.
—Esa sortija fue de mi madre, era especial para ella, uno de sus cinco anillos irremplazables, cada día usaba uno diferente mientras solo sábado y domingos usaba su alianza de boda y anillo de compromiso —dijo el rey—. Este es el mío y solo pertenecerá a la mujer que amo, a quien quiero para estar conmigo cada día de mi vida. Esta sortija es la promesa de que un día tú y yo estaremos juntos. Esta es la promesa de amor que puedo darte por ahora.
Yekaterina le sonrió antes de abrazarlo con fuerza y dejar un beso en sus labios.
—Nunca voy a dejar de quererte —dijo la rubia al mismo tiempo que apretaba las manos de Duncan—. Te amo pero tengo tanto miedo de que te hagan daño.
Fue sujetada por él, quien en ese momento sintió los mismos temores de la rubia, sabiendo que ella se convertía en el primer flanco de ataque.
—Tendrás vigilancia todos los días a todas horas, por favor no hagas caso a las locuras de mi prima —suplicó y ella asintió pero no pudo continuar puesto que Mehmet reclamaba su presencia inmediata—. Dame unos minutos.
Ella sonrió.
—Iré al jardín a caminar —dijo pero Duncan ya estaba en el pasillo.
Bajó con dificultad encontrándose con Román en las escaleras y le dijo que iría a caminar cerca.
Este ordenó por el auricular que la vigilaran en todo momento y tan pronto como estuvo fuera de la casa se vio seguida por dos hombres.
Anduvo unos metros cortando algunas flores, sin percatarse de que alguien de la misma casa la veía con total descaro y una sonrisa siniestra.
El hombre la observó de cerca sin que se diera cuenta y sonrió al verla caminar de forma distraída, lento aún. Olía las flores que llevaba en la mano y en su anular refulgía una de las cinco sortijas reales. El anillo de apatita amarilla en forma de cojín, la pieza más importante del reino estaba en su poder.
Iba sola, sin nadie que interfiriera. Consciente de que esa era la oportunidad que había estado esperando y no pensaba desaprovecharla.
Avanzó despacio hasta ella a sabiendas de que nadie sospecharía de él. El primer paso estaba dado...
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