Capítulo 31

Yekaterina se giró hacia ellas con lentitud pasmosa.

—Creo que sabes quién soy —dijo Kathleen—. Soy la prima de Duncan, ella es Blanchett mi amiga.

— ¿Qué hacen aquí? —Dijo Yekaterina—. Creí que nadie sabía de mi existencia.

—Tengo mis contactos —dijo la rubia acercándose con más confianza—. ¿Podemos hablar?

Yekaterina no respondió pero al verla girarse hacia ellas, les dio la señal que esperaban, así que se acercó hacia el sofá y lo arrastró para sentarse frente a la mujer que Duncan amaba.

—Mi primo te ama —dijo pero no obtuvo ninguna respuesta de Yekaterina.

En cambio la mujer que llegó a la habitación fue la cincuentona que resguardaba a la rusa.

—Le he avisado a Mehmet —dijo la mujer—. No se oía muy contento.

—Es porque no está nada contento —dijo Kathleen—. No voy a hacerle daño, solo quiero hablar con ella.

La anciana miró de una a otra pero al final asintió y salió de ahí para dejarlas solas.

Una vez sin la presencia de la anciana, Kathleen la vio mirando por la ventana, ausente y se atrevió a tomar su mano mientras Yekaterina daba un respingo y se giraba a verla.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo ella mirando a la joven.

—¿Quiero saber si amas a mi primo? —preguntó con seguridad—. Él te ama, pero quiero saber si es recíproco, si tú lo amas a él.

—Me ama pero no ha venido en días —dijo y Kathleen agachó la vista—. Supongo que si no tengo a su hijo no hay valor.

—Él te ama —dijo Kathleen—, pero descubrió algo muy malo que su esposa hizo y necesita hacerla pagar, está buscando pruebas.

—Da igual —dijo ella y la joven rubia supo que la rusa, estaba igual de deprimida que su primo, pero se dijo que ella no había viajado tanto solo para irse con las manos vacías.

—Sé que perdiste a tu hijo —dijo y la vio hacer un puchero—, y sé que nada va a mitigar el dolor, pero eres joven y puedes tener otro hijo al que darle amor. Tú y Duncan pueden ser felices aún.

Yekaterina levantó la vista hacia ella y miró con sus ojos azules, que a Kathleen le parecieron grises, antes de hablar.

—No sé si pueda enfrentarme a su esposa —dijo con sinceridad—. No si esté dispuesta a hacerlo.

—Siempre he creído que las mujeres somos más fuertes que cualquier hombre, Duncan ahora está sufriendo un reino que cree que en cualquier momento se quedará sin monarca, sufre la traición de su esposa que ha hecho todo para envenenar a gente a alrededor de mi primo, seguramente también planeó su muerte, sufre la ausencia de su hijo y estoy segura de que sufre por ti —dijo Kathleen—. Eres la única que puede ayudarlo, su reina. Si quieres a Duncan, demuestra de lo que estás hecha, levántate, alza la barbilla, camina y apodérate de tu palacio, de tu rey, de tus súbitos, si no eres una reina fuerte, no estás lista para Duncan, no eres una reina de verdad y dejarás que una impostora y mala mujer se quede con algo que es tuyo. Recuerda que las reinas no son reinas solo porque sí, son leonas y perras. Ve a palacio, saca a Duncan de lo que está sufriendo y enséñale a Sabrina que tú eres la indiscutible reina y que eres más perra que ella. No dejes que se quede con lo que ya muchos sabemos que es tuyo y no hablo del dinero, habló de Duncan, de tu próxima familia.

—Sus hermanos no lo tomarán bien —dijo Yekaterina.

—Sus hermanos son leales a Duncan —dijo Kathleen—. Ellos apoyarán a su hermano en cualquiera que sea su decisión, nunca se atreverían a traicionarlo. Si de verdad amas a mi primo, ha llegado el momento en que dejes de esconderte y des la cara como la futura reina que eres. Necesito que levantes el maldito culo de ese sofá y vayas a tomar tu lugar, quiero que demuestres que nada te derrumba.

Yekaterina la miró con ojos muy abiertos antes de sonreírle.

—Yo no quiero hacerle daño a Duncan —dijo con seguridad.

—Se lo haces, dejándolo solo —respondió Blanchett—. Ve a demostrar que eres la indiscutible dueña del corazón del rey.

—¿Por qué me piden eso a mí? —preguntó mirando con curiosidad de una a otra—, ¿por qué apoyan mi relación con Duncan?

—Porque aborrezco a Sabrina, porque detesto ver como mi primo se hunde más y más teniendo consideración por toda la culpabilidad que ella le hace sentir —dijo Kathleen—, y porque yo no soy tan buena como parezco. Al contrario, siempre he creído que este mundo es de las más perras, la que se duerme se queda sin nada y ella ya suficiente terreno ha conseguido como para que ahora se haga más fuerte. Ve a quitarle lo que es tuyo.

Yekaterina se puso de pie aún con dificultad y caminó de un lado a otro por la habitación mientras se llevaba el dedo pulgar derecho a la boca, lo mordía nerviosa antes de cerrar los ojos y pensar si aquello valía la pena, incluso pensaba si ella tenía que meterse en el palacio y convertirse en la Helena de Troya. Era consciente de que si Duncan se separaba para estar con ella, no solo tendría problemas con el reino, sino además también Yaroslav estaría tras él.

Lo pensó durante unos segundos antes de levantar la vista insegura y mirar a las dos mujeres frente a ella, quienes esperaban en ese momento su resolución, así que soplo se detuvo y pensó su respuesta.

—Si voy al palacio corro el riesgo de fragmentar el reinado de Duncan, de atraer a Yaroslav y de poner las lealtades al rey entre la espada y la pared —dijo mirando a Kathleen quien pensaba hablar pero Yekaterina levantó la mano—. Déjame terminar, voy a llevar caos a la vida de Duncan. —Hizo una pausa—, pero estoy cansada de ser infeliz y tener que vivir pensando en los demás, por una vez quiero pensar en mí, en lo que me hace feliz y pelear por ser yo. El mundo entero se puede ir al demonio.

Kathleen sonrió y asintió.

—Te llevamos —dijo con seguridad mientras Yekaterina asentía sin estar completamente segura de que eso fuera lo mejor.

—Vamos a retocarte las mejillas para que te veas mucho mejor —dijo Kathleen—. Estás un poco pálida, hace falta un poquito los rayos del sol, pero estoy segura de que mi primo se quedará sin habla al verte.

—Kathleen, Mehmet debe estar hecho una furia camino a este lugar —dijo Blanchett—. Quiero conservar mi cabeza sobre mi cuello, si no te molesta claro está, así que apresúrate.

—Aquí o allá, nos gritará con la fusta en la mano, solo dile que sí pero no le digas cuándo —dijo Kathleen—. Ya estamos en el problema, no hay nada que hacer, más que esperar a que el señor baje su mal humor, mientras tanto, hay que disfrutar.

—Claro, siempre esperé morir a manos de un hombre colérico por ayudar a mi amiga —dijo una irónica Blanchett—. A ti solo te va a gritar pero a mí, no me quiero imaginar lo que me hará.

—Eres muy bonita —dijo Yekaterina—. Mehmet no es un ogro, en realidad es un encanto, controlador por supuesto, pero es muy buena persona, quizás no te regañe y termine dándote un beso.

Blanchett se sonrojó ante lo que la rusa dijo y atrajo la mirada de Kathleen.

—¿Hay algo que yo no sepa? —preguntó muy molesta.

—No, solo me parece gracioso —dijo Blanchett—. No me imagino a Mehmet tan cariñoso con alguien.

—Sí que lo es —dijo Yekaterina—. Lo es con su novia.

—¿Mehmet tiene novia? —preguntó Kathleen.

—Claro que la tiene o al menos me parece que lo es, tienen un hijo juntos al parecer —dijo ella—. En realidad no sé si son pareja, pero a mí me dio esa impresión.

Kathleen miro a Blanchett quien solo se encogió de hombros.

—En fin, no importa —dijo Kathleen—. Vamos a apurarnos.

Retocó las mejillas de Yekaterina y le dio un labial para colocar un poco de color a sus labios antes de ayudarla a ponerse de pie para salir de ahí.

La convalecencia de Yekaterina era aún visible en la lentitud de sus movimientos, su rostro pálido y las marcas oscuras en sus ojos, pero se dijo que Duncan la había ayudado mucho y ahora necesitaba de ella para poder salir de lo que fuera que lo tenía mal.

Blanchett abrió la puerta y supo que debían caminar antes de poder conseguir un transporte. Observó a la rusa moverse con lentitud y pensó si en lugar de hacer un bien la estaban exponiendo.

Una mujer relativamente joven apareció entonces frente a ellas; estaba junto a la mujer mayor y un anciano.

—¿Qué es lo que creen que hacen? —dijo la mujer que llevaba una jeringa en la mano y Blanchett supuso era la doctora que se encargaba de Yekaterina—. La señorita debe estar sentada y en reposo. No pueden llevársela.

—Ya lo estamos haciendo —dijo Kathleen—. No se preocupe por ella, irá sentada y en reposo al palacio donde mi primo, el rey, la espera.

—No es posible —dijo la doctora.

—Yo vivo en palacio y lo estoy indicando justo ahora replicó—. Vámonos.

—No se la pueden llevar —dijo la mujer tomado del brazo a Kathleen para evitarlo pero Blanchett se lo impidió al levantar su arma y apuntarle a la cabeza.

La doctora liberó a Kathleen y mientras ella, sonrió.

Las tres mujeres salieron de ahí a paso lento.

—Tenemos que caminar todo el sendero para conseguir un transporte —dijo Blanchett.

—Te dije que tomáramos un auto —dijo Kathleen.

—Y yo te dije que robar es malo, además no íbamos a lograrlo con un carro de la corte real —replicó Blanchett.

—Eso no es robar, es tomar prestado sin consentimiento —dijo y Yekaterina sonrió.

—Puedo avanzar sin problemas —dijo Yekaterina—. No se preocupen, vamos lento.

Las dos mujeres la tomaron una de cada brazo y la hicieron caminar por el sendero con una lentitud que pensaron Mehmet las alcanzaría.

Finalmente llegaron a la salida del sendero y fue Blanchett quien se acercó para esperar uno de los taxis que enviaban a la salida de la ciudad.

Esperaron largo rato hasta que abordaron uno.

Bien, ya vamos rumbo al palacio, si hemos de tener problemas, será después —dijo Kathleen—, así que relájate, Blach.

—Claro, lo dice la que seguramente lleva los huesos hasta dislocados del miedo —dijo y Yekaterina sonrió tomando la mano de ambas.

—No es un monstruo —dijo divertida—. Es solo un hombre encantador pero algo autoritario, estoy segura de que será muy comprensivo apenas sepa que lo hicieron de buena fe. No se alarmen tanto, ya verán que no pasa a mayores.

Blanchett miró a su rubia amiga antes de mirar a Yekaterina y lanzar una carcajada.

—No sé qué es peor, si enfrentar a Mehmet o aguantar al príncipe Winston —dijo y Kathleen se giró a verla.

—Winston es un verdadero encanto —dijo divertida—. Nunca se mete con nadie, es tan callado que pienso que no debe haber nada que lo perturbe. Sabes que si mi primo Duncan deja el trono, Winston tendría que romper su compromiso con su prometida.

—No sabía que estaba comprometido —dijo Blanchett.

—Sí lo está, todos lo están, hasta el rebelde Archie quien es el único que estoy segura se va a atrever a plantar a la novia en el altar —dijo Kathleen—. Es tan indómito que lo creo capaz de todo. Ninguno conoce a su prometida pero Rudolf y Winston cumplirían su deber si Duncan no deja el trono, Archie es harina de otro costal...

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