Capítulo 30
Sabrina observó la sonrisa triunfal de la duquesa, misma que solo sirvió para ponerla de pésimo humor o para buscar una humillación, sobre todo porque se dejó engatusar y cayó en la provocación.
Muchas veces había escuchado de la audacia de la mujer pero hasta ese momento no había podido comprobarla. Miró a Duncan que la observaba con la mandíbula tensa y quien dio dos pasos al frente antes de que la mujer de Andrew hablara.
—Permiso, majestad —dijo la mujer haciendo una venía a Sabrina y que a la reina le pareció más una burla que una despedida.
Miró a Duncan que solo la observaba desde su sitio con la mirada furiosa. Lo vio avanzar hacia ella y por instinto retrocedió pero pronto se vio sujeta de la muñeca en un abrir y cerrar de ojos, la atrajo a su cuerpo y la apretó muy fuerte y con decisión, tanto que le sacó un grito de dolor.
—Mataste a mi hijo —dijo horrorizado.
—¿Yo? Ha sido la hermana de esa estúpida la que lo ha hecho —dijo muy molesta—. No te atrevas a culparme de nada, yo no fui quien disparó el arma.
—¡Claro que lo has hecho! —dijo Duncan—. ¡No es eso lo que acabas de confesar, maldita víbora! ¡Mataste a mi heredero!
—¡Un heredero bastardo! —gritó Sabrina—. No era un hijo procreado conmigo, la reina. Ni siquiera puedes asegurar que haya sido tuyo con una zorra que se acostaba con cualquiera.
Duncan la tomó de la garganta y la arrastró hasta estamparla sobre la pared y escuchando el gemido de dolor de su esposa y observando sus ojos llenos de miedo hacia él. Como si no reconociera al Duncan que tenía frente a ella.
—¿Cómo puede haber una mujer tan despreciable como tú? —dijo incapaz de poder comprender. Era un ser inocente.
—¿Sabes cuánto odiaba esa mocosa a su propia hermana? —dijo Sabrina—. Yo solo le di un arma, hice que lo hiciera pronto. De cualquier forma, lo habría hecho tarde o temprano. La odiaba.
—¡Mientes! —dijo Duncan—. Era un bebé inocente.
—De una ramera —dijo Sabrina, es que acaso no lo ves querido. Ella solo te estaba utilizando, solo quería mi lugar. Se embarazó a propósito de vaya a saber que asqueroso donnadie. Pensaba poner a un bastardo en el trono. Y tú no eras más que su títere, fuiste el imbécil que la hizo dejar a Yaroslav. Le creíste todo, como si no supieras que alrededor de todo reinado se tejen mentiras, traiciones, derroques. No me puedes negar que ella se merecía ese final. La zorra está donde debe estar junto con su bastardo. Yo y solo yo daré un heredero a la corona.
—Para dar un heredero me necesitas, estúpida y ahora mismo lo que único que vas a obtener de mí es que te escolten a la cárcel —dijo apretando su mandíbula.
—Me estás lastimando —dijo intentando liberarse.
—Yo te mataría aquí mismo pero veo que eso solo sería un premio —dijo apretando esta vez su cuello tan fuerte que Sabrina creyó que se lo rompería dado que la sujetó con tal salvajismo que logró levantarla unos centímetros del suelo.
Finalmente la soltó y dejó caer al suelo.
Ella levantó la vista y por primera vez tuvo miedo de él, de la forma en que la miraba como si no hubiera más para ella.
—Duncan —dijo tratando de incorporarse y cuando lo hizo se colocó frente a él—. ¿No habrías hecho todo por tus hermanos? Cualquier cosa por proteger a tu reino, no habrías hecho cualquier cosa por amor. Yo, como la reina que soy, hice lo que tenía que hacer para proteger mi posición. Hice todo para ser lo que soy ahora, voy a gobernar hasta mis últimos días. No en vano lo he sacrificado todo y ni tú ni tus hermanos y mucho menos una zorra me va a avergonzar frente a todos y frente a mi familia. ¡Yo soy la reina! ¡Tu reina! La única. Fui criada, preparada y educada para esto. Dejé una vida para volverme reina y no me importa lo que tenga que hacer pero voy a quedarme en mi trono siempre.
Duncan le sonrió divertido.
—Hace unas horas, pensaba que mucho de lo que sufrías era en parte mi culpa, ¿sabes? —dijo Duncan con la mandíbula tensa—. Creía que si yo no hubiera aceptado las condiciones para asegurar el trono, tú seguirías con tu novio y quizás te hubieras casado con él, ese hijo tuyo no habría muerto, ahora sería un adolescente; tal vez si yo no me hubiera casado, tú habrías sido feliz. Me remordía la consciencia por todo lo que has tenido que sacrificar, me sentí mal de que lo hayas hecho, pero luego, cuando creo que tú y yo podemos dejar esta mierda en la que nos envolvimos, cuando creo que podemos acabarlo como dos personas adultas, vienes a demostrarme que no importa nada, tú habrías hecho cualquier cosa por ser reina.
—Claro que no —dijo ella.
—¡No te hagas la inocente, maldita zorra! —gritó mirándola—. Ya sabías que estabas embarazada. Si te negabas a la boda conmigo, no habría pasado nada más que una disputa con tus padres, quizás no hubieras conseguido tanta riqueza, pero tampoco habría pasado a mayores y se me hubiera buscado una nueva pareja. La única penalización que existía, era para mi casa y solo si esta cancelaba el matrimonio. Mi padre, el rey, jamás deshonraría su cuna, ni mancharía su apellido. ¡Tu familia no perdía nada, pero claro, preferiste callar y casarte, una vez reina no pasaría nada! Que fácil fue para ti.
—He perdido años de mi vida por ti —dijo Sabrina—. No es justo que ahora quieras quitarme lo que tantos años me ha costado construir a tu lado para dárselo a otra, no pienso permitirlo. Este reinado es tan tuyo como mío. El pueblo me ama, aclama por su reina y espera ansioso, la llegada de nuestro primogénito. ¡Soy yo a quien quieren!
—Un primogénito que no llegará —dijo Duncan con una sonrisa—. No habrá un hijo nuestro jamás.
Miró a la puerta donde Mehmet y sus hermanos estaban junto a unos hombres de seguridad.
—Saquen a esta basura de mi castillo —declaró Duncan sorprendiendo a todos, incluso a Sabrina que nunca esperó que Duncan fuera a echarla de palacio para llevarla a los búngalos.
Dos de los guardias se acercaron a ella para tomarla de los brazos.
—Winston, redacta la acusación formal contra Sabrina por el intento de homicidio contra Yekaterina, por la muerte planeada y a sangre fría del heredero a la corona.
—¡No puedes hablar en serio! —dijo furiosa y a gritos.
— Yo no maté a esa maldita! —gritó y Duncan le sonrió.
—No, no la mataste, ella está salva para desgracia tuya; se recupera y cuando acabe contigo, Yekaterina tomará su legítimo lugar como la reina de esta nación —dijo mientras el rostro de Sabrina mutaba ante lo que escuchaba.
—¡Eso es mentira! —gritó asustada ante la nueva revelación.
—Tengo una mujer que puede darme todos los herederos que quiera y asegurar la línea de sucesión —dijo Duncan—. No olvides que en este país las leyes me permiten proclamar hijos ilegítimos como sucesor, siempre que se compruebe el vínculo sanguíneo.
—No te atrevas —dijo furiosa—. ¡No te atrevas o te vas a arrepentir!
Duncan sonrió glorioso.
—Saquen a esta cochinada de mi vista y hagan que la ley la encierre —dijo escupiendo las palabras con asco.
Una vez la sacaron de la habitación miró al suelo sin creer que se haya atrevido a hacerle daño a un inocente.
—Fuera de aquí todos —dijo sin levantar la vista—. ¡Fuera!
Sus hermanos se alejaron y él se quedó en la habitación, tratando de asimilar lo que esa mujer había hecho cuando él ni siquiera quería quitarle su lugar como consorte.
Comenzó a revisar sus pertenencias y encontró fotos suyas sujetadas con hilos extraños.
—Maldita loca —dijo furioso al ver sus estupideces creyendo en hechizos y porquerías—. Yo ni siquiera quería quitarle el trono, jamás lo habría hecho. Todo lo que quería era el divorcio y una vida, una maldita vida.
Encontró una foto de ella con quien seguramente era su novio y amante, pero le había cortado la cabeza, como si no quisiera que lo vieran aunque esa foto le parecía haberla visto antes.
Duncan se quedó en medio de la habitación, con un sin de cosas tiradas y conociendo una parte de su esposa que nunca imaginó, tal vez porque nunca la conoció en realidad.
Se quedó sentado en el piso y permaneció en la misma posición durante horas.
*********
Kathleen miró hacia la escalera y después miró a sus primos.
—¿Hoy tampoco va a bajar? —preguntó mirando a Winston—. Han pasado muchos días desde que se llevaron a Sabrina y Duncan no sale de ese cuarto, ¿qué es lo que busca? Dudo que le esté llorando o al menos espero que no.
—Busca inculparla —dijo Archie—. Debe haber algo que la inculpe con la muerte de su hijo. Duncan está herido, era su hijo.
—No se puede hacer mucho y lo sabes —dijo Rudolf con mal humor—. Es un no nato y quien disparó esa pistola fue la hermana de Yekaterina, no importa que ella le haya dado la pistola, quien disparó fue otra.
—¡Debe haber algo, Rudolf! —dijo Winston golpeando la mesa—. Ella simplemente no puede volver a este lugar con una sonrisa en los labios burlándose de Duncan.
—Hace días hablé con él pero no me dejó nada claro, estoy preocupada por Duncan —dijo Kathleen con desesperó—. Parece un demente buscando cualquier cosa en la habitación. Lleva días sin salir, sin hacer nada, ni siquiera sé si está comiendo. Algo no está bien con él. Revisa una y mil veces lo mismo que ya revisó.
Ninguno respondió pero para Kathleen fue claro que estaban igual preocupados porque Duncan no dejaba de revisar las cosas de la reina buscando algo que hiciera la acusación imposible de refutar.
Finalmente luego de un largo rato hablando con sus primos fue al jardín donde unos minutos después Blanchett se le unía.
— ¿Averiguaste la dirección? —preguntó a su custodio.
—Me costó pero sí —dijo Blanchett—, pero si me lo permites, yo creo que no deberíamos ir solas y menos sin la autorización de Mehmet. Tal vez si le decimos que queremos ir, nos mande a más personal e incluso nos acompañe.
—No vamos a decirle a ese imbécil nada —dijo muy molesta—. Vamos a ir porque yo no tengo niñera, estoy preocupada por mi primo y voy a hacer que ella nos escuche y haga algo por él.
—Sigo pensando que quizás no sea buena idea —dijo Blanchett—. Mehmet me asesinará si sabe que salí sin su permiso y que además apoyé esta locura.
—Entonces iré sola y punto, no voy a dejar que Mehmet gobierne mi vida.
—Igual me asesinará por dejarte ir —insistió Blanchett—. Lo mejor es decirle.
Finalmente y con un suspiro, Blanchett sucumbió cuando se dio cuenta de que Kathleen no pensaba dar marcha atrás; accedió a ir con ella por lo que en un descuido y aprovechando que uno de los guardias coqueteaba descaradamente con ella, lograron salir sin mayores contratiempos.
—Tenemos que volver antes de que Mehmet note nuestra ausencia. Anoche no vino a dormir y se dice que estuvo con Rinaldi —añadió la guardaespaldas—. Se rumora que tienen un affaire y ayer tampoco llegó a dormir ella, lo que confirma las sospechas de todos.
—¿Quién es Rinaldi?
—La rubia de la cocina, la de los ojos esmeralda —dijo Blanchett.
—Da igual, con que poco se conforma —dijo Kathleen mientras detenía un taxi y lo abordaba dándole la dirección al conductor—. Parece que es para lo que le alcanza.
—Tengo entendido que Mehmet tiene mucho dinero —le contradijo Blanchett—, y ella es preciosa. En fin, mejor deberíamos volver y decirle a Mehmet.
—Ahora sí te preocupa Mehmet —dijo Kathleen—. Creí que ese hombre te la sudaba. Puede tener dinero pero nadie le quita lo cavernícola.
La mujer custodio comenzó a reír.
—Si nos descubre, va a ladrar hasta romperse las cuerdas vocales —dijo la joven y de paso hará que nos estallen los tímpanos, lo mejor es mantenerlo calmo.
—No te preocupes —dijo Kathleen—. Vamos a ser breves y estaremos de vuelta antes de que Mehmet parpadee. Lo mejor es hacerlo rápido.
—Claro, cómo no se me ocurrió antes —dijo Blanchett—. Todos los custodios soñamos con terminar con la cara contra el piso por su superior. ¡Ese hombre va a matarnos, Kathleen! Como mínimo, va a encerrarnos.
—¡Ya calla! Estamos juntas en esto —dijo Kathleen—. Deja de ser tan miedosa.
—Tengo miedo a perder mi trabajo —dijo la castaña.
—No te puede despedir, eres personal mío —dijo apretando los dientes—. Deja de ser tan dramática.
—El rey dijo que Mehmet era mi jefe y que quedaba sujeta a él —insistió Blanchett—. Es obvio que van a despedirme sin siquiera consultarte.
Kathleen no dijo nada pero estaba completamente segura de que no permitiría que nada le pasara a Blanchett, después de todo, además de su custodio, era su mejor amiga y nadie las alejaría.
Finalmente y después de un largo viaje, bajaron del taxi y caminaron algunos pasos hasta que se vieron en el sendero que las llevaría a la propiedad.
Tocaron la puerta y de inmediato fue abierta por una mujer mayor.
—¿En qué puedo ayudarles? —dijo mirando de una a otra.
—Buscamos a Yekaterina —dijo y la mujer las miró sin inmutarse.
—Me temo que están confundidas, nadie vive aquí con ese nombre.
—Me temo que no le creemos y o nos deja pasar o le haremos saber a su majestad el rey que no se nos ha permitido visitar a la futura reina de este país —dijo furiosa mientras la mujer mayor la observaba con ojos muy abiertos.
Momento de desconcierto que aprovecharon ambas para poder entrar a la casa.
Lo único que vio, fue una sala normal, pero ningún rastro de ella, así que solo siguieron su camino con todo el aplomo que pudieron reunir y más aún al ver a la mujer tomar su teléfono, seguramente, pensó Kathleen, para llamar a palacio. Supo que estaba en problemas desde que la vio llamar, así que se dirigió rápido a una de las habitaciones a sabiendas de que nada la salvaría de la reprimenda.
—Yekaterina —dijo Kathleen al verla sentada en el sofá frente a la ventana, con los pies encogidos y los brazos abrazando sus propias rodillas—. Necesito que vengas a palacio...
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