Capítulo 29
Duncan la sostuvo en sus brazos hasta que se quedó dormida y avisó a Mehmet que se quedaría a dormir ahí con ella.
Pronto obtuvo respuesta de su amigo y permaneció acostado a su lado para poder cuidar de ella. Cerró los ojos e intentó dormir.
Solo se mantuvo con los ojos cerrados durante largo rato, pero no pudo dormir, no cuando ella se quejaba y sollozaba entre sueños. Al amanecer se levantó cuando la doctora entró a la habitación.
—Buenos días —dijo la doctora—. Me alegra que haya venido.
—¿Cómo está Yekaterina, mejorará pronto? —preguntó Duncan.
—Sus heridas físicas sanaran, son las del alma las que me preocupan —dijo la mujer—. Me temo que ella necesita un terapeuta, ayer no dejó de llorar en todo el rato que estuvo despierta, se quedó dormida llorando. Lo que sea que haya pasado, va a llevar tiempo.
Escucharon el murmullo de Yekaterina al despertar y pronto la vieron abrir los ojos. Los tenía inflamados por el llanto y dijo que le dolía la cabeza.
—Hola —dijo Duncan—. Voy a estar afuera en lo que la doctora te revisa.
No hubo ninguna respuesta suya, así que solo abandonó la propiedad y se sentó en la pequeña cocina. Sonrió cuando la dueña de la casa le dio una taza de café.
—Cuando se pierde algo que se ama tanto, el corazón demora en entender los porqués —dijo la mujer—. Ella tardará pero es fuerte y lo hará, solo necesita tiempo.
—¿De verdad cree que el tiempo cura las heridas? —preguntó Duncan.
—El tiempo no cura nada, pero es un milagroso analgésico —dijo la mujer—. Esconde el dolor, lo mitiga y entonces un día, nos enseña a vivir con él como inquilino. El tiempo es así.
Sonrió al escucharla y poco después veía a la doctora salir.
—Está delicada, pero lo está haciendo bien, es probable que en unas semanas pueda salir un poco más. Mantenerla aislada; sola, no ayudará.
—Lo tomaré en cuenta —dijo Duncan.
Fue a la habitación y se adentró. La encontró mirando hacia la pared, distante.
Se sentó en la cama pero ella no se giró a verlo.
—¿Te gustaría ir a palacio? —preguntó—. Tal vez aquí te sientes sola, allá estaríamos muy bien.
—Quiero... ir a casa... Rusia —dijo de nuevo—. No hay nada aquí para mí.
—¿Y yo? —preguntó el rey rodeando la cama para ir frente a ella—. ¿Yo no soy nada en tu vida?
Se arrodilló frente a ella para que su cara quedara al mismo nivel que la de Yekaterina.
—Podemos empezar de nuevo, en Rusia si es lo que quieres, pero juntos —dijo tomando una de sus manos. Si te vas, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo voy a seguir? Dijiste que yo te importaba, ¿qué ha cambiado? Si te marchas... habré sido un estúpido de nuevo. Sé que no me lo estás preguntando pero quiero no quiero que me dejes, eres lo único que en este momento me mantiene cuerdo. Yo te amo, tal vez no lo diga a menudo porque me cuesta confiar en las personas pero me esfuerzo por hacerlo. Quiero que te quedes conmigo porque quiero evitar sentirme lastimado, si te vas voy a terminar herido. Quiero evitarlo. Dime cómo le haré.
De nuevo la vio llorar sin saber cómo hacerla sentir mejor. Era como si ella no estuviera ahí y solo pensara en irse pero él incluso creía que no se refería a solo mudarse. Ella quería irse para siempre, como si no tuviera una razón para seguir.
—¿Te parece que esto no vale la pena? Sé que mucho de lo que te ha pasado ha sido por mi culpa, quizás ni siquiera te merezca, tal vez nada de lo que tengo ni nada de lo que soy pagaría nunca tus lagrimas pero te quiero lo suficiente para portarme egoísta. No puedo ofrecerte un reino que probablemente entre en caos próximamente pero te puedo ofrecer mi yo por completo —continuó Duncan haciendo que ella le mirara—. Yo quiero que te quedes conmigo. Podemos estar bien. Podemos ser felices. Te necesito aquí, por favor, te lo suplico.
Besó sus nudillos y Yekaterina solo cerró los ojos cuando sintió las lágrimas de Duncan mojar sus manos. Sin embargo, solo permaneció en silencio y esperó a que el sueño la reclamara.
Él simplemente se quedó arrodillado a un lado de la cama y la miró dormir por largo rato.
Más tarde, cuando Duncan la vio dormir profundamente y a sabiendas de que no despertaría pronto, se puso de pie y después de darle un beso en la frente, salió hablar con la doctora y partió del lugar.
Eran casi las diez de la mañana y además de cansado estaba agobiado. Volvió a palacio donde fue recibido por sus amigos y sus hermanos a excepción de Rudolf a quien observó a su llegada. Estaba parado en el lado oeste mirando hacia la habitación del rey.
Duncan levantó la vista para ver si Sabrina estaba en la ventana pero no logró verla, así que solo siguió su camino a la casa, donde varios minutos después, Rudolf asomó.
—¿Veías a Sabrina? —preguntó pero no obtuvo respuesta dado que su prima lo interrumpió.
— ¿Todo bien? —preguntó Kathleen—. No te ves muy animado.
—Es porque no estoy animado —dijo tomando asiento a su lado—. A veces me habría gustado no haber nacido.
—No se puede tener todo en la vida —dijo Feriha—. La gente no elige lo que le toca vivir, al menos no en la mayoría de las cosas. Solo hay que aprender a plantarle la cara.
—Deberías estar descansado —dijo Mehmet reprendiendo a la joven—. En lugar de estar aquí en el chisme, deberías estar en la cama.
—Estoy cansada de estar acostada y el doctor dijo que me hace bien el aire fresco —dijo divertida—. Deja de ser tan exigente y tan mandón,
Mehmet sonrió y se acercó a darle un beso.
Andrew seguía sentado, en silencio y aún molesto por lo que la esposa de Duncan había intentado hacer con la suya.
—Me disculpo por lo que pasó contigo —dijo Duncan mirando a la mujer, quien solo sonrió y tomó la mano del rey—. Voy a separarme de ella y de verdad que me siento muy avergonzado contigo.
—No ha sido tu culpa, me alegra que hayas decidido dejar una relación que no es ni sana ni buena para ti —dijo ella con una sonrisa amable—. Sé que tú jamás buscarías hacer daño a tus amigos, pero como comprenderás no soy una mujer de paz, nunca lo he sido y no sería esta la excepción.
Duncan no entendía lo que eso significaba, a decir verdad, conocía poco a la duquesa por no decir nada. Él no entendía a lo que se refería pero estaba seguro de que no era nada bueno, así que se dijo que tenía que ir con cuidado, sobre todo cuando Andrew parecía visiblemente molesto y aunque no temía a su poder, sí que temía perder la relación de amistad.
—Nosotros los dejamos —dijo Lydia—. Iremos a descansar un momento.
Se despidieron y poco después León y Alfred hicieron lo mismo. Parker dijo que acompañaría a su esposa a recoger los huevos de la vaca y se alejó de ahí haciendo reír a todos.
—¿Has decidido? —dijo Winston.
—Sí —dijo tomando un lugar frente a sus hermanos—. Será mejor que me acompañen al despacho.
Nadie dijo nada, solo se levantaron y le siguieron hasta el despacho. Una vez dentro, Duncan se sentó en su sillón y miró a sus hermanos.
—Solo dilo —dijo Archie.
—Archie, yo no estoy enamorado de Sabrina. —Fue lo primero que dijo—. No voy a negar que lo estuve y que me dolió lo que hizo pero me esfuerzo por entender que ella perdió un novio, también sacrificó mucho.
—Yo puedo entender eso —dijo Winston—. Esto no fue fácil ni para ti ni para nadie pero de eso a que planee tu muerte.
—No hay una prueba de que sea ella —dijo Duncan—. Más allá de las suposiciones nuestras no hay nada, niéguenme eso. ¿Con qué pruebas voy a acusarla? ¿Saben lo primero que dirá ella? Lo primero que dirá será que quiero dejarla por meter una amante. No hay nada que la acuse, mas allá de nuestra desconfianza, ni siquiera tenemos un culpable que la señale porque está muerto.
—¿Y quién más querría matarte? —preguntó Mehmet—. Solamente te querrían fuera, los sucesores dado que no tienes un hijo, tus hermanos querrían verte muerto.
—Eso es absurdo —dijo Duncan—. Mis hermanos serían incapaces.
—Tenemos claro eso —dijo Mehmet—. Ninguno de tus hermanos querría el trono, pero según las leyes de este país, si ella está esperando al heredero, Winston estaría fuera.
—No digas estupideces, ella no está embarazada —dijo Duncan—. No habría razón para que ella tome el trono.
—A menos claro que tenga un amante y se embarace casi de inmediato —dijo Archie—. A Sabrina la creo capaz hasta de comerse a sus hijos. Ella quiere seguir siendo la reina a toda costa.
—Imaginando que sí —dijo Duncan—. ¿Cómo demonios voy a probar su culpabilidad? ¿Esperas que vaya frente al consejo y pida la revocación de su derecho real solo porque tengo la corazonada de que me quiere matar? ¿Se están escuchando? ¡Esto no es un reinado medieval!
Sus hermanos tuvieron que concederle la razón en parte, pero también estaban seguros de que estaba siendo muy blando con ella.
Duncan respiró antes de hablar.
—No me importa si ella quiere seguir siendo reina, soy yo quien no quiere seguir siendo rey —añadió—. Eso es todo, ¿es tan difícil de comprender? Cada uno de nosotros ha hecho su fortuna personal, podemos aliarnos y hacerla crecer o hacer los que nos canten las pelotas pero lejos de esto. Ni siquiera siento que el palacio donde viví sea un hogar. Todo lo que pido es tranquilidad.
Sus hermanos suspiraron y no dijeron nada, solo se quedaron sentados junto a él sin saber cómo hacerlo sentir mejor.
******
Sabrina permanecía parada frente a la ventana desde donde lo vio. Él también la vio, posó los ojos sobre ella desde el jardín y le dio una sonrisa como si quisiera hacerle saber que él tenía la batuta.
Se miraron largos minutos hasta que ella se apartó de ventana consciente de que estaba en problemas, él no se detendría hasta ver muerto a Duncan y aunque ella estuvo de acuerdo en un principio, ahora no estaba segura de que matarlo fuera lo mejor, la conciencia le remordía. Se alejó para evitar que el rey, quien cruzaba la verja, se diera cuenta de que se miraban el uno al otro y sospechara.
El sonido de los golpes en la puerta la hicieron salir de sus pensamientos por lo que se acercó a la entrada donde la duquesa le recibió con una mirada tan altanera que rivalizaba con la de una reina.
No la vio reverenciarse y quizás fue esa la razón por la que le molestaba tanto esa mujer.
—¿En qué te puedo ayudar? —dijo y apretó los dientes cuando la vio meterse a la habitación sin pedir permiso.
Tenía la misma actitud de Perséfone y a ella le molestaba sobre manera.
—No creo haber dicho que podías pasar —dijo Sabrina.
—No necesito tu permiso —replicó la mujer—. Las reinas no lo necesitamos.
—Tú no eres una reina —dijo molesta y altanera.
—Mi esposo dice que lo soy, de hecho mi esposo dice que soy una diosa —dijo con una sonrisa de burla—. Yo le creo todo, si él lo dice es que lo soy y las diosas no necesitamos permiso de ninguna gata corriente, nos abrimos paso en cualquier maldito lugar por encima de cualquier estúpida que se haga la lista.
—No te voy a permitir que me hables así, maldita imbécil —dijo pero pronto la duquesa la tenía con la espalda en la pared y un arma en su cabeza.
—¿Qué se siente estar en el blanco? ¿Pensaste que mi esposo vendría a defenderme? Claro que lo haría pero yo soy una damita fuerte y podría hacerte pedazos en este instante —dijo en tono calmo—. Querías matarme. Sabías que la bala era para Duncan y me pusiste en el medio.
—¡Eso no es verdad! —dijo Sabrina.
—¡Quítate la máscara de una vez por todas, maldita bruja, un día vas a quedar envuelta en una dimensión de mentiras que no podrás dejar ir! —dijo furiosa y tan cerca de ella que Sabrina se sintió intimidada.
—No sé qué es lo que quieres, crees que no sé quién eres, una roba maridos más —dijo Sabrina—. ¿Quién fue la gata sin raza que se metió con un casado para escalar porque no es más que la hija de un donnadie?
Lo próximo que sintió fue el puño de la mujer sobre su cara y el labio partido.
—Hasta entre las perras hay razas, querida —le respondió con una sonrisa—. Te duelen las roba maridos. —Enfatizó la palabra—. Eres tan tierna, no has aprendido que nunca nadie te quita lo que tú dejaste ir o lo que nunca fue tuyo. Ubícate, debe ser horrible que no te respetes ni a ti misma. En fin, solo quiero advertirte que si vuelves a usarme, el infierno te va a saber a algodón de azúcar. Ninguna perra callejera va a usarme y a ponerme en riesgo.
—¿Tú y tu marido se la viven amenazando? —dijo sonriendo con ironía—. Una vez él apretó mi cuello.
—Mi esposo es un caballero —dijo burlándose—. Yo no soy tan débil y te lo habría roto sin contemplaciones, así que estás advertida.
La esposa del duque siguió su camino a la entrada pero la detuvo la voz de Sabrina.
—Ten cuidado dónde amenazas a la gente, este no es tu territorio —dijo una molesta Sabrina con tono de mofa—. Seas duquesa o no, no olvides que a cualquiera le puede pasar algo y si no... sería penoso que tuvieras preguntarle a la rusa muerta en el mas allá cómo fue que perdió a su bastardo metiéndose en mis dominios.
Se giró victoriosa encontrándose con una sonrisa de triunfo de la duquesa, quien en ese momento estaba parada junto a su esposo y un Duncan que la miraba horrorizado...
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