Capítulo 27
Sabrina se vio arrastrada dentro de un auto de inmediato, sin saber cómo estaba Duncan y bajo la custodia del personal de Parker, este último gritaba exigiendo el blindaje de su esposa quien trataba de calmarlo a toda costa y tiraba de su chaqueta para que se metiera a la camioneta con ella.
Finalmente la dejó ahí y exigió que la sacaran de la zona de peligro en el mismo coche que ella.
Sabrina se sentó y acomodó su vestido con delicadeza, miró a su igual mirar por la ventanilla y apretar su teléfono con fuerza, como si esperara que le llamaran.
La duquesa por su parte, fue llevada por su esposo junto con Kathleen al mismo auto que ellas. Sabrina agachó la vista cuando la mirada del duque se posó ofendida sobre ella e incluso pensaba que la estaba culpando de algo. Iba a cerrar la puerta luego de dejar a su mujer pero ella lo detuvo y le miró suplicante.
—No tardaré –dijo Andrew—. Van a llevarte a un lugar seguro y por ningún motivo salgas. Iré a ver en qué puedo ayudar y prometo que volveré pronto.
Le dio un beso en la frente aun cuando ella trataba de retenerlo, dejó a su esposa, cerró la puerta no sin antes darle una mirada envenenada a Sabrina, quien solo pudo agachar la vista al ver la intensidad con la que la veía, como si estuviera culpándola de algo. Unos segundos después la mujer que era custodio de Kathleen abordó con ella y otro hombre al asiento copiloto. Andrew golpeó el auto y este se puso en marcha de inmediato mientras las cuatro mujeres que iban se sumieron en sus propios pensamientos.
Perséfone y la duquesa miraban atentas sus celulares, incluso Kathleen, quien no dejaba de ver por la ventanilla.
—Mehmet lo hará bien, siempre lo hace –dijo Kathleen.
—Se supone que se revisó a todo el peatón que cruzó el arcó. ¿Cómo es que entró alguien armado? –cuestionó la duquesa—. Alguien le tuvo que dar acceso.
La mirada de la mujer se posó sobre Sabrina quien solo desvió la mirada para ver a la reina mover las piernas inquieta y apresar su teléfono con fuerza. Volvió a fingir que acomodaba su vestido ignorando las miradas de las otras dos mujeres.
—¿Por qué no te calmas? –preguntó desesperada al ver a Perséfone tan inquiera.
Esta le dio una mirada que si pudiera matarla, ya lo habría hecho.
—Mi esposo está en medio del caos, sin un chaleco ni nada que pueda protegerlo, es obvio que voy a estar preocupada porque lo amo. El tuyo está herido, probablemente muerte y lo único que te he visto hacer es acomodar tu vestido para que no se arrugue –dijo con todo el veneno que fue capaz de reunir—. Creo que es obvio cuál es la prioridad de cada una de nosotras. Será mejor que cierres la boca y dejes de hacer preguntas estúpidas o con gusto iré a la horca luego de sacarte del auto en movimiento.
A Sabrina se le llenaron los ojos de lágrimas y la miró tratando de comprender un tanto inquieta de exhibirse.
—Lo siento –dijo ella—. Solo estoy muy nerviosa. Quiero pensar que Duncan estará bien, eso es todo.
Ninguna le respondió. Kathleen tomaba su celular y la veía teclear y luego borrar. Las otras dos iban sumidas en sus propios pensamientos hasta que el auto se detuvo frente a una de las entradas privadas y secretas del castillo.
Más custodios estaban en espera de su llegada, así que de inmediato fueron aseguradas dentro de una habitación. Cada una tomó un lugar en completo silencio mientras esperaban noticias.
Sabrina se sintió extraña en medio de todos. Jamás había visto a tantos hombres velar por la vida de dos mujeres. Se vio a sí misma recordando los tiempos en que su esposo era todo un caballero, cuando no la dejaba salir sola a ningún lado y prefería dejar sus actividades para acompañarla a un paseo. Duncan había sido como Parker con su reina o como Andrew con su esposa, quizás un poco menos expresivo pero igual de protector. Pensó entonces, que a ellos les hizo falta tiempo para enamorarse de verdad, solo eso.
Miró a su alrededor, sus cuñados no estaban ahí, Duncan no estaba, ni siquiera Mehmet. Miró a Kathleen que lucía asustada sentada en un rincón.
Se acercó a la entrada tratando de salir pero fue impedida por dos tipo que le miraron como si fuera estúpida.
—Nadie puede salir de aquí por ahora –dijo el hombre—. Vuelva a su lugar.
—Necesito salir de inmediato –ordenó altanera.
El hombre no hizo caso y simplemente la devolvió dentro en un abrir y cerrar de ojos y jaló la puerta sin más.
Sabrina lanzó un gruñido, furiosa de tener que verse en esa situación y luego de varias horas, cuando la noche cayó, sin que ninguna pudiera sosegarse, la puerta se abrió dando paso a los príncipes. León, Parker, Andrew y Mehmet, este ultimó sin chaqueta, con sangre en la camisa.
Kathleen corrió hacia él y lo tocó de inmediato. Palpó el vendaje en su costado.
—¿Qué te ha pasado? –preguntó con los ojos llorosos—. ¿Dónde está Duncan? ¿Te ha visto un médico?
—Estoy bien –dijo Mehmet, conmovido—. Tranquila, solo fue un rasguño.
—¿Un rasguño? –dijo molesta—. Un rasguño no saca tanta sangre.
—Si quisiera un regaño habría llamado a mi madre –dijo apretando los dientes—. No estoy de humor, ya dije que estoy bien y con eso basta.
Feriha entró en ese momento a paso lento y llevando sus manos a la boca al verlo malherido. Se acercó a él y tomó su rostro mientras él le acariciaba las mejillas.
—¿Cómo está el rey? –dijo Perséfone justo en el momento en que la puerta se abría y Duncan cruzaba la puerta sin un solo rasguño.
—Me alegra verte bien –dijo Feriha.
Duncan sonrió y miró a Kathleen antes de dirigirse a Mehmet.
—Ve a descansar –ordenó—. Estaremos bien.
—No, darás una conferencia de prensa en un rato y voy a estar ahí, solo necesito cambiarme –respondió.
—Mejor ve a descan...
—He dicho que no, voy a ir a cambiarme –dijo y salió de ahí todo lo rápido que pudo mientras Feriha iba tras él.
—Iré a la habitación con mi esposa –dijo Parker mientras Andrew hacía lo mismo y los príncipes salían de ahí llevándose a León.
Kathleen por su parte salió rápidamente hacia la planta alta dejando a Duncan junto a Sabrina.
Él, caminó hacia la ventana solo unos minutos para después alejarse para tomar asiento en uno de los sofás.
—Me alegra que estés bien –dijo Sabrina con los ojos llorosos. Se dijo que al menos así la culpa se había ido—. Creí que habías muerto, me imaginé lo peor.
Duncan no apartaba la vista de su esposa y ella comenzó a removerse nerviosa al ver la intensidad con la que lo miraba.
—¿Qué ha pasado con el hombre? ¿Lo han atrapado? –preguntó ante la mirada penetrante de Duncan—. ¿Ha dicho quién lo envió? ¿Confesó algo? ¿Mencionó el nombre de alguien del palacio? ¿Cómo es que consiguió un arma de tus custodios?
—¿De dónde sacas que le pagó alguien de aquí dentro? Mejor aún, ¿quien te dijo que el arma es de las que usa la seguridad real? –El corazón de Sabrina se disparó ante lo que acababa de decir.
—Es que la vi idéntica al arma que usan los demás custodios y... Estoy loca y nerviosa –dijo ella.
—¿A dónde fuiste la noche de la inauguración del hotel de Yaroslav en medio de la noche? –preguntó mientras ella le miraba con ojos muy abiertos—. Debes saber que estoy seguro de que te vi ir por el sendero oeste pero no le di importancia, hoy me surgió eso de nuevo, sobre todo porque el hombre dijo tu nombre antes de morir.
El corazón de Sabrina se disparó al escucharlo.
—¿Estás acusándome? –preguntó curiosa y nerviosa—. Estás diciendo que yo tuve algo ver en tu atentado.
—No pongas palabras en mi boca, solo estoy tratando de entender por qué ese hombre te mencionó.
—No tengo idea, quizás también pretendía hacerme daño –dijo mirando a su esposo—. En fin, dejemos de preocuparnos de eso. Lo importante es que estas aquí y no te ha pasado nada.
En ese momento Andrew interrumpió junto a Mehmet.
—Me temo que me tiene que acompañar –dijo Mehmet mirando a Sabrina.
—¿A dónde? –cuestionó observando la postura rígida del turco.
—El hombre la mencionó antes de morir, eso lo convierte en sospechosa, sea la reina o no. Entenderá que mi trabajo es cuidar la integridad del rey, no puedo pasar por alto a nadie.
—¡Esto es inaudito! –gritó furiosa—. Yo jamás le haría daño a Duncan.
Se giró a su esposo para verlo con los ojos muy abiertos.
—No puedes permitir este atropello –dijo exaltada—. ¡Soy tu esposa! Mehmet está pasando sus límites y metiéndose donde no debe, no es más que un empleado y no voy a permitir que todo mundo en este lugar se sienta con el derecho a pasar sobre mí.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo veía y la rabia comenzó a recorrerla cuando Duncan se quedó callado.
—¿Por qué pusiste a mi esposa en medio? –preguntó Andrew con la mirada azul enfadada y furiosa que dejaba claro que lo que venía no le iba a gustar—. Te voy a decir lo que yo pienso. Creo, le pagaste a ese hombre para que te dejara viuda, te asustaste cuando viste el despliegue de seguridad y terminaste por intentar cambiar el curso de todo poniendo a una nueva víctima: mi esposa.
—No sé de lo que estás hablando –dijo muy molesta—. Yo no sabía lo que iba a pasar en ese lugar. Ni siquiera sé quién es ese hombre y no voy a permitir que me acusen de nada. ¡Esto es injusto! ¡Duncan!
—Ya está bien –dijo Duncan—. Mi esposa no tiene nada que ver. Andrew, siento el desencuentro con tu esposa pero estoy seguro que las intenciones de Sabrina nunca fueron comprometer su seguridad.
Lo miró a los ojos como si quisiera decirle algo con la mirada y al parecer lo entendió porque no dijo nada y solo asintió antes de darse la vuelta, no sin antes dar una última advertencia antes de salir de ahí.
—No la quiere respirando cerca de mi mujer —declaró sin virar hacia el rey—. No te gustará verme enojado y mucho menos tenerme de enemigo, Duncan.
El rey no dijo nada y se giró hacia Mehmet solo para que este suspirara sin entender cuál era el juego de su amigo.
Duncan la miró una vez que se quedaron solos. Le parecía tan indefensa que sintió pena por ella.
Se acercó al ver la punta de su nariz ponerse roja.
—Yo jamás te habría hecho daño –dijo y le pareció tan sincera que no pudo evitar creerle.
—Estoy cansada –dijo sin levantar la mirada baja. Duncan la miró y observó las primeras gotas de sus lágrimas caer sobre su busto; las pecas de su rostro parecían marcarse aún más cuando su piel se veía rojiza por el llanto—. Es como si todos pensaran lo peor de mí, como si tus hermanos estuvieran deseando que me muriera, como si Mehmet tuviera ganas de matarme, como si tu prima me mirara con indiferencia. Nadie me ve como reina. Solo hay un rey que proteger, uno que cuidar, incluso de su esposa. Me siento sola, parece que nadie se da cuenta que yo lo dejé todo por casarme contigo, deje mi país, mi casa, mi familia a mis hermanos. Lo dejé todo por un hombre que no conocía y lo que haya pasado antes de que llegaras, lo que haya pasado con él fue porque yo era muy joven y me creía enamorada. No a todas las jovencitas se les prohíbe elegir a su novio. –Hizo una pausa—. Cometí el error de mentir, por miedo, por vergüenza, por la razón que quieras pensar pero me sentí acorralada, con miedo de un hombre que no conocía y que sentía que me haría daño si contaba la verdad, tomando en cuenta que no había amor. Me equivoqué, quizás me seguí equivocando pero ya no puedo más con esto. Me duele que las cosas vayan de mal en peor. Ya hemos perdido mucho, Duncan, doce años en los que no ha habido esperanza, ni siquiera tenemos vida.
—Puedo darte la razón en algunas cosas, no en otras –dijo Duncan—, pero en lo que sí puedo darte toda la razón es en que esto se ha vuelto una pésima tragedia y no es justo para ninguno de los dos.
—¿Me das la razón en unas cosas? ¿En qué no me la das? –preguntó molesta y enfrentando a su marido.
—Yo si te quería y si me importabas –dijo admitiendo por primera vez que después de su matrimonio se sentía ilusionado de tener una vida normal, tener hijos y ser feliz con una mujer que creía buena—. Me dolió que me engañaras, más aún que me culparas de eso, que dijeras mentiras tras mentira. Me dolió que lo hayas negado, que me ilusionaras con un hijo que no era mío, me dolió darme cuenta de que no eras como pensaba. Sin embargo, creo que hemos llegado al punto de quiebre.
—Lo hicimos mal –dijo ella—, pero la situación es insostenible.
—Lo es –dijo Duncan—. Creo que lo mejor es decir adiós a esto.
Sabrina llenó sus ojos de lágrimas de nuevo, mientras lo miraban.
—Sabes que eso significa, perder el trono –dijo ella mirando a su marido—. ¿Crees que sería imposible reconstruir esto?
—Soy consciente de que tendría que dejar la corona –respondió con seguridad—. Ser rey no es algo que pedí, pero necesito sentir que tengo una vida de verdad y yo estoy seguro de que no voy a poder tenerla contigo.
—¿Por qué no? –preguntó acercándose—. Aun me niego a dejar ir esto así como así. Yo podría esforzarme y tú también. Estoy segura de que podríamos hacerlo, Duncan. Volver a intentarlo no sería tan difícil.
La sonrisa de su esposo la hizo sentir extraña.
—No, no podríamos –dijo Duncan un tanto dubitativo—. Yo quería muchas cosas contigo, pero ahora las cosas son diferentes, hay alguien más en mi vida y las cosas han cambiado.
—¿Otra mujer? –preguntó mirándolo—. Hace apenas unas semanas estabas enamorado de la muerta.
—Muerta o no, eso no ha cambiado y no voy a discutir ese tema de nuevo –dijo Duncan—. Lo mejor es parar estar farsa y cada quien irse por su lado.
—Yo no había pensado en un divorcio –dijo mirándolo con gesto compungido—. Había pensado en trabajar juntos. Tomarnos una licencia y que el primer ministro o tu hermano se haga cargo...
—Lo mejor es el divorcio –dijo un inamovible Duncan—. Es lo justo. Te aseguro que buscaré que salgas lo mejor posible.
Se quedó callada, sin saber qué agregar y Duncan abandonó la estancia con la sensación de estarse ahogando. Fue a su despacho donde sus hermanos estaban sentados.
—¿Pasa algo? –preguntó Winston—. Te ves mal.
—Le he pedido el divorcio –respondió.
—Bien –dijo Rudolf.
—Creí que estarías feliz –dijo Archie.
Duncan no respondió y se quedó mirando un punto fijo en medio de la habitación.
—Duncan –dijo Mehmet—. Sabrina me revienta, no la soporto y creo que ninguno de tus hermanos, pero su esposo eres tú y si no quieres hacerlo, estás en tu derecho. —Guardó silencio unos segundos—. Si decides no mandar esto al diablo, debes saber que tendrás que mandar al carajo a Yekaterina o esto va a seguir igual. No puedes tener dos amores, o quieres a una o quieres a la otra. Siempre he creído que la quisiste más de lo que estabas dispuesto a admitir, pero eso solo te lo puedes responder tú mismo. Piénsalo.
—Necesito aire –dijo Duncan enviando a Mehmet a dar la rueda de prensa y saliendo de ahí rumbo al jardín donde se paseó durante horas, pensando en ambas, en lo que había vivido con las dos y finalmente abordó un auto a pesar de que le dijeron que no lo hiciera, pero había tomado una decisión y no pensaba dar marcha atrás, quería ser él quien se lo dijera...
________________________________________________
No estaba muerta ni andaba de parranda, solo tuve muchos problemas de luz esta semana y me enfoqué en las que tenía responsabilidad legal, pero ya estoy de vuelta. Mañana hay nuevo capítulo, ¿cuál creen que fue la decisión de Duncan?
Facebook: Lucylanda escritora.
Grupo de Facebook: el club de las desterradas.
Instagram: landa.lucy
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top